
«Víctimas propiciatorias» por Pablo Monroy Marambio
Por: Pablo Monroy Marambio
Hace 9 meses escribí una, digamos columna, que tenía por nombre (intitulada, como le gustaba decir a Jorge Luis Borges) Víctima propiciatoria. Esta víctima propiciatoria, es el concepto con que, en psicología pericial, se designa a quien, sin nunca perder su legítima condición de víctima, facilita de todas formas las circunstancias para propender a dicha condición (te pueden asaltar en cualquier momento y lugar, pero es tanto más probable que te asalten en un lugar obscuro, despoblado y de noche; por ejemplo).
No versaba sobre actualidad la publicación esa, como es lo usual en mi letra, sino más bien de índole personal, y de cómo, en gran parte, todo cuando me había acontecido, me sucedió finalmente por mi propia culpa, consciente o inconscientemente.
Hoy, intitulo tal a estos párrafos, porque eso es lo que no dejo de leer en casi todas partes, los alaridos de tanta víctima propiciatoria; ya desde la rabia o la desazón, ya desde la lástima, lo cierto es que para responder, pero en serio, esa pregunta que tantos y tantas se están haciendo sobre el cómo llegamos hasta aquí, lo primero que hay que hacer que nada, es mirarse a un espejo.
Para entrar en materia, revisemos números. Opiniones todas y todos tenemos, y la aquí vertida no es más válida que ninguna otra, pero cosa muy distinta son los hechos, que a usted le pueden gustar o no, pero inevitablemente los tiene que aceptar, por más que insista en culpar a un cómodo “otro”, sin cuerpo ni cara. En fin; los hechos son como sigue.
Desde 2020 a la fecha (considerando como hito inicial el plebiscito de inicio del proceso constituyente aun en curso), el padrón y su comportamiento ha evolucionado de la siguiente manera .
La votación por el Apruebo o el Rechazo, el 25 octubre de 2020, se realizó con un padrón total de 14.855.000 personas, de las cuales 5.899.683 optaron por una nueva constitución, y 1.634.506 de votos fueron para la opción contraria. Vale decir que, estos 7.548.103 de sufragios, sumados los 12.344 votos en blanco (0,16%) y los 27.381 nulos (0,36%), significan apenas el 50.99% del padrón total. En el extranjero en tanto, la diferencia fue aún más extrema, significando un 82,24% para la opción Apruebo, y un 17,76% para la opción Rechazo. Este dato, de la abstención, es del todo relevante para todo cuanto vino después y jamás dejamos de insistir en ello en nuestras exposiciones.
No es falso que fue una gran alegría la que nos significó ese 78,31% del Apruebo, frente al 21,69% del Rechazo. Pero, al menos aquí, siempre sospechamos del exacerbado exitismo con que en la ocasión se hablaba de “la votación más multitudinaria desde que el voto se había vuelto voluntario” (Ley N° 20.568 del año 2012). Puede usted, si quiere, buscar las publicaciones al respecto de este autor, en esta misma vitrina.
Para mayo de 2021, en que en los días 15 y 16 de ese mes nos tocaba elegir a quienes escribirían la nueva carta magna (además de alcaldes y concejales además de, por primera vez en nuestra historia, a los gobernadores regionales), el entusiasmo de ese “despertar ciudadano” parece haberse quedado nuevamente dormido, pues los números ahí no alcanzaron a superar el 50% del padrón; 43%, apenas 6,4 millones del total padrón de este año; 14.900.189 personas.
Ya en la segunda vuelta de gobernadores (13 de junio) el resultado fue aún más triste; 19,61% del padrón habilitado para sufragar votó ahí; solo 2.556.898 de personas de un total de 13.040.819 (3 de las actuales 16 regiones del país no participaban). Aunque se hayan restado 3 regiones, la proporcionalidad no permite justificación; la participación seguía bajando.
Para las primarias presidenciales, celebradas el 18 de julio del mismo año 2021 el escenario no hizo más que seguir empeorando en cuanto a participación. En la oportunidad votaron 3.141.404 de personas, apenas un 21,08% del padrón total. Algunos festejaron esos resultados señalando que, desde las primarias de Bachelet, ningún candidato había superado el millón de votos, y Boric lo hizo, pero estos triunfos frugales, más que razón de festejo, eran un llamado a la alerta.
El 21 de noviembre del mismo 2021, tuvieron lugar las elecciones presidenciales para elegir al mandatario del periodo en que actualmente nos encontramos, la que terminó de resolverse en esa segunda vuelta ciertamente épica y que se llevó a cabo el día 19 de diciembre.
Las cifras de esa jornada fueron ciertamente notables, es cierto, y significaron un leve repunte de la participación ciudadana; 55,68%, 14.959.956 de votantes, de los cuales sufragaron 8.329.332. Pero salvo el hito de que por primera vez en nuestra historia un candidato acapara para sí tal cantidad de votos (4.621.231; 55,87%), no había pie tampoco para hablar, vistas las proporcionalidades, de esas “sorprendentes coincidencias” que algunos de los más destacados comentaristas nacionales no escatimaron en declarar, en diversos medios, al comparar los números finales de estas elecciones y las de 1988.
Otra vez un exitismo exacerbado que no repara en la insalvable diferencia llamada contexto. Contexto y proporcionalidad, como hemos insistido en repetir cada vez que hemos revisado los resultados de las últimas elecciones. La única elección nacional en la que, literalmente, votó casi la totalidad del padrón habilitado para hacerlo en ese momento (97,72%, 7.251.933 de votos emitidos, de un total de 7.435.913), fue la del plebiscito del Si y el No. Proporcionalmente hablando, no se puede desconocer el crecimiento demográfico de nuestra población, al mirar los resultados de unas elecciones y de otras. Razones para explicar (o querer justificar) un escenario respecto de otro, hay muchas, pero estos son los hechos.
Apenas si la opción Apruebo ganó en las urnas, hace ya casi 4 años (2020 inclusive), el sector que se sigue oponiendo a todo cambio o modernización necesarios para el país, comenzó una campaña extremadamente agresiva de Rechazo de salida, que luego se volvió ataque extremadamente agresivo a todo lo que fue la primera convención constitucional, y luego difusión extremadamente agresiva de las más burdas mentiras que, con la totalidad de los grandes medios de información mediante, dio como resultado el que, el día 4 de septiembre de 2022, un contundente 61,89% de votos (del esta vez sí totalidad del padrón electoral votante, porque estas fueron las primeras elecciones con voto obligatorio, desde el año 2012). 15.076.690 de personas, que ascendía a 15.173.929 si se consideraba el voto en el extranjero, era el padrón absoluto de cuyo total, ese amplió porcentaje fue el que decidió que rechazaban el texto que se le había ofrecido como propuesta de nueva carta fundacional para este país.
Y así hasta este domingo recién pasado, en donde, repitiendo la fórmula electoral obligatoria de los comicios inmediatamente anteriores, el sector más extremo de la derecha, se siente hoy con el poder y el apoyo suficientes para hacer y no hacer (sobre todo), todo cuanto les parezca respecto de lo que entienden por país.
Al momento en que escribo estas líneas, un 99,98% de las mesas han sido escrutadas, de cuyo total un 56,57% corresponde al bloque de derecha (35,5% para Republicanos y un 21,07% para la derecha “dialogante”); un 28,57% para Unidad para Chile, el bloque oficialista; el 8,96% para Todo por Chile (DC, PPD Y PR); el 5,8% para el PDG y un 0,50% para las candidaturas independientes; de un padrón total votante de 12.484.109 (incluidos blancos y nulos), que a su vez corresponde al 82,40% del total nacional, el que al 29 de marzo de este año, ascendía a 15.150.572 personas en estas elecciones, segundas obligatorias desde enero de 2012, y primeras sin voto extranjero, mayoritariamente progresista o izquierdista, desde que legisló para favorecer el mismo en 2014. Las dudas y conjeturas sobre el porqué de la omisión, en esta oportunidad, de nuestros connacionales allende las fronteras, son todas válidas.
Sendas campañas se desplegaron, al menos por RRSS, que llamaban a anular el voto en este proceso, con el argumento de no avalar todo el fraude en que se ha convertido el proceso nuevoconstituyente. Ese llamado no dejaba de tener razón y las razones tras dicho razonamiento no son nada difíciles de enumerar. Pero por muchas que fueran la razones que efectivamente tuviera tal llamado, era mucho mayor el riesgo que el mismo implicaba, y así estamos hoy. Para colmo de males, este actor, los votos nulos, que hasta este momento superan los 2.100 millones de sufragios, un 16,98% del padrón, han sido absolutamente omitidos de todo comentario o análisis en los medios tradicionales, de igual modo que no han sido considerados en lo absoluto por parte de cualquier vocería política, del color que sea.
Sumémosle gravosidad al tema. Si los blancos y nulos ha sido simplemente ignorados a la hora de los análisis (formales y mediáticos, quiero decir), qué sucede entonces con esas 2.666.463 personas, que constituyen la diferencia entre quienes si fueron a votar, y quienes simplemente se abstuvieron, aun a pesar de la amenaza de multa en caso de proceder de tal manera?
Nuevamente, y como hemos puesto el énfasis en cada una de las elecciones revisadas, simplemente no importan. Se asumen como simple dispersión estadística, apenas si como “merma” dentro de este gran retail en que nos hemos convertido. Pues bien, hoy tenemos pruebas concretas de lo que puede terminar haciendo esa porción de la población sobre la que nadie parece preocuparse nunca.
Con todo, la pregunta lógica, ya puesta sobre la mesa en la columna inmediatamente anterior a esta, es; en verdad, quienes azuzaban la opción Anulo como alternativa real de incidencia, esperaban algo distinto a lo que hoy sucede? Qué esperaban? Si esta omisión total del espectro que no vota, ha sido prácticamente la única constante de todos los sectores políticos desde los ’90 hasta acá.
No niego que era ciertamente noble el objetivo de no respaldar a toda esta “cocina” en la cual se convirtió todo por lo cual salimos a reclamar en 2019, al menos a nivel ético. Pero, en serio alguien de verdad creería que daría resultado? La causa es loable, insisto, pero bastaba con que un pequeño grupo emitiera válidamente su preferencia (y sabemos de sobra que ese voto cautivo existe, y sabemos también por quien vota), para echar por tierra en el acto el objetivo que la opción de anular pretendía. Digo, en el entendido de que era una opción denuncia, que quería englobar en su seno a todo aquel que se sintiese desencantado o estafado por el curso que tomó el proceso constituyente, y aun, por este sistema meramente representativo y nada participativo que tenemos; vale decir, una opción colectiva. O no lo era?
Esta opción por el anulo, no era más que una pataleta testimonial e individual, en donde cada cual castigaba al gobierno o a la clase política, por haberse “robado” este proceso al que ahora no se le da validez, para no ser cómplice de cómo hacen del país lo que quieren, e instauran las directrices que quieren, a las que de todas formas habrá que someterse por ley, a pesar de que éticamente nos rehusamos?
Entre las razones del anulo, están los “engaños” o traiciones en que ha incurrido el actual gobierno. Lo creen ciegamente, de hecho. Pero no parecen tan dispuesto a creer en todas las mentiras y embustes que la oposición ha desplegado, en frente de nuestros ojos, desde que el gobierno asumió hasta acá.
Por cierto, nada más lejos aquí que hacer una defensa de esta administración, pero son hechos igual de indesmentibles el que, por ejemplo, a diciembre de 2022, la cantidad de ilícitos y violencia en la Araucanía se redujeron en más de un 40%, en menos de un año de ejercicio! y ningún medio hizo eco de aquello.
Los índices económicos nacionales, por citar otro ejemplo, y a pesar de encontrarnos en un escenario mundial de recesión, no han hecho más que tapar la boca de los malos agoreros que solo auguraban miseria. A esos parecen creerles cuando justifican el error de su previsión, al señalar que era obvio que la economía mejoraría justamente porque triunfó el rechazo en septiembre pasado, pero estos agoreros lanzaban sus vaticinios en diciembre!
¿Que el proceso no es “lo que queríamos” que fuese? Más allá de quiénes componen ese “queríamos”, por supuesto que el proceso tomó un camino absolutamente cuestionable, pero esto es política, y la política es la más sucia de las áreas en las cuales las personas podemos relacionarnos, nos guste o no; tenemos a toda una derecha nefasta e indecente al frente, que no media en modos y maneras a la hora de lograr sus objetivos, para demostrárnoslo una y otra vez, y nosotros preferimos anularnos?
¿Que el sistema electoral nacional no representa a sus votantes? No puedo estar más de acuerdo, pero eso no se va a resolver por sí solo.
Es del todo legítimo que cada cual dé cuenta de su parecer respecto de lo que sea, pero si estamos en el punto en el que estamos, es justamente porque, en política más que en ningún otro escenario, las cosas no se tratan de lo que le parece o no a una sola persona (no importa cuantas sean, jamás pasarán de una si no les interesa organizarse en pos del objetivo de dicen proponerse).
De hecho, la única vez en nuestra historia que una sola persona se arrogó la capacidad de destruir este sistema democrático de participación, fue en el mes de julio del año 1974, y mandó luego a destruir también todos los registros para que no quedará huella de ello.
Devenimos así en las víctimas propiciatorias perfectas, porque no adherimos ni queremos lo que está sucediendo, sin embargo, damos todas las facilidades para que ello de todas formas suceda. Los más triste de esta, nuestra actual condición, es que la misma es fruto de años de introyección de neoliberalismo, que tampoco parecemos ver o creer, de la misma manera en que elegimos como trinchera un individualismo que solo se opone o exige en razón de lo inmediato, sin ser capaz de ver o analizar procesos sociohistóricos ni siquiera de larga data, sino que al menos de mediana data, con los cuales se pueden observar y exponer claramente las estrategias de un sector específico de la política nacional, que no ha hecho más que beneficiarse de la lamentable falta de historicismo en que nos han sumido.
Neoliberalismo, con sus derivados perfectos, inmediatez y falta de historicismo, es lo que subyace tras raciocinios que no alcanzan a distinguir lo que es personalizable de lo que no, y aun, que no sopesan el impacto del individuo versus el del colectivo. El mayor logro de dicha introyección es justamente este, el de despojarnos de todo atisbo de comunitarismo, dejando en cambio un individualismo que siempre es útil a quienes se siguen reuniendo para asegurar la permanencia de sus intereses, nunca los nuestros.
Nos vemos en diciembre, para lo que sea que eso signifique.