
«Un joven y la guerra, un relato de Ucrania»
Traducido por Miguel Silva. Este relato fue publicado en un blog en 2015. Lo traduje porque encuentro que cuenta la vida de un joven en una guerra, en palabras que podemos entender. (*)
El relato es de 2014, pero transmite lo horroroso y cotidiano de la guerra, antes de la invasión rusa de febrero del año pasado y las presiones armadas de la OTAN para tomar control de parte de Europa del este.
Civiles detienen una columna de tanques en las afueras de Kramatorsk. El cartel dice: «No a la guerra«.
Conocí a Volodya* a principios de noviembre. No es más que un joven de 23 años que quiere dedicarse al diseño. No es excepcional en ningún sentido, y con ello no quiero ser despectivo; simplemente quiero decir que podría ser un joven de cualquier parte, con las esperanzas, las alegrías, las penas y las ganas de divertirse que podría tener cualquier joven. Salvo que él no viene de cualquier lugar, porque Volodya es de Kramatorsk, un centro industrial y de ingeniería mecánica de más de 160.000 habitantes en el este de Ucrania.
O para ser más preciso, tenía una población de 160.000 habitantes. Desde abril, alrededor del 40% de sus habitantes han abandonado la ciudad. Ahora forman parte del millón de desplazados de Donetsk y Luhansk, las dos regiones orientales de Ucrania conocidas como el Donbass. Son personas común y corrientes que hace unos meses no habrían tenido motivos para huir de sus hogares.
Volodya abandonó Kramatorsk en 2011 rumbo a Kiev, pero en mayo de este año decidió regresar. Su ciudad natal y Sloviansk, a unos 15 kilómetros de distancia, habían sido tomadas por separatistas prorrusos armados el 12 de abril. La respuesta de Kiev fue enviar unidades del ejército y milicias de voluntarios al este. En un abrir y cerrar de ojos, Ucrania se desmoronaba.
Volodya empezó a preocuparse por su familia y sus abuelos, ahora en el ojo del huracán. Fue entonces, el 1 de mayo, cuando Kiev anunció la reintroducción del servicio militar obligatorio. Ante la perspectiva de verse obligado a luchar, y posiblemente a matar ucranianos en su propia ciudad y región, Volodya decidió marcharse. Dejó Kiev, pensando que todo pasaría en unas semanas.
No fue así, y dentro de unas pocas semanas Volodya estaría muy lejos de casa. De abril a julio, Sloviansk y Kramatorsk se convirtieron en los principales focos de la batalla entre los separatistas prorrusos y las fuerzas de Kiev, siendo Sloviansk la que sufrió más bajas y daños.
Al principio, el conflicto era una especie de realidad virtual. Grupos relativamente pequeños de separatistas controlaban los edificios de la administración, las alcaldías y los departamentos de policía. La participación activa de la población era escasa y, para Volodya y su familia, la vida cotidiana continuaba a menudo con una apariencia de normalidad.
La gente hacía sus trámites y paseaba por el atractivo parque arbolado de la ciudad, el Yubileynyy, donde las nuevas hojas verdes disfrutaban el sol primaveral. Pero la guerra no tardó en tocar la puerta. Las empresas cerraron y los trabajadores fueron despedidos; el suministro de energía se vio cada vez más interrumpido; los trabajadores que seguían «empleados» dejaron de recibir sus sueldos; los abuelos de Volodya dejaron de recibir su pensión.
Los edificios fueron alcanzados por disparos de artillería, nadie sabía a ciencia cierta de dónde venían. Noche tras noche, Volodya y su familia dormían en sus camas mientras los disparos y bombardeos de Sloviansk sacudían el aire nocturno e iluminaban el horizonte.
Volodya y la mayoría de la gente del pueblo se mantuvieron alejados del centro, nerviosos por encontrarse con sus nuevos «líderes». Tenían buenas razones porque los separatistas estaban dirigidos por ultraderechistas, chovinistas rusos, neoestalinistas, fascistas redomados o puros aventureros y sinvergüenzas. Igor Girkin, o «Strelkov», que dirigió la toma de Sloviansk, era un buen ejemplo. Había servido en dos guerras chechenas, en la limpieza étnica serbia de Bosnia, había ayudado a organizar las fuerzas rusas en Transnistria (una escisión prorrusa de Moldavia) y finalmente participó en la anexión de Crimea. En mayo fue nombrado «ministro de Defensa» de la «República Popular de Donetsk».
Su fantasía era restaurar el imperio ruso y creía que había llegado su hora. Algunos ucranianos se unieron a la rebelión, pero los separatistas del este de Ucrania no fueron recibidos con flores y abrazos como en Crimea en marzo. Sin embargo, la población tampoco se puso a oponerse a ellos.
Mientras las fuerzas de Kiev bombardeaban indiscriminadamente ciudades y civiles, el odio al gobierno de Kiev se convirtió en el sentimiento dominante. La decisión de Kiev de lanzar su «Operación Antiterrorista» contra el este, apoyada por voluntarios de extrema derecha y fascistas, selló la antipatía local. Se trataba de un maldito ojo por ojo.
Operación antiterrorista» fue el nombre que utilizó el ex presidente Yanukóvich para el mortífero asalto lanzado contra los manifestantes en el Maidán. La masacre de 43 manifestantes prorrusos en Odessa a manos de nacionalistas de extrema derecha liderados por el Sector de Derecha nazi, y la matanza de civiles en Mariupol a manos de unidades del ejército ucraniano, polarizaron las opiniones de muchos de los que hasta entonces se habían mostrado reacios a tomar partido.
Cuando se le preguntó, Volodya se mostró reacio a comentar la política y las acciones de Kiev. Se encogió de hombros y, con rabia en la voz, dijo simplemente: «Nunca deberían haber enviado al ejército».
Kramatorsk fue escenario de uno de los enfrentamientos entre civiles y soldados ucranianos más televisados de todo el conflicto. Tres días después de que Kiev lanzara su «Operación Antiterrorista», una columna de seis vehículos blindados llegó a las afueras de Kramatorsk. Contrariamente a lo que esperaban, fueron rodeados por la población local, enfurecida por el envío del ejército contra ellos.
Mientras los soldados eran increpados por hombres y mujeres desarmados, un anciano se volvió para gritar a la cámara: «¿Parezco un terrorista? He estado plantando cebollas». Los soldados, algunos de ellos reclutas jóvenes, parecían abatidos y desmoralizados. Un oficial declaró que «nunca dispararía a su propia gente». Finalmente, abandonaron sus vehículos, que fueron apresados por los separatistas prorrusos que desfilaron triunfantes por Sloviansk.
Fue un episodio que, en cierto modo, captó con precisión la dinámica del conflicto.
Volodya no fue en absoluto el único que decidió evitar los combates… los jóvenes solían ser los primeros en marcharse. Los separatistas tuvieron grandes dificultades para conseguir algo más que un apoyo pasivo. Girkin se quejaba amargamente de la «cobardía» de los ucranianos del este, por negarse a alistarse, especialmente los jóvenes: «¿Dónde están los jóvenes… quizá en las bandas que roban, saquean y causan caos en la provincia?».
No sé si Volodya sabía de la actuación de Girkin. Si los separatistas tuvieron dificultades para reclutar voluntarios, no fue menos cierto en el caso de los militares ucranianos. Incluso los reclutas más convencidos pensaron mucho antes de alistarse porque el ejército estaba muy mal equipado… la clase dirigente ucraniana temía más a su propia población que a los enemigos exteriores por ende el número de tropas del interior y de policías por habitante en Ucrania era el doble de la media mundial.
Pero el ejército no sólo sufría por la falta de recursos, pero también porque las adquisiciones militares fueron un objetivo de la corrupción. Se pagaron sumas exageradas por equipos de baja calidad, o por «compras» militares que sencillamente nunca se entregaron. Y los oficiales superiores vendían todo lo que podían encontrar. En cuanto a los reclutas, el salario de un soldado conscripto es de apenas 185 dólares; el salario mensual medio en Ucrania, el más bajo de la región, es de unos 260 dólares.
Los soldados tenían que recurrir a organizaciones benéficas para conseguir chalecos antibalas y sacos de dormir. Las familias que pueden permitírselo compran a sus hijos ropa de invierno, uniformes decentes, chalecos antibalas o incluso «miras» para las armas; también pueden pagar un soborno para obtener una exención médica o ser retirados de la lista de reclutamiento. (El precio es unas siete veces el salario medio mensual).
Enfrentados a un ejército ucraniano decrépito y a la reticencia de muchos reclutas a arriesgar sus vidas, pequeños grupos de separatistas armados lograron victorias tempranas. Kiev intentó aprovechar las lealtades «patrióticas» y pidió a los ucranianos que donaran sus ahorros al presupuesto de defensa. Se recaudaron 2 millones de dólares gracias a los mensajes de texto 565 de los ciudadanos en sus teléfonos móviles, pero con tan poca plata, no iba a cambiar la situación.
El 16 de junio, el ministro del Interior, Arsen Avakov, anunció la formación de 30 batallones de voluntarios. Algunos de ellos eran unidades de voluntarios ideológicos de extrema derecha, como el batallón Azov, dirigido por el nazi Andriy Biletsky y respaldado por el líder del Partido Radical de extrema derecha, Oleh Lyashko.
Otros eran ejércitos privados creados y financiados por los oligarcas ucranianos. Ihor Kolomoisky, el tercer oligarca más rico de Ucrania y gobernador de Dnipropetrovsk, invirtió unos 50 millones de dólares en milicias de voluntarios quiienes a menudo eran poco más que mercenarios. Los soldados rasos del batallón Dnipro de Kolomoisky cobran 1.000 dólares al mes; los oficiales, entre 3.000 y 5.000 dólares.
Sin embargo, muchos de los voluntarios separatistas tampoco son muy ideológicos. Un pariente cercano de un amigo de San Petersburgo se alistó a través de una centro de llamadas de voluntarios. Estaba cesante, su vida personal se desmoronaba y le prometieron hasta 500 dólares al mes. Ahora está en el hospital de Donetsk, con la pierna herida de bala tras una batalla por el aeropuerto de Donetsk.
Los ejércitos privados y las milicias de voluntarios pro-Kiev ayudaron a cambiar la situación. Igor Girkin fue expulsado de Slovyansk, primero a Kramatorsk, la ciudad natal de Volodya, y luego de vuelta a Donetsk. Kramatorsk volvió al control del gobierno ucraniano. Sin embargo, este no fue el único factor porque los separatistas se habían sobrepasado.
El objetivo de Putin (en 2014), era desestabilizar Ucrania, no ocuparla, y puso tope al apoyo procedente de Rusia. Pero a finales de agosto, parecía que los separatistas podían ser derrotados. Putin liberó más destacamentos de tropas y armamentos para detener al ejército ucraniano y a sus batallones de voluntarios, que se vieron abocados a una retirada parcial.
El presidente Poroshenko se dirigió a la OTAN, pero al igual que Putin, Estados Unidos y la UE buscaban sacar el máximo provecho de las divisiones internas de Ucrania y no tenían ninguna intención de arriesgarse a un guerra total. A Poroshenko se le negaron las armas que necesitaba.
En ese momento se alcanzó un alto el fuego frágil. Sea cual sea el resultado militar, se han sembrado divisiones y odios duraderos y han muerto más de 4.000 personas, en su mayoría civiles. Los políticos de Washington, Bruselas, Moscú y Kiev utilizarán estas divisiones en su propio beneficio, sin tener apenas en cuenta a los ucranianos, del este o del oeste.
¿Y Volodya? Se niega a hacer comentarios sobre la política. Cuando se le pregunta por el futuro, mira fijamente a la mesa: «Ucrania no tiene futuro. Todo se ha ido al infierno».
Sólo quiere paz y ser un diseñador exitoso. Su sueño es ir a Canadá. Volodya es ahora mozo en un hotel del Mar Rojo, muy popular entre los turistas rusos. Lo consiguió esa pega porque tenía un contacto en el sector turístico. El complejo turístico necesitaba una persona que hablara ruso que trabajara por un sueldo de puro propinas.
Sin embargo, las propinas son pocas, consecuencia de otra «guerra contra el terror». La historia de Volodya y las circunstancias que le llevaron a buscar otra vida es, en cierto sentido, poco excepcional. No es un relato de primera mano sobre combates, muertes, secuestros o atrocidades. No es más que un joven común y corriente obligado a huir de su hogar por el miedo de estar obligado a luchar en una guerra civil.
Volodya se niega rotundamente a ponerse de parte de nadie.
Sin embargo, en un sentido muy importante, sin duda estoy con él.
- Volodya es un seudónimo
(*) El blog fue republicado recién en:https://theleftberlin.com/a-young-man-leaves-kramatorsk/