
Telerealidad disminuida, por Jorge Gutiérrez Pizarro
Domingo 24 de mayo de 2020
11.17. La Piñechetist Company es un papito corazón. Sí. No sólo es un padre machista, maltratador y que no escucha en la mesa central del almuerzo dominical los intentos desinstituyentes de su descendencia, sino que, ahora, en plena crisis de hambre, se muestra en su realidad de padre ausente, es decir, de papito corazón, que cree que todos los problemas son teleproblemas que se solucionan a distancia y vía depósitos directos a una cuenta electrónica o con cajas y canastas de alimentos como beneficios existenciales o regalías ontológicas, sólo desde el poder tener o el poder comprar, y sin atender al entendimiento necesario más allá de la figura del proveedor neoempresarial ultraexigido por una flexibilidad nunca antes vista, entre la pandemia sanitaria del virus, y la pandemia económica de la recesión, que mañosamente quiere calificar como ‘pandemia social’ -igual que ‘estallido social’ o ‘crisis social’, ojo, cuando lo que queda en evidencia no es más que la profundización de la crisis del capitalismo en reactualización.
13.25. ¿Para qué tanta mala con Giorgio Agamben si al final está diciendo lo que desearían decir y hacer sobre la pandemia y la gubernamentalidad telemática pero no pueden porque les echan? ¿Y más encima ponen eso mismo como argumento, o sea, su propio trabajo? Imagínense en qué estaríamos ahora si como docentes el año pasado realmente nos hubiéramos unido dejando atrás esa manía gana pan acrítica que nos hace ir a defender el puesto de trabajo u olvidar la lucha por un bono.
En verdad, hay de todo, pienso. Puede ser que no, puede ser que sí, dependiendo de cada caso. De hecho, creo que ahora es cuando hay que inventar nuevas formas de jaque, tanto desde el salario como no. Me refiero a que hoy podríamos por primera vez paralizar las escuelas y las universidades sin salir de casa. Es como mi sueño. Me gustaría.
Mejor, matizo. Entonces, quizá, no paralizarlo todo. Aunque, me parece, que en este contexto es posible; que Marcela Cubillos no salió a liderar Libertad y Desarrollo justo ahora porque lo estaba haciendo sólo bien, sino que porque habían puntos ciegos y se quiso lavar las manos desde ya. Eso sí, algo me queda más o menos claro, viniendo de una familia docente, y es que el ‘mientrastantoismo’ del cómo hacer dinero es lo que tiene a colegas viejas y viejos en la miseria y con frustraciones, y es lo que nos tiene a las generaciones más jóvenes -sin mucho que perder- con más preguntas paralizantes que con respuestas aperturantes.
15.46. Sintonizo el canal 9 Bío Bío Televisión. Están transmitiendo una entrevista por Skype. Es una psicóloga o psiquiatra, intuyo, por lo que habla, ya que no aparece ni su nombre ni a qué se dedica en pantalla, pero, igual, me quedo escuchando. Lo único que hay debajo de su imagen es el gran título ‘Síndrome de la Cabaña’. Habla de la soledad y el encierro de la cuarentena y de su consiguiente estrés postraumático como sintomatología más común, aparte de la ansiedad y de la maximización de la sensación de vulnerabilidad, que nos llevarían a transitar por mayores índices de angustia y, por lo tanto, precariedad existencial. Sigue con la pérdida de ganas de querer vivir como otra de las posibles consecuencias del confinamiento, asociadas al terror a la idea de volver a salir a la calle. Dice que algo similar ocurrió cuando llegó Octubre de 2019, sobre todo con la adultez mayor, o con las poblaciones de mejor nivel socioeconómico. En verdad, poco y nada comparto lo que dice, así que cambio de canal. Voy al Canal 13. Hay un incendio en un cité de migrantes en Santiago. La telerealidad es demasiado escandalosa y me llena de pasiones tristes. La apago.
16.22. Sigo meditando sobre los últimos textos de Agamben y las reacciones un tanto vergonzosas que han publicado personas que conozco.
Me pregunto: ¿Y por qué yo aún sigo encontrándole meridianamente razón? ¿Y por qué lo odian tanto?
Tomar partido o posición casi siempre se me hace desagradable. Pero, ahora, con todas las dificultades y con media academia encima, como que me agrada. En todo caso, en este caso, tomar alguna postura, está bastante difícil.
No es fácil, claro que no, sobre todo, cuando las posiciones están ladeadas homogénea y hegemónicamente de antes. Tampoco es fácil, teniendo en cuenta los últimos textos de Agamben, gracias a los que ha perdido mucha fanaticada. El juego entre fascismo y docencia que hace en el último, es complejo, muy complejo, y, por eso, a mi modo de ver, interesante, pues interpela algo esencial al quehacer pedagógico, y que tiene que ver con la reproducción del aprender a trabajar, que, a veces, se convierte en un proceso cuasi ciego. Ahora, sobre la nostalgia de un mundo pretecnológico, no sé, no sé… A Agamben, creo que hay que leerlo siempre desde la perspectiva de que hace mucho rato en sus textos hay llamados a destruir los teléfonos celulares, por ejemplo. Hay que entender que ese es como su contexto. Y hay que ver si somos capaces de digerirlo o no. Y si hace permanecer conservadurismos, o hace nacer nostalgias inservibles, habría que ver, habría que ver…
Lo cierto es que hasta la fecha, lo más decente que he visto como lectura a este texto son las escrituras hechas por Rodrigo Karmy y Alberto Moreiras.
Me quedo con que no fui el único que se agarró de esas fibras.
Lo último que podría decir es que concordemos en que lo ‘tele’ existe hace algún tiempo. Pero, ahora, para mí, está habiendo una evolución, y a mucha rapidez, de esos modos. O sea, ahora más que nunca, abundan y por todos lados, las publicidades de cursos online. Eso sí, en algo, sí, concuerdo mucho con Agamben, y es en que si seguimos esta tendencia si irán perdiendo cada vez más los grandes campus en que conoces estudiantes de varias regiones de tu país y puedes hacer conversación y discusión abierta y pública, y, así, cada vez más el conocimiento se restringirá a espacios privados y hasta domésticos. Esto, claro, aparte de que con la presencia en carne y hueso se pueden romper más fácil esas dinámicas de ‘ir a escuchar lo que el profe dice’, que, para mí, poco aportan al aprender. Yo preferiría la experiencia de recorrer la ciudad y conocer compañeras y compañeros de generación a replicar esa escucha y mira unilateral, pero, ahora, en un pantalla, con unos audífonos y un micrófono. Para mí, se quiere sólo reproducir la peor parte de eso mal llamado pedagogía en esta nueva telerealidad disminuida.
18.40. Uh… Es que, a mi modo de ver, no es lo mismo la mediaticidad Zoom-Whatsapp que la asamblea presencial; pues, la primera, incrementa las posibilidades de silencio, más que los miedos áulicos-académicos que ya existían. Y, creo que no es por nada esta tendencia, creo que es por las protestas en Hong Kong, por las asambleas en Chile, etcétera, etcétera, etcétera. El intercambio se ha reducido al mínimo, y, con eso, el pensamiento de las corporalidades y sus políticas comunes. Siento, sí, que, de igual modo, en este contexto, hay que encontrar los modos de ir desencajando, aunque está complejo, sobre todo cuando te dicen «facha», «conspiparanoica», o lo que sea, por hacerlo. El tema, para mí, es que, más que antes, ahora, el paradigma servicial de la educación quedó patente, es decir, sólo esperan recibir información, o lo que es peor, recibir órdenes o indicación de ‘cómo hacer’, sin cuestionar ni el cómo ni el qué. Ya están llegando otros diálogos y otros acuerdos, si es que, en medio de un ambiente donde la labor pedagógica o contrapedagógica del preguntar, cuestionar, opinar y reflexionar se va diluyendo, dejando espacio al hacer y evaluar en un vacío sin cuerpo.
Me reconfortan las palabras de mi amiga María, que, haciéndome evocar nuestras conversas en los pastos del Pedagógico, me postea en Facebook: ‘Demuestra tu malestar, empezando a molestar’, con una chispa terminando la frase.
Por: Jorge Gutiérrez Pizarro