Francisco Martínez – El arte no es un delíto
Dicen que era un buen artesano, que entre andares y viajes tejió varias veces con colores. Caminó y caminó, entre tanto paso seguido, en los semáforos, se detenía y se inventaba una rutina. Se paró, se pintó de arcoíris y se tiñó la nariz.
Francisco Martínez por allá por 2015, llegó de un largo caminar a Panguipulli, ciudad nutrida de verde y de agua, colmada de lago y de montaña. Vivió su niñez en Puente Alto, era tío, hijo y hermano, en prontos 18 años emigró para recorrer más que una comuna capitalina periférica. La esquina concurrida, el semáforo era más largo, había algunos jardines, agua se podía conseguir. Hacía algo de calor, el sol ya había aflorado y los pétalos se pintaron al abrir, había transeúntes, era verano. Los perros que lo acompañaban se refugiaron del sol. El negro que traía puesto acarreaba calor, los machetes viejos y gastados, son más seguros en caso de fallar, se giró y levantó la mano izquierda, con la habilidad y la experiencia soltó en preciso momento el otro machete, ambos volaron por su cabeza des tiempos, al caer, temporalmente se alojaban en sus manos antes de volver a depositarse entre giros por los aires.