
Slavoj Žižek: «Morales demostró en Bolivia que el socialismo democrático puede funcionar, pero el pueblo no puede ser ignorado».
Por Slavoj Žižek
Morales demostró en Bolivia que el socialismo democrático puede funcionar, pero el pueblo no puede ser ignorado.
Los ciudadanos del país se sublevaron, obligados a convertirse en mayoría silenciosa; las autoridades de Bolivia corren el riesgo de que se repita la historia.
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Aunque soy desde hace más de una década un firme partidario de Evo Morales, debo admitir que, después de leer acerca de la confusión después de la disputada victoria electoral de Morales, yo estaba con muchas dudas: ¿acaso él también sucumbió a la tentación autoritaria, como sucedió con tantos izquierdistas radicales en el poder? Sin embargo, después de un día o dos, las cosas se aclararon.
Blandiendo una biblia gigante hecha de cuero y declarándose a sí misma presidenta interina de Bolivia, Jeanine Añez, la segunda vicepresidenta del Senado del país, declaró: «La Biblia ha regresado al palacio de gobierno.» Y agregó: «Queremos ser una herramienta democrática de inclusión y unidad», y el gabinete de transición que tomó posesión de su cargo no incluyó ni una sola persona indígena.
Esto lo dice todo: aunque la mayoría de la población de Bolivia es indígena o mestiza, hasta el ascenso de Morales estaba excluida de facto de la vida política, reducida a la mayoría silenciosa. Lo que pasó con Morales fue el despertar político de esta mayoría silenciosa que no encajaba en la red de relaciones capitalistas.
Todavía no eran proletarios en el sentido moderno, permanecían encerrados en sus identidades sociales tribales premodernas – así es como Álvaro García Linera, vicepresidente de Morales, lo describió: «En Bolivia, los alimentos eran producidos por campesinos indígenas, los edificios y las casas eran construidos por trabajadores indígenas, las calles eran limpiadas por indígenas y la élite y las clases medias les confiaban el cuidado de sus hijos. Sin embargo, la izquierda tradicional parecía ajena a esto y sólo se ocupaba de los trabajadores de la industria a gran escala, sin prestar atención a su identidad étnica».
Para entenderlos, debemos tener en cuenta todo el peso histórico de su situación: son los sobrevivientes del holocausto más grande de la historia de la humanidad, la destrucción de las comunidades indígenas por la colonización española e inglesa de las Américas.
La expresión religiosa de su estatus premoderno es la combinación única de catolicismo y creencia en la Pachamama o la figura de la Madre Tierra. Por eso, aunque Morales se declaró católico, en la actual Constitución boliviana (promulgada en 2009) la Iglesia Católica Romana perdió su estatus oficial – su artículo 4 dice: «El Estado respeta y garantiza la libertad de religión y de creencias espirituales, de acuerdo con la cosmovisión de cada individuo. El Estado es independiente de la religión».
Y es contra esta afirmación de la cultura indígena que se dirige esa exhibición de la biblia de Añez – el mensaje es claro: una afirmación abierta del supremacismo religioso blanco, y un intento no menos abierto de poner a la mayoría silenciosa de nuevo en su lugar subordinado y apropiado. Desde su exilio mexicano, Morales ya apeló al Papa para que interviniera, y la reacción del Papa nos dirá mucho. ¿Reaccionará Francisco como un verdadero cristiano y rechazará sin ambigüedades la re-catolización forzada de Bolivia como lo que es, como un juego de poder político que traiciona el núcleo emancipador del cristianismo?
Si dejamos de lado cualquier posible papel del litio en el golpe (Bolivia tiene grandes reservas de litio que se necesita para las baterías de los coches eléctricos y ha aparecido en varias teorías sobre el porqué cayó Morales), la gran pregunta es: ¿por qué durante más de una década Bolivia ha sido una espina clavada sobre la piel del establishment liberal occidental? La razón es muy peculiar: el hecho sorprendente de que el despertar político del tribalismo premoderno en Bolivia no terminó en una nueva versión del “Show del terror” tipo Sendero Luminoso o Jemeres rojos. El reinado de Morales no fue la historia habitual de la izquierda radical en el poder que arruina las cosas, económica y políticamente, generando pobreza y tratando de mantener su poder a través de medidas autoritarias. Una prueba del carácter no autoritario del gobierno de Morales es que no purgó al ejército y a la policía de sus oponentes (por eso se volvieron en su contra).
Morales y sus seguidores, por supuesto, no eran perfectos, cometieron errores, hubo conflictos de intereses en su movimiento. Sin embargo, el balance general es excepcional. Morales no era Chávez, no tenía dinero del petróleo para sofocar los problemas, por lo que su gobierno tenía que hacer un trabajo duro y paciente para resolver los problemas en el país más pobre de América Latina. El resultado fue nada menos que un milagro: la economía prosperó, la tasa de pobreza cayó, la atención sanitaria mejoró, mientras que todas las instituciones democráticas tan queridas por los liberales continuaron funcionando. El gobierno de Morales mantuvo un delicado equilibrio entre las formas indígenas de actividad comunal y la política moderna, luchando simultáneamente por las tradiciones y los derechos de las mujeres.
Para contar toda la historia del golpe -y no me cabe duda de que es un golpe- en Bolivia, necesitamos un nuevo Assange que saque los documentos secretos pertinentes. Lo que podemos ver ahora es que Morales, Linera y sus seguidores fueron una espina clavada en la carne del establishment liberal precisamente porque lo lograron: durante más de una década la izquierda radical estuvo en el poder y Bolivia no se convirtió en Cuba o Venezuela. El socialismo democrático sí es posible.
Vía Independent