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Salud, dolor y fármacos. El gran golpe del capitalismo

Por María José Díaz Nova

 

Aproximadamente un 30% de la población chilena sufre de dolor crónico. Eso significa que 3 de cada 10 personas padecen un dolor físico que se ha extendido por meses- quizás años- interfiriendo de diversas maneras en su diario vivir.

 

Además del dolor físico existen dolores emocionales, y asociación a estados de salud mental que impiden el bienestar. Ante esta realidad, se puede obviar la causa de aquel hallazgo, apelando a que responde a cada situación personal. Sin embargo -y navegando esperanzada en una especie de utopía sanitaria- me atrevería a decir que se vuelve urgente pararnos desde una mirada colectiva, y ser capaces de encontrar una hipótesis que plantee este dolor como uno de los grandes síntomas de nuestra sociedad. ¿Un síntoma a propósito de qué?  ojalá pudiésemos verlo nítidamente. Vivimos pasivos y pasivas de decisiones en un sistema que adolece de un individualismo y competencia extrema, inmersos en la agotadora lucha por sobrevivir en vez de vivir.

 

Trabajos extenuantes, ansiedad y control. El rigor del patriarcado. Doble labor y ausencia de cuidados colectivos. La cultura del sacrificio en medio de la inequidad más evidente. Un escenario que permite el desarrollo de enfermedades crónicas y también alimenta  la necesidad de respuestas inmediatas. Es ahí, en esta necesidad urgente de sentir alivio donde se encuentra la mejor oportunidad para hacer negocios con la Salud. Esa es la puerta de entrada a la panacea neoliberal.

 

Sin ir más allá, en Chile somos grandes consumidores y consumidoras de medicamentos. Dentro de la evidencia disponible se observa que 4 de los 5 primeros fármacos de la lista de consumo corresponden a analgésicos y/o antinflamatorios, cuyo acceso no presenta mayor dificultad ya que se venden sin receta. Sin embargo, la información acerca de los efectos adversos que puede provocar su uso y abuso no está tan difundida, y la mayoría de las veces se pierde en un pequeño papel con letra minúscula que danza invisible dentro del envase.

 

Precisamente hace unos días, se presentan desde el gobierno una serie de indicaciones a la Ley de fármacos, como por ejemplo la  venta de medicamentos en las estanterías de los supermercados. Esta iniciativa se  plantea elegantemente como un camino expedito a lo que las personas “más vulnerables” se supone que necesitan. Se exponen fármacos a una utilización más masiva de la que ya está instalada, con los riesgos que eso significa y validando la salud como si fuese un bien de consumo. Además se abre una plataforma virtual para la comparación de precios que pretende que la población pueda acceder a “la mejor opción” entre distintas farmacias.

 

Esto es un golpe que no parece serlo, y se siente como si estuviesemos acostumbrados. En relación a estas estrategias tan seductoras se escucha en los medios que se ha dado un gran salto y claro que lo es, pero un salto con piruetas directo al capitalismo más duro. A ese que nos convence de que la Salud es estar bien para poder funcionar. Pero ¿funcionar para qué, o para quién? ¿bajo qué costos?. Si seguimos siendo el país con mayor gasto de bolsillo familiar en salud, y ese gasto principalmente es en medicamentos, ¿cómo no ser el blanco perfecto de las grandes farmacéuticas para que instalen y reinstalen su hegemonía una y otra vez?. Pues la verdad es que con una plataforma de comparación de precios no se hace ni cosquillas a sus rentas estratosféricas. No hay incidencia alguna en las grandes ganancias de quienes controlan el brutal mercado de los fármacos. Todo sigue y seguirá igual.

 

Es aquí, en momentos como éste, cuando entra a la cancha la prioridad de un despertar colectivo y la construcción de salud con autonomía y trabajo comunitario, levantando entre todos y todas  un derecho social que nos pertenece. Quizá con apertura a otras  formas de estar mejor que no se nos presentan mediáticamente y  solicitando explícitamente el acceso a otro tipo de cuidados y terapias. Considerando la gran oportunidad de decir que no queremos pagar de más,  que no aceptaremos  más abusos.

 

Es nuestra decisión informada la que cuenta. Para eso es importante analizar cada intervención que se presenta como solución y ver si hace sentido en nuestras vidas y también en la vida de los otros (as).

 

No todo lo que brilla es política pública. No todo lo que se nos presenta es irrefutable. El poder de construir está en nosotros, está en nosotras,  porque la salud no tiene precio, aunque nos quieran hacer creer que se puede comparar en una pantalla.

 

 

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