
Salario mínimo: la fórmula para legitimar la máxima ganancia capitalista
Por Nicolás Valenzuela Paterakis
#DeFrente
La idea misma de salario mínimo es un término muy cómodo para la patronal. Tanto es así que la evidencia, que las mismas fuerzas políticas de la transición han reconocido, muestra de manera contundente que el salario mínimo no alcanza para cubrir las necesidades básicas de las y los trabajadores, por lo tanto, implica necesariamente precarización, pobreza y marginalidad. De esta manera, la discusión que año a año, hace dos décadas, se da en el parlamento para subir en tal o cual cantidad la cifra del salario mínimo ha resultado ser un fracaso.
Si el valor de todo aquello que se intercambia en el “mercado” es fruto del trabajo, entonces la riqueza de los patrones no es otra cosa que la apropiación de nuestro trabajo, la apropiación de nuestro tiempo.
Como ellos controlan el empleo -a través del control de los medios de producción- nos vemos obligados a ofrecerles nuestro trabajo a cambio de un salario que representa, dependiendo de la labor de que se trate, una fracción mucho menor del valor que les entregamos. Así, el salario mínimo, lejos de proponerse recuperar el valor del trabajo que día a día se nos expropia, solo se propone determinar el valor estrictamente necesario para que la fuerza de trabajo se reproduzca y pueda seguir engrosando las ganancias de los capitalistas de manera legítima. Es decir, la discusión del salario mínimo es la discusión sobre la legitimidad de la maximización de la tasa de ganancia capitalista.
Existen varias vías para recuperar el valor de nuestro trabajo. La principal es acabar con la apropiación privada del trabajo ajeno, la administración privada o burocrática de la producción y el control de los medios de producción por parte de unos pocos. Una herramienta estratégica a utilizar en este sentido es la puesta en marcha del mapeo o conocimiento productivo en las empresas por parte de las y los trabajadores en vías a la socialización de la producción. Otra es la movilización, la lucha política propiamente tal. Como esta meta, de momento, es lejano, hay que combinarla con otras.
Dentro de los marcos de la institucionalidad, tenemos la vía colectiva en la cual las y los trabajadores sindicalizados, mediante la negociación, recuperan el valor de su trabajo y con ello mejoran sus condiciones de vida. En esa línea, la negociación ramal y huelga efectiva son demandas a concretizar en un futuro próximo en la medida que incluye a quienes no están sindicalizados hoy. Por lo tanto, una de nuestras principales preocupaciones debe ser aumentar estos índices, y lograr la negociación ramal de hecho. Es el trabajo de nuestros sindicatos y frentes. Sin embargo, mientras eso no ocurra, son pocas y pocos los trabajadores sindicalizados, así que no podemos esperarles para que quienes no están(mos) en esa situación tengan(mos) respuesta.
Para las grandes masas de trabajadores y trabajadoras que no estamos sindicalizadas existen cuatro, sino más, fórmulas estatales complementarias entre sí. Son fórmulas reformistas de re-distribución de la riqueza, es decir, no pretenden cuestionar su producción y su distribución de manera radical. La primera es la redistribución del excedente social mediante la provisión de servicios públicos -que se obtiene mediante el alza de los impuestos-, la segunda es la reducción de la jornada laboral sin implicar una disminución del salario, la tercera es la fijación del salario y una cuarta podría ser la fijación de la ganancia capitalista.
Dentro de éstas nos vamos a quedar con las últimas dos, porque la primera ya es objeto de discusión en otros ámbitos (educación, vivienda, pensiones, salud, etc.) y porque la segunda, si bien es necesaria en tanto disminuye de manera importante las ganancias de los capitalistas y va en la línea de un buen vivir, no ayuda a mejorar las condiciones de sobrevivencia de los pueblos en términos adquisitivos.
El tercer mecanismo, que es menos eficiente socialmente en lo que respecta a cubrir las necesidades básicas de los pueblos -en relación al mecanismo de la provisión pública de bienes y servicios- y resulta útil a la gran masa de trabajadores que no tienen capacidad de incidir inmediatamente sobre las políticas estatales, cambiar el sistema, ni organizarse debidamente en el trabajo, solo se centra en lo aceptable que puede ser para la gran clase trabajadora vivir con tal o cual salario, según criterios tecnocráticos como “la línea de la pobreza” que no hacen más que evadir el problema central: el cómo se produce y se reparte el excedente social. Es una discusión que se tiende a dar al interior la lógica de respetar el modo de producción capitalista. Por lo tanto, la necesidad de cubrir necesidades – expresadas en las ideas de salario ético – siempre tiene como tope la idea del empleo, el crecimiento, el control de la inflación y los balances macroeconómicos. Por eso, para evitar quedarnos con las migajas, este debate siempre debiera abordarse desde la perspectiva de la recuperación del trabajo y subvertir dicha lógica.
El cuarto mecanismo, resulta ser un poco más interesante que el anterior a pesar de mantenerse dentro de la lógica capitalista, pues pone el centro en el excedente antes que en si el salario alcanza para cubrir necesidades básicas. Tiene una perspectiva más global que también puede hacerse cargo de la justeza del salario a la vez que se abre a otros problemas como el del uso eficiente del excedente social. Este mecanismo no refiere únicamente -aunque lo comprende- a la brecha salarial y a la posibilidad de construir topes de salarios máximos (ejm: nadie podrá ganar 5 veces más que quien menos gane en una misma empresa o lugar determinado). Refiere, también, a la posibilidad de ponerle restricciones a la ganancia capitalista en términos absolutos y no solo relativos -como son los impuestos-, con la posibilidad de combinarlos con éstos.
Como puede verse, todo mecanismo de corte institucional tiene limitaciones y contradicciones que tarde o temprano chocarán con el corazón del problema: la producción capitalista, o bien podrán desviarnos del camino socialista hacia vías burocráticas, de conciliación de clase, corporativistas, entre otras. Para mejorar nuestras condiciones de vida, podemos ocuparlas todas, en eso no habría que porque perderse. Sin embargo, si no revelamos el problema de fondo y tenemos una práctica estratégica coherente con ello, no solo seguiremos condenados a la discusión de las migajas, peor aún, seremos nosotres los responsables de ello.
Nota
1) El Frente Amplio como fuerza política ha priorizado las vías institucionales estatales, y dentro de ellas, la provisión de servicios públicos y la fijación de un salario que vaya más allá de la línea de la pobreza. Quedará para otro texto abordar el por qué de esta priorización y su utilidad política.
2) La extensión de este mecanismo, en el que el estado paulatinamente va tomando el control de la provisión de servicios y necesidades populares nos lleva a problema y a una interrogante. El problema es aletargamiento por popular por la creación de una enorme burocracia para sostener la provisión de servicios públicos, que a la larga siempre termina por ser ineficiente y muchas veces corrupta. La pregunta que empieza abrirse, en la medida que el estado avanza en cubrir bienes y servicios es ¿Para qué es el salario entonces?