
Revolución y Socialismo Hoy en América
#OpiniónDeFrente
Por: Miguel Silva
Los que creemos en el socialismo tenemos unos problemitas…
Que la clase trabajadora no es como antes. En América éramos cientos de miles, sino millones de mineros, estibadores, productores de zapatos, ropa y los de metal-mecánica. Hoy somos pocos trabajadores de fábricas y muchos trabajadores a honorario, muchos que compran y venden en el mercado negro, muchos que sobreviven con sus pololitos, muchos que sobreviven del campo.
La primera cosa, para ubicarnos, entonces, es decir qué entendemos por “trabajador” y “clase trabajadora”, y el porqué hablamos en esos términos.
Bueno, así sea…
La clase trabajadora son aquellos a los que no les queda otra más que vender su fuerza de trabajo a un dueño de los medios de producción (privados o estatales) y así laborar con aquellos medios, porque no tienen sus propios medios de producción para ganarse la vida.
¿Y qué decimos sobre las mujeres que laboran en la casa, cuidan las crías, pero no trabajan para un patrón. Son trabajadoras ¿y por qué importan? ¿Y qué decimos sobre los maestros y maestras que tienen un pequeño taller donde fabrican muebles o reparan ropa y venden sus productos en la feria? ¿Y los que trabajan con su computadora en la casa? ¿Son parte de la clase trabajadora?
¿Y sobre los que compran y venden, las vendedoras ambulantes, las comerciantes de la feria? Son trabajadores ¿y por qué importan? ¿Y sobre los mapuches que viven y sobreviven del campo? Son trabajadores ¿y por qué importan?
Bueno, respondo a las preguntas “al revés”. Pregunté… ¿Por qué importan? Porque miles de millones de personas en el mundo entero no viven, sino sobreviven, y queremos poner fin a esta situación. Por ende, es nuestro deber saber qué tenemos que hacer para lograr ese cambio.
El nombre del sistema social en que sobrevivimos es “el capitalismo”, y el motor de este sistema es la explotación de la fuerza de trabajo de las personas que laboran en las fábricas, supermercados, oficinas o colegios, que pertenecen a otra clase de personas o a su estado. Comencemos sobre esa base, porque eso es lo que creo. Si no estás de acuerdo, puedes hacer una observación y lo conversamos en otra columna de discusión.
Bueno, ahí estamos, con unas pocas personas que explotan a la fuerza de trabajo de muchos otros, porque les pagan menos del valor de los productos (de todo tipo) que producen.
Sin embargo, y para volver a las preguntas que nos hicimos más arriba, qué pasa con los cientos de millones de personas que NO trabajan por un salario que les paga un patrón. ¿Qué pasa con ellos…son parte del capitalismo o son de otro sistema?
Pasemos por la lista de los tipos de personas que hablamos arriba y veremos su situación una por uno.
Sobre las mujeres que laboran en la casa, pero no laboran con los medios de producción de un patrón por un sueldo. Es cierto que el patrón paga a los trabajadores un salario que ellos y ellas comparten en la casa, comparten entre el costo de alimentarse y mantenerse sanos de tal forma que sean capaces de volver a laborar el día siguiente, el mes siguiente y el año siguiente. En algunos países el patrón paga los costos de la mantención de salud de sus trabajadores y en otros países el Estado reparte ese costo entre los trabajadores y los patrones a través de deducciones de los sueldos e impuestos a las rentas de las empresas.
La clase de los patrones necesita que los hijos e hijas de los trabajadores y trabajadoras también vendan su fuerza de trabajo y que esa fuerza de trabajo esté capacitada para trabajar bien. Es por esto que el Estado reparte el costo de la crianza y educación de las crías, es decir, de la fuerza de trabajo “inmadura”, entre los trabajadores y los patrones, a través de deducciones e impuestos a los sueldos e impuestos a las renta de las empresas.
El Estado también reparte el costo de la(s) mujer(es) que mantiene(n) la casa y cuidan a las crías, reparte ese costo entre los trabajadores y los patrones, porque los sueldos integran dinero que va a la familia. Parte de los impuestos a las ganancias de las empresas también financian las casas a través de servicios sociales de un tipo u otro.
Pero nadie paga, directo a sus bolsillos, a las dueñas de casa. Nadie dice… “aquí está su sueldo por el trabajo que me hace para cuidar a la fuerza de trabajo del futuro”. Entonces millones de mujeres en este país trabajan gratis. ¿Quién debería pagarles? El patrón o, en su nombre, el Estado.
Lo que quiero decir es que hay una relación muy estrecha entre la economía del capitalismo, es decir, su explotación de la fuerza de trabajo y las labores de “mantención de la fuerza de trabajo” que las mujeres hacen en la casa. Es el capitalismo el que necesita sus labores, pero no paga un sueldo adicional a ellas.
Sobre los maestros y maestras que tienen un pequeño taller donde fabrican muebles o arreglan ropa. Ellos y ellas no venden su fuerza de trabajo a un patrón. En otras palabras, ningún patrón compra y utiliza su fuerza de trabajo y así los y las explota. Así son más libres y su vida es de la producción artesanal, lejos de la fabricación a gran escala que es típico del capitalismo. Y pueden hacer un negocio en los espacios que deja el gran sistema de producción masiva. Eso, si las empresas de producción a gran escala no bajan sus precios después de invertir en nueva maquinaria. ¡Mira lo que ha pasado con los maestros zapateros… no pueden competir con los zapatos y zapatillas chinas! Los maestros mueblistas tampoco pueden hacer competencia con los “kit” de muebles a melamina que venden en el Homecenter. Podemos decir algo similar sobre los profesionales que laboran con su computadora en su casa y venden sus programas o páginas web en internet. Pueden sobrevivir si las grandes empresas de software les dejan un huequito donde hacer sus negocios. Si no, están fritos.
Sobre los que compran y venden, sobre las vendedoras ambulantes de SuperOcho. Tampoco venden su fuerza de trabajo a un patrón. Pero sí su negocio está íntimamente relacionado con la producción a gran escala. Los bienes de plástico o de telas que venden en Meiggs llegan a sus manos a un precio que integra el costo de su producción y un nivel promedio de ganancias. Pero parte de esa ganancia se entrega al vendedor como costo de la distribución. Así, el vendedor es el último eslabón en la larga cadena de inversión, producción, distribución y venta. Eso, si los grandes cadenas de supermercados no se encargan de la importación de los bienes (a precios aún más bajos) y los venden directo al público.
Sobre los mapuches y otras etnias que no caben bien en el sistema de producción masiva si todavía viven en el campo. Su relación con la naturaleza es distinta porque no explotan la tierra sino la comparten con la pachamama. Producen para vivir o sobrevivir. Pero la gran industria les está dejando poco espacio para vivir así. Las grandes empresas agro-industriales están ingresando las semillas transgénicas y sus agro-químicos relacionados cada vez más. Otras empresas han comprado el agua o la sacan de la tierra con sus plantaciones de pino y eucalipto. Por lo tanto, aunque el mapuche quiere respetar la tierra, cada vez es más difícil vivir así. ¡La rebelión de Chiapas tenía mucho que ver con del ingreso de maíz a gran escala al país y los problemas que eso creó para los campesinos de la zona!
Ahora, armados con los argumentos arriba, vamos a repetir las críticas de aquellos que sostienen que usar lo de la “clase trabajadora” no nos sirve porque la economía y, por ende, los trabajadores ya no son como antes. Y, además, en varias partes hay muchas más personas que son vendedores en el mercado negro o que sobreviven con pololitos, que son trabajadores “de producción”.
Respondo lo siguiente: el capitalismo es una combinación de relaciones entre clases de personas. Al centro está la producción a gran escala. Producción de millones de paquetes de tallarines, de millones de tubos de pasta de dientes, de millones de paquetes de toallas higiénicas, millones de litros de detergente, millones de niños – “fuerza de trabajo”, millones de pollos, millones de metros cúbicos de celulosa, millones de kilos de cobre, millones de kilos de harina de pescado, millones de pasajes en el transporte público, millones de transacciones en las redes sociales, millones de ampolletas prendidas en la noche y millones de litros de agua potable tomados. Millones de sobres de salsa de tomate vendidos en los supermercados, también millones de paquetes de arroz, también millones de litros de aceite.
En fin, el capitalismo produce para la población de un país. Esa producción es posible hoy, en condiciones en que millones de la población NO son productores, porque la productividad de los trabajadores “de producción” (dentro y fuera del país) es muy, muy alta. Y las ganancias que los patrones que pagan los sueldos (dentro y fuera del país) son muy, muy altas. Tan altas que pueden compartirlas con vendedores (dentro y fuera del mercado negro) que compran y venden. Pagan sueldos que incluyen dinero para sostener la vida de mujeres que cuidan las crías y “crean” y “mantienen” fuerza de trabajo en desarrollo y en uso. El Estado también organiza una infraestructura de salud, educación y pensiones compartidas por las familias trabajadoras y financiadas por deducciones a los sueldos y a la renta del capital.
Muchas otras personas, en sus propias talleres, producen haciendo uso de su propia fuerza de trabajo y venden en esos espacios que los grandes productores y supermercados dejan en el mercado.
¿Qué tipo de capitalismo existe en América hoy, entonces?
Un capitalismo que integra, por un lado, producción por trabajadores asalariados “de producción” a gran escala y alta productividad, dentro y fuera del país. Integra también grandes sectores de personas que no son asalariados y venden lo que pueden comprar barato, o producen a pequeña escala y venden donde pueden encontrar un negocio en el mercado.
Ahora bien, el título de esta columna es “Revolución y Socialismo Hoy en América”, pero hemos hablado nada más sobre el tipo de capitalismo que hay y, por ende, el tipo de trabajador. Hablamos de personas que son asalariadas, otras que cuidan a la fuerza de trabajo familiar y otras que compran y venden o producen usando su propia fuerza.
¿Qué tiene que ver lo que hablamos con la revolución y el socialismo?
Tiene que ver… Por dos razones:
Primero, vamos a usar las fuerzas productivas a gran escala para vivir bien después de la revolución y los asalariados tienen que poner esa masa productiva en moción, por lo menos al inicio de la vida de nuestro nuevo país. Eso por un lado y, por el otro, los millones que no son trabajadores asalariados, pero que tienen negocios dentro del sistema y NO son patrones y NO usan y abusan la fuerza de trabajo ajena, también van a seguir con su producción, por lo menos al inicio de la vida de nuestro nuevo país. El capitalismo los ha integrado a ellos a la estructura del país, entonces pueden aliarse a los que el capital explota. O pueden hacer alianza con los capitalistas. Pueden luchar contra los que han comprado y que abusan del agua. Pueden luchar contra la polución y el recalentamiento del planeta. O pueden echar la culpa por la escasez del agua a “los tontos” del pueblo que no lo cuidan. O echar la culpa del calentamiento a los vecinos que usan demasiada electricidad.
Por supuesto, los trabajadores “de producción” también pueden equivocarse de la misma manera. Pero la gran diferencia entre ellos y el vendedor, o ella que trabaja en el negocio en su casa, es que el trabajador “de producción” pone en marcha grandes acumulaciones de capital. En otras palabras, trabaja con los medios que otros trabajadores han construido y así puede, PUEDE SI QUIERE, usar ese “trabajo humano acumulado” para mejorar la vida de todos.
Es decir, no tiene que comprar maquinaria para trabajar en la producción por el bien de todos, porque ya tiene esos medios a mano. Bueno, digo a mano, pero están en las manos de los patrones, pero el trabajador “de producción” tiene cómo sacar los medios de las manos del patrón. TIENE CÓMO, SI QUIERE. Esa es revolución.
Y también las personas que tienen un negocio en su casa pueden hacer uso de “trabajo humano acumulado. ¿Qué son el Internet, los teléfonos celulares, los caminos que usan los camiones que distribuyen los bienes, la luz eléctrica, el agua potable? Son todos consecuencia del trabajo humano acumulado. En otras palabras, todos ocupamos una infraestructura compartida (estatal o privada) de trabajo acumulado.
Los asalariados y no asalariados, para hacer la revolución, toman control del país con sus propias organizaciones base. Paran el abuso de la mayoría por la minoría, que son los patrones. Luchan por poner fin a la desigualdad, a la discriminación, al sexismo, a la polución, al recalentamiento del planeta. Y la única manera de ganar estas luchas es con la acción directa, masiva por millones de personas que el capitalismo ha convertido en una población que produce, vive, convive y consume juntos. Por ende, pueden revolucionarse juntos. El nuevo país, bajo el control de las organizaciones base de todos, se llama el Socialismo.
Pero una cosa… esta revolución no viene porque sí no más. Porque NO HAY REVOLUCIÓN SIN TEORÍA. ¿Por qué no? Porque los movimientos base pueden elegir entre los varios caminos que existen para crear un futuro. Ese futuro podría ser un capitalismo de bienestar, un pos-neoliberalismo, por así decirlo. Ese futuro podría ser un nacionalismo popular como el peronismo, o un racismo anti-inmigrante. O podría ser una revolución que movilizara tanto a los trabajadores “de producción” como las personas que laboran a pequeña escala, o que compran y venden. Ellos necesitan una teoría para juntarse, para integrarse en una visión no solamente anti-capitalista, sino también de una visión del tipo de país que podemos construir, e ideas sobre la manera en que podemos construirlo. Ese es el sentido de que NO HAY REVOLUCIÓN SIN TEORÍA.