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Revolución democrática y revolución morena

Por Javier González

 

 

Nos vienen a convidar a hacer una revolución democrática, a preguntarles a los ricos si están de acuerdo, o incluso a los pobres, así como pedir permiso para un orgasmo. Nos invitan a llevar a las urnas los derechos humanos, no vaya a ser que molesten a alguien, como si fueran negociables. Nos vienen a convidar a hacer esta revolución democrática, como si la democracia existiera donde la libertad es una estatua rodeada de marines, como si nos hubieran preguntado en el jardín tropical de los blancos lo que queríamos, como si alguna vez nuestra clase media hubiera decidido algo por sí misma por fuera de un catálogo comercial y libre del grillete crediticio, libre del sueño impuesto de ser blancos, de presumirse no indígenas (originarios) sino invasores, como si fuéramos libres del desvelo de arrancar de la pobreza cuando la tienes en la ventana y, además, como si en ella radicara el destino latente de América, por muros que levantes para ocultarla.

 

No amigos/as, al menos discutible será siempre la democracia oligárquica europea en la mente de un pueblo moreno obligado a sentirse blanco.

 

Así, nuestra izquierda-democrática latinoamericana, enceguecida por ideales importados de donde el oro y la mano de obra provienen de África hasta el día hoy, se culpabiliza cuando le dicen que le falta esa democracia ajena y pactada pero tan idílica, como una cosa moral, entonces nos convidamos a nosotros/as mismos/as a la revolución democrática; esa democracia que no moleste a nadie, esa fiesta joven pero con la música bajita, hasta las doce (máximo la una) y que ojalá poco muestre las eternas nanas indígenas limpiando los vasos al amanecer.

 

Y esa otra izquierda, la que resiste, la que debería enorgullecernos, autoimponiéndose propietaria legítima también de esa democracia blanca haciéndola pasar por popular; denunciando que renunciar a la moneda del César no era un ideal revolucionario sino fruto de una presión externa, como si no supiéramos de antemano que cada vez que intentemos nadar hasta el horizonte nos van a querer hundir. Como si hubiéramos olvidado que nadar al horizonte consiste en ser hundido y resistir. Como si no nos hubieran avisado que esto se trataba de renunciar al César, su imperio y pisotear su cara acuñada dondequiera que esté.

 

No señor/a, seamos honestos/as; la revolución no es grata ni tan euro-democrática. Es incómoda, re-significa y organiza la renuncia al mundo moderno sabiendo las consecuencias. Para la revolución la humanidad tiene una obligación consigo misma, no con el bienestar personal. La revolución no vende educación para la movilidad social, sino para la destrucción de las clases, pero como hay que ser euro-democráticos vendemos en el mercado político que la igualdad de oportunidades es para hacernos ricos a todos los morenos igual como los blancos se proveen «igualdad» a sí mismos, en su propio latifundio post medieval.

 

Entonces, nos ahogamos en lo impracticable: el bienestar europeo existe gracias a la explotación y las concesiones de transporte europeas y norteamericanas obligatorias para África y América Latina. Chile nunca va a ser Suiza y Argentina a veces olvida que supo ser más que Italia alguna vez en la historia de la justicia social.

 

Amigos/as democráticamente revolucionarios: postular a Europa es un pescado lejano a estas alturas; nosotros no le cobramos autopistas, líneas férreas, ni fabricamos armas de destrucción masiva a nadie, no le robamos oro al invadido para vendernos nuestra propia pasta de la igualdad interior. A mucha honra.

 

En esto hay una oportunidad irrepetible: La revolución latinoamericana es un laboratorio maldito (pero único) para averiguar de qué está hecha la riqueza humana renunciando por un buen rato a lo que creíamos que era la riqueza en el puro intento de averiguarlo.

 

La revolución duele; no hay caminata que no rompa los pies y a generaciones, si es necesario.

 

Entonces, con toda esta nubosidad en los lentes de la izquierda del sur, por ahí va una que otra revolución que quiso ser de verdad; latinoamericana y obrera, pobrecita ella, plantada en un basural social de prejuicio, miedo, balazo pastabasero, coqueteando entre los rasgos invisibles del américan drim y la corrupción bananera, botadero que no se interviene porque a veces le conviene al poder y se vende como idiosincrasia, como identidad, como si nuestra cultura propia fuera una bola de valores reales por el mero hecho de ser víctima de una cultura importada. Como si la pobreza fuera un valor en sí misma. Como si pagarle a un policía un parte de tu bolsillo fuera una forma más de hacer Estado, o usar camiones como transporte público fuera la solución folklórica al mal diseño europeo que dimos a nuestras ciudades injustas. Amigos/as de cerca; No basta con renunciar a Europa y el Norte, hay que renunciar a parte importante de lo que erróneamente consideramos latinoamericano para de-construir y re-significar América Latina.

 

La propia izquierda se vino a punta de discursos afuerinos y convicciones blandas, a embelesar de la mente ajena creyéndola propia y de hacer propia una identidad enferma.

 

Y hay que ver lo poco que importa ser consecuente en lo que la derecha cree que es la izquierda y la revolución, porque nos meten al juego de los blancos. Llegó la hora de la honestidad: no nos interesa preguntar a los ricos si están de acuerdo con la revolución. No hay democracia blanca, no hay revolución democrática. Democrático, gobierno popular, es rompernos la espalda todos los días por los Derechos Humanos sin importar métodos, sacrificios, ni renuncias. Sin preguntarle a nadie. Liberar América Latina es el intento más noble de la humanidad para liberarse como humanidad de su propia cárcel. Y los medios sí, lo sabemos hace años, venderán como apología de la pobreza, como crisis humanitaria, para siempre, todos nuestros laboratorios de la liberación y sí, nuestros experimentos son crisis porque no hay logro sin crisis, pero la crisis debe venir de la renuncia al poder y no como consecuencia de levantar esfinges gordas en murales proletarios.

 

Nuestro laboratorio, nuestro experimento, tiene como consecuencia natural la destrucción del poder que (al parecer en el camino lo olvidamos) es la única esencia del poder popular. Revolución y poder popular, siempre entendidos como medios y no fines en sí mismos.

 

Bien la revolución es un laboratorio, no por ello nos debemos como padres a los experimentos que hacemos, como hijos a los faraones que levantamos, ni tampoco le debemos respuestas a la democracia blanca de la ONU que se ha forzado incluso en África como modelo de desarrollo. No, no nos debemos el bienestar que se autoproclaman los que explotan afuera y mal comparten adentro. Nos debemos la dignidad de los que no tienen nada y quedaron atrás para siempre, con nuestros espíritus robustecidos, mentes claras y bosques intactos.

 

Que después de todo nuestro sacrificio llegue la ONU a medirnos con los instrumentos que quieran y se darán cuenta solos, que superamos todos sus coeficientes de desarrollo humano e igualdad sin su democracia oligárquica, sus fórmulas de desarrollo imperialista ni sus métodos infalibles para producir igualdad dentro de países invasores, sino con nuestra propia receta: la de los invadidos.

 

Una América Latina hembra, morena, verde y libre de sus propios miedos, no le pide permiso a nadie ni usa la receta política moral del patrón. No nos confundamos ni respondamos por cosas que no nos debemos a nosotros/as mismos/as.

 

Comentarios (1)

  • Dora Rodríguez Puratich

    Una clara visión de la revolución en democracia.

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