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Reminiscencias de la revolución

Por Marcel Roo

Este es el primero de una serie de artículos del venezolano Marcel Roo, que a partir de un relato en primera persona, busca hacer dialogar tres momentos históricos, el Chile de la UP donde le tocó participar, el proceso venezolano en curso y la revuelta Chile Despertó.

 

El despertar actual de Chile ha servido para generar un impresionante movimiento de masas en una sociedad que estaba completamente adormecida por el capitalismo neoliberal. Pero también ha remecido la conciencia de quienes, en otra época, vivimos en ese país la primera experiencia revolucionaria del continente mediante la llamada vía pacífica, aquella que llenó de esperanzas e ilusiones a la América del Sur y el Caribe sobre la posibilidad de cambiar de hegemonía en beneficio de la paz y la justicia social.

Hoy cuando vemos a los estudiantes secundarios, junto a estudiantes universitarios, académicos, trabajadores y mujeres de distinta condición social vencer el miedo y gritar al mundo “Chile despertó”, “Asamblea Constituyente ya” “Paco culiao” “Piñera renuncia” entendemos que la semilla sembrada en los años 70 por el proceso revolucionario que encabezó el Presidente Salvador Allende, ha comenzado a germinar.

Vuelven a la memoria aquellos días cuando llegamos a Santiago en pleno proceso de la Unidad Popular y presenciamos in situ que la lucha de clases no era una especulación académica sino situación muy real de las sociedades donde existe el predominio del capital sobre la conducta social del ser humano.

Quienes llegábamos de Caracas, la capital de un país en profundo sueño capitalista, donde lo “normal” era la ausencia de debate ideológico y donde el “Dios del mercado” era quien ejercía el dominio de las relaciones sociales, entrábamos a un mundo distinto, de valor histórico incalculable.

Uno de los primeros impactos recibidos fue encontrar un país muy pobre donde la gente iba colgada de las micros para llegar a su trabajo, pero siempre con una sonrisa a flor de labios. Contraste profundo con el nuestro donde el objetivo primordial era ser médico u abogado y meterse en la política a través de los partidos AD y Copei, principales custodios del capital corrupto. De allí surgía la conseja de “no me des nada…ponme donde haya”.

Igualmente impresionante fue ver en la Plaza de Armas una manifestación remedo del Ku Klux Klan, con personas con capucha blanca y banderas de igual color gritando consignas -que creíamos productos de películas anticomunistas- en contra del gobierno de la Unidad Popular. Habíamos leído sobre ese movimiento pro esclavista estadounidense, pero ver esa caricatura en un país suramericano me parecía surrealista.

También fuimos testigos de la Primera Gran Nevada en Santiago, después de muchas décadas,  lo que para un caribeño recién llegado fue un acontecimiento inolvidable a tal punto que, por desafiar la temperatura y salir a la calle en mangas de camisa, me originó un resfrío de “padre y señor mío” que por poco me mata.

Así fui adentrándome en el debate político que había convertido a Chile en un inédito laboratorio de luchas sociales. Ver a las niñas de un colegio dividirse entre momias y de la UP y constatar que la discusión adquiría connotaciones de política de alta factura era impresionante. Como impresionante fue ver ahora a niñas de secundaria saltar los torniquetes del metro en protesta por esa nefasta medida del  incremento del boleto. Aquellas jovencitas de los setenta seguramente ahora serán madres o abuelas de esa juventud que hoy colma la plaza de la Dignidad.

Y en mayo de 1971 escuchar al Compañero Presidente en su mensaje ante el Congreso Pleno me reconfirmó que en Chile se estaban dando los pasos fundamentales de la nueva historia que iba a escribirse en América Latina.

“Aquí estoy para incitarles a la hazaña de reconstruir la nación tal como lo soñamos…en que todos los niños empiecen su vida en igualdad de condiciones por la atención médica que reciban, por la educación que se les suministre, por lo que coman…Un Chile en que la capacidad creadora de cada hombre y de cada mujer encuentre como florecer, no en contra de los demás sino a favor de una vida mejor para todos”.

La decisión estaba tomada. Era necesario compartir a plenitud responsabilidades revolucionarias con los hombres y mujeres de ese país que nos habían recibido con cariño. Asumir disciplinadamente las tareas encomendadas y dar lo mejor de sí para que esa posibilidad de construir una sociedad mejor dentro de las reglas de la democracia formal fuera posible.

Hoy, la terca historia parece que nos da la razón. La Venezuela de estos nuevos tiempos asumió el reto y va contra viento y marea, y en otras condiciones, siguiendo los pasos en el camino que Allende abrió. Y el  Chile actual corea el cantar de Víctor Jara reclamando el Derecho de Vivir en Paz.

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