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#RelacionesInternacionales// «El programa de Boric y los desafíos del presente, balance de la política exterior de Chile» por Nicolás Valenzuela

Por: Nicolás Valenzuela

Este es el segundo de una serie de artículos orientados a realizar un balance del casi primer año de la política exterior del gobierno de Gabriel Boric.

El programa presidencial de Gabriel Boric

Su política exterior se define como: promotora del multilateralismo, emprendedora, feminista y turquesa. Con política feminista se refiere, además de la demanda de participación, a la transversalización el enfoque de derechos humanos, la perspectiva de género y la interseccionalidad. Con la política exterior turquesa se refiere a transversalizar las agendas de lucha y mitigación contra la crisis climática y ecológica global (verde) y a las agendas de protección y administración del océano (+azul= turquesa). La promesa es que supondría un cambio respecto del capitalismo verde, pues pretende superar la ideologizada creencia del crecimiento económico infinito.

Asimismo, se concibe como una propuesta progresista y de nuevo ciclo. Afirma que el proyecto internacional post dictatorial está agotado y debe ser cambiado. Apuesta por una integración flexible, definida como aquella que evita las asociaciones regionales rígidas con participación de actores no estatales. Cabe preguntarse si con lo primero se refiere a Unasur y con lo segundo al gran empresariado, como, de hecho, ocurre en la Alianza del Pacífico.

En sus objetivos establece una política comercial acorde a la agenda 2030, prioridad en consolidar acuerdos como Escazú y el pacto de migración, establecerse como un referente regional en la lucha medioambiental (potencia turquesa), propulsando la actualización de los tratados comerciales para ajustarlos a estos objetivos. Todo, con respeto al derecho internacional.

Esta política exterior ha sido formulada principalmente desde el espacio Nueva Política Exterior, financiado por la Fundación del Partido Socialdemócrata Alemán, Friedrich Ebert-Stiftung. Este think tank, en sus inicios, se concebía para fundar las nuevas relaciones internacionales de Chile desde el cambio constitucional.

En sus publicaciones se pueden encontrar los postulados y fundamentos del programa político de Boric, así como también su lectura de los gobiernos post dictatoriales: La posición de Chile en el mundo ha experimentado una transformación sin precedentes en su historia. En tan solo tres décadas (1990-2020), el país transitó desde una dictadura civil-militar de bajos ingresos, y merecedora de un amplio repudio internacional, a una democracia relativamente exitosa y estable, de ingreso medio-alto, que a menudo suscitó elogios de gobiernos, organismos internacionales y círculos financieros globales.

A nivel global sostienen que estamos ante la emergencia de un orden sin polaridades y en desorden, que supone un debilitamiento del orden liberal post guerra fría y un agotamiento del modelo neoliberal en lo local.

Como puede verse a simple vista, esta lectura, centrada en la crisis ecológica y climática y los desafíos de futuro, es superficial y parcial. ¿Cómo puede hablarse de una nueva política exterior si es que no se aborda un cambio -o se cuestione el- modelo de especialización productiva con el que Chile se inserta en el sistema mundial? ¿Cómo puede hablarse de una nueva política si no se cuestiona el peligro estratégico que implica la subordinación a China? 

Pareciera ser que, al final y al cabo, la política turquesa y feminista terminan siendo un aggiornamiento de la dependencia que nos legó la transición. Por más prestigio que pueda granjearse el país con sus iniciativas feministas y medioambientales, el principal foco debería estar en cambiar nuestra condición dependiente y primario exportadora (nacional y regional). Es tal el nivel de sujeción que tenemos con China, que cualquier crisis económica del gigante asiático, nos puede llevar a la bancarrota.

¿Cómo puede hablarse de una nueva política exterior sin hacer mención expresa a la pugna que existe entre EEUU y China y el rol que deben jugar los países del sur global? ¿Bastará, por ejemplo, con hablar de una no injerencia activa como propone Carlos Ominami? ¿Si no, qué habría que promover?

La no ideologización de la integración regional que propone el gobierno de Apruebo Dignidad, pareciera carecer de una lectura continental histórica. Nuestra posición de coloniales formales hasta la independencia, no formales durante el siglo XIX y subyugada a los designios de EEUU en el siglo XX, no puede ser ignorada. La relación de intercambio desigual a la que fuimos sometidos provocó nuestra actual posición en el orden mundial. Por lo tanto, lo que sí puede ser catalogado como ideologizada es la posición de las burguesías consulares del continente que, en tanto representantes de las grandes burguesías internacionales, pretenden defender a ultranza el modelo librecambista con el que amasaron sus fortunas.

Para terminar, no es menos importante destacar que el tópico política exterior, más allá de los majaderos emplazamientos sobre Cuba, Nicaragua y Venezuela hecho por los medios oligárquicos, no fue parte ni del debate presidencial, ni de su campaña audiovisual. Parece ser que existe una incapacidad del progresismo (y por ello se evita el tema) de sortear la trampa ideológica tendida por la derecha que supone llevar toda discusión internacional a un plano moral e ideológico.

Por último, antes de asumir su mandato, Gabriel Boric se reunió con Sebastián Piñera en La Moneda y a la salida de este encuentro afirmó que su prioridad regional sería la Alianza del Pacífico, organismo formado por México, Chile, Colombia y Perú el año 2011 (momento en que todos los países eran gobernados por las derechas locales).

Las encrucijadas del presente

Actualmente, los principales desafíos que plantea el escenario internacional son: disputa hegemónica entre EEUU y China y los efectos que tiene para todo el sistema internacional; una economía mundial aún inestable; el proceso de periferización de Sudamérica en el marco del auge asiático; la crisis climática aparejada de la crisis energética; la desaceleración de la economía china que impacta especialmente en Sudamérica por el alto grado de dependencia; las posibilidades de integración regional en un nuevo ciclo de gobiernos progresistas.

La emergencia de China tensiona, necesariamente, a una reconfiguración de los acuerdos de Yalta (y el pacto Nixon-Mao) y la institucionalidad que le acompaña. Y es que toda emergencia de una gran potencia altera los equilibrios regionales o globales y necesita de un nuevo ordenamiento. Ni hablar si lo que está en juego es quien ocupa el lugar del hegemón.

Además, el reordenamiento no solo comprende una nueva redefinición territorial y de zonas de influencia, sino también de los principios y directrices que van a regir las relaciones internacionales. El ascenso de Gran Bretaña supuso la promoción del libre cambio, por ejemplo. No obstante, las tensiones geopolíticas no son la única fuente para este tipo de transformaciones, las crisis económicas también lo son. Por ejemplo, la crisis del petróleo en el 73, llevó a la superación del keynesiano en las potencias centrales y de la sustitución de importaciones en el sur global, por el modelo neoliberal y un aperturismo radical.

¿Promueve China bases para un nuevo reordenamiento global? Las diferencias en torno a la organización del estado, en contraposición a las democracias del norte global son evidentes. Y si bien han sido objeto de un constante ataque y la contraposición intencionada de dictaduras/democracias, el éxito que ha demostrado, tiende serios cuestionamientos a los dogmas liberales. Sin embargo, en materia económica China sigue apelando a la apertura comercial y las demás reglas neoliberales.

Los enfrentamientos hegemónicos, en todo caso, son de largo aliento. No hay que perder de vista que el plan chino para reconstituir su sitial privilegiado en la historia tiene como meta el año 2049, cuando se cumpla el primer centenario de la República Popular.

En definitiva, estas maratones tienen momentos de relativa paz y otros de enfrentamiento, directo o mediado. Y en estas maratones las potencias pueden ir mudando sus principios conforme resguarden su interés nacional. Ese es el motivo que llevó a EEUU (con Trump y ahora con Biden) a tomar varias medidas proteccionistas contra China.

EEUU, según lo señalan sus propios informes de seguridad nacional, comprende que la proyección de la situación actual para los próximos 10 años implica que China podrá alcanzarle en varios aspectos de relevancia estratégica. El hegemón está en una encrucijada. Mientras los halcones están por una lógica de enfrentamiento que ayude a solidificar y mantener la ventaja que tienen, las palomas están por un entendimiento con China que evite grandes fricciones.

En China ocurre una situación similar, por un lado están los optimistas que creen que ya se encuentran con la fuerza suficiente para desafiar el orden global impuesto por los EEUU y quienes sostienen la posición de un desarrollo pacífico.

La historia nos muestra que los ascensos de las grandes potencias no ocurren sin conflictos. Es cosa de ver los casos de Japón y Alemania en el siglo XX. Xi Jinping, en su discurso ante el último Congreso del Partido Comunista Chino afirmó que el pueblo debe prepararse para grandes desafíos.

En definitiva, parece que hemos vuelto, con algunas diferencias, a las discusiones entre Lenin y Kautsky sobre el imperialismo: ¿Habrá guerra y posibilidad de un cambio profundo, una paz en tensión o una paz ultracapitalista? ¿Qué hará Chile ante un eventual enfrentamiento de potencias? ¿Si se aplican sanciones contra China por un conflicto militar, Chile podrá seguirlas con el mismo entusiasmo con las que las aplicó a Rusia? Ante estos escenarios ¿Estamos preparados para las tempestades de Marte y las flaquezas de Mercurio?

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