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#RelacionesInternacionales// «De la transición a Piñera, balance de la política exterior de Chile» por Nicolás Valenzuela

Por: Nicolás Valenzuela

Este es el primero de una serie de artículos orientados a realizar un balance del casi primer año de la política exterior del gobierno de Gabriel Boric. El artículo reseña los enfoques de política exterior predominantes en cada periodo desde la transición hasta los gobiernos de Bachelet y Piñera, donde existiría continuidad en el enfoque de regionalismo abierto e internacionalización de la economía. Apunta a su vez a la existencia de tensiones estructúrales que dificultan hoy más intensamente los procesos de integración regional. Termina planteando los desafíos en política internacional y de integración regional con los que se enfrentó el presidente Gabriel Boric al asumir su mandato.

La política exterior de la transición

El inicio de los gobiernos civiles en Chile -post tiranía- va en sincronía con el fin de la guerra fría, la bancarrota ideológica de la izquierda y la imposición del modelo neoliberal a escala mundial, también llamada globalización.

Este modelo, adoptado tempranamente por Guzmán y compañía, basado en la lógica de las ventajas comparativas y una institucionalidad ad-hoc a esta especialización productiva, dejaron a Chile en un pie especialmente apto para el nuevo mundo que se abría.

A nivel regional el escenario estaba marcado por el término de las dictaduras, la derrota de Argentina en Las Malvinas y su desmilitarización, y la implementación de las medidas del consenso de Washington. Atrás quedaron los nacionalismos guerreristas y se produjo un escenario de paz en Sudamérica, con la excepción del conflicto entre Perú y Ecuador en el Cenepa. Así se dio inicio al periodo del regionalismo abierto.

Los instrumentos regionales de orden comercial creados en los años 70 y 80 para promover la integración regional como el ALADI y la Comunidad Andina fueron perdieron peso a manos de los acuerdos bilaterales. Mercosur pretendió erigirse como un espacio de potenciamiento conjunto del Cono Sur y, en parte, resistencia a las políticas neoliberales. Con el paso del tiempo, las expectativas de la construcción de una política arancelaria común sigue al debe y este último instrumento también ha sucumbido a acuerdos bilaterales.

Chile, en esa línea, priorizó la construcción de relaciones comerciales con los grandes bloques económicos mundiales y potencias, y nuestra política exterior se volvió la política de los tratados de libre comercio (TLC). Dentro de ellos, la firma del TLC con China es el hecho más importante de la primera parte del siglo XXI. Los gobiernos sucesivos mantuvieron esa estrategia.

El intercambio con el país asiático aumenta año a año y todavía no alcanza techo según los datos entregados por el Banco Central. China, actualmente, representa el destino del 38% de las exportaciones chilenas, y provee casi el 30% de las importaciones que llegan a nuestro país. La relación de dependencia es enorme. Los datos muestran que este acuerdo, luego de casi 20 años, ha profundizado la matriz primario exportadora, ha hecho retroceder la industria nacional y no ha modificado el patrón dependiente de la gran minería.

El boom de los commodities promovido por el ascenso chino (2004-2012) fue utilizado en Venezuela, Bolivia, Ecuador, Argentina y Brasil para hacer un giro en la política de regionalismo abierto hacia nuevos procesos de integración y remover la hegemonía omnímoda de EEUU en la zona. Así es como nacen el Alba, Celac y Unasur. Chile, en general, fue un actor pasivo en estos procesos. Mientras los gobiernos de Bachelet aportaron a estas iniciativas (y el primero de Piñera tuvo que sumarse a la inercia de los tiempos), el segundo gobierno de Piñera tuvo una posición de ruptura o desahucio con ellas y llegó al paroxismo con su viaje a Cúcuta.

El estado actual de la integración regional, tras la derrota -electoral y no electoral- de varios procesos progresistas, es la desarticulación de Unasur y el inmovilismo en la Celac. Y el potenciamiento de organizaciones como la Alianza del Pacífico que tienen un perfil mucho más empresarial. Los recientes y no tan recientes triunfos electorales del progresismo y la izquierda en la región (Boric, Fernández, AMLO, Petro, Lula) entregan perspectivas de su reorganización.

No obstante, el acuerdo que existe -por ahora- entre las principales potencias mundiales (de mantener las políticas de apertura comercial y monetaristas) deja menos espacio para formación de proyectos nacionalistas o desarrollistas, como los que ocurrieron en la primera mitad del siglo XX. Momento de interregno en el que EEUU se erguía como potencia hegemónica, se producía la recesión global creada por el crac del 29 y despegaba URSS. En prácticamente todo el mundo corrieron vientos desarrollistas, keynesianos y socialistas. Hoy el escenario es adverso. En este contexto, el rol que juegue Brasil será determinante.

En este punto es posible identificar dos tensiones estructurales que dificultan los procesos de integración: por un lado, la hegemonía histórica del proceso de reforma y apertura hace que la política de un gobierno poco puede hacer para cambiar las políticas de Estado (a menos que intente un proceso de refundación, que aún en el caso de Venezuela es bastante acotado). De esta forma, lo que avance un gobierno progresista o de izquierda, está a merced de la próxima elección o proceso de lawfare o mediafare. Como ejemplos: la desestructuración de Unasur, los procesos golpistas en Brasil, Bolivia y Ecuador y el lawfare en Argentina. Por otra parte, si bien en Brasil hay consenso entre los sectores dirigentes de la necesidad de asumir un rol protagónico a nivel mundial dentro de las próximas décadas, existen diferencias patentes entre el rol que ocupa Sudamérica en dicha estrategia: mientras que para el petismo es central, para los sectores reaccionarios no.

Chile, se ha mantenido bajo la sujeción ideológica a EEUU, con algunas excepciones como la negativa de Lagos a apoyar la invasión de la potencia del norte a Irak y la atinada intervención de Bachelet en el intento de golpe a Bolivia en 2008. Dada la cada vez mayor dependencia económica de China, el Estado chileno ha evitado que las presiones de Washington dañen sus relaciones con Pekín y no ha emitido críticas al gobierno de Xi Jinping. Ilustrativo de esto es el viaje de Piñera a China que se llevó a cabo inmediatamente después de que Mike Pompeo, secretario de Estado de Donald Trump, afirmara que el capital chino es corrosivo (2019). De todas formas, la influencia es considerable. Chile participó activamente del TPP-11 que en sus inicios fue una iniciativa estadounidense para contener a potencia en ascenso.

La política exterior en los gobiernos de Bachelet y Piñera

Mientras China despuntaba como potencia global, aparecía el BRICS y en nuestra región se producía el deterioro de las instituciones de integración regional y su reemplazo por el Grupo de Lima y Prosur, el segundo gobierno de Michelle Bachelet propulsó el multilateralismo como bandera en las relaciones internacionales centrando sus esfuerzos en el cumplimiento de las metas de la agenda 2030. En coherencia con esto sentó las bases de una política exterior en base al respeto al derecho internacional, defensa de la democracia y los derechos humanos, responsabilidad de cooperar, entre otros. En tal sentido, Chile apostó a un fortalecimiento de su poder blando y a elevar su estatus en el concierto internacional a partir de la defensa de estos valores y prácticas, expresado en el acuerdo de Escazú y Migración y en la firma del acuerdo de París (COP-21).

A su vez, fijó prioridades: América Latina en primer lugar, relación estratégica con EEUU, cooperación para la seguridad global; cambio climático, biodiversidad y desarrollo sustentable, comercio internacional e inversiones y migraciones. El gobierno de Michelle Bachelet, no obstante, mantuvo inalterable la estrategia de los años 80: El desarrollo de nuestro país depende fuertemente del comercio exterior y la política exterior es, cada día con mayor fuerza, un medio para favorecer la internacionalización de nuestra economía, fortalecer la promoción comercial y fomentar el desarrollo económico y social nacional. 

El segundo gobierno de Piñera se caracterizó por un deterioro de la imagen de la política exterior chilena, especialmente en lo que se refiere al multilateralismo. Además del ya comentado y vergonzoso episodio de Cúcuta, se suma la no firma de Escazú, la no firma del Pacto de Migración (ambos trabajados por Chile), el abandono de las misiones de Paz de Naciones Unidas y los destacamentos de la fuerza conjunta chileno-argentina Cruz del Sur, y la forma competitiva en que resolvió el suministro de vacunas ante la pandemia Covid-19. Por otra parte, destacó su priorización de relaciones con el Asia Pacífico y el avance en la negociación del TPP-11. 

De esta manera la llegada al gobierno de Boric se producía bajo las siguientes interrogantes ¿Cuál política exterior y para qué? ¿Cuáles alianzas globales y regionales priorizará? ¿Qué similitudes y diferencias tendría con el gobierno de Bachelet? ¿Qué posición ocupará en el concierto internacional ante la disputa de las grandes potencias y la guerra en Ucrania? ¿Cuáles son los escenarios previsibles y cómo se puede abordar? ¿Qué posición adoptará respecto de Escazú y el pacto de Migración? Interrogantes que intentaremos caracterizar en un próximo artículo.

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Comentarios (1)

  • Héctor Rodríguez silva

    Además del legado de Piñera de haber presidido algunos movimientos de unidad de latino américa, hoy no queda nada de eso ya que sus países aliados,como Perú y Colombia, tuvieron un cambio de timón político, dejando un trabajo botado y que nadie quisiera retomar…..

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