
«Paradojas de un premio» por Ingrid Córdova
Por: Ingrid Córdova
Se ha entregado el Premio Nacional de Literatura al poeta Elicura Chihuailaf representante del pueblo, la lengua y la cultura mapuche y lo primero que hay que decir es que el poeta y su sólida obra tienen los merecimientos de sobra para hacerse acreedor a esta distinción. Su creación literaria irrumpe en la poesía chilena quebrando un canon restrictivo unicultural que sin duda ha tardado 78 años, tres cuartos de siglo desde su primera entrega en 1942, en reconocer el aporte de una “producción cultural autónoma, arraigada en la oralidad y alejada de las pautas europeas simbolistas y modernistas de la poesía y la figura autoral del poeta.” (1). De ahí que no es posible restarle mérito alguno a esta distinción. Aclarado ese punto, tampoco es posible desconocer que el Premio Nacional de Literatura ha estado sujeto desde hace un tiempo ya, a varias discusiones que no son menores en los marcos de la sociedad chilena del siglo XXI y que nos plantean sustanciales paradojas.
Paradoja 1: Creado en 1942,por el gobierno de Juan Antonio Ríos a partir de una iniciativa de la Sociedad de Escritores de Chile, la participación de esta instancia compuesta por los propios escritores, fue excluida del jurado por dictación una ley especial, que en una declaración sostenida por la misma SECH, manifestó en su momento: “la Ley 19.169, de 1992, incluyó la insólita disposición de dejar fuera del jurado que otorga el Premio Nacional de Literatura a los representantes de la Sociedad de Escritores de Chile, es decir, se excluyó y anuló de plano el derecho a deliberar y sufragar precisamente a la organización creadora de tal reconocimiento.”(2) Hoy en día el Premio es otorgado por un jurado compuesto por el ministro de cultura de Cultura del gobierno en ejercicio, el rector de la Universidad de Chile, un representante de la Academia Chilena de la Lengua y otro del Consejo de Rectores, y dos personas designadas por el Ministerio de Cultura, generalmente vinculadas a algún área de la creación literaria, excluyendo la amplia discusión de sus pares.
Paradoja 2: En la misma declaración se hace notar que “…agravando ese regresivo y paradójico escenario, el Premio Nacional pasó de ser otorgado anualmente a constituir, a partir del Decreto 681 impuesto por la dictadura en 1974, una entrega solo cada dos años, lo que ha significado que un sinnúmero de destacados nombres que dieron lo mejor de sus letras a Chile y al mundo, murieron sin recibir el más elemental estímulo que les ayudara a sobrellevar la existencia en el ejercicio de un oficio cuyo verdadero valor está muy lejos de ser rentable.” (3). Ergo el premio se entrega bajo los marcos de una constitución y marcos legales claramente cuestionados y a punto de cambiar.
Paradoja 3: El premio ha presentado claros sesgos de género y de etnia. El galardón se ha entregado en 54 ocasiones y ha premiado a 49 escritores y solo a 5 escritoras, lo que expresado en los porcentajes que tanto gustan por estos días, indica que el 90,7 % se adjudicado a varones y que solo el 9,2 % ha sido otorgado a mujeres. Esta brecha se hace a un más extensa e injusta si pensamos que solamente una poeta (Gabriela Mistral luego de recibir el Premio Nobel de Literatura), lo ha recibido. Permanentemente se ha excluido a talentos y aportes de la talla de María Luisa Bombal, Stella Díaz- Varín, Carmen Berenguer, Elvira Hernández, Rosabetty Muñoz, Delia Domínguez, Teresa Calderón, solo por nombrar algunas. Las disidencias no hay corrido con mayor suerte, postulado Pedro Lemebel en el 2014, se supo desde el principio que moriría sin recibirlo…para qué hablar de aquel sector de las disidencias que está fuera de los márgenes estrechos del canon (que también los hay). Recién el premio 2020, reconoce la obra de un escritor como Elicura Chihuailaf como merecedora de la distinción, también en este reside la importancia que lo haya recibido. Paradoja 4: La cultura y su patrimonio no pueden enajenarse de los contextos sociales del país en su totalidad y hoy vemos cómo por un lado se distingue la obra de un escritor como Chihuailaf, mientras que por otro lado la inversión cultural del Fondo del Libro fusiona los recursos destinados a pueblos originarios y formatos inclusivos en la categoría de libro único, que es una manera elegante de hacer desaparecer o al menos reducir las posibilidades reales de obtenerlos. Observamos también el reconocimiento de una cultura ancestral a las letras chilenas, -hecho justo y merecido, lo dijimos, – mientras que, por la otra vereda, vemos con perplejidad como el pueblo mapuche es agraviado sostenidamente por el mismo gobierno que premia. Finalmente es necesario considerar que no se puede seguir manteniendo un premio nacional, sin integrar a dicha distinción, los debates urgentes y necesarios que forman parte del momento y la crisis social que Chile enfrenta, no hacerlo convierte cualquier reconocimiento en una tradición carente de sentido real y en un buen titular para la prensa, nada más.
(1) Memoria Chilena , Biblioteca Nacional de Chile.
(2) Declaración Directorio Nacional Sociedad de Escritores de Chile, Santiago, 8 de julio de 2020.
(3) Declaración Directorio Nacional Sociedad de Escritores de Chile, Santiago, 8 de julio de 2020.