
Luna Follegati, historiadora: «El feminismo tiene que articularse y vincularse a problemas estructurales»
Luna Follegati es historiadora y académica. Se especializó en la temática feminista y hoy es una activa partícipe de esa causa y militante de SOL. Quisimos conversar con ella en torno a los rasgos de la denominada «ola feminista», sus contradicciones, fortalezas y desafíos.
Por Nicolás Valenzuela Paterakis
#DeFrente
-Vamos a lo esencial, ¿qué significa ser feminista en el siglo XXI?
Voy a hacer una lectura histórica primero. El feminismo ha tenido distintos sellos. A comienzos del siglo XX ocurrió la irrupción de la mujer a partir de una voz política en cuanto a la lucha por el derecho al voto, los derechos civiles y políticos. Desde los años ’80 en adelante -particularmente en el caso de Chile-, las mujeres se posicionan en relación con demandas que problematizan cómo, en términos de un proyecto propiamente feminista, interpelar específicamente los términos de la democracia en un contexto de dictadura. Esto generó una articulación en el feminismo a nivel latinoamericano, lo que también fue un sello. Este segundo sello del feminismo en el siglo XX movilizó una condición de organicidad, de articulación que pudiese responder a problemáticas conjuntas más allá de una exigencia de derecho. Es decir, plantearse desde un punto de vista específico: cómo las mujeres queremos la construcción de una sociedad distinta. Yo diría que ese segundo sello se fue desdibujando en los años ´90 y a principio los 2000. Hoy en día el feminismo posee dificultades para su comprensión, principalmente porque esta misma trayectoria ha producido una diversificación de posicionamientos, lecturas, una vasta pluralidad, que produce un feminismo diverso, incluso en términos de sujeto.
Hoy en día, ser feminista comprende un posicionamiento en términos subjetivos, desde el punto de vista de una experiencia. Comprende una reivindicación que, básicamente, implica transformar las relaciones de dominación desde el punto de vista de la configuración de la relación sexo-genérica. Por otra parte, el feminismo también relee procesos y conflictos actuales desde una mirada distinta a cómo habían sido interpretados en siglo XX, principalmente en cuanto al rol de los trabajadores y de la lucha de clases. Para mí, ser feminista es querer transformar las relaciones de subordinación y de dominación que se dan cuando un sujeto está por sobre otro, en cuanto a las diferencias que se crean por sexo, género, clase, raza, etc. Yo creo que la disputa es justamente esa: cómo nosotros podemos plantearnos desde un feminismo que sea un conjunto no organizado pero si articulado, de diversidades, que plantee sus propias diferencias de una forma dialogante y no como una estructura de unificación.
-¿Cuál sería el aporte de este feminismo del siglo XXI a la crítica al neoliberalismo y también a la izquierda?
El feminismo, al ser diverso, puede situarse en diferentes lugares de crítica: desde el punto de vista comunitario, desde el punto de vista de la relaciones de producción, desde el énfasis en la cuestión de la identidad de los sujetos. Distintos ejes que, de alguna manera, dialogan. Lo que me interesa particularmente del feminismo es que no solamente pueda plantearse como un desafío en términos de transformación de ciertas formas de relaciones socioculturales, sino también como uno que interpele al neoliberalismo porque este ha desactivado la condición subversiva del feminismo. Esto en términos de que esa apuesta por transformación y por una construcción de una sociedad radicalmente democrática, una sociedad donde uno luche y apueste por una transformación de las formas de reproducción de las desigualdades sociales, ha podido ser desactivada o hipostasiada por el neoliberalismo. Tal proceso se ha desplegado desde los ’90, con la implementación de diversos programas y lecturas que lo restringieron a una variable de cuantificación de la diferencia, más que a un componente subversivo en términos de movimiento.
Por otra parte, el feminismo debería señalar que esas desigualdades no están desvinculadas de las formas de reproducción económica. Aquellas mujeres que están siendo explotadas hoy en día o aquellas están en una condición de precarización extrema, no es por casualidad, es decir, no son pobres por casualidad. Lo que puede ser el feminismo en términos de crítica al neoliberalismo, es volver a vincular cómo la explotación capitalista y la perspectiva neoliberal afectan de modo más fuerte en aquellas mujeres que están en una condición de explotación y en una situación de vulneración más explícita.
El feminismo debiese poder ver que no solamente los problemas de su acción política están en vincular los derechos reproductivos y la violencia de género, sino más bien en cómo existe una relación estructural de violencia que es producida por un sistema neoliberal. Por otra parte, lo que hace el feminismo en términos de crítica para la izquierda es plantear una democratización de la misma estructura y una forma de pensar la política más allá de una condición de sujeto o a un problema específico: su fuerza crítica está en la necesidad de transformación social desde un punto de vista político más integral.
-Desde la perspectiva feminista, ¿cuál es el balance de los gobiernos progresistas en Latinoamérica?
En 1981 fue el primer encuentro feminista latinoamericano, en Bogotá (1). Dicho encuentro fue importante porque se define como feminista, es decir, planteaba una condición política e ideológica distinta a nivel latinoamericano. Esa coordinación tiene su propia trayectoria y en los ’90 empieza a caer en una disputa y en un resquebrajamiento. En resumidas cuentas, los gobiernos progresistas no han sabido responder de una forma feminista, porque la pregunta nunca ha sido feminista, ha sido desde el punto de vista de cómo se pueden tratar de resolver o entregar ciertos recursos, mecanismos y herramientas para que las mujeres salgan de una condición de pobreza, y tengan mejores condiciones de vida. Las políticas de empoderamiento y las agendas para la igualdad de oportunidades dotaron de recursos a la mujer para que ella misma se hiciera cargo de su condición, pero en términos de una lógica neoliberal. No hubo un empoderamiento en términos políticos, sino una acción circunscrita a los mismos designios del capital.
Yo creo que la evaluación es compleja, porque no existe y no ha existido una forma de explicar cómo lo institucional se puede hacer cargo de las demandas feministas en sus distintas dimensiones, porque sus demandas no radican exclusivamente en la administración del Estado. Si bien en el Estado están todos los recursos para poder atender a demandas puntuales y necesarias, como leyes de violencia de género, aborto libre, medidas de protección en los casos de que se requieran, en fin, la transformación de las relaciones sociales también tiene que estar impregnadas de politización y activación social. Habría que profundizar esa lectura.
-Uno podría decir, por extensión, que habla del carácter patriarcal de las organizaciones políticas que fueron parte de esos gobiernos progresistas también…
Claro, el feminismo debe salir de esa política de identidad y plantearse en términos estructurales, es decir, en cómo nosotras tenemos una perspectiva que apela a la transformación de un modelo de desarrollo y qué tenemos las feministas para decir en relación a eso.
-El presente del campo feminista es muy complejo. Está el asesinato de varias dirigentas en Latinoamérica, la irrupción de los gobiernos de derecha y, por si fuera poco, la emergencia de las iglesias evangélicas, la cual ha empezado a meterse en los sectores populares. Hablamos de un fundamentalismo que viene a reafirmar toda una práctica patriarcal. ¿A qué se tiene que enfrentar ahora el feminismo latinoamericano, cuáles son sus principales desafíos?
Los procesos que se levantan a partir del espacio religioso, como el mundo evangélico, responden a los propios procesos de transformación que ha generado el feminismo en los últimos años: el avance de las demandas en una movilización por la reivindicación de los derechos que pueden ser socialmente asignados. Hoy en día, ser feminista no es algo que signifique una posición de resquemor, sino que está posicionado públicamente. Esto ha generado que las reacciones se vuelvan más radicales. Creo que, por una parte, el feminismo tiene que hacer frente a que esto es una lucha y, en tanto lucha, necesita un espacio de articulación. Las organizaciones pueden estar de forma desvinculada haciendo frente, por ejemplo, a la violencia en términos de atentados como los que han tenido dirigentas y voceras feministas. La única forma de responder a eso es efectivamente a apostar a la construcción de un amplio movimiento feminista. Yo creo que es ahí donde deberíamos tener una mayor profundidad en términos de poder elaborar y poder pensar cómo nosotras nos vinculamos a ese espacio.
-¿Cuáles crees que son los elementos programáticos capaces de construirse a nivel latinoamericano? ¿Cómo podrían identificarse claves similares para ir construyendo un programa común en la región?
Hay que tener la voluntad de un diálogo y aceptar la condición diversa del feminismo para sentarse a conversar y apostar a que, en el fondo, nosotras tenemos lecturas distintas, pero nuestra intencionalidad es común. En términos históricos, también el movimiento feminista se configura como tal cuando han existido ciertas reivindicaciones que operan como un eje común: derecho al voto, la disputa o la exigencia de la democracia, la violencia de género o las demandas por aborto. Allí es cuando uno puede reconocer que el feminismo está activo en términos de movimiento. Es cosa de ver las manifestaciones en España -en Chile incluso- tras el caso «Manada». Ahí surge la pregunta de por qué la crítica no es permanente o por qué no puede salirse de esa manifestación pública puntual. El tema no es necesariamente que el programa no sea suficiente, sino que nosotras deberíamos saltar -como lo hicieron en los ’80- a que la apuesta de transformación tiene que ser mayor es decir, pueda traspasar los problemas particulares del feminismo. Nosotras exigimos una condición de justicia e igualdad, que bajo el neoliberalismo, es imposible. Falta esa intencionalidad, una voluntad de articulación, de respeto y de dialogo, una perspectiva común que permita visualizar a qué estas apostando. Es decir, que esa apuesta no se desarrolle en términos de una agenda tan específica.
-En este feminismo que es tan plural, ¿cuáles son las actrices que uno podría identificar para convocar a sentarnos en una mesa y comenzar un diálogo programático?
Es una pregunta difícil, pero interesante, porque se trata de una cuestión que las feministas nos venimos preguntando hace mucho rato. Porque la pregunta de fondo es cómo se construye feminismo social, popular, desde la izquierda. Cómo construyes un proyecto feminista y que en términos de proyecto tenga un sentido, una trayectoria y apuesta en función de un objetivo común. A mí me parece que el feminismo por sí solo es un componente, es decir, la configuración de un movimiento compuesto por organizaciones feministas, espacios reivindicativos que problematizan elementos desde la Ley de Identidad de Género hasta el aborto libre, pasando por #NiUnaMenos o la Coordinadora 8M. Pero me parece que eso también restringe un marco de acción, en el sentido de que el feminismo tiene esta doble dimensión. Hay que ver con ojos feministas el conflicto de No + AFP, el conflicto de los honorarios, las isapres, el agua y los territorios, la vivienda digna, la salud, etc. Esa visión que otorga un énfasis feminista de carácter estructural, que todavía está en construcción.
-¿Dónde identificas esos espacios más constituidos del feminismo en Chile y cuáles crees que son los espacios centrales que tienen que explotar?
Efectivamente hay un feminismo más consolidado, de carácter histórico, en el que están en estas reivindicaciones como el aborto. Hoy en día adquieren nuevas herramientas y nuevos componentes, porque hay jóvenes feministas que se suman a esas trayectorias. Eso es necesario ampliarlo, ya que muchos de esos problemas están acotados al mundo feminista y, en términos sociales, responden a un tipo de sujeto, de mujer, de militante, que sigue siendo un sector de clase media con un nivel educativo y un perfil político más proclive a hacerse parte del feminismo. Es necesario poder traspasar esa barrera. Nosotras tenemos mucho que avanzar en el sentido de diversificar la composición del feminismo, porque si no, sigue estando acotado a una realidad socioeconómica determinada, a un grupo con afinidad determinada o a un espacio de reflexión feminista determinada y no logra tener una condición transversal. El feminismo tiene que ir más allá de los espacios en los que ha estado (y que ha estado bien) y plantearse con una voz de disputa y disruptiva, vincularse con otros problemas que sí son de carácter estructural, que afectan a una gran cantidad de la población.
-¿Son realmente feministas las organizaciones que componen el Frente Amplio?
Hay muchas organizaciones que se consideran feministas y que reconocen el feminismo como un componente central y estructurante de su forma y su visión política. La pregunta es si efectivamente pasa del papel a la realidad, y yo creo que en ese sentido hay dos ejes de lectura. Un eje tiene que ver con cómo se trabaja desde el feminismo esa orgánica: si es algo enunciativo o solamente es un espacio privilegiado para decirse feminista. Por otra parte, está la relación entre los partidos políticos y el feminismo, es decir, si es que efectivamente las organizaciones han podido ser permeadas por el feminismo. Ese es un desafío, porque el decirse una organización completa feminista implica no solamente integrar las problemáticas y las reivindicaciones del feminismo como un marco de acción o como una reivindicación en términos de disputa, sino también transformar prácticas en la interna. Para mí una organización que es feminista y mantiene una relación de carácter autoritaria o despótica no corresponde a cómo nosotras las feministas deberíamos entender la construcción de la política. En ese sentido, creo que quienes integramos el Frente Amplio, en términos de que somos organización de izquierda, deberíamos tener una profundidad y una seriedad al momento de llamarnos feministas para señalar que el feminismo también responde a una socialización de la construcción política y que las mismas formas de deliberizacion estén sociabilizadas. Por lo menos ese es el sello que hemos intentado construir desde SOL. Las mujeres han sido históricamente excluidas de la política y no podemos replicar eso al interior del FA.
-A partir de tu propia experiencia, ¿cómo evalúas a los compañeros en torno a hacerse parte o involucrarse con el feminismo?
Hubo un momento de desconocimiento o de distancia, incluso rechazo, que yo creo que ya pasó. Después hubo un momento de aceptación y me parece que tiene que ver mucho con el componente electoral del feminismo. Eso es necesario decirlo: cuando el feminismo comenzó a tener rédito a nivel estudiantil en términos de las candidaturas que se designaban como feministas, el feminismo empezó a tener una cabida al interior de la izquierda.
La relación candidata=feminista genera una vinculación positiva por parte de los votantes y eso se probó a nivel estudiantil y a nivel parlamentario. Entonces, para cierta población (educativa, universitaria, joven) designarse como feministas generó un proceso de politización de mujeres que no entraron a la izquierda, entraron al feminismo directamente. Entonces los compañeros se dieron cuenta de que el feminismo era positivo para la orgánica. Ha sido un aprendizaje difícil de llevar a cabo, porque es un proceso. Nosotras mismas estamos empezando a denunciar, a plantear esto, pero también a decir basta con cosas que ya no se pueden permitir.
(1) «En el mes de julio de 1981, más de doscientas feministas latinoamericanas se reunieron en Bogotá para conocerse, intercambiar ideas y hacer proyectos para el futuro. Hasta ese momento, América Latina había permanecido aparentemente ajena al movimiento de liberación de la mujer» (Fuente: https://ideasfem.wordpress.com/textos/i/i21/)