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Lo que viene: ¿El fascismo latino?

Por Miguel Silva

#DeFrente

 

 

Todos esperamos que el  éxito de Jair Bolsonaro en las elecciones presidenciales en Brasil, no sea un éxito entre muchos para la ultra-derecha en América.

 

Pero para hablar sobre ese tema, tenemos que ver cómo nació su apoyo.  Es decir, ver de dónde viene ese populismo derechista que algunos identifican como el fascismo latino.

 

Un vistazo a la política económica de los “gobiernos” (civiles y militares) del último medio siglo en Brasil, nos enseña que hubo un período de “nacional-desarrollismo” fomentado incluso por el régimen militar, luego el período neoliberal de privatizaciones de Enrique Cardoso, seguido por los gobiernos de progresismo moderado del PT. Y hoy, otro período del neoliberalismo duro bajo Bolsonaro.

 

Durante los ocho años del gobierno de Cardoso, la deuda pública y privada como fracción del PIB aumentó de 29.2% a 56,5%. Un cambio enorme. Se pagaba, y se paga, altas tasas de intereses a esa deuda,  a las veinte mil familias que tienen el 80% de los títulos de la deuda pública en sus manos. Por ejemplo, en 2005, el gobierno de Lula pagó una cuarta parte del presupuesto en el servicio de la deuda interna y externa.

 

Bueno, por supuesto la bonanza de las exportaciones de soja, maíz, petróleo y hierro, facilitó el pago de los intereses a la deuda y las inversiones “sociales” de los gobiernos del PT. Medidas dirigidas a los más pobres como la bolsa familiar y el aumento en el sueldo mínimo  sacaron a millones de la pobreza más oscura, mientras la bonanza de las exportaciones llevó a millones más a una vida mejor.

 

Sin embargo, para habilitar sus medidas, los gobiernos petistas  transaron con los múltiples partidos parlamentarios. Transar significaba comprar a estos partidos, y como consecuencia, desde 2005 en adelante se reveló una serie de escándalos de corrupción donde estaba metido el PT.

 

En ese año, el presidente, secretario general y tesorero del PT renunciaron por los vínculos entre su partido y la empresa de Mauricio Valero. Luego, el escándalo del “mensalao”, es decir de los pagos mensuales a diputados  para conseguir una mayoría parlamentaria. Tarso Genro, presidente interino del PT en 2006, explicó este rara combinación de reforma y corrupción de la siguiente forma:

 

“el PT no había logrado formular una alternativa que despierte los mejores sentimientos de solidaridad y humanismo, proscritos por el economicismo neoliberal. Hemos avanzado, pero estamos bloqueados a medio camino, no entre el progresismo y socialdemocracia, sino entre el progresismo moderado y el neoliberalismo teñido de falsa modernidad.”

 

De hecho, entre los años 2003-2011, bajo esa política del progresismo moderado el 1% más rico de la población aumentó su porcentaje de la riqueza del país de un 27.4% a 29.4%.

 

Según Joao Stédile del MST, bajo los gobiernos del PT, “no cambió nada”.  ¿Cómo podía decir algo así?… porque el PT gobernaba a través del parlamento y había perdido sus bases de activistas en el MST y otros movimientos.

 

La política del  progresismo moderado no aguantó la crisis de 2011, cuando se acabó la bonanza económica y la tasa de crecimiento económico bajó de 10 a 2%. Millones de familias que se habían endeudado durante los años de la bonanza, no tenían cómo seguir pagando los intereses y  el gobierno quedó sin recursos porque sus ingresos bajaron y las empresas y ricos que nunca habían pagado muchos impuestos que digamos, seguían en los mismo.

 

En 2013, mientras los pobres sufrían los recortes en las inversiones sociales, una nueva generación de jóvenes derechistas acompañados por petistas, marcharon contra la corrupción y gastos del mundial. Acto seguido, otro caso de corrupción fue la  “Lava Jato”.

 

Se encarceló a Lula, se echó a Dilma Rousseff  y peor, el PT, para ganar las elecciones locales hizo alianzas hasta con los mismos partidos que apoyaron la destitución de Dilma.

 

La cesantía aumentó a 14%, llegó Temer al gobierno, se revelaron otros casos de corrupción, pero la economía comenzó a recuperarse. Y no hay que olvidar que el estándar de vida y los privilegios de los ingenieros, médicos y abogados cuyos hijos forman parte importante de la derecha radical, ahora ya no son tan distintos como antes a los de los trabajadores. Su “estatus” no es lo mismo que antes y su capacidad de ganar dinero fácil con la compra y venta de casas y arriendos es más difícil porque el precio de las casas ha aumentado mucho.

 

En fin, el crecimiento  no se sentía en las casas endeudadas  y una solución más radical a los problemas levantó su cabeza… ¡¡Basta de ganar un buen sueldo sin trabajar!! ¡¡Basta de funcionarios estatales corruptos y sus pensiones millonarias!! ¡¡Basta de trabajadores negros flojos!! ¡¡Basta de mujeres que alegan sobre cualquier cosa! ¡Basta de recortes en la salud y servicios estatales! ¡Basta de crímenes y violencia!

 

En otras palabras, nació una derecha radical que exigía soluciones a los problemas no resueltos  por los gobiernos del PT y de Temer.

 

Ahora bien, para volver al título de esta columna… ¿este movimiento es fascista?  

El movimiento fascista no es una derecha parlamentaria más. Es contra el sistema, contra el capitalismo existente y las organizaciones sociales existentes, contra el estado existente. Es un movimiento de masas que quiere remodelar el sistema y tiene una ideología anti-sistémico que moviliza millones en las calles.

 

Otra vez entonces…  ¿este movimiento es fascista alrededor de Bolsonaro es fascista?

 

Es anti-sistémico,  es decir, quiere soluciones que no son “normales”. No quieren más de lo mismo. Su base, la clase media radicalizada, también arrastra sectores de trabajadores que quieren soluciones que el sistema no les entrega. De los trabajadores hay  cincuenta millones con contratos, pero también cuarenta millones en condiciones precarias que quieren soluciones distintas a lo de siempre. ¿Son radicales los nuevos derechistas entonces? Sí lo son, pero vamos a ver cuánto anti-sistémico son.

 

¿Son anti-capitalistas? Eso lo vamos a ver en el transcurso del año. Si privatizan las empresas grandes estatales y las pasan  a las manos de unos pocos millonarios, no son anti-capitalistas. Pero si crean lo que nosotros conocemos como el “capitalismo popular”, se ponen en contra del capitalismo existente.

 

¿Están en contra de las organizaciones sociales existentes? Bueno, el primero decreto que promulgó Bolsonaro fue pasar el control de las tierras indígenas al ministerio de agricultura ya   en manos del agro-industria. Y su plataforma integró ataques contra los “trabajadores flojos” dentro y fuera del Estado.

 

¿Son un movimiento de lucha callejera?

 

No tienen un partido que les puede organizar todavía, pero quieren crearlo. No tienen un aparato grande de jóvenes que luchan contra sus enemigos en la calle … todavía.

 

¿Son independientes del aparato militar y así pueden hacer cambios radicales en el Estado? No todavía; el gobierno de Bolsonaro está integrando muchos ex militares por ende no es independiente de ellos… todavía.

 

Si logran  crear un aparato y si ellos toman el control de las calles. Si ofrecen a millones una salida de los problemas que el sistema no ha solucionado. Si levantan una nueva ideología anti-sistemico, anti-corrupción, contra los beneficios que reciben los “flojos”,  la derecha puede convertirse en un movimiento populista, radical, similar a los fascistas de otros tiempos.

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