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“Llámame Francisco”: El camino, la «verdad» y la vida

Por Miguel Fauré Polloni

 

No le podemos pedir a una producción ficticia que nos asegure veracidad, es cierto. Mantengamos a raya las aspiraciones de rigurosidad biográfica en este caso también. La serie brota con especial premura a partir del oportunista olfato de Netflix. Es más, si Bergoglio no generara discordia, a lo sumo aparecería en alguna biopic de EWTV. “Llámame Francisco” nace a partir de la estela de dimes y diretes que dejó el nombramiento inédito de un cura latinoamericano y un tanto díscolo. Hasta entonces, a nadie -salvo a los jesuitas y el kirchnerismo, por distintas razones- le importó lo que hiciera el actual Papa.

 

Los cuatro capítulos ofrecen una línea cronológica que deja ver con cierta nitidez los primeros años de Bergoglio en la curia, mas borra abruptamente el actuar del mismo en las últimas dos décadas, cuando se perfiló como una de las voces más conservadoras dentro de la Iglesia Católica trasandina. De hecho, la laguna temporal obliga al director, Daniele Luchetti, a utilizar a dos actores para representar el mismo papel: el siempre impecable Rodrigo de la Serna (“Diarios de Motocicleta”, “Okupas”) y el chileno Sergio Hernández (“Gloria”, “Una mujer fantástica”).

 

Esto implica un salto forzado desde el Bergoglio curtido en bailes adolescentes en medio de amistades peronistas, hasta los días previos a su elección en el Cónclave, el año 2013. Perdemos así al Francisco en tanto arzobispo de Buenos Aires, atacando la Ley de Matrimonio Igualitario con dichos como: «No seamos ingenuos: no se trata de una simple lucha política; es la pretensión destructiva al plan de Dios». En cierta medida, se evita así desperfilar el trazo progresista con el que se le ha dibujado en los medios internacionales. No se vería coherente un “Papa de los pobres” enfrentado a un bloque político del cual él mismo fue parte en su mocedad y del cual tomó como banderas de lucha la justicia social y la defensa de los derechos humanos. Más aún cuando dentro del guión, en el cuarto capítulo, Bergoglio aconseja seguir el ejemplo de las Madres de Plaza de Mayo.

 

En contra de “Llámame Francisco” está, entonces, una dudosa fidelidad a la biografía verídica en aspectos de suma importancia. Insistimos: es sólo verosimilitud en tanto ficción, pero aun así deja muchos flancos abiertos. Algunos de ellos los develó el destacado periodista Horacio Verbitsky en un artículo de Página/12 llamado “La mala conciencia del pontífice”: episodios como el asilo que  Bergoglio le da en el Colegio Máximo de San Miguel a tres seminaristas perseguidos o su rol en el secuestro de los sacerdotes jesuitas Orlando Yorio y Francisco Jalics, manipulan los datos cronológicos “para presentar al protagonista como un héroe de la resistencia”.

 

Pero no le podemos pedir más a esta producción “autorizada” por el principal retratado, a partir de una investigación de Martín Salinas (mediando un lío judicial impulsado por la periodista argentina Evangelina Himitian, tras acusar a la producción de la serie de haberse basado, sin autorización, en su libro “El papa de la gente”). Como señaló el crítico y militante Aldo Duzdevich, rebatiendo a Verbitzky, este unitario es uno más de los testimonios de quienes sienten la culpa de haber sobrevivido. Demasiado cerca de Bergoglio estuvieron curas mártires como Mugica o Angelelli. Seguir con vida tras la sombra dictatorial generó sospechas y paranoias. Y en la serie se ve a un Francisco pidiendo perdón, definitivamente.

 

A favor de la producción de Netflix, la tensión dramática del primer y último capítulo. Sin duda ayuda mucho el desempeño del propio De la Serna quien, junto a Juan Minujín, resalta entre los mejores actores argentinos nacidos en los ’70. El trabajo de ambientación, impecable, aunque no podía pedirse menos a los holgados bolsillos de la company a cargo. Mercaderes del contemporáneo templo del divertimento masivo en pantallas a pago.

 

 

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