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LIBROS/ «Fútbol contra el enemigo»

Por Diego Torres

 

Se cruzaron, casi providencialmente, una de mis lecturas de julio con el mundial. Fútbol contra el enemigo (Football against the enemy), de Simon Kuper. Llevaba años buscándolo y aproveché mi último viaje para hacerme de una copia en su idioma original. El nombre es provocador. Y, aunque al hojearlo pareciera que no, en el libro se habla constantemente de fútbol. Porque si decimos que en este libro no se habla de fútbol es porque estamos asumiendo que el deporte existe solo durante los noventa minutos en los que se mueve la pelota. O sea, estamos haciendo esa separación entre fútbol y política que, a mi entender, es ficticia.

 

Fútbol contra el enemigo es un librazo del deporte fuera del deporte. O del deporte visto desde otra cara. Del contexto del fútbol. De aquella relación bilateral entre éste y la sociedad que lo rodea. En general, tiende a pensarse que cuando ambos se mezclan es para que la política (el poder, digamos) coopte al fútbol y lo utilice para propósitos oscuros. De aquí aparece, y no dicha por pocos, las frases “hay que separar el deporte de la política”, “el deporte no es político”, y que colindan con otra palabra bastante de moda hace un par de años por acá, la tecnocracia. Dejemos que el fútbol sea solo talento, solo técnica, solo un espectáculo. Ejemplos hay bastantes: Colo-Colo y Pinochet, en forma de promesas (cumplidas y no) de dinero para infraestructura o logros deportivos; Argentina 1978 y aquel partido con Perú. De este segundo ejemplo hay un capítulo completo en que, a través de entrevistas a altos mandos militares, jugadores y periodistas locales, se aborda no solo el supuesto soborno del equipo peruano para dejarse perder por más de cuatro goles -y permitir, con esto, que Argentina clasificara a instancias finales de la copa que organizaron para ganar-, sino que también varias maniobras de la dictadura de la época para tratar de sacar rédito político de la copa y movilizar a un país enfervorizado (con poca habilidad política, cabe decir).

 

 

El libro está contado como una crónica de viaje en primera persona por su creador. Además de Argentina, recorre África y relata la relación del apartheid con el desarrollo deportivo e incluso táctico de las selecciones africanas (los negros juegan con alegría y lujos, los blancos con táctica y falta de talento), o lo difícil que es organizar un equipo de once jugadores con miras a la Copa del Mundo cuando las federaciones no tienen ni siquiera para costear los viajes de partidos eliminatorios. O la influencia del color de piel como punto de unión entre países que nunca van a llegar al éxito por ellos mismos: Haití se paralizaba durante los partidos de Brasil en el mundial del 94 (“Tenemos hambre todos los días. Tenemos problemas todos los días. Los estadounidenses hablan sobre invadirnos todos los días. Pero solo tenemos la Copa del Mundo una vez cada cuatro años”).

 

 

¿Y la influencia del fútbol a la política? Brasil puede ser uno de los mejores ejemplos. El recambio del Brasil de 1970 campeón del mundo, el Brasil de los Malandros. Sin esa generación, el orden de la dictadura militar brasileña intentaba introducirse a como diera lugar en el pueblo, y qué mejor que mostrar el orden a través del fútbol. El equipo tenía que modernizarse, eliminar esas visiones fantásticas, románticas e idealizadas de los equipos campeones (puede parecer extraño a estas alturas, pero antes de Pelé, antes de la generación de Brasil 1958, la selección de Brasil no había ganado nada). Imponer la táctica. Jugar como Europa para ser Europa. Dos mundiales seguidos con Brasil jugando como Europa y nada en el bolsillo. Asume Tele Santana para traer de vuelta el baile y, pese a no ser campeones, el Brasil de Sócrates y Zico no se va a olvidar jamás. La esencia del fútbol brasileño trascendiendo las imposiciones militares, pero sin un logro, el debate sigue; 1986 y 1990 vuelven a mostrar selecciones brasileñas deslucidas y que buscaban, otra vez, jugar como ingleses. El equipo de Parreira en Estados Unidos, sin ser una fiesta, regresa gradualmente a sus fundamentos. Gracias, digamos también, a otro Malandro, esta vez un Baixinho.

 

 

Mi intención no es reemplazar la lectura, más bien es dejar sembrada la semilla de la curiosidad en usted, lector. ¿Necesita más ejemplos? Las guerras dentro y fuera del estadio: cómo el fútbol mantiene y exacerba rivalidades. El primer capítulo del libro relata el antagonismo entre holandeses y alemanes comenzando con un partido en Hamburgo ganado por el equipo de Van Basten y Gullit, en el que todos -jugadores, público, prensa, todos- recordaban la invasión nazi que había tenido lugar cincuenta años antes. O lo duros que son los partidos internacionales entre equipos balcánicos (y la violencia de los hinchas del Dínamo Zagreb contra los hinchas de equipos serbios, en línea con el nacionalismo extremo de un país naciente, independizado de la Yugoslavia serbia, y que hoy está en la palestra por los gestos de Vida o las políticas públicas impulsadas por la presidenta de fácil abrazo). Pero no solo son nacionalismos los que motivan estas rivalidades: se habla también del derby de Old Firm, donde las migraciones de irlandeses hacia Escocia generaron una rivalidad sin precedentes entre clubes marcada por las religiones de sus hinchas fundadores (Celtic, católicos; Rangers, protestantes). E incluso del efecto del ánimo popular luego de triunfos deportivos: en Brasil -cuenta Kuper-, si el equipo gana la Copa, tiende a haber una mayor cantidad de votos para el oficialismo, porque, ¿podríamos estar tan mal si somos los mejores del mundo?

 

 

Puede que ninguno de estos ejemplos sea un caso puro de subyugación del fútbol por la política o viceversa, pero nunca las relaciones socioculturales han sido puras y fáciles de analizar, lo contrario sería un reduccionismo casi absurdo. Y, si nos alejamos de la definición partidista o burocrática de política y volvemos a sus inicios (Aristóteles, más o menos), llegamos a que el hombre, animal político, se diferencia del resto de los seres vivos porque es capaz de organizar sus propias sociedades, o el hombre como ciudadano que busca siempre relacionarse con otros para llegar a un estado más alto de bienestar. Así, el hombre político no tiene acciones indivisibles a la política, al estar mejor. ¿Cuántas cosas más políticas que grupos de personas organizadas para competir entre ellas pueden haber? ¿Qué tan importante es la influencia del ambiente en esa forma de organizarse? ¿Pueden estas estructuras humanas salir de su ensimismamiento e influenciar lugares en los que no están directamente involucrados? ¿Puede separarse el fútbol de la política? La respuesta a esta última pregunta, según Kuper, según Fútbol contra el enemigo, es un rotundo no.

 

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