
Las máscaras de Allende
Por Pedro Musalem Nazar
La máscara posee un valor ritual, en el teatro original es la persona, la superficie que habla y representa. La cultura está hecha de símbolos entretejidos, y a ellos estamos condenados a volver, una y otra vez. Son los relatos que giran en el fondo de la historia, sin embargo, los que más deben importar aquí, cuando los más recientes audios y textos de Escalona, refieren a eventos como la bajada de Neruda en favor de Allende. ¿Qué público se emociona con esta agitación de máscaras de Allende?. Cristian Warken, desde su jardín en Vitacura, teje una épica en torno a la voz de Escalona, “hijo de panadero”. Al poco andar es El Mercurio, nada menos, el que le da estelar tribuna. El círculo se cierra con mayor claridad todavía en el detalle del fracaso, en la forma de reiterar como venganza el fervor de la última campaña presidencial de Allende, fervor fuera de foco para el Chile actual.
Pero el pueblo, esa categoría atónita, sigue en alguna parte, observando. La política del siglo XX está apolillada, como es natural, entrada ya la tercera década del XXI. Sin embargo, no parece cumplirse por ello que el eje izquierda-derecha esté agotado, y que en ese sentido no siga existiendo una tradición allendista verdaderamente en disputa, donde la lógica sigue siendo vertical, del pueblo de abajo contra la élite que domina, explotación económica y hegemonía cultural mediante.
“El peligro amenaza lo mismo al patrimonio de la tradición (en nuestro caso, la imagen de Allende) que a quienes han de recibirlo (o sea, nosotros). Para ambos es uno y el mismo: prestarse como herramienta de la clase dominante. En cada época ha de hacerse el intento de ganarle de nuevo la tradición al conformismo que está a punto de avasallarla”, argumentó Walter Benjamin. Es, creo, precisamente el caso puntual en la pequeña disputa mediática electoral de los dos partidos más grandes y tradicionales de la izquierda chilena. Es sintomático que haya sido el PPD, un partido instrumental, rápidamente dispuesto a disolverse, el que haya impedido la articulación electoral del PS con el PC. Pero contrastar con pompa y lujo de detalles, como hizo Escalona, a partir de este chascarro, el nacimiento de la Unidad Popular con la situación actual, habla sobre todo del estado mental de esa élite de la transición, que tiene que retroceder tantos años para encontrar algo de identidad y de coherencia, y que asiste, con incomodidad (ciertamente no material), a la muerte inevitable de su proyecto histórico que consistió en entregarle al mercado ámbitos de la vida social que hasta para el mismo Adam Smith debían quedar en salvaguarda, como defensa, salud y otros derechos básicos.
Un héroe popular como Allende, erigido en el panteón nacional de la identidad, juntamente con Neruda, Víctor Jara, Lautaro o la Gabriela Mistral, es patrimonio cultural del conjunto del pueblo, antes que de la izquierda, y rebasa las fronteras nacionales. Si Daniel Jadue, por ejemplo, se siente imantado por el espíritu de Allende, y lo anuncia, allá él, y en buena hora. Con los pies en la tierra, los viejos socialistas podrían haberle dicho algo así como “ojalá que usted se encuentre a la altura de tan buenas intenciones, el legado de Allende le pertenece al pueblo, ojalá que el ejemplo del muerto le ilumine los pasos”.
Pero no, han salido con un gesto agrio que resulta ser casi lo contrario, al traslapar mecánicamente en sendas columnas y entrevistas, situaciones arqueológicas, como el fracaso de los partidos comunistas en el mundo por su sometimiento al Moscú soviético, o el preeminente gesto libertario del socialismo chileno, que habría dado paso, dejando en segunda fila al comunismo, a los 1000 días de Allende. Todo, además, como si la conjunción descrita, además de poder iluminar la situación actual en algo, pudiera presagiar alguna forma de éxito. La fábula, de hecho, que debería incluir también la soledad del último discurso de Allende ante las Naciones Unidas, no termina bien para ninguno de los personajes.
La situación actual de Chile, exhausto al final de un ciclo de máximo expolio capitalista, y las posiciones de ambos partidos, el socialista y el comunista, no pueden ser más diversas a las que dibuja esta fábula que Warken y El Mercurio han corrido a amplificar. Parece que podemos aplicar aquí las sabias palabras de Benjamin: en cada generación, quienes reciben la tradición, deben disputársela al conformismo con que la clase dominante pretende avasallarla.
Sergio Barcala
No entiendo por qué los comentaristas políticos de izquierda escriben tan mal, de manera enrevesada, usando dos mil palabras para algo que puede ser expresado tranquilamente con 200,o menos. Evidentemente, para entender mejor este artículo debería haber leído previamente al tal Walter Benjamín, lo que seguramente valdría la pena, pero como prerrequisito para entender una columna de opinión me parece un poco exagerado. Así que aquí me encuentro sin saber lo que para Benjamín significa la palabra tradición, lo que sería clave para entender como esta es avasallada por el conformismo de la clase dominante. Un verdadero enigma.
En fin, como suele decir el viejo y querido Prof. Chomsky, (parafraseo) La politica no es un asunto demasiado complicado, lo que ocurre es que hay un ejército profesional de políticos , académicos, periodistas, que trabajan para volverlo complicado , oscuro, y misterioso.
O tal vez sea que yo soy del pueblo, esa «categoría atónita».
Juambautista Gatica Amengual
Es de veras incomprensible intentar el parangón del entonces con el ahora, y de paso no tomarle el peso a situaciones tan vergonzantes como las vividas .
Como no estar con quien se debe.