
«Las fases del imperialismo en América y en Chile» por Miguel Silva
Por: Miguel Silva.
Introducción.
Vivimos en un mundo donde la competencia económica entre capitales ha fusionado con la competencia geopolítica entre estados. Eso dicho, la forma que ha tomado esta fusión ha cambiado mucho. En estas líneas vamos a discutir las consecuencias de aquellos cambios en el mundo, en América y en Chile.
El Imperialismo clásico, el capital financiero y la exportación capital.
Para nosotros, el imperialismo comenzó con la Conquista, es decir con la invasión de América por el imperio español. Durante siglos, el imperio español robó de América el oro y plata que eran fundamentales para la implantación del mercado de mercancías en el mundo y el crecimiento del nuevo sistema capitalista en Europa.
Pero los poderes europeos cosecharon lo que ellos mismos habían sembrado cuando entraron en guerras para controlar esas divisas metálicos y el poder que traían.
Y mientras los países y las economías de Europa crecían y peleaban, importaban otros productos de América: cueros, sebo y madera de Chile, por ejemplo, que jugaron su propio rol en el crecimiento vertiginoso del capitalismo dentro y fuera de Europa. Y la exportación del trigo de Chile a Norteamérica jugó su propio rol en el crecimiento de ese país.
Pero durante el último cuarto del siglo XIX, los países más desarrollados económicamente comenzaron a repartir todo el mundo entre ellos.
En el año 1876, por ejemplo, no más del 10% de África estaba bajo dominio europeo, pero en 1900, solamente 25 años después, más del 90% ya estaba colonizada. En el mismo periodo, Gran Bretaña, Francia, Rusia y Alemania establecieron amplias esferas de influencia que se extendían desde sus enclaves coloniales en China; Japón se apoderó de Corea y Taiwán; Francia conquistó toda Indochina; Estados Unidos arrebató Puerto Rico y Filipinas a España; y Gran Bretaña y Rusia acordaron un reparto informal de Irán.
Este fue el periodo en el que la exportación de capital se convirtió en una característica central de la economía de los países capitalistas más grandes, mientras muchas de las materias primas que necesitaban para las industrias tecnológicamente más avanzadas de la época procedían de zonas coloniales, tales como los aceites vegetales para la fabricación de margarina y jabón, cobre para la industria eléctrica y el caucho y aceite para la incipiente industria del automóvil.
Los análisis de los economistas y revolucionarios
Las economías y los imperios crecían, pero también se cambiaban de forma, tema analizado por las economistas más destacadas de la época. Hilferding, por ejemplo, anotó que «surgían en los países más industrializados gigantescos trusts y cárteles capaces de dominar sectores enteros de la industria. Se apoyaban en el Estado para proteger sus mercados nacionales, lo que les permitía subir sus precios en casa e intentar conquistar los mercados extranjeros con precios más bajos.«
El economista sostenía que se estaba produciendo una fusión entre el capital financiero y el capital industrial para dar lugar a una síntesis de ambos. Fue esta presión de los capitales financiero e industriales combinados la que cambió toda la actitud del capital hacia el Estado.
«Los bancos tienen que invertir una parte cada vez mayor de su capital en la industria, y de este modo se convierten cada vez más en capitalistas industriales. Llamo capital financiero al capital bancario… que de hecho se transforma de este modo en capital industrial«… «La industria depende cada vez más del capital bancario, pero esto no significa que los magnates de la industria dependan también de los magnates de la banca...No es la Inglaterra librecambista, sino los países proteccionistas, Alemania y Estados Unidos, los que se convierten en los modelos del desarrollo capitalista«, escribió Hilferding.
Por su parte, el economista liberal inglés Hobson veía el imperialismo como relacionado con ciertas instituciones financieras. Éstas ganaban sus negocios de los intereses de los préstamos en el extranjero en lugar de asumir los riesgos que implicaba la inversión industrial dentro del país.
Por lo tanto, dijo, los intereses comerciales de la nación en su conjunto estaban subordinados a los de ciertos intereses (parasíticos, financieros) seccionales que usurpan el control de los recursos nacionales y los utilizan para su beneficio propio.
Lenin aceptó gran parte de la descripción de Hobson del papel dominante y parasitario de las finanzas, pero agregó que: «el aumento de la concentración de la producción y del capital habían avanzado a tal punto que la concentración conduce, y ha conducido, al monopolio … los monopolios que de ella se derivan, la fusión o la fusión de los bancos con la industria – tal es la historia del auge del capital financiero y tal es el contenido de este término.«
Y como siempre, sacó las conclusiones prácticas… «Ya no estamos ante una lucha competitiva entre grandes y pequeñas empresas, entre empresas técnicamente atrasadas y empresas técnicamente avanzadas, sino ante el estrangulamiento por parte de los monopolistas a todos aquellos que no se someten al monopolio, a su yugo, a su arbitrariedad…
La época de la fase superior del capitalismo nos muestra que entre los grupos capitalistas se están estableciendo determinadas relaciones basadas en el reparto económico del mundo; al mismo tiempo, y relacionado con esto, crecen determinadas relaciones entre los grupos políticos, entre los Estados, sobre la base del reparto territorial del mundo, de la lucha por las colonias, de la “lucha por las esferas de influencia” …
Es decir, el grado de concentración de capital trae consigo la división del mundo entre los monopolios y sus estados. Y que los monopolios llevan siempre consigo los principios monopolistas: la utilización de sus “conexiones” en los negocios toma el lugar de la libre competencia.
Pero los capitalistas no se reparten el mundo porque son malos, sino porque el grado de concentración económica alcanzada les obliga a seguir por ese camino para obtener beneficios. Se reparte el mundo “proporcionalmente al capital” y “proporcionalmente a la fuerza”.
Además, un mundo repartido según las fuerzas relativas de los grandes poderes y sus monopolios en una época no corresponde a las nuevas fuerzas un par de décadas después, provocando así conflictos militares entre los estados.
Es decir, que la guerra es la forma de competencia del capitalismo monopólico.
Por su parte, otro bolchevique, Bukharin, planteó que
«Las distintas ramas de la producción se entretejen de diversas maneras en un cuerpo colectivo, organizado a gran escala. El capital financiero se apodera de todo el país con mano de hierro. La «economía nacional» se convierte en un gigantesco trust combinado cuyos socios son los grupos financieros y el Estado. A tales formaciones las llamamos trusts capitalistas del Estado…
La guerra se convierte ahora en un elemento central del sistema, que surge de la competencia entre los «trusts capitalistas del Estado», pero que también retroalimenta y determina su organización interna…
Con la formación de los trusts capitalistas del Estado, la competencia se traslada casi totalmente al extranjero; obviamente, los órganos de la lucha que hay que librar en el extranjero, principalmente el poder estatal, deben por tanto crecer enormemente… Cada vez que se plantea la modificación de los tratados comerciales, aparece en escena el poder estatal de los grupos de capitalistas contratantes, y las relaciones mutuas de esos Estados -reducidas en última instancia a las relaciones entre sus fuerzas militares- determinan el tratado…
Cuando hay que conceder un préstamo a uno u otro país, el gobierno, basándose en el poder militar, asegura el tipo de interés más alto posible para sus nacionales, garantiza los pedidos obligatorios, estipula concesiones, lucha contra los competidores extranjeros.«
Es una descripción que es fácil reconocer hoy día, aunque no existen guerras (hoy día) entre las clases capitalistas de Alemania, Japón, China y los EE.UU.
En fin, los grandes capitales pueden sobrevivir a menos que tengan conexiones con el Estado y las utilice para crecer o protegerse a costo de otros capitales.
Las teorías y la realidad.
La formación de monopolios y la exportación de capital forman parte central de la descripción que hizo Lenín del imperialismo. Y en su época, por lo general, tenía la razón.
Por ejemplo, en el caso de Gran Bretaña… las exportaciones de capital ya representaron alrededor a 8 por ciento del PIB en el período anterior a la Primera Guerra Mundial y absorbieron 50 por ciento de las ganancias nacionales. Las ganancias que provenían de la inversión extranjera sumaron a 4 por ciento de la renta nacional en la década de 1880, el 7 por ciento en 1907 y el 10 por ciento en 1914.
Por su parte, gran parte de las inversiones en el salitre chileno provenían de Inglaterra. Es decir, una vez “organizada” la guerra del Pacífico para quitar los campos salitreros a Bolivia y Perú, aquellos campos quedaron en manos inglesas a través de negociaciones muy turbias.
Eso dicho, la verdad es que durante ese mismo período antes de la primera guerra mundial, las economías de Norteamérica y Rusia no exportaban sino importaban el capital, de otros países capitalista mientras jugaron su rol en la repartición del globo.
¡Siempre hay excepciones a las reglas!
Lo que quería hacer Lenín fue armar una teoría capaz de organizar las fuerzas capaces de derrotar la primera guerra mundial, cosa que logró. Como parte de esa obra, vio que el levantamiento de las naciones oprimidas contra los grandes imperios que les dominaban podría destruirlos, incluso cuando las revueltas estuvieran dirigidas por las antiguas clases explotadoras precapitalistas o por los grupos burgueses de reciente aparición.
Lo que importaba al Lenín era que estas clases explotadoras locales estaban dominadas políticamente por los estados de los grandes imperios, y al luchar contra ellos hacía más fácil una revolución mundial.
La crisis de los años 1930′: se encerraron los poderes.
Bien sabemos que la década de los ‘1920 terminó en la catástrofe de la crisis económica mundial. Fue durante y después de esa crisis que las economías más grandes del mundo se encerraron y, en mayor o menor medida, integraron su capital nacional y su Estado nacional y tomaron medidas «proteccionistas» para protegerse.
En fin, cada bloque se «encerró» y el comercio mundial, que se había cuadruplicado entre 1891 y 1925, bajó durante la década de los 1930′. Bajo esas condiciones, los países que antes llegaban a países dispersos y lejanos del mundo a través de las exportaciones de capital, durante los años 1930′ intentaban a formar bloques comerciales estrechos.
El comercio interrumpido entre las dos guerras mundiales también obligó los capitales a buscar alternativas a las materias primas, por lo tanto, durante la primera mitad del siglo veinte, se inventaron los fertilizantes y gomas artificiales, el nylon y un sin número de tipos de plásticos.
Sin embargo, los países que perdieron en la primera guerra mundial, Alemania, por ejemplo, habían perdido acceso a parte importante de los recursos que necesitaban para protegerse y por lo tanto comenzaron a luchar por el acceso a recursos e industrias fuera de sus fronteras y entraron a la Segunda Guerra Mundial.
En otras palabras, esa guerra fue la gran y bárbara confirmación de la teoría clásica del imperialismo en que las grandes potencias capitalistas se ven obligadas a pasar de la paz a la guerra, primero con el propósito de proteger sus propios bloques económicos-políticos para luego pasar a repartirse — otra vez más — el mundo.
América Latina, el imperialismo y Victor Haya de la Torre.
Esa crisis económica de principios de los años treinta golpeó duramente a las economías latinoamericanas y a sus clases dominantes. Esa crisis repercutió fuertemente en Chile: el número de trabajadores en la pampa bajó de 60.000 en 1928 a 8.000 en 1932. Lo mismo sucedió en el cobre: de 16.000 a 5.000.
Mientras se habían beneficiado de las tendencias del comercio mundial de 1900 a 1930, en los años 1930′, veían cómo se hundía el precio y los mercados para sus exportaciones. Incluso, ya no recibían tantas inversiones del extranjero.
Surgieron sectores dentro de la clase dominante que formaron bloques con sectores de la clase media y, en algunos casos, con dirigentes del movimiento obrero, para impulsar una política económica destinada a desplazar recursos dedicadas a la producción de materias primas y alimentos a la industrialización.
Los teóricos que propusieron ese cambio, por ejemplo, Victor Haya de la Torre quien formó la APRA en Perú, sostenían que América Latina había asumido el papel de proveedor de materias primas y alimentos para las naciones industrializadas y, a cambio, había importado productos manufacturados. Y que cada cantidad de exportaciones latinoamericanas traía como contrapartida una cantidad cada vez menor de importaciones de productos manufacturados.
Por lo tanto, habría que adoptar una política diseñada de fomento la industrialización por sustitución de importaciones. Esto significaba un ataque a las antiguas oligarquías terratenientes exportadoras mediante un proceso de reforma agraria, la diversificación de las exportaciones y una redistribución de la renta para aumentar la demanda de los consumidores de productos manufacturados a precios relativamente bajos.
Tras los años, gobiernos como el de Vargas en Brasil. Perón en Argentina y Frei en Chile se movieron con fuerza en la dirección sugerida por estos argumentos.
En Chile, la intervención estatal en la economía para avanzarla y protegerla ya había comenzada durante la primera guerra mundial y seguía bajo los mandos de Alessandri, Ibáñez, Alessandri (otra vez) y los varios gobiernos del Frente Popular.
La Guerra Fría.
Al terminar la segunda guerra mundial, el poder norteamericano esperaba que sus industrias, las más avanzadas y productivas del mundo, penetraran en toda la economía mundial a través del «libre comercio».
Por su parte, las podres europeas occidentales, agotadas por la guerra, no estaban en condiciones para desafiar a los norteamericanos, pero el otro vencedor, la URSS, sí estaba en condiciones de hacerlo.
Su burocracia gobernante se había embarcado en la industrialización forzosa de su país a finales de la década de 1920, construyendo un capitalismo de Estado propio a expensas al estándar de vida de los trabajadores y campesinos.
Esto les dio los medios, a través de grandes y poderosas fuerzas armadas terrestres, para dominar casi todo el norte de Eurasia, desde las fronteras de Europa Occidental hasta el Pacífico. Pero con unos niveles de productividad industrial inferiores a la mitad de los de Estados Unidos, no estaban en condiciones de mantenerse en la competencia económica a través del libre comercio.
En 1947 y 1948 decidieron oponerse al intento de hegemonía mundial de Estados Unidos, bloqueando su acceso a las economías bajo su control, no sólo el territorio del antiguo Imperio ruso, sino también los países de Europa del Este, que subordinaron a sus objetivos militares e industriales.
El poder norteamericano, por su parte, se apresuró a fortalecer su hegemonía sobre Europa Occidental mediante la financiación de partidos políticos democratacristianos y socialdemócratas proamericanos, el Plan Marshall para reactivar la industria europea dentro de parámetros favorables a los intereses estadounidenses, la creación de la alianza militar OTAN y el establecimiento de bases estadounidenses en Europa.
En fin, de la competencia entre los dos vencedores de la segunda guerra mundial, nació otra guerra… la guerra fría.
El desarrollo del conflicto no puede explicarse en términos de la pura contabilidad de pérdidas y ganancias, porque los costos de los armamentos en ambas grandes potencias luego superaron por lejos a todo lo que sus gobernantes podían esperar a ganar en las potencias menores bajo su control.
De verdad, en ningún momento, la inversión total estadounidense en el extranjero (por no hablar de las ganancias mucho menores que generó esa inversión), nunca superó su gasto en armamentos durante las décadas de 1940 y 1950. Incluso en el período de «desarme» antes del estallido de la guerra de Corea, el gasto militar ascendió a unos 15.000 millones de dólares anuales. Por tanto, no sólo era 25 veces superior a la suma de las exportaciones de capital privado, también era muchas veces superior al costo del plan Marshall, que no superó los 5.000 millones (85% del cual fue regalado) de dólares al año.
El imperialismo que requiere tanto gasto en armamentos no era aquello en el que unos pocos «capitalistas financieros» obtenían enormes superbeneficios sometiendo a la miseria a miles de millones de personas. Se trataba más bien del imperialismo en que los capitalistas combinados de cada clase dominante nacional tenían que desviar parte de los fondos de inversiones productivas a gastos militares para asegurarse de que se aferraban a lo que ya poseían.
El cálculo político tanto en Washington como en Moscú era sencillo… bajar el nivel de gasto militar era arriesgarse a perder superioridad estratégica frente a la competencia.
Incluso este razonamiento no bastaba para explicar el enorme nivel de gasto militar en el punto álgido de la Guerra Fría – equivalente a casi el 20 por ciento del PIB estadounidense y probablemente el doble de esa proporción de la producción nacional bastante inferior de la URSS.
La realidad era que el gasto en armamentos tenía otra gran ventaja improvista para el capitalismo estadounidense, porque proporcionaba un mercado para el capital privado sin bajar las tasas de ganancias que se mantuvieron más o menos constantes a lo largo de los años 50
En fin, la destrucción de valor a través de la producción de armamentos de todos los tipos, aliviaba la tendencia a las crisis periódicas y alentó la gran carrera armamentística entre los dos imperialismos rivales de los años de la Guerra Fría.
El Colonialismo y la independencia.
Ya vimos que el imperialismo analizado por Lenín y Bukharin llevó consigo conflictos entre las potencias capitalistas occidentales al intentar de proteger sus monopolios y sus imperios.
Pero la realidad durante el período de la guerra fría distanciaba mucho de una parte de esa visión. Gran Bretaña, por ejemplo, abandonó sus intentos de aferrarse a la joya de la corona colonial, el subcontinente indio, en 1947, en un ejemplo entre muchos del éxito de luchas anticolonialistas después de la segunda guerra mundial.
Sin embargo, el fin de los imperios europeos no significaba que se acabara la violencia impuesta contra los países del Sur, porque en muchos países las fuerzas militares norteamericanas tomaron el lugar de las europeas. Llegaron, por ejemplo, a Vietnam (al partir los franceses) y a Angola (al partir los portugueses).
Pero durante ese período del éxito de los movimientos por la independencia, cada vez menos de las inversiones en el extranjero llegaban al Sur, dejando casi todos los países en desarrollo, salvo a unos pocos, «fuera de la cancha».
Podemos ver en la figura que sigue, que el nivel promedio de las inversiones en los países del Sur, como % del total de las inversiones en el extranjero, bajó rápidamente hasta su recuperación desde la década de los 1980′.
Y una vez despojadas de sus colonias, las economías occidentales participaron en un auge económico que duró más de un cuarto de siglo. Es más, los países avanzados sin colonias -Alemania Occidental y Japón- tuvieron las economías que más rápidamente crecieron.
Parecía que Hobson hubiera tenido razón al afirmar que las colonias eran un desgaste para las economías que, de otro modo, podrían llevar adelante sus países.
El Desarrollo en el Sur
El desmantelamiento de los imperios coloniales europeos fue un hecho político de inmensa importancia para algo así como la mitad de la población mundial que había vivido bajo sus mandos.
Y claro, ya vimos que la imposición por la fuerza militar del poder de las multinacionales y de sus estados, no terminó con el fin de la época colonial. Las fuerzas militares norteamericanas, por ejemplo, intervinieron en una u otra forma en la República Dominicana en 1965, en Chile en 1973, en Nicaragua, en Granada y en Panamá en la década de los 1980’. Y suma y sigue.
Sin embargo, los nuevos países ya «independientes» enfrentaban un futuro difícil porque estaban sin capitales para echar andar el desarrollo, o tuvieron que tratar con los mismos capitales de las mismas multinacionales de antes y bajo casi las mismas condiciones políticas de antes.
Gunder Frank era categórico:
«En la ausencia de una liberación de esta estructura capitalista o de la disolución del sistema capitalista mundial en su conjunto, los países, regiones, localidades y sectores satélites capitalistas están condenados al subdesarrollo… Ningún país que haya estado ligado a la metrópoli como satélite mediante su incorporación al sistema capitalista mundial ha alcanzado el rango de país económicamente desarrollado, si no es abandonando definitivamente el sistema capitalista«.
En algunos países, se intentaba hacer crecer la base económica, reduciendo al mínimo los recursos gastados en sueldos y condiciones de vida de la población y controlando la economía con sus Estados. En otros, se dirigían todas las inversiones a una pequeña parte de la economía, con la esperanza que se podía hacer competencia en el extranjero. Otros aceptaban que el estancamiento del país sería permanente. Claro, la situación habría sido aún peor si no fuera por el crecimiento sostenido en la economía global después de la segunda guerra mundial.
La economía global cambia.
Durante la guerra fría nacieron nuevos poderes económicos que iban a hacer competencia con las grandes superpotencias.
Mientras los EE.UU. y la URSS gastaban muchos recursos en armamentos, el equilibrio económico entre los distintos Estados occidentales experimentó un cambio a largo plazo, ya que Alemania y Japón crecieron rápidamente. En 1945, Estados Unidos representaba algo más del 50% de la producción mundial; en la década de 1980, la cifra se había reducido a cerca del 25%.
Por su parte, en el periodo de 1953 y 1977, la cuota Japonés del PIB combinado de los países desarrollados aumentó del 3,6% al 13,2%, y la de la Alemania Occidental del 6,5% al 13,2%.
En otras palabras, la economía norteamericana proporcionó un mercado para las exportaciones alemanas y japonesas quienes, al no tener que gastar tanto en armamentos, podían invertir más en la industria y empezar a alcanzar a Estados Unidos en términos de productividad y competitividad.
Junto con esto, a partir de finales de los años sesenta, los flujos financieros transfronterizos aumentaron y el crecimiento de las finanzas vino acompañado de una resurrección de la característica a la que Hobson, Hilferding y Lenin habían prestado tanta atención: la exportación masiva de capital.
Ya hemos visto que las inversiones en el extranjero aumentaron lentamente en los años 60-70, pero dispararon en los años ’80-90. La inversión extranjera directa (IED) sólo representaba el 4% del producto interior bruto mundial en 1950 (frente al 9% en 1913). En 1999 alcanzó el 15,9%.
En el caso chileno, la inversión extranjera por monopolios multinacionales ya era considerable a principios de la década de los 1970’. Del total de inversiones autorizadas, cerca de un 80% se concentraba en la industria pesquera, en el papel y celulosa, y en la industria química.
Además, la mayoría de esas empresas eran monopolios que producían tanto para el mercado externo como interno. Una encuesta realizada en 1970 por la CORFO en 22 empresas extranjeras mostró que más de la mitad de ellas controlaba el mercado. Un 36% estaban constituidas por los principales productores en su rama y sólo 13,6% correspondía a empresas cuya producción representaba menos del 25% del mercado. Por otra parte, mientras la producción industrial creció
en un promedio de 5% en el período 1964-68, las ventas de aproximadamente el 90% de las empresas en cuestión, crecían más del 27% al año.
Y el volumen de IED ingresada a Chile ha incrementado enormemente durante los últimos 30 años. De alrededor de 1 billón de USD en 1990, pasó a alrededor de 4 billones en 2003 para subir a 28 billones en 2011, en plena bonanza de las materias primas.
En fin, el total mundial de salidas las inversiones (IED) ascendía a 37.000 millones de dólares en 1982. En 1990 se habían disparado a 235.000 millones de dólares, en 2000 a 1,1 trillones y en 2021 alcanzan casi 1,7 trillones, cerca de una sexta parte del total mundial de formación de capital fijo.
En otras palabras, las exportaciones de inversiones por los monopolios multinacionales globalizaron la economía mundial.
Otra vez, las exportaciones del capital.
En nuestra época del siglo 21, la mayor parte de los flujos de capital son transacciones entre las naciones más ricas. En 2003, por ejemplo, de los más de 6,4 trillones de dólares en transacciones financieras brutas mundiales, unos 5,4 trillones (el 84%) correspondieron a los 24 países industrializados más ricos.
Refiriéndonos a las inversiones, las economías avanzadas representaron el 72% de las inversiones nuevas mundiales y el 82,4% de la inversión en fusiones y adquisiciones en 2016. De hecho, las fusiones y adquisiciones se han convertido en el modo preferido de inversión en el exterior…alrededor del 80% de las inversiones recibidas en los países en 2016.
Y estas inversiones mundiales en el extranjero (IED), están dominadas por un número relativamente pequeño de operaciones muy grandes. En 2016 por ejemplo, -último año del que se dispone de datos completos- tuvieron lugar casi 21.000 proyectos de inversiones IED en el mundo, con un volumen de casi 1,8 trillones de dólares.
De estos proyectos, solamente 215 operaciones de fusiones y adquisiciones representaron el 55% del valor total. En cuanto al número de proyectos de fusión y adquisición por valor de más de 1.000 millones de USD, los principales inversores fueron Estados Unidos (18,6%), China (15,4%) y Reino Unido (8,4%), mientras que los principales receptores fueron Estados Unidos (33%), Reino Unido (11,2%) y Alemania (4,7%).
Una nota: En los países en desarrollo, la IED está dominada por inversiones nuevas en vez de las compras. En 2016, estas inversiones nuevas representaron alrededor del 80% de la IED.
Y dentro de los países con más capital, son los capitalistas más grandes que mandan: En 2016, las fusiones y adquisiciones muy grandes representaron solo el 1% de los proyectos mundiales de IED, pero el 55% de las inversiones al exterior.
En otras palabras, las empresas que querían sobrevivir a la creciente competencia internacional tuvieron que embarcarse en la compra de filiales en el extranjero. En 2001, las empresas europeas gastaron 126.000 millones de dólares en comprar empresas en Estados Unidos, y las estadounidenses 42.000 millones en comprar empresas en Europa.
El grado de internacionalización alcanzado de las multinacionales es impresionante.
Las 100 multinacionales más grandes del mundo hoy tienen 55% de sus activos, y 58% de sus ventas, en el extranjero. (Las cifras totales son, casi 18 trillones en activos y más de 10 trillones en ventas)
Pero la situación de las multinacionales basadas en los países del Sur es aún más sorprendente.
Las 100 multinacionales más grandes del Sur, tienen 33% de sus activos, y 38% de sus ventas, en el extranjero. (Las cifras totales son, más que 7 trillones en activos y más de 5 trillones en ventas)
Entre las mayores operaciones destaca la expansión de State Grid (China) en el mercado chileno de suministro energético con la adquisición de Cia General de Electricidad por 3.100 millones de dólares.
Claro, las multinacionales han reportado ganancias enormes en los últimos años y las ganancias retenidas de inversiones exteriores anteriores en filiales extranjeras- representaron el 55% de los flujos totales de IED en 2021.
En resumen, los países más desarrollados, y dentro de esos países, las empresas más grandes, son los que invierten capitales en otros países, y la gran mayoría de sus inversiones se hacen en otros países industrializados (o en china que es un país desarrollado pero catalogado todavía como «en desarrollo»).
En fin, al comparar las cifras entre principios de este siglo y las de 1913, en plena auge del imperialismo, vemos que la EID representa casi 16% del PIB mundial (en 1913: 9%), y las exportaciones 22% del PIB (en 1913; 8,7%).
El mundo hoy es más globalizado que durante el período clásico del imperialismo. ¿Ese hecho va a traer consigo conflictos militares entre los grandes poderes capitalistas?
Las inversiones en el Sur
Sin embargo, mejor mirar a las cifras con lupa.
Las economías desarrolladas, que son mucho más grandes, tienen un stock de inversiones que vienen de otros países que equivale a casi 40% de su PIB. Pero en las economías mucho más pequeñas en los países de América, el porcentaje también es alrededor de 40%.
En otras palabras, que, aunque la gran mayoría de las inversiones extranjeras se hace en los países desarrollados (donde se ha acumulado un 63.3% del stock de EID mundial), en las economías de América, también hay una acumulación de inversiones extranjeras.
En cifras, entre los años 1995 y 2016, las inversiones externas globales ingresadas a los países del mundo totalizaron a 25 trillones de dólares, en los países desarrollados eran 15 trillones, en los países del Sur, 9 trillones, y en América Latina, 2,5 trillones (donde Argentina, Brasil, Chile and México recibieron 75% de ese total).
Con otras cifras (de 2016 y cómo % del PIB), el stock de IED es 36,1% a nivel mundial, 31,7% para los países en desarrollo, 39,6% en los países desarrollados y 40,5% en América Latina.
¿Y por qué tantas inversiones?… dos razones centrales, para financiar las exportaciones en los países que reciben las inversiones, o financiar el envío al país origen de las inversiones, de bienes intermedios o finales. Es decir, para invertir en las cadenas globales de producción. Y para generar ganancias que se devuelven a su país o financian nuevas inversiones.
Ya vimos que la mayoría de las nuevas inversiones en el extranjero se paga con las ganancias de inversiones anteriores. Es decir, que la acumulación de IED en algunos países del Sur ya es tan grande que genera las ganancias para inversiones en el futuro. Por lo menos, algunos sectores de las economías del Sur ya forman parte del mundo «industrializado» global.
«Nueva América», una nueva fase del imperialismo.
Las mayores empresas del mundo se han expandido más allá de las fronteras nacionales a una escala que ya supera la internacionalización del sistema anterior a la Primera Guerra Mundial, pero siguen dependiendo en gran medida de su capacidad para influir en «su» gobierno nacional.
Sin embargo, las grandes inversiones no han ido solamente a los EE.UU. (aunque tienen 24% del stock IED mundial), sino también a otros países, como Alemania, Canadá, Francia y por supuesto, China que son países con multinacionales que también exigen la protección de sus Estados.
Y este hecho ha provocado grandes escisiones dentro de la clase capitalista norteamericana.
Vimos que, con el crecimiento de otras potencias durante la primera guerra fría, el poder norteamericano había perdido su antigua capacidad de mantener dos tercios del mundo bajo su mando, del mismo modo que la internacionalización del sistema económico aumentaba la importancia de dicho dominio para sus corporaciones.
Y también vimos que el imperialismo no es un ejercicio de contabilidad, un juego de sumar y restar las ventajas/desventajas económicas para tal o cual país imperialista, sino es un ejercicio de poder, que a menudo exige el desvío de recursos por parte de la clase dominante de un sector de su «reinato» a otra.
En ese sentido, la invasión de Iraq fue una señal a las demás potencias de su poder. Pero los primeros meses de 2003 fueron notables en la historia de la OTAN por el bloqueo por parte de Francia, Alemania y Bélgica al uso de los medios de la OTAN para la invasión de Iraq. Mientras tanto, Washington movilizó a los Estados candidatos a la adhesión a la UE en Europa Central y Oriental contra la «Vieja Europa».
La guerra en Ucrania también ha sido un intento norteamericano de sobrepasar a sus enemigos, y también a sus amigos. Este tipo de acontecimientos ya había sido objeto de analisis por un sector de la clase capitalista norteamericana durante los años 1990.
Ellos estaban bien conscientes de los diferentes factores que formaron una sinergia en la que su economía en su conjunto creció, impulsada por el gasto en armamentos (que algunos economistas describieron como «keynesianismo militar»). Bien conscientes de sus ventajas… que empresas clave había desarrollaron nuevas tecnologías financiadas por el ejército, que se habían abiertos nuevos mercados útiles, del mayor control sobre los activos económicos en el extranjero, así como la manipulación del sistema financiero internacional en favor de los intereses estadounidenses.
Y bien conscientes que el costo de seguir el ritmo de Estados Unidos había destruido la URSS. En fin, parecía a los militantes de la «Nueva América», que la Guerra Fría se había ganado y la economía se había revitalizado (a pesar de la competencia con otros poderes), y no querían perder a esas ventajas estratégicas.
Kissinger fue absolutamente tajante al respecto:
«En el mundo posterior a la Guerra Fría, Estados Unidos es la única superpotencia que queda con capacidad para intervenir en cualquier parte del globo. Sin embargo, el poder se ha vuelto más difuso y las cuestiones para las que la fuerza militar es relevante han disminuido … El final de la Guerra Fría ha creado lo que algunos observadores han denominado un mundo «unipolar» o de «una superpotencia». Pero, en realidad, Estados Unidos no está en mejor posición para dictar unilateralmente la agenda mundial que al principio de la Guerra Fría … Estados Unidos se enfrentará a una competencia económica que nunca experimentó durante la Guerra Fría.
…»La dominación de una sola potencia de Europa o Asia … sigue siendo una buena definición de peligro estratégico para Estados Unidos …. Una agrupación de este tipo tendría la capacidad de superar a Estados Unidos económica y, en última instancia, militarmente … El peligro tendría que ser resistido incluso si la potencia dominante fuera aparentemente benévola». Surgirían problemas porque «en los años venideros Europa no sentirá la necesidad de la protección estadounidense y perseguirá su propio interés económico de forma mucho más agresiva». Por último, «China va camino de convertirse en una superpotencia. Con una tasa de crecimiento del 8%, inferior a la que mantuvo durante los años ochenta, el PIB de China se acercará al de Estados Unidos a finales de la segunda década del siglo XXI. Mucho antes, la sombra de China caerá sobre Asia«.
Para Brzezinski el problema era similar… Existía una «tríada geoestratégica» formada por Estados Unidos, Europa y China:
«China ya es un actor regional importante, aunque todavía no lo suficientemente fuerte como para disputar la primacía global de Estados Unidos o incluso su predominio en la región de Extremo Oriente…. China es capaz de imponer a Estados Unidos costes inaceptables en caso de que un conflicto local en Extremo Oriente afecte a intereses vitales chinos, pero sólo a intereses periféricos estadounidenses«.
La Unión Europea, señaló, tiene ahora una población más de un tercio mayor que la de Estados Unidos y un PIB prácticamente igual. También tenía una posición estratégica clave en relación con Rusia y China en el continente euroasiático:
«La alianza transatlántica es la relación global más importante de Estados Unidos. Es el trampolín para la implicación global de Estados Unidos, que le permite desempeñar el papel decisivo de árbitro en Eurasia, el área central de poder del mundo … A largo plazo … una Europa verdaderamente unida políticamente supondría un cambio básico en la distribución del poder mundial, con consecuencias tan trascendentales como las generadas por el colapso del Imperio Soviético … El impacto de una Europa así en la misma altura de los Estados Unidos en el mundo y en el equilibrio con el poder euroasiático sería enorme … generando inevitablemente graves tensiones transatlánticas en ambos sentidos.»
Los conservadores de la «Nueva América» estaban convencidos que el poder norteamericano debería volver a tomar control del mundo.
Le Segunda Guerra Fría
Según la declaración de Principios de movimiento «Nueva América»… «Tras haber llevado al Occidente a la victoria en la Guerra Fría, los Estados Unidos se enfrenta a una oportunidad y a un reto. Corremos el riesgo de desaprovechar la oportunidad y fracasar en el desafío«.
La magnitud de los problemas a los que se enfrentaba la economía estadounidense se hizo evidente justo cuando los neoconservadores se instalaban en la Casa Blanca.
El nivel de capital por trabajador y la productividad por hora trabajada se situaron debajo de los de Francia y Alemania. La productividad por persona empleada sólo seguía siendo superior porque el año laboral era más de un 25% más largo que en otros países. Y la economía nacional estadounidense dependía del ingreso de fondos del extranjero, que en 1999 alcanzaba unos 300.000 millones de dólares anuales.
Sus grandes empresas multinacionales necesitaban una política que permitiera al poder del Estado estadounidense ejercer un control sobre esos acontecimientos y el nuevo imperialismo neoconservador intentó proporcionarla.
Había algo importante a favor de esa política, es decir que el gasto norteamericano en armamentos en 2002 fue de 396.000 millones de dólares, superior al de Europa, Japón y Rusia combinados. En las palabras del Financial Times, «El déficit por cuenta corriente de Estados Unidos es un 50% mayor que su gasto en defensa… Es decir, indirectamente, el resto del mundo paga por el ejercicio del poder estadounidense«.
Y efectivamente, aunque no se dieran cuenta, los inversores de Japón, de Europa y ahora de China, prestaban a los EE.UU. el dinero que le permitía mantener su superioridad militar mundial.
Un aumento del gasto en armamentos valdría la pena si terminara con el estancamiento económico, si entregara recursos para financiar el avance técnico de las corporaciones informáticas, de software o de aviación, y una mayor capacidad para dictar políticas a otras clases dominantes. Y todo ello pagado por flujos de inversión aún mayores hacia Estados Unidos a medida que demostraba su poder preponderante.
En fin, la estrategia de los nuevos conservadores consistía en creer que Estados Unidos podría compensar con creces la pérdida de su antiguo liderazgo en términos de competencia de mercado utilizando lo único que tiene y que las demás potencias no tienen: el poder militar.
La guerra de Iraq, por tanto, formaba parte de una estrategia más amplia de usar el poder militar estadounidense para compensar por su declive económico. La extensión de la OTAN y la guerra en Ucrania hoy también son importantes en ese sentido.
Sin embargo, la apuesta no puede eliminar el problema central: la debilidad relativa de la economía norteamericana que ha generado la dependencia de los flujos de financiación extranjera hacia Estados Unidos crea una inestabilidad potencialmente inmensa.
«Nueva América» se encuentra atrapada entre la necesidad del capital estadounidense de controlar el mundo más allá de sus fronteras, y las dificultades de hacerlo únicamente por medios militares.
Multinacionales y el Sur.
La producción de un país controlada por empresas con sede en otro país rondaba el 10% de a producción global en 1999. Es decir, desde el punto de vista de la producción mundial total, la inmensa mayoría de la producción sigue siendo de propiedad nacional.
Sin embargo, las empresas multinacionales producen alrededor del 25% de la producción mundial. Es más, porque el predominio de las multinacionales en el comercio mundial se observa en las cifras sobre el comercio entre empresas y sus filiales extranjeras para los EE.UU. En 1998, las importaciones de «empresas vinculadas» representaron el 47% de las importaciones totales de EE.UU., mientras que las exportaciones a «empresas vinculadas» sumaron al 32% de todas las exportaciones estadounidenses.
Dado el importante papel de las multinacionales en los flujos comerciales, las acciones de estas empresas pueden repercutir no sólo en los niveles de producción e inversión de una economía, sino también en la balanza de pagos de un país, al redirigir los flujos comerciales transfronterizos entre filiales.
La importancia relativa de las operaciones en el extranjero para las multinacionales estadounidenses, y en particular la importancia de las filiales en los países en desarrollo ha crecido tanto en términos de dónde se hace la producción como dónde se generan los ingresos y las ganancias. Por ejemplo, la parte de los ingresos totales de los filiales atribuidos a los países en desarrollo creció de forma espectacular en el período 1977-1994, casi duplicándose del 14% al 27%.
En 1994, más de un tercio de los ingresos netos totales de las multinacionales estadounidenses ya tenía su origen en las operaciones de filiales extranjeras. Y la proporción de ventas al mercado estadounidense sobre el total de ventas de las filiales de países en desarrollo pasó del 9% en 1977 al 22% en 1994.
Las operaciones internacionales de las multinacionales en su conjunto -y, en particular, las operaciones en los países en desarrollo- han adquirido una importancia cada vez mayor para las multinacionales estadounidenses. Sin embargo, el papel desempeñado a nivel global es relativamente poco importante, un 10%.
Otra vez Lenín.
En fin, volvamos a la teoría clásica de Lenín sobre el imperialismo.
La fuerza del análisis de Lenin descansaba en su insistencia en que las grandes potencias occidentales se veían impulsadas a dividir y redividir el mundo entre ellas, a la guerra entre sí por un lado y al dominio colonial directo por otro.
Sostenía que el aumento de la concentración de la producción y del capital habían avanzado a tal punto que se formaban monopolios que fusionan con el capital de los bancos, envían su capital a otros países y exigen protección por parte de sus estados para dividir el globo y provocar la competencia militar entre los estados.
Vimos que el grado de importancia del envío de capital a otros países depende de la situación mundial. Durante la época de Lenin, los grandes países exportaban capital a países del Sur. Pero durante los años 1930, bajo el impacto de la crisis mundial, esos mismos países integraron sus capitales a sus Estados y dejaron de enviar tanto capital al mundo.
Durante la guerra fría, los EE.UU. y Rusia gastaron (es decir botaron) enormes cantidades de capital en armas, pero otros países crecieron durante el auge económico, para luego hacer competencia económica con el capital norteamericano.
Fue durante ese período que bajaron los envíos de inversiones a los países del Sur, dejando los nuevos países independientes con menos recursos y con pocas opciones de crecimiento, aunque la economía global crecía, entonces podían intentar a integrarse, en una u otra forma, a ese proceso.
Y al comenzar la época de austeridad neoliberal y globalización, nuevos flujos de inversiones de capital comenzaron a llegar a los países desarrollados (en su mayoría) pero también a los países del Sur, sobre todo durante la bonanza de las materias primas. Ya vimos que las inversiones en Chile desde el extranjero aumentaron de 4 billones en 2003 a 28 billones en 2011.
¿Cuáles planteamientos del análisis de Lenin y Bukharin sobre el imperialismo han aguantado las pruebas del último siglo, entonces?
Primero, que los monopolios se han integrado con sus Estados y exigen su protección.
Segundo, que los monopolios envían sus inversiones a otros países. A principios del siglo pasado. se exportaba el capital a los países del Sur, luego entre los mismos países desarrollados y hoy, a los países tanto desarrollados (más inversión) como del Sur (menos inversión).
¿Cuáles planteamientos no han aguantado las pruebas del último siglo?
Que los flujos de inversiones son parasíticos y específicamente financieros. Los flujos de inversiones han sido relacionados estrechamente con inversiones «industriales» en el sentido de inversiones permanentes. Sin embargo, los países del Sur también piden prestamos enormes y su deuda acumulada es cada año más grande. Las inversiones extranjeras no directas (es decir que no compran empresas o forman nuevas) a principios del siglo, eran del mismo valor que las inversiones IED.
Los países del Sur transfieren 300.000 millones de dólares al año a los ricos del mundo avanzado en pagos de mantención de sus deudas. Y un pilar central de la teoría, que la integración de los monopolios multinacionales (privados o estatales) con sus estados provoca guerras, fue probado durante la primera y segunda guerras mundiales. En el período de las guerras de Vietnam, la guerra fría, en Iraq, en Ucrania y en numerosas guerras, los Estados y otros poderes han adelantado a la competencia económica, en el intento de abrir las puertas para sus monopolios.
Es una prueba más bien que el imperialismo no es solamente una competencia militar que sigue un período de competencia económica, sino que también puede ser un período de competencia militar lo que abre las puertas para un período de competencia económica.
Trump, China y el futuro.
Hay que tener en cuenta que el «factor China» ha sido el motor clave de las salidas de inversión extranjera directa de los países en desarrollo. Más del 30% de estas procedían de China en 2018. Esta proporción fue incluso mayor en los años anteriores, mientras que la participación de China en las entradas mundiales de IED se ha mantenido en un nivel constante de alrededor del 20 por ciento durante varios años consecutivos.
En la IED de los países desarrollados, el «factor Trump» ha tenido el impacto opuesto. Desde que Donald Trump asumió el cargo en 2016, tanto las salidas como las entradas de inversión extranjera directa de los países desarrollados se redujeron a la mitad. Esta evolución está en gran parte impulsada por los propios Estados Unidos como el mayor país de origen y destino de la IED mundial: en 2018, las salidas de IED de Estados Unidos fueron negativas, es decir, impulsadas por las desinversiones, y las entradas habían caído un 55% en comparación con 2016.
Sin embargo, la tendencia norteamericana de “desinvertir” ha terminado últimamente, pero el grado de inversiones globales de los monopolios multinacionales nos hace recordar de la situación antes de la primera guerra global.
Hoy día, los EE.UU. tiene acumulada unos 6,09 trillones de USD en inversiones en el extranjero y gasta 3,7% de su PIB en defensa (801 billones USD). Su poder hoy día quiere aprovecharse de su potencia militar para abrir las puertas para nuevas épocas de expansión económica.
Y ya vimos que, al comparar las cifras entre principios de este siglo y las de 1913, en plena auge del imperialismo, vemos que la EID representa casi 16% del PIB mundial (en 1913: 9%), y las exportaciones 22% del PIB (en 1913; 8,7%).
Ahora bien, tanto hoy como en 1913, algunos dicen que esta inversión por los monopolios multinacionales va a cimentar la amistad entre los países.
Y otros insisten, como hizo Lenín y Bukharin hace un siglo, que estas inversiones van a obligar a los estados nacionales de esos monopolios a enfrentarse en guerras. Mejor no olvidar lo que dijo Kissinger hace tantos años atrás… que “La dominación de una sola potencia de Europa o Asia … sigue siendo una buena definición de peligro estratégico para los Estados Unidos …. Una agrupación de este tipo tendría la capacidad de superar a Estados Unidos económica y, en última instancia, militarmente”.
Creo que es importante destacar que las guerras de que habla Kissinger no sirven para eliminar movimientos de rebeldía populares, sino para eliminar o controlar la competencia económica-militar de otros poderes. Lenín lo habría citado como buen vocero de la política imperialista.
Los “acuerdos” económicos como el TPP-11 son otra manera más de imponer el poder económico-geopolítico de un país en otros países, tanto amigos como enemigos.
Los intentos por parte del poder norteamericano de usar su poderío militar como palanca para volver a ser el poder económico más grande del globo, obviamente trae consigo las posibilidades (y probabilidades) de más guerras, porque tienen que probar que ese poder es real.
Los poderes que están creciendo también quieren probar que son importantes y los que han perdido su posición en el mundo últimamente, como Rusia, quieren reestablecerse.
Y todo esto, hoy en día, en una situación económica de estancamiento y recesión.
En fin, la globalización del globo nos ha heredado un muy peligroso y la necesidad de una revolución desde abajo, por la mayoría de la población mundial, es cada vez más importante.
Algunas conclusiones sobre el Imperialismo.
Mirando al período que hemos analizado en estas páginas, vamos a intentar a sacar algunas conclusiones generales sobre las fases del imperialismo-
La época de la primera guerra mundial fue una del auge de los monopolios que exportaron sus capitales y exigieron apoyo armado de sus estados para garantizar un futuro seguro.
Luego, durante la década de los 1930′, los bloques de poder ya formados integraron sus economías y países en forma más estrecha en condiciones económicas antes y después de la crisis mundial, mientras los países que perdieron recursos y poder durante la primera guerra, fueron obligados a expandir fuera de los límites impuestos por los otros poderes.
La segunda guerra mundial, a su vez, terminó con dos grandes vencedores, que entraron en una tercera guerra en el intento de hacer crecer su poderío, pero en un mundo donde, durante casi dos décadas, ni las exportaciones ni las inversiones extranjeras eran tan importantes como a principios del siglo.
Sin embargo, al entrar a la década de los 1980′, dispararon las exportaciones y las inversiones externas de los monopolios multinacionales, provocando la competencia económica y geopolítica entre las potencias antiguas y las nuevas: entre los EE.UU., algunos países de la EU, Japón y China.
A fines del siglo pasado, en su intento de vencer o controlar la competencia, los monopolios multinacionales norteamericanos y su estado lanzaron un contrataque y vivimos con las consecuencias hoy en Ucrania y lo que nos viene encima en los mares cercanos a China.
Las conclusiones que podemos sacar son que el imperialismo es la integración de la competencia económica, con los enfrentamientos de Estados, pero no necesariamente en ese orden de tiempo.
A veces las guerras son una fase que sigue la competencia económica, es decir son consecuencia de la competencia económica. Pero otras veces, los enfrentamientos entre países adelantan o abren las puertas para enfrentamientos económicos y durante esas guerras, los países gastan muchos más recursos que pueden recuperar en el corto plazo.