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«La tradición como argumento, la ruralidad como disputa política» por Andres Saenz

Señalar el vinculo entre tradición y conservadurismo resulta obvio, aunque no por eso menos reduccionista, el conjunto de elementos que vienen a definir esos ritos y costumbres como mitificados hitos fundadores de una identidad presente que se hace a si misma desde un pasado distante no es nada nuevo, muchos antes y de seguro muchos después lo usaran como categórico argumento para oponerse a las constantes presiones transformadoras que en toda comunidad fuerzan sus límites.

Nada nuevo bajo el sol, a decir verdad, un discurso tan antiguo como reiterado en cualquier tiempo. Ahora bien, en momentos de conflicto o explicita disputa es que esta toma (o retoma) un valor político trascendente, el caso de la recién acabada campaña presidencial no fue la excepción.

El campo y sus tradiciones fueron tomadas como un elemento relevante en la estrategia de campaña que el comando de Jose Antonio Kast intento articular en los sectores rurales del país, identificando como una amenaza las posiciones transformadoras de su oponente para una forma de vida que insistentemente intentaba apropiar para su relato, se levantaron así distintas movilizaciones que, aunque no aludían de manera directa a la disputa por la Moneda inevitablemente desembocaban en esta.

El rodeo sin ambigüedad fue el elemento que con mayor fuerza se esgrimió como argumento central (aunque no el único) en este artificial riesgo que: Animalistas, ecologistas, hippies, comunistas y otros “Santiaguinos” partidarios de Gabriel Boric intentaban imponer por la fuerza para destruir un estilo de vida pretérito de gente de campo. Se movilizaron sectores vinculados a esta actividad, pero también a sus asociadas, ganaderos, crianceros, agricultores en un intento de ponerlo en la agenda política de los programas presidenciables, aunque mas bien, era todo lo contrario, una clara muestra de diferenciación entre quien se levantaba como guardián de las tradiciones frente a los maliciosamente señalado como un peligro para estas.

No intento con esto hacer una apología reivindicatoria de la campaña atacada, Boric llega tarde y poco, reuniéndose con campesinos de forma “publica” para abordar estos temas e incluirlos en su discurso solo pasada la primera vuelta y no menos obligado por la directa interpelación que adherentes a Kast le hacían, asumiendo el riesgo que la ruralidad pudiese desestabilizar las proyecciones que se tenían del resultado final.

Ya sabemos como se definió la elección presidencial, no es mi intención volver a eso, pero en merito a lo que a mi juicio no se le ha dado la suficiente atención es que me surge la pregunta sobre como un gobierno progresista debería afrontar cultural y económicamente el fenómeno del campo.

Vivo y trabajo en una provincia rural, que, aunque pertenece a la región metropolitana adolece de los mismos males que cualquier otra zona campesina de Chile. He podido por inmediata relación a lo que me desempeño conocer de manera directa y profunda la realidad de muchísimas familias vulnerables que se conectan con el espacio del campo, la precarización de sus condiciones de vida no dejan de aumentar por el modelo agro industrial exportador, que por estos lados constituyen los mono cultivos de frutales, principalmente paltas pero también de cítricos y uva vinera, donde la presencia de pequeños productores desaparece violentamente debido a la imposibilidad de poder competir en costos de escala con los fundos que producen en grandes cantidades, viéndose obligados a entrar a al sistema laboral de estos, que incluyen en periodos de alta demanda de mano de obra “el temporerismo”, máxima expresión de la degradación de las condiciones laborales mínimas, muchas veces sin contratos y solo en temporadas de producción, pasando largos meses de cesantía u obligados a la informalidad.

No me extenderé frente al fenómeno cultural de apropiación que los sectores conservadores  hace bastante en la historia tratan de hegemonizar para su discurso, eso es materia de otra extensa conversación, no obstante, esta defensa de la vida campesina que tan voz en cuello hemos escuchado del candidato de derecha (y no solo de Kast sino también de quienes le precedieron) se enfrenta con una realidad poco abordada, donde el modelo económico que ellos encarnan tan decididamente no ha hecho mas que dinamitar la cultura y subsistencia local de la gente de campo.

Esconderse hoy en estatizados ritos, que a todas luces son y deben ser discutidos como el ya mencionado Rodeo, pero también de una falsa caracterización de la cultura no urbana, que se eleva como expresión de Chilenidad (como si vivir en ciudad  fuera no ser Chileno) en contra de una extensísima y profunda densidad artístico-cultual de quienes por generaciones constituyeron y constituyen el bajo pueblo campesino debiese a lo menos hacernos detener aunque esta vez no desde la Historiografía, mucha tinta ha corrido en grandes plumas bajo cuya sombra no nos queda más que arrimarnos para escribir estas líneas, Gabriel Salazar sin lugar a duda, ya en «Labradores, peones y proletarios» intenta abordar esto con bastante más éxito de lo que hoy pueda escribir acá. Ahora bien, dicho esto, que no por evidente deja de ser necesario, es que mi preocupación radica en la ausencia de una política de izquierda que pueda dar respuesta e insumar de contenido a la lucha que muchos llevan bajo una tradicional forma de vida.

El capitalismo neoliberal, que ha carcomido las bases de la sociedad no ha sido particularmente benévolo con las zonas rurales, pero claro, no posee ni la publicidad ni la elegancia discursiva que llenan las arengas de dirigentes y los eslóganes políticos de izquierda, ha estado más bien al alero de los grandes procesos transformadores, recién hoy el despojo del agua para consumo humano y de subsistencia medio ambiental comienza a instalarse como tema, pero esto, en inmensas zonas de sacrificio hídrico y ecológico que por ejemplo vienen de la cuarta a la séptima región para quienes no habitan en zonas urbanas ha estado virtualmente fuera de toda agenda, la degradación que el modelo agro industrial a las condiciones de vida y la estabilidad de grandes territorios no ha sido incorporado de forma sustantiva al ideario progresista, la depredación de cuencas para la extracción de áridos necesarios para el crecimiento de las urbes sin la consideración de los devastadores efectos que esto acarrea a las poblaciones adyacentes y en ausencia de discurso transformador el secuestro de una caricaturesca identidad “campesina” por la derecha ha sido fuego en la pradera, donde no hemos podido ni querido contrarrestar.

Un gobierno transformador del carácter y la velocidad que se debe de manera urgente hacerse cargo de esta dimensión, es prioritario, pero más que un transitorio gobierno, es el discurso de las fuerzas transformadoras y de izquierdas quienes deben hacerlo carne, y no desde las simplistas estampas de “Ecología posmoderna” o “defensa de los lugares de veraneo” sino desde la integración del campo como un espacio vital de un país que se mira a si mismo para construir futuro.

Andres Saenz V.

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