
La Not-Elección: La izquierda argentina en su laberinto (y como salir de ahí)
Por Pablo Parry
#DeFrente
El reciente triunfo del ultraderechista Javier Milei en las primarias de argentina no debiese ser objeto de sorpresa para nadie, y más aún dentro del campo de las izquierdas. Cuando resulta que las tres principales opciones en un proceso electoral son la extrema derecha, la derecha (Bullrich) y la centro derecha «peronista» (Massa), uno puede ir viendo como se estrechan las posibilidades para nuestro sector en la disputa.
Aunque esto es una primaria y por lo tanto todavía hay harto trecho que recorrer, es claro que ya hay varias cabezas rodando en el camino de esta elección. La primera victima, por cierto, es el presidente Fernández y una gestión agotada e inviable producto de un manejo económico paupérrimo, más preocupado por darle preferencias a los grandes capitales (que no quieren ni nunca han querido a un presidente peronista) y de cargarle la mano a los sectores populares (de los que depende su votación) con medidas económicas que, lejos de producir la necesaria recuperación económica, han llevado la crisis a un nivel peligrosamente parecido a lo que se vio en décadas reciente de la historia argentina.
Si a esto se le suma la condena contra Cristina Fernández (En medio de un proceso judicial al menos, cuestionable), el peronismo se queda virtualmente sin ningún referente político de peso para enfrentar a una ultraderecha que se posiciona en un ánimo completamente restaurador de lo que fue el menemismo noventero, pro neoliberal y pro FMI.
Las perspectivas inmediatas son desalentadoras. Un triunfo de Milei ciertamente puede implicar un retroceso en este «nuevo ciclo progresista» que se ha experimentado en la región luego de años de gobiernos de derecha que han vuelto escombros todos los avances políticos y sociales obtenidos durante la «década ganada» latinoamericana. El progresismo moderado, que ha encabezado la mayor parte de los triunfos electorales recientes en nuestra región, empieza a mostrar signos de agotamiento al alienarse de sus propias bases electorales y continuar cediendo a los empresariados locales en pos de la supuesta «gobernabilidad» ya quebrada hace mucho tiempo por estas mismas.
Es así que volvemos nuevamente al meollo del dilema progresista: Pretender redistribuir la riqueza sin siquiera tocar o generar una alternativa de largo plazo respecto de las condiciones que hacen posible la acumulación de la riqueza está condenado a un fracaso inexorable que solamente le abre las puertas a las opciones de la ultraderecha para hacerse nuevamente con el poder. La izquierda, por otro lado, sigue operando de vagón de cola de este progresismo agotado sin tampoco ofrecer muchas opciones de cambio en lo inmediato. En tiempos donde la democracia empieza a verse opacada por la oscuridad de la tiranía, nuestra no-reacción frente a los sucesos puede abrir la puerta a un nuevo ciclo neoliberal autoritario que puede durar mucho tiempo.
Sin embargo, a pesar de la tragedia, no todo parece ser intrínsecamente malo con nuestros vecinos: La candidatura de Juan Grabois, que ha sacado nada menos que 1.3 millones de votos, resulta un buen piso para empezar a sembrar una nueva opción política desde la izquierda que no esté cooptada por los estrechos límites del peronismo y que represente a un amplio abanico de organizaciones y movimientos sociales que han existido siempre en el espectro político argentino y que, hasta el día de hoy, no han logrado toda la representación que realmente merecen. Si se dieran ciertas condiciones, la posibilidad de un referente de izquierda popular y transformador, con real capacidad de gobierno, podría darse para el mediano y largo plazo.
En lo inmediato, ya es claro que la derecha tiene cantada esta elección. La posibilidad de triunfo de Milei, cuyo programa económico aspira a resolver problemas de largo plazo de la economía argentina (como son, efectivamente, el déficit fiscal y la inflación) con la misma vieja receta corto-placista del FMI (Esto es, recorte del gasto fiscal y vuelta a la convertibilidad de Menem y Cavallo), augura más pauperización de la clase trabajadora argentina y un creciente deterioro de las condiciones sociales y políticas del país trasandino. Quienes somos de la generación 2000 y crecimos con el inmediatismo de las noticias, recordamos con absoluta claridad lo ocurrido la última vez que un presidente argentino entregó la soberanía patria al FMI. La duda que se abre es si en esta ocasión va a ser con helicópteros saliendo de la Casa Rosada.