
La necesidad de fortalecer el Poder Popular
Por Pablo Parry
#DeFrente
El proceso nacido del 18 de Octubre ha visto la emergencia de diversas formas de participación popular en gestación (asambleas, cabildos, organizaciones territoriales, etc), las que han tenido por objeto el desborde de las formas tradicionales de representación política que hoy son parte de la crisis histórica que atraviesa la sociedad chilena.
Estos espacios, impulsados por un espíritu de fortalecer las capacidades organizativas del pueblo y de expandir los límites de la participación democrática, han estado marcados por una característica principal: Y es que han nacido en paralelo a los partidos políticos y organizaciones sociales tradicionales y no gracias a ellas. En ese sentido, resulta importante denotar no solo la capacidad del pueblo para auto-organizarse, sino del paso a segundo plano que han tenido las estructuras políticas tradicionales.
Como ejemplo de lo anterior, resulta elocuente que instancias como Unidad Social (espacio al que, con todas sus críticas, hay que reconocerle el mérito de buscar ser una articulación de diversas voluntades sociales) haya apenas convocado a cerca de 10.000 personas en los llamados «cabildos constituyentes» realizados desde octubre hasta la fecha. Es claro que estas asambleas han superado con creces a los espacios de masas y sindicales que están asociados a los partidos políticos, lo que plantea un desafío no menor a estos últimos.
Sin embargo, el surgimiento de estas formas primigenias de «poder popular» (entendido esto último como un poder autónomo e independiente del poder estatal constituido), si podemos llamarlo así, todavía se encuentra en un estado muy embrionario, muy en línea con el momento histórico de parto que atravesamos como sociedad, marcado por un proceso destituyente del orden constituido. Las asambleas han cumplido el rol de organizar al pueblo en la defensa contra la represión policial y militar y en la organización de la protesta, así como darle cauce a un proceso constituyente en ciernes. Pero todo esto, todavía en una clave muy «reactiva» y al calor de la rápida deriva autoritaria en la que ha caído el régimen de Piñera.
En ese sentido, la coyuntura que abre el mes de Marzo como un momento de amplia movilización social ad portas del plebiscito del 26-A debe ser el momento para dar el salto. Es necesario que el poder popular que ha nacido de esta rebelión se profundice y de paso a formas organizativas mas extensas. De las asambleas territoriales y barriales, hemos de pasar a las asambleas de trabajo en todos los lugares de empleo, ya sean públicas o privadas, a miras de articular voluntades en torno a una huelga general. En esto, las fuerzas sindicales deberán o asumir el rol que les corresponde o dar un paso al lado y dejar a los trabajadores crear sus instancias de base.
Así mismo, la necesidad de articular esas fuerzas en torno a una gran federación (o bloque) de asambleas populares se vuelve más que nunca un objetivo histórico para hacer frente a la coyuntura que vendrá tanto antes como posterior al plebiscito y al propio proceso constituyente. Si hay que decir que instancias como la Coordinadora de Asambleas Territoriales ya han dado un paso importante en ese sentido, lo que ha permitido al movimiento popular ir de a poco consolidando posiciones frente al avance de las fuerzas reaccionarias.
En lo inmediato, el objetivo último de las movilizaciones debe seguir siendo la salida de Piñera del poder y la convocatoria a elecciones generales de presidente y de congreso, así como el desbordar los límites del mal llamado «acuerdo por la paz». El pueblo no puede decaer ni dejarse amedrentar ante las amenazas de la clase política de querer acabar mediante por la fuerza nuestra democracia y nuestro derecho a tomar las riendas de nuestros propios destinos.