
«La Masacre en Barbecho» Por: Manuel Cabieses
Por: Manuel Cabieses
Chile debe prepararse para la eventualidad de una masacre con el pretexto de restablecer el orden público. Hay que fortalecer la movilización y las demandas
populares. También la autodefensa ante la represión policial”
Los indicios son muy claros: la derecha (y su coro tras bastidores: sectores de la ex Concertación) preparan el terreno para una masacre que imponga el orden
público.
Más de veinte masacres en nuestra historia consagran el asesinato múltiple como brutal correctivo cuando el pueblo se extralimita en sus intentos históricos
por sacudirse de la explotación. Masacrar no significa ningún trauma moral para la oligarquía y sus socios políticos. Derramar sangre indefensa es tarea de las
FF.AA. y Carabineros que cumplen la función de sicarios del sistema. La casta política se lava las manos. Acribillar al pueblo para imponer el orden público
adquiere contornos de un sagrado deber para los gobiernos de este país. Ese orden es la piedra angular de la sociedad. La función de las Fuerzas Armadas y
Carabineros es hacerlo respetar cueste lo que cueste.
Así fue ayer. ¿Así será hoy? Es de temer la continuidad de esta siniestra tradición. No hay antecedentes para suponer que se haya producido una renovación
democrática en la doctrina de los cuerpos armados.
Las llagas de las masacres cubren de norte a sur el cuerpo plebeyo de Chile. Algunas fueron masivas como la Escuela Santa María de Iquique, en 1907. El
asesino general Roberto Silva Renard, de maldita memoria, ordenó ametrallar a más de tres mil obreros, mujeres y niños. También el siglo pasado -para no ir
más lejos- registra las masacres del Seguro Obrero, 1938, en el gobierno del liberal Arturo Alessandri; la masacre en las calles de Santiago del 2 y 3 de abril de
1957, en el gobierno del general (r) Carlos Ibáñez; la José María Caro, 1962, en el gobierno de “los gerentes” de Jorge Alessandri; El Salvador, 1966, y Pampa
Irigoin (Puerto Montt), 1969, en el gobierno del democristiano Eduardo Frei; y la peor de todas: la masacre permanente de 17 años del general asesino y ladrón
Augusto Pinochet, cuyos partidarios vuelven a exigir la paz de los cementerios.
El imperio del orden público a rajatablas es hoy el tema de la casta política y de los medios de comunicación. Unos y otros acarrean agua para su molino con
algunos hechos violentos de sospechosa inspiración y factura. El gobierno, consciente que se encamina a derramar más sangre, ha creado un peaje político
para compartir responsabilidades. Exige que los partidos condenen la violencia y pidan restablecer el orden público. La “oposición” lo acepta pero exige a su
vez que el gobierno haga uso de sus facultades e imponga el orden público. En buen castellano y sin eufemismos: existe coincidencia entre gobierno y
“oposición”. Ambos quieren que las FF.AA. y Carabineros efectúen una operación de escarmiento. El objetivo es parar en seco el proceso insurreccional que han
generado la codicia y abusos de los mismos que maniobran para imponer el orden público manu militari.
La casta política -y la oligarquía que la prohija- temen que el plebiscito del 26 de abril se escape de sus manos. Una victoria arrasadora del “apruebo” y de la
Convención Constitucional de 155 miembros elegidos por el pueblo, podría derribar las cortapisas que condenan la Constituyente a la esterilidad. En ese caso
se vería amenazado el corazón de la institucionalidad: el modelo económico neoliberal. Este es el peligro real que angustia a los dueños y señores del país.
Chile debe prepararse para la eventualidad de una masacre con el pretexto de restablecer el orden público. Hay que fortalecer la movilización y las demandas
populares. También la autodefensa ante la represión policial. Hay que recuperar el espíritu unitario y democrático de la gran marcha del 25 de octubre. Una
oportunidad la ofrece el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. Los jóvenes, las mujeres y los trabajadores son la punta de vanguardia de la protesta social.
Imponer la voluntad del pueblo requiere un arco clasista muy amplio y democrático. Las exclusiones y dogmatismos son el cáncer de la unidad que requieren
las victorias populares. El actual proceso de rebeldía por la dignidad abarca a la mayoría de la población. Allí están también las bases sociales de la ex
Concertación y sobre todo la inmensa mayoría de los independientes.
El objetivo de este histórico proceso liberador es democrático y pluriclasista. Exige una Asamblea Constituyente que elabore una nueva Constitución legitimada por el veredicto del pueblo. Esta es sin duda la vía que permitirá construir un nuevo orden social en un país que se ha visto desquiciado por la desigualdad.
26 de febrero 2020
Fuente: Punto Final
Cesar Hormazabal Fritz
El recrudecimiento represivo será después del plebiscito, esta mucho en juego en el “apruebo” como para que el gobierno se arriesgue a arruinarlo
En contra de ese itinerario juega:
– ultraderecha partidaria del rechazo
– una movilización popular masiva que desborde la contención del proceso constitucional
– el peso de la historia. Las constituciones de 1833, 1925 y 1980 son impuestas por liberales con apoyo de militares … que tanto ha cambiado Chile?
Mauricio Bravo
Estimado…..solo aplaudir la publicación.
Saludos
James
Ex militares pinochetistas hablan en privado de que » esto se detiene con balas y unos cuatro mil muertos».