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«La explotación de la mujer y el patriarcado» por  Dana Hart y Miguel Silva 

La explotación de la mujer y el patriarcado 

Dana Hart – Miguel Silva 

 

Llevamos dos largos años desde la explosión de la pandemia y cientos de miles de mujeres alrededor del mundo se han visto doblemente recargadas de labores debido a los confinamientos. Aumentó la violencia machista, los golpes, los feminicidios, la violencia sexual al interior de las escuelas que han vuelto a clase. Pero también aumentaron las manifestaciones, las expresiones de lucha y el movimiento de mujeres y disidencias. Por lo que se hace necesario replantearse cuál es el lugar que ocupa la mujer en este mundo signado por la explotación laboral y las opresiones.  

Por su lado, la autora feminista Silvia Federici en su libro “El patriarcado del salario”, realiza una discusión comenzando por rescatar ideas fundamentales de Marx, como el concepto de lucha de clases, la idea que el trabajo es la fuente de la producción de la riqueza, las caracterizaciones sobre el capitalismo y otros elementos, pero a su vez realiza una crítica a la falta de un reconocimiento mayor al trabajo reproductivo que realizan las mujeres.  

Plantea que hay una cadena de montaje no reconocida que se origina en el trabajo doméstico, como la fuente que produce la fuerza de trabajo. Eso significa que habría dos cadenas de montaje, una, la formal, entendida como la clásicamente capitalista, y otra no reconocida, que corresponde al tiempo del trabajo doméstico. Y que esta fuente generadora de fuerza de trabajo, aportó a la acumulación primitiva del capital y sigue haciendo crecer esas arcas hasta nuestros días. Pues se entiende generalmente que los grandes aportadores a la acumulación primitiva, originaria, capitalista, fueron la esclavitud y la invasión a América. Sin destacar que también la explotación del trabajo de la mujer y su opresión fueron fuente de esta acumulación, y lo sigue siendo. 

A partir de esta idea, podemos decir que el trabajo reproductivo, o también llamado trabajo doméstico, que es el trabajo invertido en el cuidado y desarrollo integral de las niñas y los niños hasta que cumplen la mayoría de edad (y en nuestras culturas bastante más tiempo que eso también), y es al mismo tiempo, el trabajo invertido por la mujer en garantizar la vida del propio obrero: que coma, se vista, acuda a tiempo al trabajo. Este trabajo, que va a permitir a los capitalistas apropiarse de una mano de obra seguramente barata y sin costos por su crecimiento, es una fuente generadora de valor. Aporta valor. Es uno de los valores originarios, una de las fuentes de las cuales emerge el valor desde hace por lo menos cinco mil años, fecha en la cual autoras como Gerda Lerner, datan la gestación del patriarcado. 

En otras palabras, para tener acceso a la fuerza del trabajo de los y las trabajadores, el capitalismo no solamente separó a ellos y ellas de sus parcelas, sus chacras, sus tierras comunales y así obligarlos y obligarlas a trabajar por un sueldo, sino también, el capitalismo ha obligado a la mujer a garantizar que los hombres y niñxs, las fuerzas de trabajo maduras e inmaduras de la familia, sean protegidas en sus hogares de las enfermedades y el hambre. Y que esas fuerzas de trabajo sean inteligentes, flexibles y sobre todo productivas.    El producto a la obra de la mujer en el lugar de trabajo que se llama “hogar”, es la fuerza de trabajo en buen estado. 

Esa fuerza de trabajo hoy es motor de un sistema económico en manos de los ricos y poderosos del mundo. Pero no siempre ha sido así. 

 

Antes del Patriarcado 

Volvamos a esa sociedad cuando las personas vivían de lo que podían cazar o recolectar. Ya se sabe mucho de esas vidas tan distintas. En esa época, la gente vivía en grupos de más o menos treinta personas, vivían el día a día, se cambiaban de lugar a cada rato y las mujeres tenían pocas crías porque con muchos niños, el grupo no podía movilizarse. Los hombres cazaban y las mujeres recolectaban, y como tanto la carne como la fruta y verduras eran igual de importantes, las mujeres eran tan importantes como los hombres. No había desigualdad entre los hombres y las mujeres. No había desigualdad. Vivían así, en muchos países del mundo durante miles de años.  

Vivían así hasta cuando, de vivir en pequeñas comunidades, de cazadores y recolectores, pasaron a vivir en sociedades más establecidas basadas en la horticultura o la agricultura. El desarrollo del uso de arados, el riego y las represas — dependiendo del clima y la tierra –, provocó grandes diferencias en la productividad de sus comunidades y estas nuevas técnicas, a su vez, tuvieron un gran impacto en el papel de las mujeres en la sociedad.   

Desde esa época en que el trabajo de las mujeres había producido al menos tanta comida como el de los hombres, y en muchos casos más, cuando las condiciones de la producción exigían más productividad porque la forma de ganarse la vida fue más intensiva con el uso de técnicas nuevas, las mujeres no podían dedicarse a esas tareas de producción porque el sistema exigía más niños para poner en marcha más herramientas y técnicas nuevas.  

La crianza de los niños no podía combinarse fácilmente con estar en el centro de producción, por lo que se desarrolló una división entre el papel recurrente de la reproducción por mujeres y producción cada vez más realizada por hombres.  

Pero las divisiones que surgieron también dividieron a los hombres entre sí. Las jerarquías aparecieron por primera vez; si se posee algo que otros no poseen y se desea conservar y transmitirlo, la herencia se vuelve importante y una forma de identificar a sus herederos legítimos era garantizar la monogamia.  

Y los que, paso a paso, se encargaron de cuidar las cosechas para la siembra del próximo año, protegían aquella cosecha de las manos de los hambrientos con sus ayudantes armados. Y paso por paso, las cosechas y las tierras pasaron de las manos de la comunidad a las manos de ellos mismos.  

 

En Chile 

En este país, grupos familiares de la tradición antigua prehispánica Pitrén practicaban un sistema agrícola de tala y quema combinándola con la caza-recolección e interactuaban con los de la tradición Vergel y luego se constituyó una tradición agrícola en la que sus habitantes mantuvieron asentamientos organizados en torno a grupos familiares que conformaban entre ellos unidades socioculturales más amplias, pero vivían en grupos bastante dispersos y sin una organización social centralizada. 

La estructura social mapuche se basaba en lazos de parentesco del tipo patrilineal. Cada una de estas unidades estaba encabezada por un jefe o longko, quien administraba los terrenos del grupo y asignaba los campos a las familias o matrimonios, quienes utilizaban estas tierras hasta que se agotaban. Sucedido esto, el jefe reasignaba nuevos terrenos para la familia necesitada, a la espera de la recuperación de la tierra agotada. Así también, existía una tierra de reserva comunitaria, a la cual cualquier familia tenía acceso si era preciso. El longko, por ende, era “representante” de los recursos naturales de su comunidad. 

Según un relato de siglo 17, los toquis (longkos) eran «dignidades, y personas de respeto, a quienes reconocen; pero sin superioridad ni dominio […] cada uno se sirve a sí mismo y se sustenta con el trabajo de sus manos, y si el Cacique no trabaja, no come […]”. 

Por su parte, la mujer mapuche constituía un factor de enlace entre los linajes a través del matrimonio; enormes familias poligámicas permitían que se relacionaran todos con todos y que la sociedad mapuche fuera una red entrelazada de parientes. 

En fin, la sociedad mapuche prehispánica “[…] no era una sociedad de la escasez, ni tampoco sometida a la guerra permanente entre sus miembros […] se trata de una organización social […] frente a una naturaleza abundante en recursos, que le permitía crecer en tamaño […]” 

Pero no fue el uso de nuevas herramientas de trabajo y el consecuente aumento en la productividad, como en Europa, lo que rompió las comunidades solidarias, sino la invasión española. 

Al fracasar su intento de instalar una institución jerárquica dentro de las comunidades mapuche con el propósito de recaudar los tributos que exigían la monarquía española, los agentes del Rey encargaron a los encomenderos a entregar la religión católica a ”sus indios” y recaudar de ellos los tributos, en forma de servicios.  

El indio encomendado no era un ciervo que trabajaba la tierra a cambio de una pequeña parcela, tampoco estaba apegado a la tierra sino constituía una fuerza de trabajo que se trasladaba de un fundo a otro y de una mina a otra. Inclusive, algunos encomenderos llegan a alquilar sus indios como fuerza de trabajo. Fue la encomienda que separó a los hombres de las mujeres quienes quedaban encargadas de los niños. 

Pero ya en el siglo 18, los españoles no disponían de tanta mano de obra porque gran cantidad de mapuche habían muertos en las condiciones terribles en los lavaderos de oro, la semi-esclavitud de las encomiendas, las enfermedades como el tifus y la viruela y la guerra de Arauco. 

A principios de ese siglo, los indios encomendados ya eran una minoría comparados con los trabajadores mestizos quienes no podían estar bajo el sistema de la encomienda indiana. Entonces los hacendados entregaban tierra «en préstamo» a cambio de la realización de trabajos en el fundo. Al valorizarse las tierras y al aumentar la demanda para el trigo, los hacendados comenzaron a arrendar aquellas tierras a los ya nombrados «inquilinos». 

Así, los inquilinos cayeron bajo la presión de los hacendados para cumplir con la exportación de cueros, metales o trigo en grandes cantidades. 

En fin, la igualdad y la desigualdad han sido consecuencia de las necesidades de la forma en que hemos ido ganando la vida en nuestra historia.  

Cuando el rol de la mujer en la producción era tan importante como el rol del hombre, no había discriminación, no había patriarcado, había igualdad. Pero cuando la producción local o internacional exigía uso de nuevas técnicas y para usar al máximo esas mismas técnicas se exigían más y más niños, la mujer fue relegada a «productora» de nueva mano de obra y los hombres en ejecutores de la producción.   

Ahora bien, había excepciones de estos cambios en algunos países, pero en la mayoría de los países, eso es lo que pasó. Las mujeres pasaron de ser libres a ser «inferiores».  

Capitalismo y Patriarcado 

Claro, cuando comenzó a arrancar el capitalismo industrial, primero en Europa, los capitalistas se aprovecharon tanto de las mujeres como de los hombres en sus fábricas industriales. Las familias de trabajadores eran hogares donde los y las trabajadorxs llegaban después de laborar por doce o catorce horas. Los niños nacieron, muchos morían y los que sobrevivían entraron a trabajar.  

El sistema de fichas que regía en las oficinas salitreras, obligaba a quienes trabajaban a una vida precaria, con muertes tempranas por silicosis, accidentes laborales y una calidad de vida austera. 

Pero un capitalismo más maduro necesitaba garantizar su mano de obra, su fuerza de trabajo generación tras generación, entonces, el sistema exigía a la mujer, ya «inferior», la crianza, la instalación de una cierta inteligencia en sus hijos e hijas.  Así es Chile hoy. 

Así es hoy día… es una tragedia histórica que una sociedad de iguales se ha convertido en una sociedad de desigualdad, porque el sistema de producción lo exige.     

En fin, el trabajo que realiza la mujer, genera valor, crea lo que el capitalismo considera una nueva mercancía, que es la fuerza de trabajo del propio trabajador. Excepto aquel 1% de las mujeres, que es poseedora de medios de producción, es decir, burguesía. “El poseedor de dinero encuentra en el mercado esta mercancía específica: la capacidad de trabajo o la fuerza de trabajo”.  

¿Cuánto trabajo socialmente necesario está contenido en la figura desarrollada de un trabajador adulto? ¿Cuánto tiempo de trabajo se requirió para su formación? ¿Y quién invirtió ese trabajo? ¿Si ese trabajo no tuvo una remuneración, quién se apropió del valor generado? Los capitalistas se apropian de la fuerza de trabajo de la mujer, no solo en los talleres y fábricas, oficinas y lugares de trabajo, también lo hacen mediante el trabajo reproductivo, que es el que posibilita la vida humana y la perpetuación de las clases sociales.  

“Aquí, las personas sólo existen las unas para las otras como representantes de sus mercancías, o lo que es lo mismo, como poseedores de mercancías”.  Si aquí, en esta sociedad, solo existimos como representantes de las mercancías que creamos, que para millones de mujeres alrededor del mundo se trata de la creación física de la nueva fuerza de trabajo. ¿No somos una fuente creadora de valor? 

“Solo el tiempo de trabajo socialmente necesario cuenta como fuente de valor”.  ¿Por qué el trabajo que realizan las mujeres, además de aquel realizado en los lugares formales de explotación, no cuenta como fuente generadora de valor? ¿Por qué no es, por ejemplo, remunerado, y carente de derechos? Es más, el valor que crea la mujer al producir fuerza de trabajo, aumenta su valor al ser empleada y generando plusvalía. Porque genera nuevos valores, nuevas mercancías. La mujer aparece dentro de los “medios de vida”, como necesaria para que el obrero mantenga su propia posibilidad de ir al trabajo, de estar vivo. ¿Pero no es hora de desglosar qué significa medios de vida? Y dar mayor visibilidad al hecho de que la mujer genera valor, también, en aquello que aparenta no tenerlo. 

El proceso mediante el cual los trabajadores son explotados, no comienza el día mismo de su incorporación a la empresa, taller o fábrica. No comienza cuando marca por primera vez tarjeta. Es un proceso que comienza mucho antes, cuando al nacer en una familia con determinado sello de clase, debe crecer y desarrollarse a costa de ¿quién? Las estadísticas muestran que un porcentaje cercano al 70% de los padres, no asume su tarea de paternidad responsable ni la presencia en el hogar donde habitan sus hijes.  

Los minutos de las mujeres en el hogar, también son elementos de la ganancia. Lavar. Cocinar. Barrer. No son tareas individuales que se realizan en aparente soledad. Son trabajos de los cuales se apropia el capitalista. Ya sea porque emplea trabajadores que viven gracias a esos trabajos. O ya sea porque en el futuro, se nutrirá de la juventud alimentada por ese trabajo que se realiza gratuitamente y sin ninguna garantía. Esa es una fuente de acumulación capitalista, que también hay que derribar. Basta de matarse trabajando.  

 

19 de Abril, 2022 

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