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Javier Zúñiga

Javier Zúñiga: “Socialismo hoy significa la construcción de una sociedad que supere las formas de organización capitalista”

#DeFrente se propuso generar una discusión abierta en torno al socialismo del siglo XXI. En esa línea, entablamos diálogos con compañeras y compañeros que afirman, dentro de su identidad política, al socialismo como una de sus banderas de lucha. Javier Zúñiga es historiador y miembro de La Savia, organización que forma parte del campo denominado «polo revolucionario»¹. Esta agrupación política tiene presencia en las comunas de Ñuñoa, Santiago Centro y Puente Alto y concentra su trabajo en la Coordinadora No + AFP y el movimiento Agua y Soberanía. Compartiendo un mate, nos entrega su visión sobre el socialismo y la coyuntura.

Por Nicolás Valenzuela


¿Qué es ser socialista hoy en el Chile del siglo XXI?

 

En primer lugar, como horizonte, el socialismo hoy significa afirmar una alternativa de construcción de sociedad que supere o se proponga superar las formas de organización capitalista. En segundo lugar, más que una autopercepción, es una práctica concreta que tenga la potencia de desencadenar esa fuerza. Los sectores de conducción del PS no por llamarse como tal lo son. Esto implica plantearse la necesidad de ruptura con los patrones neoliberales e identificar las fuerzas sociales que son capaces de desarrollar esa ruptura. En tercer lugar, asumir la organización de estas fuerzas, del sujeto. Determinar qué sectores de la sociedad se reconocen como pueblo o clase trabajadora y por tanto tienen la capacidad de encabezar procesos de ruptura con el capitalismo.

 

El Neoliberalismo para darle salida a la crisis del capitalismo de compromiso echó mano, particularmente en Latinoamérica, una extendida apropiación privada de los bienes comunes, y despojo de la tierra, entre otros. Hoy, cuarenta años después, esa fórmula parece no mostrar mucho futuro. ¿Qué desafíos le impone a la izquierda la dimensión ecológica?

 

En primer lugar, se necesita comprender los factores de fondo del problema ecológico. No es un problema que se pueda plantear en abstracto. En Chile, como en Latinoamérica, es una derivación o expresión del problema de la renta de la tierra producida por la explotación monopólica por parte de las empresas y la apropiación privada del valor que tienen estos bienes comunes. Éstos, en tanto son limitados y no son reproducibles por el trabajo humano, tienen un valor adicional que los hacen particularmente deseables en comparación a otras ramas de la producción. La persecución de esa ganancia genera todo un metabolismo que estructura la propiedad, el trabajo, las dinámicas sociales y también el ambiente. Sin entender esto, a pesar de no ser el único factor, no podemos entender los problemas socioambientales.

 

En Latinoamérica el extractivismo es base fundamental de la economía. ¿Cómo se tiene que relacionar la izquierda socialista o revolucionaria con ello?

 

Hay dos niveles. Un nivel estratégico que nos lleva a repensar la matriz productiva (rentista y financiera) y la lógica de un crecimiento económico infinito en un mundo finito. A un nivel táctico, hay dos cuestiones. La primera, reivindicativa, es plantearnos el problema de una reapropiación de los bienes comunes y la renta que producen. En la economía marxista podemos distinguir la renta diferencial -mejores suelos, mejoras tecnológicas- de la renta absoluta -fruto de la propiedad- de la tierra. El sistema tributario chileno no reconoce esta diferenciación del tipo renta de la tierra. En ese sentido la discusión del royalty o de una política de impuestos ha sido abandonada por los sectores radicales o anticapitalistas. Se ha cometido el error de asimilarla a una discusión parlamentaria, leguleya. El impuesto a la renta diferencial es un impuesto a las grandes mineras trasnacionales que se apropian de esta porción de la renta. Esta discusión, sobre la renta diferencial, se antepone lógica y políticamente a la discusión de nacionalizar el cobre.

Luego, en la renta absoluta, que se obtiene por el ejercicio efectivo de la propiedad estatal de la minería. La pérdida de la propiedad estatal sobre ciertos yacimientos también se ha relegado a una discusión de entendidos, perdiendo de vista que una condición indispensable para iniciar cualquier proceso de transición de la matriz productiva es tener control efectivo de esos bienes comunes. Si apostamos a desmontar el extractivismo, necesitamos tener control sobre esos bienes.

 

¿Cuál es la relación que debería construir esta nueva izquierda entre territorio producción y ecología?

 

Hay que pensar un plan estratégico nacional de transición ecológica y matriz productiva que tenga en consideración las tensiones y demandas del mercado mundial y los problemas locales. Desde una dimensión energética y minera centralmente. Hoy hay una sobreproducción, sobreacumulación producto de la búsqueda de la renta diferencial por parte de los capitales trasnacionales. La dimensión local de esta política, articulada a nivel nacional, tiene que velar porque sea democrática y sustentable, atendiendo a las voluntades y las capacidades de los territorios, y no ser una mera imposición centralista. Hoy hay muchas cuencas sobreexplotadas, por ejemplo, sin tener en consideración el desarrollo local. En muchos casos esto deriva en el empobrecimiento de las poblaciones.

 

Pasando a otro tema, ¿Qué explica de un lado el triunfo de Piñera y de otro, la emergencia del Frente Amplio (FA)?

 

Estamos en un escenario de reconfiguración de las fuerzas con capacidad de ser dirección hegemónica del país. El triunfo de Piñera se explica, por un lado, por el agotamiento de la Concertación y la Nueva Mayoría (NM) en tanto bloque de conducción. Ésta ya no es capaz de legitimarse como dirección política en base a resultados económicos, de hecho, el fin del super ciclo del cobre marca la pérdida de su capacidad hegemónica. También tiene que ver con el paulatino desacople de estas fuerzas de centro-izquierda de las bases sociales que en su momento la legitimaron y dieron nacimiento al pacto de la transición. Hubo una subestimación del pueblo por medio de una política efectista -del subsidio, del bono, de una lógica economicista-. Por otro, la derecha tiene una habilidad para referirse en lo inmediato a las necesidades más concretas de la clase trabajadora, cosa que la izquierda ha relegado para una cuestión futura. Y eso ha sido un error importante, porque la política ocurre fundamentalmente ahora.

 

¿Cuáles son las razones de que el Polo Revolucionario no haya aprovechado este ciclo de apertura para ejercer un rol relevante? ¿Hay una autocrítica? ¿Cuáles son las lecciones?

 

La autocrítica, cuando la ha habido, ha tenido que ver con el vínculo entre las organizaciones política y el pueblo trabajador. No hemos tenido mecanismos ni tácticas apropiadas con la capacidad de formular una política de masas sostenible en el tiempo, que no solo sea tributaria de acciones de visibilidad. Se ha confundido esa visibilidad con una política de masas. Esta izquierda no ha tenido una vocación de estar inserta, enraizada en la vida del pueblo trabajador, de reconocer que ciertos dispositivos tácticos y estratégicos no tienen rendimiento en la coyuntura. Se repiten como si fueran un mantra, a pesar de no encarnar una potencia histórica. Si uno ve la historia como una ola, deberíamos tener la capacidad de movernos con la ola, surfearla, y no quedarnos atrás. Porque esos movimientos no son otra cosa que los procesos de transformación o reconfiguración social y política. La izquierda revolucionaria sigue planteando lo mismo que hace 20 años, pero ahora propone hacerlo mejor, “ahora sí”. No es un problema de implementación, es un problema de diseño previo.

No se puede seguir en llamamientos románticos a la clase trabajadora, pero no estar insertos en ella. Hay que estar dónde están. Definir estos sectores. Organizaciones del Frente Amplio han tenido aciertos en identificar las llamadas capas medias como actores de cambio, que de este lado se han despreciado.  Ha habido mucha mistificación, una aproximación no científica para identificarlas. ¿Son clase trabajadora? Nosotros consideramos que sí. Es cierto que reúnen condiciones distintas a otros más populares, pero es el sector que está haciendo política y los diseños tácticos tienen que considerarlo en su implementación.

 

¿Hay condiciones para la disputa institucional? ¿Cuáles son las perspectivas de esta disputa? Límites y posibilidades.

 

Si. Hay dos ámbitos. Uno es a través de las reivindicaciones. Son una forma de disputa institucional, porque tienen que ver con la reapropiación del producto social. Permite integrar a la política a sectores que participan de manera desigual de ella, como lo puede ser una dueña de casa o grupos asalariados que no necesariamente militan. Tienen que ser pensadas para ganar, y eso implica un momento institucional donde eso se plasma. Además, tienen un componente de radicalización que no pueden ser integrados por las lógicas capitalistas. Por ejemplo, en la discusión sobre la administración de los fondos de pensiones se abre un campo de discusión radical movilizado por una reivindicación.

El otro ámbito es lo electoral institucional. Ahí, como organización, rectificamos nuestro que hacer. Vemos condiciones y tenemos la necesidad de participar de las próximas elecciones municipales, en tanto nos permite pensar una política de desarrollo y gestión de poder a escala local y en tanto nos permite pensar programáticamente la comuna [Puente Alto]. Entrar en la discusión local y nacional sobre qué municipios queremos. Sabemos que instituciones del Estado están a disposición de los grupos empresariales y las clases dominantes, pero no por ello es imposible democratizarlas desde los sectores populares. Eso no está sellado de antemano. Tiene límites, pero hay terreno todavía por ganar. Esta apertura electoral puede movilizar un programa, ampliar el campo de acción política, pensar una política de desarrollo local que lo nacional no te lo da mecánicamente. Creemos que hacernos parte de ese proceso nos puede traer lecciones valiosas para este campo. Sin tener la ingenuidad de que el Estado es neutro. Sabemos bien que hoy es una maquinaria que funciona para el capital, pero eso no resta la posibilidad de generar condiciones de disputa y ganar trincheras. Esto será posible en la medida que sean encabezadas por organizaciones del pueblo con autonomía de clase.

 

¿Cuáles son las distintas estrategias de poder que ves al interior del FA?

 

El FA, de manera gruesa y general, posiblemente se debate en dos formas de organizar su discusión estratégica. Una, que podríamos entender como una recomposición de la socialdemocracia. Restituir derechos sociales en el marco de una disputa intraelitaria. No quiero hacer caricaturas, pero hay un riesgo de convertirse en un recambio de la Concertación, que en un principio defendió ideas socialdemócratas. Hay que decir, no obstante, que este pensamiento es radical en el Chile de hoy. Otra forma, menos visible, puede implicar una ruptura. Sea democrática o antineoliberal. A nosotros nos parece que el criterio fundamental estará dado por quienes encarnen esa ruptura. Si son solo los movimientos o partidos, no será una ruptura propiamente tal. Eso lo hará un bloque histórico, de organizaciones del pueblo. Está por verse si este sector es capaz de contribuir a articular un sujeto político de cambio que supere al Frente Amplio como carcaza. Es deseable que así sea, que lo exceda.

Quien predominará entre estas dos fuerzas no está determinado, a pesar de que el sector que tiene una apuesta intraelitaria, intrainstitucional hoy es hegemónico. Hay una disputa abierta.

 

¿Cómo observan el proceso de convergencias de las fuerzas de izquierda la interior del FA? Aún no se ve con mucha claridad cual es su móvil, sin embargo, pareciera ser que es una necesidad histórica para hacerse cargo de las tareas que se abren en este nuevo escenario. Así nació en el PS y el MIR por ejemplo.

 

Como no estamos en el FA les planteamos con mucha humildad y respeto nuestras observaciones. Sería una muy mala señal que esta convergencia se construya en función de ser oposición interna a RD y el PH. Hay elementos programáticos que deberían convocar a esta convergencia, que deben ser claros, que deben ser discutidos abiertamente y no solo por las direcciones de los movimientos. Tiene que ser un proceso que sea visto por el resto de las organizaciones y ojalá por el activo social que está interesado en estos temas. Se tiene que hablar de feminismo, ecología, el papel de los trabajadores y trabajadoras, etc. Por otra parte, tiene que haber un criterio estratégico. Que se respondan “para qué queremos constituir esta fuerza política”, ¿Para una ruptura, para una acumulación de fuerzas, dentro o fuera de la institucionalidad? Hay una serie de discusiones estratégicas que deben acompañar la convergencia.

Evidentemente es positivo todo proceso de nucleamiento de fuerzas de izquierda. Entregan lecciones, experiencia, muestran madurez. Permiten generar referencia respecto a qué es lo que nos va a hacer converger en términos prácticos y políticos a los diversos sectores de izquierda. Permite, a su vez, superar la parcelación y sectarismo. Lo que Gramsci llamaba el “patriotismo partidario”, que no piensa en el actor político fundamental que es la clase trabajadora, el pueblo trabajador, movilizado por un horizonte socialista. Es positiva la creación de estos polos, pero hay que ver cuales son sus móviles y proyecciones más allá del FA mismo.

Hoy, la tarea es crear organizaciones políticas y pequeños partidos que creen condiciones de cara un proceso de aglutinamiento mayor que tenga un horizonte anticapitalista, de afirmación ecosocialista, feminista, democrático. Son caminos tácticos necesarios e indispensables con miras a organizaciones de mayor envergadura que puedan conducir, orientar y ser parte de los procesos de transformación de la clase trabajadora.

Como organización hemos impulsado la política, independiente de que no participamos del FA, de un polo anticapitalista, socialista. Que más allá del apelativo, ponga elementos programáticos. Queremos construir un referente político de masas anticapitalista que dialogue con otras fuerzas políticas, entre ellas, el FA, y también probarnos, aprender mutuamente, conocernos, criticarnos en los espacios de masas en los que participamos. Las convergencias futuras de organizaciones de intención socialista deben pensarse desde ese trabajo de base.

 


 

¹Polo Revolucionario: Corriente de organizaciones y colectivos juveniles de base, que se proponen una ruptura con la sociedad capitalista y que afirman el socialismo y el buen vivir.

 

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