
Hacia una economía comunitaria para el siglo XXI (Parte I)
Por Pablo Parry
#DeFrente
¿Dónde estamos?
La discusión sobre un modelo económico alternativo al capitalismo ha sido debate eterno dentro de las izquierdas. Desde los tiempos de Marx en adelante, la necesidad histórica de crear un sistema que no solo vaya en línea de los principios de la igualdad y la justicia social, sino que además sea eficiente y sostenible en el tiempo, ha estado lleno de errores y contratiempos. Esto se tradujo en un retroceso de las fuerzas populares y en la hegemonía del orden capitalista global, el cual ha alcanzado un nivel de expansión sin precedentes en la historia humana, con un costo social de grandes proporciones.
Lo cierto es que fuimos duramente derrotados: los socialismos de Estado que existieron en la antigua URSS y en los países de la órbita socialista, terminaron no solo en una degeneración totalitaria, sino que además en un sistema burocrático que asfixió el aparato productivo y empobreció a las masas trabajadoras. Los movimientos revolucionarios de los países del tercer mundo -dentro de los que se encuentra nuestro país con lo que fue la “vía chilena al socialismo”- o fueron pisoteados por brutales fuerzas reaccionarias o fallaron en construir una alternativa real de cambios. Los movimientos “eurocomunistas” y democrático socialistas de la década de los 70’ y 80’ en Europa también recorrieron el mismo camino, sea porque optaron por abandonar sus principios o porque no lograron comprender la crisis del mundo socialista.
Llegado el nuevo siglo, se intentaron nuevas alternativas. Los procesos nacional populares que surgieron en América Latina al alero de la “Revolución Bolivariana”, intentaron dar respuestas a la crisis de la izquierda contemporánea. Tuvieron la capacidad de correr el cerco de lo posible y de repensar una alternativa de carácter popular para el momento actual. Sin embargo, las circunstancias actuales hacen imposible el desconocer que esos procesos se encuentran en una fase de agotamiento progresivo, en tanto no lograron consolidar una alternativa económica seria al capitalismo que fuere sustentable en el tiempo y que lograse romper con la dependencia rentista de las materias primas que históricamente ha aquejado a aquellos países. Muy por el contrario, lo que se ha visto en el último tiempo es la tendencia de estos gobiernos a hacer concesiones con grandes capitales que se han beneficiado de la explotacion de los recursos naturales, con el consecuente daño social y medioambiental.
Ante estos hechos, se hace urgente repensar una alternativa económica al capitalismo neoliberal. En ese sentido, la crítica y la autocrítica se vuelve una tarea imprescindible. Las fuerzas populares no han de caer bajo dogmatismos ni sectarismos que impidan la sana reflexión sobre nuestros principios y métodos para alcanzar los objetivos que nos hemos establecido. De lo contrario, corremos el riesgo de entramparnos en discusiones vacías que lo único que hacen es dañar al movimiento popular e impedir los cambios que tanto anhela nuestro pueblo. Debemos de estar a la altura de las circunstancias.
Dicho todo lo anterior, quiero partir diciendo que esto no representa en ningún caso una solución absoluta a la discusión sobre modelos económicos alternativos. Este debate ha de surgir de un amplio proceso deliberativo y democrático de parte de todas las fuerzas de cambio, además de ser un asunto que esté bajo permanente discusión y reflexión política.
¿Cuál es el horizonte?
Lo primero que debemos preguntarnos al momento de pensar una alternativa económica al capitalismo, ha de ser qué entendemos por un sistema de carácter comunitario. En principio, estamos hablando de un modelo en donde tanto la propiedad como los frutos de la producción están en manos de la comunidad, a la vez que busca la mejora constante de las fuerzas productivas y de las condiciones de vida del pueblo. Respecto a este último punto, aquí no podemos perdernos: la superación de la pobreza y de la miseria social han de ser la prioridad.
Ciertamente, lo anterior obliga a romper algunos esquemas que han marcado la discusión histórica dentro de las izquierdas sobre modelos económicos alternativos. La más fundamental es la extrema primacía del Estado sobre el control y la gestión de los medios de producción. Ciertamente, el Estado cumple un rol importante en una economía de carácter comunitario, en tanto contribuye a la redistribución de los frutos de la producción, potencia el desarrollo económico y permite generar recursos para fortalecer la economía alternativa. Sin embargo, aquello no necesariamente implica que lo estatal sea necesariamente sinónimo de público y mucho menos de comunitario en el sentido que se ha señalado. Como bien dice el maestro Zibechi, los Estados, ante todo, producen funcionarios, burocracias y estadistas. No es el espacio donde necesariamente confluyen los valores de la democracia, sino por el contrario, los Estados son por definición espacios de verticalidad y de coerción y que históricamente han sido más obstáculo que ayuda para las fuerzas populares. En ese sentido, las circunstancias nos obligan a invertir las formas por las que hemos orientado nuestro actuar como izquierdas: ya no es el Estado, sino la comunidad organizada y el pueblo, la que debe ser el instrumento para la consecución de los cambios.
La discusión sobre los medios
Habiendo ya realizado una conceptualización previa sobre la economía comunitaria, hemos de pasar a la pregunta por las herramientas con las que pretendemos llegar a esos fines. Ciertamente, esto da para una discusión mucho más profunda, en tanto esta problemática responde a una cuestión de carácter táctico, la cual debe hacerse cargo del contexto y de la realidad de cada país. Sin embargo, sí es posible delinear ciertos primeros pasos para avanzar en una dirección de carácter comunitarista. El primero, y el más importante de todos, debiese ser la promoción de formas de propiedad económica alternativas a la privada, a modo de fomentar la autogestión de la producción y la distribución social de los frutos del trabajo humano. En ese sentido, la propiedad cooperativa, la pública municipal, los colectivos de trabajo, las unidades económicas populares, las empresas de propiedad familiar y la propiedad pública, son solo algunas de las posibles alternativas que, combinadas en un proyecto global de desarrollo comunitario, pueden dar los primeros pasos para la construcción de una alternativa económica real y viable al capitalismo.