
«Encender la luz» por Pablo Monroy Marambio
Encender la luz
Por Pablo Monroy Marambio
Hace ya muchas semanas, en julio de este año, publicamos la columna Campaña Eterna, en la que revisamos lo sucedido los días 15 y 16 de mayo anteriores, día en que se llevaron a cabo los comicios para elegir, por primera vez en estos suelos, a nuestros actuales convencionales constituyentes. De la misma manera que también por primera vez, a nuestros actuales gobernadores (además de alcaldes y concejales, votados en las mismas jornadas).
Revisamos, en esa entrega, cuestiones que profundizamos en la columna de la semana pasada, relativa a todas las trampas y engaños que están dispuestos a poner en práctica, los mañosos de siempre, con tal de conseguir sus objetivos.
Si estas líneas ya le empiezan a sonar a lo mismo de siempre, es porque, efectivamente, lo que se analiza en ellas, es justamente más de lo mismo, tal como ese discurso del presidente, enunciado apenas sabidos los resultados de los comicios… que fue el mismo que dijo después de la votación del Apruebo/Rechazo… que fue el mismo que dijo la noche del 25 de noviembre de 2019, después de la marcha más grande.
Siempre parecen haber entendido el mensaje (con humildad y toda esa carga de adjetivos y sinónimos innecesarios, que al primer mandatario tanto le gusta repetir), sin embargo, en la práctica, lo que vemos es como nuevamente vuelven a insistir en sus sucias tretas, tal como si de una caricatura se tratara.
Pier Nodoyuna y su eterna intención de estropear los planes de quienes considera sus adversarios, con resultados siempre desastrosos para él mismo, podría perfectamente calzarse la banda presidencial de este país y ni cuenta nos daríamos de que no es Sebastián quien nos habla. Mención aparte merece Patán, encarnado aquí por diversos personeros, que no serían tan insufribles si al menos tuvieran algo del encanto del mono animado, que por lo menos se reía “pa’ callao” de las incombustibles torpezas de su jefe.
Sirve caricaturizar para ejemplificar ideas, de manera de hacerlas mas cercanas a quien pueda leerlas, pero el problema con eso, es que aquí, en este país, con este sistema educacional que tenemos (sistemáticamente reducido desde la Concertación hasta acá, restándole horas de Filosofía, Historia, Educación Cívica) terminamos, usualmente, siendo bastante literales en lo que interpretamos, en lo que se nos dice, en lo que escuchamos y vemos.
No es culpa de “la gente”, como tantos, de todos los sectores, insisten siempre en acusar; queda claro que la triste situación de la cultura general que poseemos todos nosotros, no es necesariamente culpa nuestra, cuando se nos ha quitado la posibilidad de acceder, o de al menos conocer, la multiplicidad de alternativas y expresiones que existen del mundo en que nos movemos. Tampoco es una situación exclusiva de Chile; ya es norma que el mundo “se ha vuelto más tonto”, y varios son los intelectuales que han llamado la atención al respecto, desde científicos, literatos, cantantes, uno que otro político, en fin.
Si tal fuera la condición natural de nuestra evo/involución como especie, lo cierto es que de lo que nos podemos hacer cargo es solo de lo que tenemos más a mano. Así que, independiente de cual sea el derrotero que nos depara la historia, solo podemos dar cuenta aquí de lo inmediato de nuestro acontecer. Ojalá, para poder corregir un poco hoy día, esa historia que otros leerán mañana.
“Estos creen que uno es tonto!”, oímos y nosotros mismos decimos, cuando los escuchamos declamar sus mentiras. Pero el hecho es que esa advertencia, del todo sensata, no se traduce en acciones igual de inteligentes, pues, aunque advertimos los engaños y declaramos que no estaremos dispuestos a creerlos, nada hacemos por evitar el ascenso del estafador de turno, en contra de quien todos despotricamos más tarde, tal como hacen estas mismas columnas.
La baja e histórica participación electoral es solo una de las muestras de aquello, y aunque de sus posibles causas, la más probable sea la que tiene que ver con la expresión absolutamente legítima del descontento de la población, frente a un tipo de sistema de organización social en el que no se sienten incluidos, no es menos cierto que, en la práctica, y a pesar de lo muy legítimo del argumento, lo que termina sucediendo es que un nuevo incapaz (o indiferente, o ya de plano un “enemigo) de hacerse cargo de resolver nuestras necesidades, termina ocupando ese cargo del cual no tenemos mayor responsabilidad. Porque no lo elegimos, pero que de todas formas deberemos padecer por un periodo de tiempo determinado.
Puede que no sea estupidez lo que defina este comportamiento, pero si no es, anda bastante cerquita. La frase que usualmente se atribuye a Albert Einstein (y también a Mark Twain y a Benjamin Franklin) relativa a la locura, como el acto de hacer siempre lo mismo, esperando resultados diferentes, se nos puede aplicar perfectamente a nosotros los chilenos, y no por nuestra locura precisamente.
Para colmo y por si la pura tontera no fuera ya suficiente problema, tenemos además que hacerle frente a las mentiras en sí mismas, muchas de las cuales ofenden profundamente cualquier nivel de inteligencia, y sin embargo, se suceden sin mayor restricción ni censura alguna de quienes las emiten, aun cuando el descaro que estas implican es realmente inaudito y absurdo.
La situación de constante descrédito de nuestra Convención Constituyente, es perfecto y muy actual ejemplo de lo que estoy diciendo. A tanto ha llegado la cuestión, que la convencional Marcela Cubillos ha sido recientemente denunciada a la Comisión de ética de la misma Instancia, pues no ha hecho otra cosa que seguir agudizando y esparciendo mentiras que su sector político no tuvo ni un empacho en desplegar en la campaña presidencial de primera vuelta. Tanto la entonces candidata a diputados por la UDI, María Ignacia Castro, como también la candidata a senadora por la misma bancada, Ena Von Baer, no titubearon en afirmar que la Convención quiere cambiar no solo el himno, no solo la bandera, si no que el nombre mismo de este país.
Pues bien, Cubillos ha dicho en su cuenta de twitter, que la autoridad ancestral y constituyente Machi Francisca Linconao, quiere cambiar la cueca como baile nacional, cuando en verdad lo único que dijo, es que la Convención debe hacer el esfuerzo por abarcar todo el espectro cultural de los habitantes de esta patria, entonces, así como se da a conocer la cueca, también se deben dar a conocer los bailes propios del pueblo Mapuche (mismo que de Aimaras, Changos, Rapa Nui, etc.). Ni hablar de la vergonzosa difamación relativa al falso “carrete” que los convencionales habrían llevado a cabo en su paso por Concepción, mentira para cuya difusión se prestó un medio de comunicación “reputado” incluso.
Como el manantial de falsedades parece ser lo único a lo que no le afecta la sequía en estos suelos, ayer mismo volvimos a ser testigos de cómo ese caudal insiste en inundarnos a todos.
La reunión entre el candidato ultraderechista y el ex presidenciable a quien hoy todos tratan como el mayor de nuestros tesoros (el candidato de Apruebo Dignidad aun no había decidido su asistencia a conversar con Parisi; “Bad idea” han llamado algunos analistas a esa posibilidad, aduciendo el error que implicaría el que Gabriel Boric asista finalmente al programa “Bad Boys”, de Parisi y equipo. Este expositor, comparte ese diagnóstico).
En la instancia, el candidato nazi (que insiste en negar eso, a pesar de que desde la misma Alemania certificaron la filiación de su papá al Reich), señaló, por ejemplo, que de ninguna manera se privatizaría Codelco. Es más, durante toda la semana anterior, vimos que tanto el candidato como su equipo, se dedicaron a decir que el programa era un “error” y que debían “corregir” muchas cosas (todo), pero que el programa mismo seguía “con su esencia intacta”. Todo este escenario, no hizo menos que recordarme ese “compromiso irrestricto” que ha repetido infinidad de veces nuestro actual mandatario, de la defensa de los DDHH, que él mismo no ha hecho otra cosa que volver a violar, una y otra vez.
Absoluta vergüenza nos debe dar, a todos nosotros y sobre todo a las compañeras (que como bien dicen ellas mismas, no se puede ser mujer y votar por él), los burdos intentos por relativizar las faltas en que Parisi ha incurrido en su obligación como padre. Este, precisamente, es el mayor de los puntos que Boric debe tener en cuenta para no reunirse con él. Ya muy caro le puede salir la deuda que le seguirán cobrando, como ayer en Talcahuano, por su actuar y declaraciones relativas a los presos políticos de la revuelta, como para más encima sumarle “cercanías” con un personaje que es prácticamente el epítome de todo en contra de lo cual el feminismo se manifiesta.
Y ya que hablamos de Franco, y de mentiras, él mismo señaló que el ultraderechista no debería ser presidente, pues afectaría profundamente la economía (que es el supuesto verdadero interés del liberal, siempre en contra de filiaciones políticas formales), y a pesar de esas declaraciones, termina reuniéndose finalmente con el fascista. No se puede confiar ahí, y Gabriel no puede poner en la balanza aquello.
Todo lo visto hasta aquí, está dentro de lo que es más o menos “manejable” por los protagonistas del acontecer, pero no se puede dejar de tener en cuenta a un grupo de personas, cuya incidencia “secundaria” (quizá por modesta) no está siendo sopesada por actor político ni por analista alguno. Casi tragicómicas fueron las críticas hechas al ultraderechista, de parte de las agrupaciones antivacunas, que acusan “dictaduras sanitarias” de parte de ambos candidatos, luego de haberse mostrado cercanos al Frente Social Cristiano, pues esa sede les aseguraba esa “libre determinación absoluta” sobre su propio cuerpo (tal como el Centro Unido del Dr. File, que por asegurar la “libertad” se terminaron asociando al fascista Partido Nacional). El trumpismo en total despliegue.
Hoy esos desencantados seguramente no votarán, mismo que pasa con “los Parisi”, porque mucho se habla y especula con el personaje, pero nada con las personas que le dieron la relevancia que hoy día tiene dicho personaje. No es difícil creer que más de algún “parisiano” definitivamente tampoco votará, porque “ni izquierdas ni derechas” es algo que creyó a fuego (me pregunto que pensará esa persona al ver a su candidato reunido con esos políticos que “son el problema”).
Y aunque de igual manera, también en este mismo grupo hay quienes sí votaran por uno o por otro, lo cierto es que se trata de un grupo de gente, éste y los antivacunas, cuyas próximas acciones no pueden preverse por nadie aun, cuestión que debería llamar más a la preocupación que a esta falta de consideración hacia ellos con la seriedad que merecen, que solo los contará como parte de la masa de no votantes al que nuestro sistema electoral ya se acostumbró, y de la que no se hace mención cuando se habla de “inmensas mayorías” al final de cada elección.
Es justamente aquí en donde reside el riesgo de que embistan en algún futuro, con nuevas alternativas cada vez más radicales, vale decir, intransigentes.
Llegados a este punto, si me preguntan a mí cuál es el meollo de nuestro comportamiento electoral, yo creo que lo que nos sucede como sociedad, tiene que ver con lo que llamo el “dilema del falso líder” (que seguro tiene un nombre más sofisticado, y mucho más desarrollo, de parte de algún autor que aun desconozco – y cuya noticia agradeceré profundamente).
Se acuerdan cuando éramos niños, que nadie quería salir a bailar primero hasta que ya hubiera una pareja en la pista? (al menos en la niñez de quienes ya tenemos cuarenta años; entiendo que los jóvenes de hoy son mucho menos acomplejados) Pues bien, la versión adulta de ese complejo es el hablar en público. Todos sabemos que la posibilidad de establecer cambios esta en nuestras propias manos, por lo mismo, es irrebatible el consenso en que la gran cantidad de no votantes podría hacer insospechadas diferencias en nuestro escenario político, si finalmente se decidieran a participar.
Ese escenario ideal nunca será posible, no obstante, aun cuando todos validáramos el sistema de representación que actualmente tenemos, pero si podría ser posible que la abstención se redujera a un 10% en algún momento. Así sea.
Más allá de esta esperanza, el hecho es que hoy por hoy vota menos de la mitad del padrón, pero todos alegamos por igual cuando el finalmente elegido lo hace mal.
Lo que quiero decir es que pasa lo mismo en cualquier grupo social, con cualquier iniciativa, por pequeña que sea. La resolución de quien dará a conocer la iniciativa, o quien la representará frente a los demás, finalmente tiene que ver con cuestiones tan vanas como el quien escribe mejor, o habla “más bonito”.
Muy pocas veces, la decisión sobre quien nos representará guarda relación con las legítimas cualidades de líder que la elegida o elegido podría tener. Este fenómeno se da en cualquier contexto, el alegato posterior sobre “los mismos de siempre” se puede aplicar tanto a la junta de vecinos como al congreso. Es una de las características de “nuestra esencia”, así como el ser “ingeniosos” o “pícaros”. No podemos negarlo. Al contrario, aceptémoslo para ver si alguna vez logramos superarlo.
En fin. Otra cosa que era importante en esas fiestas de la infancia, era que la luz estuviese apagada, para esconder la vergüenza que nos daba el que nos vieran, como si algo malo anduviésemos haciendo. Y así seguimos, actuando en penumbras, desde atrás, desde el grupo, mientras que quienes salen a la luz, no siempre nos convencen pero nos encandilan, y así llevan a cabo sus embustes frente a nuestros ojos sin que podamos distinguirlos.
Tal como el actual encanto de Parisi no le pertenece en lo absoluto, el brillo de las lumbreras que no nos satisfacen es reflejo nuestro, no luz que les sea propia. Adivinen de quién depende que se apague o que enceguezca…
Y ya que hablamos de infancias, muchos aprendimos en la escuela que la palabra “alumno” (pupilo o discípulo en el latín), significaba “sin luz”; esto, debido a esa asociación sin fundamentos entre el prefijo griego “a”, y la palabra latina “lumn”. La gran difusión de esta última explicación “mitológica”, que no hace más que eternizar la supeditación social en que se nos mantiene, al enseñarnos que somos quienes “necesitan la iluminación de otros”, es algo que también debemos corregir. Nosotros, no alguien más.
Superar todas estas cosas, es algo que llevara cierto tiempo, por supuesto, pero por algún lado hay que empezar. Ni la nueva Constitución será la solución a todos nuestros actuales problemas, ni el próximo presidente será quien pueda resolver todo, pero es indesmentible que, tanto la nueva carta fundacional como solo uno de los candidatos, ofrecen al menos la posibilidad de comenzar a compartir a luz, para que, entre otras cosas, comencemos a ver que no éramos nosotros los que estábamos haciendo algo malo, y nos atrevamos por fin a bailar o a decir, aun si no hay nadie en la pista.
Otra cosa que pasa cuando se enciende la luz, y esto es sabiduría popular, es que desaparecen las cucarachas. Tengan aquí esta ampolleta.