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El TC y las objeciones de conciencia. Los límites del progresismo.

Por Javiera Vallejo y Nicolás Valenzuela

 

 

Luego de años de lucha, el movimiento social por la educación y el movimiento por la autonomía de los cuerpos de las mujeres, había(mos) conseguido importantes logros en sus/nuestras demandas. En el gobierno pasado se prohibió el lucro en la educación y se legalizó el aborto en 3 causales. Sin la necesidad de adentrarnos en la crítica sobre la insuficiencia de ambos proyectos -que como frenteamplistas hicimos hasta hartarnos- hoy, a menos de un mes de la salida de la Nueva Mayoría, el gobierno de derecha borra las reformas emblemáticas y profundiza el carácter represor del Estado, quedando en evidencia las limitaciones del progresismo como herramienta para la superación del modelo neoliberal.

 

Según nos contaban desde la Nueva Mayoría, los cambios introducidos abrirían un camino en el que poco a poco se iría desmontando todo aquello que era un exceso neoliberal o incluso el neoliberalismo para los más avezados progresistas. Una segunda transición, si se quiere. La verdad es que la contundencia de la derrota y el fracaso electoral, tanto parlamentario como presidencial, y el consecuente término del acuerdo programático, echaron por el suelo la idea del camino. Con el nuevo reglamento sobre las objeciones de conciencia en el aborto y la decisión del Tribunal Constitucional sobre el lucro en educación, se caen los cambios. ¿Qué va a quedar al cabo de un año de gobierno de Piñera? ¿Y al término de los cuatro? Dicen que ahora depende del Parlamento y del presidente dar vuelta la situación. Vuelta al pantano.

 

En América Latina no somos una novedad. En Brasil y Argentina, guardando las diferencias, los gobiernos de derecha que han sucedido a los gobiernos progresistas han logrado desarmar el procesamiento de éstos de las demandas populares. No era una novedad y se los dijimos. Aprendizaje pues, para el movimiento social y para el Frente Amplio.

 

Como movimiento político y social no podemos seguir delegando en otros los problemas políticos que implican nuestras reivindicaciones sociales. No podemos pensar que lo nuestro es solo autonomía de nuestras cuerpas, la educación, salud o seguridad social. También tenemos un problema con la forma del Estado, su quehacer y sus instituciones. Lección también respecto de cuánto podemos confiar en las vías progresistas de transformación. Estas vías apuntan a una especie de adecuación democratizadora del Estado, premisa que creemos debe ser rechazada. Como Frente Amplio, al margen de la construcción de la fuerza propia en el campo popular, debemos definir una estrategia clara para enfrentar al poder real y la institucionalidad. Hasta ahora, sin que se explicite mucho, pareciera ser que vamos encaminados a un gobierno de reformas centrado en derechos sociales, no muy distinto al que acaba de pasar. Con el Tribunal Constitucional aún en pie, con minoría en el parlamento y con la actual forma del Estado, vamos derecho a un nuevo gobierno de la Nueva Mayoría, es decir, a un fracaso.

 

Debemos proponer una asamblea constituyente como prioridad política y programática, con el necesario desarrollo de poder popular que eso implica a nivel territorial. Al fin y al cabo, nuestra principal garantía para las transformaciones es el pueblo organizado. Por lo tanto, no podemos adoptar vías que nos pongan en contraposición con nuestros propios intereses. Si nos involucrarnos, como fuerza política, en esta institucionalidad y adoptamos sus límites que no tienen cabida a los intereses populares, ocurrirá precisamente lo contrario a lo que deseamos. Por eso, las transformaciones sociales no pueden plantearse sin a la vez plantear una modificación al Estado. ¿Tenía el Programa de Muchos algo en esa línea?

 

Por otra parte, apuntar todos los dardos al Tribunal Constitucional es quedarse con el árbol y no ver el bosque. Hay que fustigarlo, ¡claro! y si es posible, erradicarlo, aunque sea difícil durante estos cuatro años. Sin embargo, el problema es el todo. Es el Estado, sus instituciones, sus prácticas y sus sentidos comunes. Esto dentro del mundo organizado no significa novedad alguna, sin embargo es urgente que podamos generar el poder popular del cual dependemos para la consecución de los objetivos de libertad,  justicia y socialismo. Es por ello que debemos volver a rearticular y encaminar el realmente difícil trabajo de que las discusiones y acciones respecto al devenir de nuestra sociedad se den con autonomía del Estado y apunten a su transformación.

 

Esta enorme dificultad que supone enfrentar el Estado como un todo no puede, sin embargo, llevarnos a posiciones defensivas que nos hagan abandonar la disputa de mayorías. No ser más de lo mismo, no sólo implica evitar caer en el progresismo que se adapta a la institucionalidad neoliberal, sino también, evitar caer en la izquierda conservadora y marginal, que prefiere “tener razón” a aprovechar las oportunidades políticas. No podemos dejar de disputar la institucionalidad, no podemos abandonar la lucha por ser gobierno. De ahí nos quejamos que el progresismo es hegemónico y se intentan vías burocráticas y no políticas para hacerle frente. Si sabemos que las transformaciones que necesitamos no se harán con consensos o prácticas de caballeros, entonces soñemos con las manos en el barro.

 

#DeFrente

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