
El significado de los «chalecos amarillos» y algunas lecciones para Chile
Por Felipe Oscar Lagos Díaz
París, Francia: basta sólo esos nombres para exaltar la imaginación. El movimiento de los chalecos amarillos, que ha paralizado más de veinte ciudades galas a lo largo de dos semanas, parece traer consigo todo el peso de la historia. Por eso, además de las injurias características de la derecha y sus medios de comunicación, que tildan de extremista al movimiento, se suma la inflamada simpatía de la izquierda.
“La toma de la Bastilla comenzó así”, escribe Luis Casado[1]. Incluso se han rememorado las revueltas campesinas en la Edad Media[2]. Los Clubes de la Revolución y la Comuna de Paris[3]. Y, por supuesto, Mayo del 68.
La utopía de la izquierda revive: “Una sola chispa puede incendiar la pradera”, era una de las citas predilectas contenidas en el Libro Rojo de Mao Tse-Tung, paladín ideológico de los universitarios parisinos del 68. Y como entonces, ni los sindicatos ni los partidos de izquierda ni ninguna otra estructura organizativa, parecen conectar con el movimiento espontáneo, con la multitud que bloquea rutas, se “toma” peajes, enciende neumáticos, antorchas y se manifiesta en las plazas.
Sólo los identifica el chaleco amarillo que exige la seguridad rutera y las leyes del tránsito, para bajarse fortuitamente de los automóviles o camiones en la carretera, quienes manejan maquinaria pesada como tractores o grúas, y también quienes van a sus trabajos en bicicletas. De este modo, trabajadoras y trabajadores asalariados, comerciantes, productores, agricultores, pensionados, conductores de camiones o estudiantes, coinciden −con toda su diversidad− bajo este reflectante uniforme.
El aumento de los precios e impuestos de los combustibles y el gas, como medida de un paquete de acciones de “transición ecológica”, promesa de campaña del actual gobierno, es la causa inmediata. Para la gente, la preocupación ambientalista, ha sido tomada como una medida “cosmética”, cuyo costo están pagando ellos y no los poderosos, las y los trabajadores de las fábricas y no los dueños de ellas, quienes se movilizan a sus trabajos y no quienes explotan la naturaleza.
Es así como Emmanuel Macron, conocido como “el presidente de los ricos”, hace gala de su apodo, coincidiendo asimismo en su viaje a Argentina, por el encuentro del Grupo de los Veinte (G20), compuesto por los países más poderosos del mundo.
De esta forma, una “cadena de equivalencia” se ha trazado desde la demanda contra el aumento de los precios de los combustibles y el gas hacia las reivindicaciones de mejores pensiones, más y mejores empleos y aumento de los salarios, incorporándose en los últimos días un movimiento de estudiantes secundarios que se manifiesta contra el aumento de matrículas y un sistema restrictivo de selección.
¿Se trata de una chispa que incendiará la pradera? ¿Se trata de un nuevo Mayo del 68, no ya protagonizado por los estudiantes universitarios, sino por las clases medias precarizadas? Más bien consiste, podríamos decir, en el opuesto mismo de Mayo del 68. La gente ocupa las plazas contra la revolución neoliberal que intenta poner en marcha el gobierno de Macron, bajo el mandato y apoyo de la Unión Europea, el Banco Europeo y el gobierno alemán.
Nosotras, nosotros, en Chile, sabemos bien que la idea de “revolución” no es ni artificial ni exagerada, porque eso fue lo que realizó la dictadura cívico-militar liderada por Pinochet y Jaime Guzmán, una salvaje revolución neoliberal en los niveles de la economía, la política y la cultura.
La gente movilizada, ataviada con los chalecos amarillos, no es en caso alguno antisistema, sino que el neoliberalismo es un sistema contrario a la propia gente, sus anhelos y necesidades. Mujeres, hombres y jóvenes estudiantes resisten la revolución de los banqueros, de los altos ejecutivos, de los grandes empresarios nacionales y transnacionales, del capital financiero articulado en una trama con la casta política y los medios de comunicación.
¿Conservadurismo de la gente? Por televisión y redes sociales, jóvenes franceses hablan que saben y comprenden que pagarán impuestos como sus padres y abuelos, pero que son demasiado altos, demasiado excesivos. Dicen que quieren tener dinero para consumir, para cubrir sus necesidades, para satisfacer sus afanes comunes y corrientes. Y que quieren entrar a la Universidad. ¿Es eso “pedir lo imposible”? ¿Es llevar “la imaginación al poder”?
Todo lo contrario a Mayo del 68, ahora la demanda consiste en pagar impuestos aceptables y razonables, tener jubilaciones dignas, buenos empleos, educación, salud y vivienda.
Esta misma contradicción con los principios de Mayo del 68 se vivieron en Chile con el llamado “Mayo Feminista”. El fabuloso movimiento de mujeres chilenas se articuló en torno a lógicas de construcción indudablemente libertarias, transversales, asamblearias, de “democracia radical”, pero sus objetivos eran fuertemente institucionalistas: creación de protocolos contra el acoso, educación no sexista, mejores estatutos universitarios y laborales, que la institución universitaria funcione, mayor fiscalización, mayor financiamiento, etc.
La democracia radical, asamblearia, de la irreverencia y la revuelta, que se expresa en las y los jóvenes universitarios o activistas político-sociales, en Chile y a nivel planetario, expresa la rabia contenida contra repúblicas precarias, hipócritas, oligopólicas, Estados hechos a la medida de los ricos. Pero los contenidos, los objetivos, no son otros sino de un enorme sentido común y búsqueda del bien público. Exigir más derechos sociales, que se cumplan los derechos humanos y ampliar los derechos civiles, son, hoy por hoy, anhelos de una enorme radicalidad.
El movimiento de los chalecos amarillos sitúa a la izquierda frente a sí misma: o seguir sus dogmas y utopías o conectar con el sentido común, con la gente. Los antagonismos no son entre revolucionarios, reformistas y derechistas, sino entre la gente que quiere dignidad, seguridad y futuro, contra los revolucionarios radicales de cuello y corbata, contra los extremistas neoliberales, contra el capital financiero.
En Francia, incluso la policía lo ha entendido. Hemos visto cómo se difunden por redes sociales, con enorme asombro y satisfacción, la adhesión de la policía al movimiento de los chalecos amarillos. Inclusive los bomberos franceses en una ceremonia oficial, han dado la espalda a sus autoridades, como muestra de repudio a la medida del gobierno de Macron. Gestos muy lejanos, claro está, de la actual decadencia de la policía chilena y las Fuerzas Armadas corruptas, que venden armas a narcotraficantes y asesinan a mujeres y mapuches.
La memoria histórica de los franceses no se ha orientado tanto ni hacia la Revolución ni La Comuna ni hacia Mayo del 68, como en dirección a los años de existencia de un Estado de Bienestar, que distribuía la riqueza y aseguraba derechos sociales. Un Estado posteriormente bloqueado por las mismas clases dominantes, desmantelado en parte, pero que se mantiene en el imaginario y en algunos derechos básicos.
Derechos sociales, derechos ciudadanos y derechos humanos como ejes centrales de nuestro tiempo, son parte del significado del movimiento de los chalecos amarillos en Francia. Educación y salud pública, reconocimiento de los pueblos indígenas, jubilaciones decentes, derecho a trabajar y empleos estables, vivienda digna, diversidad de género, protección del medio ambiente, seguridad contra el narcotráfico, la delincuencia y la precarización de la vida, contra el machismo, son elementos que constituyen las actuales necesidades y anhelos que buscan recomponer el sentido y el bien común.
En Chile está emergiendo una patria nueva, popular, diversa, indígena, plebeya, con migrantes, homosexuales, para niñas y niños, para las y los jubilados. Pero la trama entre políticos, empresarios y medios de comunicación intentan soterrarla. Las instituciones sólo funcionan para los ricos, lo mismo que el Parlamento, la policía y los tribunales; no para los pobres ni para los indígenas o mujeres.
En Francia, quién ha entendido bien esto ha sido Jean-Luc Melenchon y su partido-movimiento Francia Insumisa, señalando que la respuesta concreta debe ser una reforma fiscal y el aumento de los salarios[4]. La izquierda más identitaria del Nuevo Partido Anticapitalista no ha dudado en convocar a una Huelga General ante la “declinación del poder de Macron”[5]. Sin embargo, se encuentra en un proceso de cuestionamiento de sí, de autocrítica, estableciendo cada vez con mayor astucia pasos tácticos que disminuyan sus planteamientos ideológicos respecto al sentido común: “restaurar un poco de justicia fiscal, eliminar los impuestos sobre las necesidades básicas y cobrar a los ricos. Además, para «vivir y no sobrevivir», como dicen las chaquetas amarillas, se necesita un aumento general de los ingresos”[6].
Precisamente, si la izquierda no conecta con las actuales demandas ciudadanas y sigue aferrándose a sus dogmas, tomará la iniciativa la extrema derecha y los nuevos movimientos de corte fascista. Ha sucedido así en Estados Unidos, Brasil, Suecia, Italia, Polonia, y en todos éstos países, incluido Chile, por la misma razón: una centroizquierda o socialdemocracia absorbida por los principios y la defensa del neoliberalismo. En Francia, el paso de un derechista como Sarkozy a un “socialista” como Hollande y luego a su consejero económico, no otro sino Macron, ha difuminado totalmente la diferencia entre derecha e izquierda. Coinciden ambos espectros en la protección y acrecentamiento de las grandes fortunas y en la precarización de la vida de la clase trabajadora.
Pasó lo mismo con el PASOK en Grecia[7] y el PSOE en España[8]. Pasó lo que está pasando en Chile con un Partido Socialista con monumentales intereses financieros y bajo una enorme cultura neoliberal. La centroizquierda se hunde; se hundirá definitivamente si no enmienda su camino y empieza a conectar con los anhelos de la gente, como lo ha estado haciendo −aunque con enormes limitaciones− el Partido Socialista portugués[9].
Del mismo modo, si la “izquierda radical” sigue insistiendo en lo que ha hecho durante todos estos años, aferrándose a sus dogmas y debates identitarios, se mantendrá en la marginalidad y la testimonialidad. Y, como en Italia, un sector político que expresaba las demandas más sentidas de la gente, como lo era el Movimiento Cinco Estrellas, opta por adherir a la extrema derecha, formando gobierno con La Liga de Matteo Salvini.
No idealicemos el movimiento de los chalecos amarillos, porque muchos de los activistas y manifestantes, junto a consignas por más derechos sociales, han planteado también ideas reaccionarias, homofóbicas y racistas. Minuto a minuto, por Facebook y otras redes sociales, podemos ver a gente haciendo barricadas, enfrentando a la policía, volteando automóviles, deliberando y designando vocerías. Pero creer que se trata de un movimiento de izquierda, no sólo es no conectar con el sentido común, sino confundir nuestros sueños con la realidad.
De cualquier modo, también es cierto que ni la actual Unión Europea, comandada por el Banco Europeo, el FMI y el gobierno alemán, permitirá una reedición del Estado de Bienestar; ni en América Latina ni en Chile es esto posible, debido a la configuración del capitalismo a nivel planetario. Por lo que no se trata de cancelar las utopías y los proyectos emancipatorios, sino de ir reconstruyendo el tejido social y de prefigurar los horizontes desde las nuevas identidades colectivas. Igualmente, otro de los significados fundamentales del movimiento de los chalecos amarillos radica en que, incluso para la gente despolitizada, que sigue los sucesos por televisión o redes sociales, la legalidad neoliberal resulta cada vez más ilegitima, tornando la movilización callejera en un acto de dignidad.
Por lo pronto, el gobierno de Emmanuel Macron suspende por seis meses el alza de los precios e impuestos a los combustibles y el gas. Esta medida contiene la escalada de movilizaciones y cierra toda posibilidad a una Huelga General. Sin embargo, el movimiento de los chalecos amarillos, más amplio y mejor organizado, sabe bien que el Poder Ejecutivo sólo lanza una cortina de humo. Queda por saber si las fuerzas de izquierda, antineoliberales o anticapitalistas, sabrán aprovechar ese tiempo para conectar con la gente, con su sentido común, necesidades y anhelos, y desarrollar organización y proyecto popular.
(*) Licenciado en Psicología y Magister en Sociología. Autor del Libro: Estado, mercado y contienda política: el proceso de cambio en Bolivia, 2000-2014. RIL Editores.
Blogspot: https://felipelagosdiaz2018.blogspot.com/
[1] Casado, Luis. Los chalecos amarillos. En: http://www.politika.cl/2018/11/17/los-chalecos-amarillos/
[2] Merle, Pierre. Gilets jaunes: Le mouvement rappelle les jacqueries des périodes révolutionnaires. En: https://www.lemonde.fr/decryptages/article/2018/11/20/gilets-jaunes-la-france-d-en-bas-contre-les-premiers-de-cordee_5385793_1668393.html
[3] Almeyra, Guillermo. La seminsurrección de los chalecos amarillos. En: http://rebelion.org/noticia.php?id=249860
[4] Le Figaro.fr. Gilets jaunes: Mélenchon réagit à l’annonce du gouvernement. En: http://www.lefigaro.fr/flash-actu/2018/12/04/97001-20181204FILWWW00182-gilets-jaunes-melenchon-reagit-a-l-annonce-du-gouvernement.php
[5] Página oficial del nuevo Partido Anticapitalista: https://www.npa2009.org/
[6] Gilets jaunes: premier recul du gouvernement, le mouvement doit pousser son avantage. En: https://npa2009.org/communique/gilets-jaunes-premier-recul-du-gouvernement-le-mouvement-doit-pousser-son-avantage
[7] Lagos Díaz, Felipe Oscar. Syriza, Grecia y La Troika. En: http://revistadefrente.cl/syriza-grecia-y-la-troika/
[8] Lagos Díaz, Felipe Oscar. Sobre Podemos: Lecciones más allá de las elecciones. En: http://revistadefrente.cl/sobre-podemos-lecciones-mas-alla-de-las-elecciones/
[9] Lagos Díaz, Felipe Oscar. Los pasos tácticos de la izquierda portuguesa. En: http://revistadefrente.cl/los-pasos-tacticos-de-la-izquierda-portuguesa-1/