
Ideas De Frente: El retorno del pueblo
Por Nicolás Romero
Los problemas ventilados a propósito de las negociaciones electorales del Frente Amplio (FA), expresan una contradicción que atraviesa nuestro proyecto y que –creemos- no puede ser reducida a la repartija de responsabilidad entre “caudillos” y “mesas burocráticas.”
Para algunos, la causa de los problemas estaría en la ausencia de un horizonte de transformación claro, sumado a un origen vinculado a una alianza electoral que nos impone una macabra lógica de cálculos pequeños. Si bien este pecado de origen es parte de los problemas, creemos se ha anunciado una contradicción vinculada a la manera de concebir la acción política: o reproducción acrítica y acomodaticia de las formas de construcción heredadas de la transición por mucho que se esconda bajos ropajes de izquierda, o apuesta por una política popular construida desde los territorios y que aspira a colocar a los movimientos sociales y las fuerzas vivas de la sociedad como protagonistas del proceso de liberación.
Las notas que se presentan a continuación buscan contribuir a la construcción de un marco interpretativo que dote de mayor fuerza a esta utopía subalterna y a la chilena, fortaleciendo así la disputa por la construcción de un FA cuyo primer mandato ético es acompañar y fortalecer los procesos de liberación de nuestros pueblos.
La transformación real nace desde los pueblos
El proceso de transformaciones iniciado en la década de los ‘90 en nuestro continente tanto por el EZLN1 en México como el encabezado por Hugo Chávez en Venezuela, volvió a colocar a la superación del sistema capitalista como horizonte de época. Si bien en los últimos años se observa una rearticulación de los proyectos neoliberales y de derecha, la disputa sobre el papel de América Latina en el siglo XXI sigue y estará estando en disputa. O regresión autoritaria para someter a nuestros pueblos a los dictados capitalistas de EEUU u otro imperialista de turno, o creación y profundización de formas alternativas y sustentables de organizar las sociedades en nuestro continente.
A pesar de los profundos y convulsionados procesos de cambio impulsado por nuestros pueblos hermanos, buena parte de las izquierdas en nuestro país, parecieran ignorar la batalla continental y mundial en curso. En un contexto de mundialización de las relaciones capitalistas, pretender una vía propia e inédita sostenido en supuestos “ritmos propios”, no sólo peca de optimismo, sino que renuncia a la conformación de un bloque continental de los oprimidos que haga sostenible la construcción de una nueva sociedad.
Desde su conformación, las sociedades latinoamericanas se han encontrado en una situación estructural de sometimiento y dependencia en las relaciones impuestas desde los centros donde se acumula el poder capitalista. Dicha relación desigual -cuyo origen se remonta a la Conquista-, se explica por la lógica de un sistema económico de alcance planetario que al colocar a la acumulación de capital como fin último, reduce la vida humana y la del resto de las especies y la tierra, al de un cosa que debe ser estrujada para saciar un continuo proceso de acumulación y despojo. De allí que nuestros pueblos compartan una situación estructural de sometimiento y dependencia, origen de la hiperexplotación de nuestros bienes comunes naturales (ríos, tierras cultivables, etc.) y de nuestras capacidades productivas y reproductivas (base de la negación de las mujeres latinoamericanas). Allí radica el origen de la “larga duración” del colonialismo. Todo este proceso se encuentra orquestado y avalado por élites nacionales que en diversos ciclos han construido formas estatales serviles a los intereses foráneos y se han confabulado para detener el avance de los procesos de construcción y protagonismo de los pueblos (como nos ocurrió durante el proceso de la Unidad Popular). Dicha situación configura una contradicción ética entre sistemas de dominación que niegan la vida de nuestros pueblos y procesos de resistencia que encarnan vías alternativas para la organización de la sociedad.
En nuestro continente los procesos de crítica y construcción de alternativa al orden capitalista, han sido encabezados por un actor plebeyo y colectivo, el pueblo. Este no es lo mismo que nación, ya que esta última se remite a la totalidad de quienes habitan en el territorio de un Estado. El pueblo se constituye bajo condiciones de explotación y dominación, donde los oprimidos arribamos a la convicción de la necesidad de unirnos para enfrentar un mal común que encarna la negación de la vida. Como sabiamente afirma Doris González, dirigenta del Movimiento Político de Pobladores Ukamau: “nosotros, particularmente, cuando acogimos la lucha por la vivienda fue porque nuestra misma comunidad nos dijo que esa era la necesidad más importante que tenía y nosotros la asumimos como nuestra y dijimos ‘nos vamos a poner a trabajar, nos vamos a poner a construir y aprender con nuestros vecinos.”
Redefinir lo popular
De allí que pueblo no es exclusivamente clase obrera ni lo que comúnmente se entiende por sectores populares. Pueblo somos los explotados y dominados por el capital, seamos indígenas, estudiantes, trabajadores, dueñas de casa, profesionales precarizados o pescadores artesanales, que construimos formas solidarias de resistencia y nos unimos con la esperanza de construir un Chile distinto. Uno que afirme la vida de las mayorías en armonía con el resto de las especies y nuestra tierra, tal y como desde tiempos ancestrales lo practican nuestros hermanos mapuches.
La verdadera democracia no es la de los modelos extranjeros, sino la conquistada paso a paso por nuestros pueblos con grandes sacrificios durante el siglo XIX y XX. Es la herencia cultural que recogemos desde el presente, para proyectar un futuro comunitario donde la sociedad se oriente a fortalecer la vida y no a destruirla. En la reconexión con nuestra historia de victorias y derrotas, en definitiva, de luchas, se encuentran las bases para replantear desde el presente un futuro de esperanza. En el rescate de nuestras memorias locales, regionales -como la que activó el movimiento social en Aysén- y nacionales, se encuentra la clave para la construcción de una nueva sociedad.
Lo popular se construye a partir de una amplia y abigarrada red de solidaridades sociales y comunitarias, vínculos que expresan una acumulación de saberes y prácticas desde donde se han estado gestando nuevas formas de vivir y resistir al neoliberalismo. La lucha de los estudiantes se encuentra -por la base y en el territorio- con lo de los pobladores. Estas se articulan con luchas urbanas y socio-ambientales porque (ya no queda duda) el enemigo es el mismo. A pesar de un movimiento sindical fragmentado, la Coordinadora No + AFP ha demostrado en la calle y en los barrios la voluntad de una mayoría social. Las organizaciones feministas y de mujeres nos han dado una lección, el enemigo es capitalista y patriarcal por lo que la otra sociedad que soñamos o será feminista o no será. La vinculación en redes y desde los territorios como espacios de disputa a la organización neoliberal de la vida, es la articulación que, como pueblos, hemos desarrollado tras el derrumbe, persecución y desaparición de los que fueron las grandes organizaciones nacionales. Hoy estas redes -que contienen un potencial estratégico valiosísimo-, se encuentran en desarrollo y superan con creces los espacios desde donde se constituye el FA. De allí que el rol que se juegue en relación a este bien común de los pueblos, deberá ser respetuoso, colaborativo y renunciando a todo tipo de vanguardismo.
La formación del sujeto pueblo requiere un cambio de paradigma al momento de comprender la relación entre teoría política y práctica política. La reconstrucción de una conciencia colectiva popular va de la mano de la conformación de un campo de teorías críticas y saberes que acompañen este proceso. En un periodo donde tambalean los antiguos apoyos a los poderosos la teoría debe comprender y reinventarse a este nuevo momento, el giro decolonial o el de empezar a pensar Chile desde la condición de los oprimidos y en su relación con Latinoamérica, es un paso urgente. Requerimos como pueblo desaprender para volver a pensarnos, en un continuo proceso de autoeducación popular, reconectando con la tradición pedagógica de los ochenta para re imaginar un país donde se viva bien y gobiernen los pueblos. Necesitamos re educar a nuestros intelectuales, para que renunciando a todo atisbo iluminista, acompañen las luchas sociales y aporten desde la retaguardia en el proceso de liberación.
El sujeto pueblo articula solidaridades donde el mercado y el Estado han dejado espacio, fortaleciendo nuevas o reviviendo antiguas prácticas asociativas. Nuestra historia nos alerta sobre delegar la transformación en grandes estructuras (partidarias o estatales), por lo que apostamos por procesos colectivos de definición del curso de nuestras organizaciones. Rescatando el asambleísmo que aprendimos de los pingüinos, colectivos territoriales y asambleas regionales, hoy son los comunales del FA los espacios mancomunados de dirección donde la apuesta política se democratiza y se hace permeable a los luchadores y luchadoras del siglo XXI.
A su vez, apostamos por formas de abordar colaborativamente y no competitivamente nuestras vidas, dando pasos en la gestión comunitaria y el cooperativismo como ya lo practica el Movimiento de Pobladores en Lucha en la comuna de Peñalolén y la cooperativa Coenergía. Nos asociamos para construir desde el territorio y lo cotidiano, un Chile más justo, amable y feliz.
En los periodos de grandes transformaciones como en el que nos ha tocado vivir, las crisis del poder -desde donde se crean las oportunidades del futuro-, nos brindan oportunidades para asociarnos desde la base, y desde allí, repensar y reconstruir el poder. Si para ellos este es dominación y obediencia, para nosotros y nosotras es representación mandatada por la base y de carácter temporal. Como dicen los zapatistas, se trata de mandar pero obedeciendo al colectivo, al sindicato, a la Federación de Estudiantes y en definitiva, al pueblo. Hoy son cientos los militantes y adherentes al FA que practican el poder desde la base.
Al igual que nuestros pueblos hermanos, somos conscientes de que si le dejamos el Estado a la oligarquía y sus representantes políticos, lo seguirán utilizando para explotar nuestros bienes comunes y negarnos de paso. Apostar por una vía democrática para la refundación del Estado, es una tarea ineludible. Pero no somos ingenuos. El Estado no es una “cosa sin historia” (como si no hubiese sido una institución construida para fortalecer el proyecto neoliberal), sino una relación de poder que concentra monopolios y capacidades productivas que -perteneciendo a la sociedad- son gestionadas por unos pocos para el supuesto interés de todos y todas, pero que suele terminar en la reafirmación del poder de las elites. La relación con lo estatal durante el proceso de cambio deberá apostar a fortalecer las organizaciones que los pueblos vamos gestando en este desarrollo y deberá encontrarse sometida a su fundamento, la defensa y afirmación de la vida y la democracia. Las limitaciones de los procesos de cambio en nuestro continente dicen relación con las distorsiones que se generan, cuando las alianzas populares arriban al Estado y terminan reproduciendo prácticas estatales de dominación y no de liberación. Cuando el poder se concibe como un atributo de alguien que, por ejemplo, se cree dueño de los votos que obtuvo en una elección, se privatiza y por ende corrompe, lo que en su fundamento es creación colectiva.
La salida a los ya evidentes déficits de construcción del FA no pasa por discursos pretendidamente críticos y grandilocuentes. El tranco del pueblo es lento y reflexivo. A su vez, “parchar” las fisuras entre la política elitaria y la política popular al interior del bloque frenteamplista no sirve de mucho, menos si nuestra mirada y convicciones profundas no se colocan en el largo proceso de construcción de la nueva sociedad. Más allá de los acuerdos firmados bajo la presión de los medios o el temor a la “sublevación de las bases”, se debe propiciar más debate y conexión ética con nuestros pueblos. Debemos agudizar el oído, como bien lo señalaron los zapatistas, para recoger con humildad la experiencia y la impresión de estas bases comunales frenteamplistas que cada día crecen en el país, silenciosamente, forjándose en el cotidiano y el territorio compartido. Ese FA echa raíces y tiene la película más clara que los que se han mareado con la política de tiempos electorales. Y con raíces firmes, es que se construyen las revoluciones profundas, esas que sólo la dignidad de un pueblo es capaz de parir y defender.