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El Marxismo vuelve en toda su gloria

Por: Miguel Silva

La mayoría de los y las que luchan hoy comparten ciertas ideas sobre lo que conocemos como marxismo. Es decir, que el marxismo es bueno para analizar las catástrofes, como las guerras mundiales, las depresiones económicas, los cambios globales en la producción económica y la competencia geopolítica. Pero muchas comparten la opinión de que el marxismo poco dice sobre el sufrimiento de la mujer, la opresión sexual y cambios en la naturaleza del trabajo.

En fin, creen que ha sido poco útil últimamente.

Es cierto que el marxismo nos ha ayudado a explicar que las guerras tienen que ver con la competencia económica y a veces militar entre países. Después de todo, la Guerra del Pacífico (en Perú se llama la Guerra del Salitre) fue una guerra sobre el derecho de explotación económica de los campos salitreros de Bolivia y Perú.

Es decir, la inversión de capital por parte de empresas nacionales en otros países necesita apoyo para enfrentar otras empresas extranjeras que están en lo mismo y a veces ese apoyo tiene que ser estatal y armado.

Las grandes empresas inglesas, por ejemplo, se encontraban en una crisis económica durante la segunda mitad del siglo 19 y se lanzaron para aprovechar el control que ejercía su Estado en los países de su imperio. Exportaban sus inversiones, recuperaban las ganancias que nacieron de esas inversiones  y así salieron de la crisis. ¿Quiénes eran los dueños de los campos salitreros (ya de Chile) después de la Guerra del Salitre?… ¡Por supuesto, los nuevos dueños eran empresas inglesas!

Acto seguido, Alemania siguió el ejemplo de los ingleses e invirtió en  países de su imperio con el apoyo de su Estado. Y luego la consolidación de un imperio económico chocaba con el crecimiento de otro… ¡GUERRA!

Ahora bien, al principio las inversiones imperiales se dirigían a la explotación de materias primas, pero el mundo avanzaba y el desarrollo científico cambiaba el centro de gravedad de las industrias. Antes procesaban puras materias primas, pero después materias pre-procesadas. Antes petróleo, después sus subproductos -los plásticos. Antes minerales de la tierra, después sus subproductos -los químicos.

Pero las plantas nuevas que procesaban estos nuevos productos se construían no en los países donde se extraían las materias primas, sino en los países ya desarrollados que importaban esas materias. Las nuevas plantas de fabricación de salitre sintético, por ejemplo, se construían en Alemania. En otras palabras, con el paso del tiempo no solamente la naturaleza de las industrias de extracción cambiaba, sino también su ubicación. El centro de gravedad de los negocios se mudó de los países coloniales a los países ya desarrollados.   

El marxismo nos ha ayudado a entender el impacto de estos cambios. Primero la explotación imperialista. Luego la integración de los países ya desarrollados y el desplazamiento permanente de los países coloniales a una posición económica inferior. Primero la llegada de una marea de capital a esos países, por así decirlo, luego el retroceso de esa marea, dejándonos como drogadictos que piden lo que más necesitan… inversiones de capital.

Sin embargo, en casi todo el mundo durante el siglo pasado los países dominados cambiaron. Sus ingenieros, economistas, médicos, sus funcionarios estatales de alto nivel y sus abogados crearon movimientos independentistas que insistían que sus países serían mejores SIN el control de los países imperialistas y coloniales. Que SU clase media podría romper ese control y usar SU estado para crear un nuevo país.

Se levantaron en todo el globo y sus guerras y revoluciones eran exitosas no solamente por la valentía de los y las que enfrentaron las fuerzas coloniales, sino  también por el hecho de que la mayoría de las inversiones de capital en el mundo ya se hacía ENTRE los grandes países.  ¿Y por qué así? Porque los grandes poderes podían ganar más de la fuerza de trabajo de los trabajadores en sus países porque eran, y son, mucho más productivos.

Como consecuencia de este cambio de centro de gravedad en sus inversiones, los países más desarrollados podían perder algo del control que ejercían sobre los países de sus imperios, pero igual seguir procesando los subproductos de las materias primas. Y al principio, las autoridades pos-coloniales no tenían otra opción más que seguir exportando sus materias primas a los mismos poderes imperiales como antes de sus revoluciones.

Pero después de las revoluciones dirigidas por las nuevas autoridades, ellas mismas intentaban  usar su Estado para crear una nueva base de crecimiento económico y encontraban que las grandes economías tenían poco interés en invertir como socios. Como consecuencia, a menudo  exigían austeridad a sus poblaciones con el propósito de invertir los recursos ahorrados en una nueva base de desarrollo económico para el país.

Recordemos que estos cambios ocurrían durante el periodo de gran auge económico mundial después de la segunda guerra mundial, entonces los países pos-coloniales podían aprovecharse de ese crecimiento. En algunos casos podían concentrar sus inversiones en una industria o en un producto, crear ventajas comparativas para sus exportaciones o fomentar una industria que podía fabricar bienes para su mercado nacional. Todo con la ayuda de su Estado.

Ahora bien, muchos han opinado que el uso del Estado para controlar las inversiones es, en sí mismo,  una forma de comenzar el fin del sistema capitalista porque el propósito de “sustituir las importaciones” es producir para el consumo nacional, y no producir para el mercado internacional. Es producir valor de uso en vez de producir valor de intercambio y como sabemos que la producción de mercancías es la base del capitalismo, entonces parece que se está poniendo fin al capitalismo.

Marxismo y la intervención estatal

El marxismo nos ayuda a entender este cambio fundamental en el capitalismo durante el siglo pasado… la intervención estatal en las economías del mundo. Nos deja entender que el sistema NO estaba llegando a su fin, sino que un capitalismo controlado por el Estado es un tipo de capitalismo híbrido, donde los estados controlan el mercado nacional, pero es la competencia entre los estados y sus empresas a nivel internacional el que controla la producción global.

Ejemplos de la intervención estatal hay muchos, desde la integración del Estado y los conglomerados privados en Corea del Sur, hasta el capitalismo controlado totalmente por el Estado como en Rusia hasta 1989.

Parecía por un tiempo que ese “capitalismo del Estado” tenía la capacidad de crear economías nuevas donde no había. Florecieron economías “del nuevo tipo” en múltiples países. A manos de CORFO se industrializó Chile durante el Frente Popular. En esa misma década Perón ocupó el Estado para crear nuevas industrias y distribuir los beneficios a la población de la bonanza de exportaciones de carne y trigo a Europa. Bajo su dictadura, los militares de Brasil también efectuaron cambios en las industrias a manos del Estado.

En fin, el Estado llegó a ser una herramienta muy importante en manos de gobiernos (de izquierda y derecha) y de militares (de derecha y nacionalistas) en su afán de desarrollar sus economías.

Llegamos a las grandiosas décadas de los ’60 y ’70. Época de la UP, de la guerra de Vietnam, de los panteras negras, de la revolución Cubana, de mayo de ’68 en París, de la primavera cheka, de la revolución de las flores en Portugal, de las oleadas de huelgas en Europa. Luego del fracaso y derrota (en general) de esos movimientos, otra vez más hay cambios fundamentales en el sistema capitalista. Es decir, el fracaso en los intentos del “capital de Estado” de frenar la crisis económica mundial de los ’70 provoca un cambio de estrategia global del sistema. Los capitalistas eliminan gran parte de la intervención estatal en las empresas y economías y se organizan para bajar los costos que pagaban para su uso y abuso de la fuerza de trabajo de los trabajadores. Ponen fin a sectores de la economía del Bienestar y el trabajador asume gran parte de los costos de su salud, de su educación, de su vejez. Obligan al trabajador a laborar más fuerte o por un horario más largo.

Y fundamental, bajan los costos de producción. Distribuyen la cadena de producción entre plantas de alta productividad ubicadas en países distintos, pensando que todos los países que se integran en esa cadena van a aprovecharse de los cambios. Incluso, países poco desarrollados económicamente. Es decir, que la combinación de neoliberalismo y globalización iba a crear un nuevo mundo sin recesiones ni crisis. Y así fue al principio. Los grandes fabricantes de autos, de telas y ropa, de maquinaria electrónica integraban en sus plantas, “de asamblea final”, componentes que provenían de muchos y varios países distintos.

 En Chile, la economía y hasta la clase de los capitalistas se reestructuró. Hicieron nuevas inversiones dirigidas hacia negocios con “ventajas comparativas” como la minería, la celulosa, la harina de pescado, la fruta. El Estado que impulsó estos cambios era lo que quedó después de eliminar la educación estatal, la salud estatal, las pensiones estatales, las empresas estatales.

Como consecuencia de esta época de ataques a las condiciones del trabajador, de inversiones y de globalización, en China se ha concentrado la producción de muchos componentes, en Alemania se fabrican muchas de las maquinarias que se instalan en las plantas productoras de otros países, en los EE.UU., las empresas de la industria han aprovechado el gran aumento en la productividad para despedir a cientos de miles (sino millones) de trabajadores. Hay una combinación hoy de fabricación a niveles muy altos de productividad en múltiples países y  el ensamblaje de esos componentes en grandes redes logísticas que distribuyen los componentes y bienes terminados.

Pero con el paso de las décadas podemos ver las consecuencias centrales de esta reestructuración del neoliberalismo y globalización. Esta vez el impacto de un nuevo periodo de cambios ha sido aún más dramático que aquel de la intervención estatal. La combinación de cambios importantes en la productividad y la formación de cadenas de producción hicieron posible la creación de enormes concentraciones de capital en países donde no las había antes, como sucedió en India, Indonesia, Vietnam y sobretodo en China. Y como consecuencia, el balance de poder económico y geo-político ha cambiado.

Los ideólogos de la “Nueva América”, como por ejemplo los asesores de Trump, ya sostienen que la globalización (aunque comenzó como buena idea quizás) ha traído consecuencias muy malas para los EE.UU. Su país ya no manda a todo el mundo, ni económicamente ni políticamente. Como consecuencia, la época de globalización compartida ha terminado y otra época de competencia nacional ha empezado.

Pero una  vez más, así como hace más o menos un siglo atrás, el desarrollo productivo ha dejado afuera una gran cantidad de países menores. O mejor dicho, las inversiones en esos países han integrado parte -y solamente parte- de cada país en la cadena global de producción. Al lado de la gran minería, la agroindustria y la explotación de gas y petróleo hay millones que sobreviven en el mercado negro y la producción a pequeña escala.

  Y parece que los países menores, otra vez más, no tienen más alternativa que andar ofreciéndose en el mercado global, brindando una buena oferta para atraer inversiones en sus tratados de libre comercio.

Ahora bien, los que sacan beneficio de los negocios tratados podrían ser las empresas mismas y con el mítico goteo de ahí al resto del país, o al Estado que podría distribuir los beneficios del negocio. En períodos de bonanza, por ejemplo, de las exportaciones de materias primas de América a China en la primera década de este nuevo siglo, estos negocios eran bien grandes y los beneficios a veces importantes para sus pueblos, tanto en Venezuela o Brasil como en Australia, Chile y algunos países asiáticos.

De ese período de crecimiento independiente nace otra vez la idea de que los países  menores podrían juntarse para independizarse de la explotación imperialista de los grandes poderes.

Venezuela podría vender o canjear su petróleo por la soya, maíz o productos metal-mecánicos de Brasil. Argentina podría  intercambiar su carne o trigo por el gas de Bolivia. Esa nueva cadena de producción integrada podría independizar a los países menores, que ya no tendrían que prostituirse frente a los grandes poderes económicos (y por ende políticos) y hacer competencia con otros países menores para las pocas inversiones que las empresas y Estados poderosos hacen fuera de sus propios países. Podría nacer todo un continente independiente, tanto económicamente como culturalmente,  de los grandes imperios. Una nueva América o una nueva África.

Ya vimos que los países coloniales habían intentado  independizarse de los países “mandamases” durante el crecimiento global de la segunda parte del siglo veinte, pero no se escuchaba dentro de esos países ex coloniales  a los que insistían que el desarrollo de una nueva economía independiente igual se basaba en la explotación de los trabajadores de la minería, de la industria textil, de la ciudad y del campo.

No se escuchaba esa crítica porque parecía que las economías nuevas estaban en buen estado y crecían. Tampoco se escuchaba  esa crítica durante el crecimiento de los países menores a principios de nuestro nuevo siglo, porque con la bonanza de las exportaciones de materias primas parecía que todo andaba bien con las economías menores.   

Pero el marxismo sí que nos ayuda para ver bien la explotación que existe detrás de cualquier cambio en la dinámica del sistema. Hay explotación del trabajador detrás de la exportación del capital imperial, detrás de la inversión mutua de enormes cantidades de capital entre los países desarrollados, detrás de la intervención estatal en las economías del mundo, detrás de la globalización de las cadenas de producción y luego detrás del renacimiento de la competencia imperial y la formación de grupos de países menores que intentan integrar su producción para independizarse de las grandes economías.

Hay tres cosas que no han cambiado durante este largo periodo de desarrollo desigual y combinado entre los países grandes y menores: Lo primero es que los países grandes se aprovechan de los menores. Aunque dirigen solamente una pequeña fracción de sus inversiones a aquellos países menos importantes económicamente, los recursos invertidos son muy grandes e importantes a los ojos de las autoridades de esos países menores. Por ejemplo, la compra de Walmart al grupo Lider, o las inversiones de multinacionales de varios países en la generación de electricidad o en la minería en Chile, o la llegada de capital de China que ha tomado control de la minería y de la pesca en Perú.  Frente al poder de estas nuevas inversiones, las autoridades locales intentan hacer buenas relaciones con las economías que son fuentes de los recursos, o por el contrario, intentan independizarse.

La segunda cosa que no ha cambiado es el crecimiento de la clase trabajadora a nivel global. Ya son más de dos billones de trabajadores asalariados que hacen girar la producción en países grandes y chicos. La clase trabajadora asalariada constituye, por primera vez en la historia humana, la mayoría de la fuerza productiva global.

Y la tercera cosa es el impacto de períodos de crecimiento y de crisis económica. El crecimiento y conquista imperial seguido por la guerra entre los países imperialistas; la gran recesión de 1929 seguido por otro período de competencia imperial y la segunda guerra mundial; la época de crecimiento global, independencia nacional y capitalismo de Estado después de esa guerra seguido por la recesión de los ‘70; el fin de las economías de bienestar y la época de neoliberalismo y globalización que trajo la gran recesión de 2008 y el largo período de estancamiento que la siguió; la recesión que se nos viene encima hoy.

Pensándolo mejor, hay una cuarta cosa que no ha cambiado. Y esa es que se han popularizado dos ideas sobre qué hay que hacer para crear un mundo de gente que vive bien. Primera opción: que los países menores tienen que independizarse de los países y poderes grandes. Y segunda opción: que el sistema capitalista mundial controla tanto a los poderes económicos grandes como los poderes económicos menores, entonces la única solución realista es una revolución global.

El Marxismo, el futuro y la recesión

Muchos activistas jóvenes cuando luchan contra la opresión y el racismo no piensan que es el capitalismo la causa de esa opresión. Para muchos, el marxismo no “conecta” con su lucha. Ellos han crecido durante ese largo periodo después de las gloriosas décadas de los ’60 y ’70. Periodo de derrota del trabajador en casi todo el mundo y periodo del triunfo del neoliberalismo, es decir, del contraataque exitoso del capitalismo.

Y últimamente gobiernos progresistas han impulsado sus revoluciones pensando que han logrado “saltar” el sistema capitalista descrito por el marxismo. En vez de destruir el estado capitalista,  han usado sectores de ese estado para intervenir en la economía y han ocupado sectores de las fuerzas armadas para poblar ese nuevo aparato estatal con personal confiable. Durante ese periodo, el crecimiento de China aumentó el precio y volumen de sus exportaciones de materias primas, entonces pocos creían a aquellos marxistas que sostenían que no hay cambios grandes sin revolución total.

En Chile la economía reestructurada neoliberal y luego la bonanza de las exportaciones de materias primas ha llegado a su fin, pero  la alternativa más apoyada es hacer crecer una economía (capitalista) de bienestar.

Parece entonces que para muchos el marxismo quedó mal parado porque no figura como alternativa importante.

Ahora bien, algunos pocos marxistas han enfrentado los cambios en la economía y han dejado en claro que la economía reestructurada crecía, eso sí, pero sobre la base de la explotación del trabajador y la expansión de las economías globales, como China. Y otros marxistas han discutido cómo el capitalismo -es decir, los capitalistas- usan la opresión y explotación de la mujer, abusan de los pueblos originarios y de los migrantes para fortalecer sus negocios. ¡Más divisiones entre los trabajadores, más dinero para los patrones!

Pero estos marxistas hemos sido una pequeña minoría. Sin embargo,  los días de las soluciones de alternativas independientes del sistema capitalista mundial están llegando a su fin por dos razones:

Porque se acabó la época de la bonanza de las exportaciones y la próxima recesión global se acerca (por razones que podemos analizar en otra columna). Esta vez no existe una alternativa de exportaciones a China para los países de América. Esta vez la recesión nos va a pegar con fuerza.

Ahora  bien, la mayoría de los americanos todavía creen que los pueblos  de América ya somos independientes de los grandes poderes porque tenemos una cultura, una historia, un continente distinto. ¿Por qué no podemos trabajar juntos, mancomunados, para crear un nuevo continente?

Puedes imaginar que los países de América podrían reubicar sus ventas. Vender el cobre chileno a Brasil. Vender la soya brasileña a Argentina y Bolivia. Vender el gas boliviano a Perú. Esos cambios SON posibles. SÍ, SON POSIBLES, pero bajo el impacto de una recesión global los países de América entrarán en condiciones de crisis en que los dueños privados (nacionales o internacionales) o estatales (funcionarios de alto nivel) de las empresas de América van a hacer todo lo posible para garantizar el futuro de sus negocios. Porque esos negocios dan el sustento de que viven.

En condiciones de crisis las varias clases se mueven para dar soluciones al caos imperante.

Una de las soluciones es juntar la revolución local a la revolución global, donde los trabajadores del mundo toman control del globo que ya hacen girar.

Otra solución sería crear un continente independiente de la revolución global.

¿Cuál es la opción más realista… tomando en cuenta la situación de crisis y caos en que vamos a entrar luego?

 

Bueno, la segunda razón por la cual el sistema capitalista mundial está llegando a su fin es, por supuesto, la crisis climática que ha sido provocada por las empresas de consumo de carbón en países en todo el mundo. Tenemos que poner fin a la producción y uso de carbón, petróleo y gas, no solamente en los países Árabes, sino también en los EE.UU., en Venezuela, en Ecuador, en Rusia, en China, Australia  y Bolivia.

Es decir, no solamente los gobiernos reaccionarios como lo de Bolsonaro y Trump enfrentan las crisis, sino también los gobiernos progresistas del mundo. La crisis se va a enfrentar solamente con las fuerzas mancomunadas de TODOS los países.

En fin, ya vuelve una nueva época de “catástrofes”, época que exige soluciones a problemas fundamentales, época en que no hay cómo avanzar con soluciones parche el desarrollo nacional estatal.

Es decir, para poner fin a las recesiones y catástrofes climáticas necesitamos ideas realmente revolucionarios.

Es decir, el Marxismo.

Comentarios (1)

  • Felipe tamayo flores

    Nicolas muy buen analisis..pero al final se me.desinflo…efectivamente el capitalisml esta llegabdo a su fin, pero gracias a las consciencias d elos niños y jivenes…que creen en el.reciclsje, lamreduccion y lamreutilizacion d elas cosas…que es la.antitesis del consumismo…ojo con eso

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