
El fin del comienzo
Por Pablo Parry
En todo momento revolucionario, existen dos emociones que emergen desde el inconsciente popular. Mezcolanza de ira fecunda y coraje eufórico. Cuando esas fuerzas titánicas se cruzan en los devenires de la historia, no hay razón ni argumento que las pare.
La olla ya explotó. Cualquier norma, principio o elemento básico del comportamiento humano típico ya no tiene ningún valor a partir de este momento. Las cartas están echadas, y el juego empezó hace rato. Y si algo nos demuestran las crisis, es que tanto moderados como reaccionarios son los primeros en ir a la guillotina.
De esta nadie salva. Los que traten de aferrarse al orden de cosas, padecerán el castigo inevitable de negarse a morir. Quienes opten por la neutralidad, pasarán a ser un triste vestigio de la historia. Pero quienes aceleraron el parto no pueden desentenderse ahora, pues aquello sería entregar al pueblo a un oscuro e incierto destino.
Parafraseando a un viejo filósofo, nos encontramos en uno de esos momentos en donde lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no termina de nacer. La pregunta que cabe hacerse es ¿Que es aquello que nace? ¿Es acaso la posibilidad histórica de refundar nuestra patria desde abajo o el triste y farsesco preludio de una inevitable deriva reaccionaria planificada con mucha antelación?
Las circunstancias nos obligan, por tanto, a no caer en la ingenuidad. Ante un pueblo rodeado de personajes que no muestran sus verdaderas caras, la organización popular se vuelve un deber histórico. Mientras, las ruedas de la historia avanzan a paso rápido. Y solo aquellos que sepan alcanzarlas, son los que tendrán derecho a escribirla.
Imagen extraída de elespectador.com