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El Feminismo vuelve a darle sentido al Movimiento Estudiantil, a 50 años del Mayo Francés

#Revista De Frente

 

Sigue creciendo la movilización, ya que el problema es transversal a todas las casas de estudios: el Movimiento Estudiantil al fin alza una bandera de lucha que no se limita sólo a sus demandas particulares. Ya no se trata de petitorios para platas más o becas menos, esta vez el enemigo es mayor. No es el lucro, es el patriarcado. 

 

En cada asamblea o círculo de mujeres que se forja espontáneamente hoy en múltiples universidades, se devela el peor rostro de ese machismo que los varones naturalizamos y -al mismo tiempo- crece la confianza sincera de un género que decidió creerse y quererse para generar la sinergia necesaria para su lucha. Contra ese amor, ¿qué podría hacer un «no» de un Ministerio o del gobierno de turno? No es una reforma la que está detrás de cada lienzo, no es una ley ni un cero más al presupuesto de la Nación: es una revolución cultural que de tan necesaria ya es inevitable. Por eso vencerán.

 

El horizonte de esta lucha no tiene límites, es un proceso, un camino. Las compañeras han apuntado las armas de la crítica a un objetivo de corto, mediano y largo plazo. Todo a la vez. Así son las revoluciones. A su paso, en su justo afán, se pueden cometer errores. Pero ninguno de ellos deslegitima la lucha. Ninguna guillotina está de más cuando las banderas son las de igualdad, fraternidad y libertad. Los varones, a callar. Asumir con humildad absoluta las propias brutalidades y ser implacables con las de otros. «Caerán justos por pecadores», diremos desde la testosterona ansiosa. Siendo todos hijos del patriarcado, ninguno es inocente: todos fuimos culpables y encubridores -consciente o inconscientemente- alguna vez. Y desde el privilegio que tenemos desde la cuna, no podemos ser tan caraduras como para cuestionar.

 

Es una revolución cultural: gestada desde hace décadas y sin la espectacularidad de otras insurrecciones llenas de tiros y oradores encendidos por el coro de las masas. Esta vez son los abrazos, los apañes, el cuidado, los que sanan y a la vez empoderan. Los gritos nacidos no desde la pose o el afán de figuración: son gritos contenidos desde la infancia, gritos de hartazgo y justo odio, un basta ya visceral y de piel, a la vez. Temblor interior de vida.

 

Podrán bajarse las tomas en su momento, sí. Pero la radicalidad de esta lucha no caduca allí. Seguirá como sesegen, como necesaria instancia separatista, como foro y taller, como revista y grupo de whatsapp. Como rumor, subterráneo, esperando a ser grito nuevamente cuando el patriarcado vuelva a atacar con su bestialidad acostumbrada.

 

 

 

 

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