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El electroshock es para los pobres

Por Julio I. Quiroga Campos

Psicólogo

Militante Movimiento Autonomista

 

En extremo interesante ha sido la controversia que ha causado la declaración de la senadora UDI Jacqueline Van Rysselberghe en entrevista con The Clinic, al comparar sus “cualidades” con la terapia electro convulsiva (electroshock), aludiendo a una supuesta e injusta mala fama en comparación a una, también supuesta, alta efectividad del procedimiento.

 

La tensión suscitada es tan familiar y habitual como ver a un personero del “partido popular” haciendo una declaración que moralmente raya en lo absurdo, infantil y nostálgico de un tiempo pasado mejor (para su clase). ¿Qué lo hace tan interesante si es tan habitual? Primero, porque la discusión sobre los procedimientos en salud mental y derechos humanos es habitual sólo para académicos que son vistos generalmente como ociosos y odiosos por los gremios médicos y farmacéuticos, gremios con sus intereses bien puestos en la protección de su clase y del modelo biomédico de salud, y no para los ciudadanos de a pie. Segundo porque, y probablemente sin quererlo, la senadora abre una ventana para la reflexión sobre lo que hoy como ciudadanos, trabajadores y usuarios entendemos por salud y por nuestros derechos asociados a ella. Tercero, y quizás mi razón favorita, porque desenmascara los intereses gremiales y su relación codependiente con la agenda de control social tecnoquímica de los estados modernos.

 

En lo personal, no me demoré más que unas horas en hacer una publicación sobre esta declaración en una de mis redes sociales, en mi habitual, melodramático y sobrestimado tono irónico. Y ahí mismo, a la espera de ovaciones y risas cómplices de mi comunidad de amigos virtuales progre (espaldarazos que por supuesto recibí), aparecen comentarios de personas que suponía de este mismo círculo, pero que en un tono ceremonioso, como si al responderme recitaran los mantras de un exorcismo para extirpar el demonio de la crítica a sus batas vencedoras de la prueba de la blancura: que “ya no es como antes”, “no es como lo pintan en las películas”, “ahora es súper seguro y se hace con anestesia” (¡ALELUYA POR LA CARIDAD MÉDICA QUE SE DIO CUENTA QUE LA ELECTRICIDAD DUELE!), “solo se usa para los síntomas refractarios” (en lenguaje muggle se refiere a aquello que se resiste a desaparecer con las drogas psiquiátricas), y por supuesto, las críticas directas, “eres súper irresponsable e ignorante… lee este paper” (porque a mis colegas defensores del gremio siempre les encanta tirar el último estudio que está pegando)

 

Hagamos el mismo ejercicio de ser directos, creo que el tema lo merece. El electroshock es violento y es tortura. Por supuesto que cuando sostengo esto no es desde la posición irreflexiva y burda de asociar tortura al daño físico, la psiquiatría moderna (y mi muro de Facebook) ha sido insistente en aclarar lo del uso de la anestesia en el procedimiento; no obstante, en los tiempos de hoy, no podemos sino reconocer que la violencia tiene formas harto más sofisticadas que los métodos de nuestro dictador.

 

Es violento ser sometido a técnicas de tratamiento que tengan como objetivo provocar microconvulsiones (y microdaño) para así resetear el cerebro hasta que desaparezcan los molestos “síntomas”. Es violento que se avale el uso de dichos métodos sin tener evidencias de peso acerca de la forma en que ellos actúan al interior de nuestro aparato, solo por criterio de efectividad y sin parar en los daños registrados en los historiales médicos de pacientes expuestos a ellos; no es muy distinto al cálculo costo-beneficio que haría una empresa al botar residuos en un río o al construir una represa, por ejemplo. Es muy violento, y creo que esto podría ser lo más central del punto, que el sistema de salud actual, custodiado por las batas blancas de nuestros paladines, siga sosteniendo sin vergüenza que salud es equivalente a remisión sintomática. Es violento que el gremio salubrista, y con ello no quiero que se asocie a los médicos necesariamente, porque la “comodidad a la acomodación” pasa hasta en las mejores familias profesionales, arremeta con argumentos de autoridad intelectual (falaces) a quienes desde su experiencia personal, a-gremial y colectiva buscan poner en tela de juicio su quizás inmerecida legitimidad. Es habitual e históricamente violento que no seamos los pueblos los encargados y responsables de determinar nuestras nociones de dolor, recuperación, vida y muerte, y que sobre la administración de estos temas que nos corresponde por derecho, se impongan a punta de fármaco definiciones de salud y enfermedad que obedecen a lógicas gaussianas de mantener a la masa en orden, indiferenciada y convenientemente silenciosa.

 

Creo que vale hacer hincapié y recordar que las expresiones psicopatológicas más dramáticas, y sobre las cuales recae el electroshock generalmente (patologías con síntomas catatónicos, multiconsumo de sustancias con abuso primordial de pasta base de cocaína), no aparecen en las consultas privadas del barrio alto, ahí los internos remiten en etapas anteriores del tratamiento con apoyo de una red de salud y familiar relativamente bien constituida. El electroshock aparece en la soledad, en el abandono, en el pasillo tétrico de los hospitales de Av. La Paz; debemos decirlo por su nombre, el electroshock es para los pobres.

 

 

 

Fuente de imagen: https://www.pinterest.com/pin/568438784187896490/

 

 

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