
El desafío estructural de la izquierda progresista chilena. Por Marcos Muñoz
Más allá de nuestra perspectiva política e ideológica, lo cierto es que la sociología política chilena describe en la sociedad actual la existencia de individuos y familias como entidades histórico- sociales efectivas. La categoría de «pueblo», que emergió desde la subjetividad de los sujetos manifestantes durante el estallido social, debe ser reinterpretada a la luz de su reflujo, tras la pandemia y la caída estrepitosa del proyecto plurinacional de la nueva constitución que debía superar el neoliberalismo.
La actual coyuntura sociopolítica, está marcada por la doble derrota de la izquierda progresista en el plebiscito de salida y por la elección de una mayoría de republicanos en el Consejo Constitucional, que otorga mayorías definitivas a los sectores ultraconservadores y neoliberales del espectro político nacional, para la redacción del borrador de la nueva constitución.
Bajo este marco, los sectores progresistas del campo político tienen el desafío de representar los proyectos de vida de los individuos y sus familias, considerando el conjunto de amenazas objetivas y subjetivas que recaen sobre ellos. Esta «inconsistencia posicional» de los sujetos neoliberales contemporáneos se expresa en una aguda sensación de inseguridad y desestabilización social, económica y subjetiva.
El miedo cronificado por la pandemia y el estallido social, el desempleo, la inflación, la delincuencia organizada, el narcotráfico, los llamados «actos terroristas» en la Araucanía, la ansiedad y depresión, la deserción escolar y, por cierto, la fobia al maximalismo de la élite progresista metropolitana, que le cuesta empatizar con el «rezago» modernizador de los mundos sociales no metropolitanos del campo y las regiones, parecen describir las formas de malestar social e inconsistencia posicional de los electores.
El malestar de los individuos y comunidades excluidas del discurso progresista, feminista, animalista y plurinacional, ha encontrado más sintonía con los republicanos, ejerciendo un voto de castigo contra el gobierno de Boric, que ha mostrado poca sintonía con estas realidades.
En este contexto, el desafío de la izquierda progresista parece ser menos ideológico y más existencial. Este problema no debería ser planteado en términos de la “masa ignorante”, el “facho-pobre” o la “gente tonta” que vota por la ultraderecha. La prueba estructural de la izquierda progresista chilena debe ser de orden existencial e interaccional. La pregunta central es entonces: ¿qué hemos hecho nosotros (la izquierda progresista) para que la mayoría social de Chile en su existir valore nuestra visión de mundo como propia?
Este desafío implica que el progresismo chileno construya una estrategia política que supere su propio proceso de individualización neoliberal, consistente en la producción “por arriba” de estrategias comunicacionales con base en el marketing político y el posicionamiento de rostros provenientes de la farándula, la televisión y la academia, para reconstruir la base social que se opuso a la dictadura pinochetista en la década de los ochenta.
En definitiva, de lo que se trata es de reconstruir “por abajo” los vínculos sociales y los compromisos con las demandas de las mayorías sociales y populares de Chile. Esta vinculación con el sentimiento de clase implica, por sobre cualquier criterio identitario y maximalista, recuperar el trabajo colectivo y de base que se ha perdido como consecuencia de la individuación neoliberal de las trayectorias políticas y la fragmentación del campo progresista, donde cada uno se las arregla como puede con sus carreras político-electorales, con sus lotes, familias, intereses y egos personales.
Sociólogo, Investigador Fundación Moebius y Fundador de Revista de Frente