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El cambio climático es una crisis para la humanidad

Por: John Molyneux

 

Este artículo fue publicado in inglés para la revista electrónica revolucionaria irlandesa Rebel, donde John Molyneux argumenta que el socialismo no es solo un medio viable para enfrentar la crisis, sino una necesidad histórica. Se editó algo del texto para acercarlo más a la  situación y cultura chilena. La traducción corresponde a Miguel Silva.

 

Mucho se ha escrito sobre por qué el capitalismo, por su propia naturaleza, no puede detener el cambio climático. El propósito de este artículo no es repetir los argumentos, sino demostrar  que el socialismo es un cambio necesario para enfrentar la crisis de la humanidad que nos enfrenta.

Por socialismo me refiero simplemente a la combinación de dos cosas: propiedad pública y control democrático de la producción y la sociedad.

Por propiedad pública no me refiero a la eliminación de la propiedad privada personal o la nacionalización de todas las pequeñas empresas y negocios del barrio, sino de los principales bancos, corporaciones, industrias, servicios y servicios públicos. Por ejemplo, llevar a la propiedad pública las redes de buses y del transporte,  todo el servicio de salud,  las viviendas sociales, el agua, minería, electricidad, gas, energía solar y del viento, el Jumbo, Walmart,  los canales televisión y radio y así sucesivamente.

Por control democrático me refiero a que cada lugar de trabajo principal (cada hospital, fábrica, metro, escuela, universidad, empresa de minería o fruta, etc.) debe ser administrado por representantes elegidos y revocables de su propia fuerza laboral, dentro del contexto de un plan democrático para la economía y la sociedad en su conjunto. Eso tendría que ser apoyado por un gobierno basado en asambleas populares elegidas democráticamente y responsables ante ellas.

Sin la propiedad pública a gran escala, el capitalismo y las leyes del mercado capitalista seguirán dominando nuestras vidas y esto tendrá consecuencias desastrosas para el medio ambiente como ya lo ha hecho. Sin control democrático, no se tiene socialismo, sino el capitalismo de estado con una nueva clase dominante de burócratas estatales como se ha visto en la Rusia estalinista y en China, y que también trae terribles consecuencias ecológicas porque subordina las necesidades de la gente y la naturaleza a la acumulación y la competencia con otros estados.

Solo a través del socialismo será posible generar tanto la voluntad política en el gobierno, como el genuino apoyo y colaboración popular para lograr la inmensa transformación coordinada de la economía nacional e internacional que exige la emergencia actual. Solo la propiedad pública y la planificación democrática pueden coordinar la puesta en marcha y la expansión del transporte público gratuito, la transición urgente a la energía renovable, la modernización masiva de viviendas y un amplio programa de forestación y reconstrucción.

 

Una transición justa

 

La mayoría de los movimientos climáticos y ambientales apoyan la idea de una transición justa hacia un mundo nuevo, pero solo el socialismo con su compromiso de poner fin al privilegio de clase y la desigualdad puede lograrlo. En cualquier sociedad donde hay multimillonarios junto a personas sin casa, e inmensas divisiones entre países ricos y países pobres como resultado del imperialismo y el capitalismo globalizado, todos los intentos de transición para terminar con las emisiones de carbono fracasarán por causa de esta desigualdad. Los ricos buscarán protegerse a sí mismos y su estilo de vida en comunidades cerradas en los buenos barrios,  mientras intentan imponer el peso de la transición en los hombros de la gente común.

El ejemplo del transporte, por ejemplo. Si, como es absolutamente esencial, sacamos a las personas de los autos privados y las llevamos al transporte público gratuito, ¿cuáles serán las consecuencias?

Bajo el capitalismo significará que los jefes de las gigantescas compañías automotrices (Volkswagen, Toyota, General Motors, etc.) verán en qué dirección sopla el viento, saquearán sus propias empresas y depositarán las ganancias en sus cuentas bancarias de las islas Caymanes, mientras arrojan cientos de miles de sus trabajadores al basurero.

Bajo el socialismo, podríamos quitar las ganancias a los gerentes y los grandes accionistas de la industria, mientras que los cambios se gestionan de una manera que capacita y vuelve a emplear a los trabajadores en trabajos socialmente útiles, por ejemplo en la construcción de buses.

 

Pensando globalmente

 

La justicia climática a escala global es totalmente impensable sin el socialismo. Hace quinientos años, los diferentes continentes y regiones del mundo estaban aproximadamente al mismo nivel de desarrollo económico. Por ejemplo, China estaba tan económicamente avanzada como Europa e India era vista como un país rico. Siglos de capitalismo, esclavitud e imperialismo (el primero surgió del segundo), crearon un mundo inmensamente desigual. La producción industrial, la riqueza y el poder se concentraron en los países llamados «avanzado” —esencialmente Europa y América del Norte— dejando los continentes de Asia, África y América Latina en condiciones de pobreza, hambre y la falta de desarrollo industrial.

Este patrón ha cambiado algo en las últimas décadas con el desarrollo capitalista masivo en China y otras regiones del sur y el este de Asia, pero sigue siendo una realidad en gran parte del mundo. Históricamente y aún hoy, los pueblos de Asia, África y América Latina han contribuido menos al cambio climático, pero se verán afectados de manera desproporcionada por los cambios. Por ejemplo, un aumento de la temperatura global de 1.5-2 C será una sentencia de muerte para gran parte de África porque destruirá su agricultura. El derretimiento de los glaciares del Himalaya y el aumento del nivel del mar devastarán por completo el empobrecido Bangladesh. Estos desastres no pueden ser enfrentados sin la redistribución socialista de la riqueza y la planificación socialista internacional. Solo el internacionalismo socialista basado en los intereses comunes de los trabajadores del mundo podría lograr esa cooperación internacional. Cualquier opción capitalista, sin importar cuán «verdes» sean sus intenciones, degeneraría en rivalidades nacionales e internacionales que destruirían cualquier planificación internacional coherente.

También está el tema del crecimiento económico general. Existe una visión creciente en el movimiento ambientalista que la idea de un crecimiento económico continuo es completamente insostenible. Greta Thunberg, en su discurso ante la ONU, habló de «cuentos de hadas del crecimiento económico eterno». En la realidad, hoy  enfrentamos el decrecimiento, lo que significa desempleo masivo, pobreza y austeridad (con el riesgo del fascismo).

Lograr una economía sin crecimiento provocado por los poderes del capital (medida en términos de PIB) o, en caso de que resulte esencial, un decrecimiento en ciertas áreas, también solo sería posible sobre la base de la planificación socialista combinada con el consentimiento popular que provendría de la participación masiva en el proceso de planificación democrática.

 

Desastres naturales en aumento

 

La proliferación de eventos climáticos extremos asociados con el cambio climático ya ha comenzado, como es evidente a partir de los numerosos desastres que actualmente podemos observar en todo el mundo. Incluso en el caso de una conversión milagrosa por parte de los gobernantes del mundo, es inevitable, debido al cambio climático ya incorporado en el sistema, que veremos una dramática escalada de catástrofes ‘naturales’: tormentas, inundaciones, sequías, incendios, etc., durante los próximos 5-10 años. Pero sabemos por abundante experiencia que la forma en que el capitalismo responde a tales eventos es a través de una combinación de lágrimas de cocodrilo (durante un tiempo muy breve), seguida de la indiferencia y abandono.

La intensificación del cambio climático hará que eventos como las inundaciones en Haití o India y Bangladesh o el huracán Dorian en las Bahamas sean fenómenos continuos. Está claro que una respuesta socialista a nivel gubernamental y social es necesaria para minimizar el número de muertos y el sufrimiento humano.

En otras palabras, necesitaremos una gran intervención estatal que se base en la participación popular y la solidaridad para rescatar a las víctimas, alimentar a los hambrientos y albergar a las personas sin hogar. Vale la pena señalar que las sociedades ricas como los Estados Unidos o los de Europa ni siquiera pueden ayudar a los que sufren en tiempos normales: ¿cómo serán en tiempos de catástrofe?

Además, el aumento de las temperaturas y el clima extremo aumentarán inevitablemente el flujo de refugiados, probablemente de manera masiva, porque regiones del planeta dejarán de ser habitables  en la próxima década. ¿Cómo responderán los países mejor ubicados? Sobre la base de una economía capitalista, una economía basada en el ánimo de lucro, es difícil ver que su respuesta va a ser solidaria. Una vez más, solo una economía y sociedad socialista responderá con dignidad y humanidad. Es decir una sociedad que aprovecha el trabajo colectivo y los talentos de todos y comprende que, con cada nueva persona viene un contribuyente nuevo e igual a la sociedad independientemente de su nacionalidad, color u origen étnico.

 

¿Una tercera alternativa?

 

Finalmente, algunos imaginan que podría haber una tercera alternativa, ni capitalismo ni socialismo, sino un retorno a algún tipo de sociedad precapitalista basada en aldeas o comunas autosuficientes ecológicamente sólidas a pequeña escala. Independientemente de lo que uno piense del valor moral de tales comunidades como experimentos o prefiguraciones de la vida en un futuro imaginado, el hecho es que ese estilo de vida no es una opción para la gran mayoría de la gente común en nuestra sociedad.

¿Estamos diciendo que los 100 millones de personas en Guangdong (la región hiper industrializada y urbanizada del sur de China) o los 24 millones de personas de Shanghai deberían volver a las comunas rurales chinas de anteayer? Esto no es posible.

Tampoco es posible que los cientos de miles de mapuche que viven en Santiago vuelvan a comunidades rurales del sur.

La única solución es que los 100 millones de Guandong o los 20 millones de Mumbai o los ocho millones de París o los siete millones de Santiago tomen posesión y control colectivo de los inmensos recursos productivos generados por el trabajo de los trabajadores bajo el capitalismo y avancen hacia una sociedad basada en la producción para las necesidades humanas.

Desafortunadamente, existe una posible «tercera alternativa» tanto para el socialismo como para los negocios capitalistas, como es habitual en una sociedad en crisis extrema. Esa alternativa es el fascismo o alguna otra forma de dictadura autoritaria de ultraderecha. Esto no aboliría ni la desigualdad de clase ni el capitalismo, pero podría poner parcialmente al capital privado bajo control estatal y abolir la democracia, incluso en su forma parlamentaria muy limitada actual.

Esta nueva dictadura, en condiciones de crisis climática aguda, significa una barbarie racista que globalmente excedería la del holocausto y la Segunda Guerra Mundial. Esto aún no ha sucedido, pero podemos olerlo con Trump, Bolsonaro y Salvini. La democracia parlamentaria y los derechos democráticos limitados ganados por los trabajadores deberían, por supuesto, estar defendidos de esta amenaza fascista, pero en la inmensa crisis a la que estamos entrando, los negocios capitalistas como siempre serán una opción cada vez menos viable. Una solución socialista es una necesidad histórica.

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