
Después del Plebiscito, ¿Qué? Algunos comentarios tras la histórica votación del «Apruebo»
Los resultados del Plebiscito Constitucional hablan bastante por sí solos, pero aún así las elites de «las 3 comunas» y los medios privados de comunicación parecen hacerse los desentendidos y seguir, una vez más, como si nada hubiera pasado. Hay ahí una mezcla de intentar contener el golpe que significa la paliza dada por la vía de negar su magnitud, de aparentar que lo que se vive en el país no es tan grave para ellas, y de utilizar su enorme poder mediático e institucional para contener el proceso, copando el debate público con las y los mismos de siempre, y luego, la misma Convención Constitucional, utilizando además los mecanismos y regulaciones impuestos en la Reforma Constitucional contenida en la Ley 21.200.
Pero aunque quieran ocultarlo, lo cierto es que los resultados de este Plebiscito bien pueden llegar a constituirse en un punto de inflexión en la historia político – electoral de nuestro país, y son un muy buen paso en el sentido de intentar la superación y desborde de las limitaciones con las que se ha intentado controlar el proceso por parte de los poderes constituidos y las elites dirigentes.
La subida en la votación de las nuevas generaciones y sectores populares dan cuenta que lo que se vive desde octubre no es sólo un reventón o «estallido social», si no que se trata de un proceso de construcción social y política en curso, que bien puede caracterizarse como revuelta o rebelión popular. Los objetivos destituyentes – constituyentes de este proceso lo asemeja más a un proceso revolucionario, faltando para ello sólo el que esa multiplicidad de actores que son parte de este proceso histórico se constituyan en una cierta unidad con una proyección política más clara y definida de lo que es hoy (el «sujeto», dicho de manera clásica). Algunas señas de eso ya hay, como muestra la extraordinaria capacidad de mantener una movilización popular aún en el complejísimo contexto de la pandemia, o la permanencia y profundización de un aprendizaje y debate en torno a lo constitucional que ha sido y está siendo un gran ejercicio de educación política extendido a lo largo y ancho del país.
Lo que viene, en todo caso, es lo más complejo, pues esto recién comienza.
En lo más inmediato: Poner sobre la mesa y conseguir mejorías en las condiciones y regulaciones del proceso (escaños reservados para pueblos originarios, padrón electoral – mayores de 16 años y residentes en extranjero-), una planificación del proceso electoral que permitan ampliar más el sufragio (más locales de votación y mayores garantías sanitarias), el desafío político de construir listas unitarias y candidaturas legitimadas socialmente. Extender el debate y crítica en torno a la regla del quórum de 2/3, exigir la modificación de los términos de la Ley 21.200 que viabilicen la posibilidad de un proceso participativo y refundacional, tanto como demanda hacia los actuales poderes constituidos que impusieron esas condiciones (con escasa legitimidad para hacerlo, no hay que olvidarlo nunca), como también, como anuncio de lo que hará el polo transformador y refundacional en la Convención Constitucional. En la extensión social de esas demandas y la posición de fuerza obtenida en el debate, se juega la posibilidad de una verdadera Asamblea Constituyente soberana.
Nada de ello puede obviar el que en la disputa por la composición de la Convención Constitucional se jugará la viabilidad de tales ideas. Hay que abandonar toda ingenuidad: Que las elites levanten sus candidaturas a la Convención es algo natural y obvio, y sucede en todos los procesos constituyentes: Los sectores conservadores que se resisten al cambio constituyente, una vez que éste se abre paso de manera irreversible, terminan por «subirse» a él para condicionarlo y limitar su potencia transformadora, y/o bien bloquearlo. Por legítimo y necesario que sea el denunciar esas operaciones, hay que tenerlo muy claro: Esto se cuenta tambień con votos y escaños, y no basta con negarse a la presencia de «los mismos de siempre» en el proceso, hay que disputar la composición de la Convención con lo propio.
No está de más señalar las otras dimensiones que convergen con lo anterior: La movilización social y popular durante el proceso constituyente, la disputa ideológica, programática, y comunicacional en torno a todo ello, y el resto de la disputa política y electoral del 2021, que puede resultar determinante, en especial en las elecciones de noviembre y diciembre que pueden terminar de inclinar las correlaciones de fuerza en uno u otro sentido.
Con toda la complejidad y la incertidumbre de todo esto, quién podría negarlo, vamos caminando y dando pasos certeros de avance en un proceso de cambios y transformaciones de alta significación y magnitud histórica. Y aunque los procesos como este nunca son lineales y se caracterizan por ser momentos en que hay muchas posibilidades abiertas, esto «tiene pinta» de ser posiblemente un proceso histórico destituyente-constituyente, de carácter refundacional. Que nada ni nadie lo impida.
* Fotografías: Plaza de la Dignidad en Santiago, y Valparaíso, domingo 25 de octubre de 2020.
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