
«Después de treinta años… la competencia económica y el fin de los Socialismos Reales» Por Miguel Silva
Por Miguel Silva
Noviembre 1989: RDA abre las fronteras y se derrumba el muro de Berlín.
Agosto 1991: Intento de golpe contra Gorbachov. Yeltsin organiza manifestaciones y la mayoría del ejército se opone al golpe. Ucrania declara su independencia de la Unión Soviética y otras repúblicas siguen su ejemplo.
Diciembre 1991: Yeltsin y dirigentes de otras repúblicas, declaran disuelta la Unión Soviética.
Crecimiento y luego Austeridad
Así se acabó el bloque de los socialismos reales, unión de países que creció durante y después de la segunda guerra mundial.
Al terminar esa guerra, e incluso antes de terminar, los dos grandes bloques geopolíticos en pugna empezaron a ejercer sus poderes militares y económicos y comenzó la guerra fría.
Esa guerra geopolítica integró dos grandes períodos. El primero, poco después de 1945 hasta los años de la gran crisis revolucionaria de los ’60, que fue la época más larga de crecimiento sostenido en la historia del capitalismo. Los EE.UU. se convirtieron en el poder económico y militar más grande del mundo y Alemania y Japón crecieron tanto, hasta formar centros de capital muy grandes. Por su parte, la URSS integró y centralizó sus repúblicas para formar una unión tan poderosa que, según las cifras de la CIA, se duplicó el tamaño de su economía entre 1958 y 1988.
El segundo período, desde fines de los ’70 en adelante, fue la época en que los capitalistas del occidente hicieron retroceder el proceso de mejoras en el estándar de vida (en todos sus sentidos) de los trabajadores, instalando la austeridad como política. Tanto sueldos como derechos a la salud, la educación y las pensiones, fueron recortados en casi todos los países del oeste durante esta época que hoy llamamos el neoliberalismo. En otras palabras, la tasa de ganancias global que había bajado durante el periodo de crecimiento sostenido a tal nivel que provocó la crisis de los ’60, volvió a subir a través de la reestructuración económica instalada por estas dos crisis de 1972 y 1980, las nuevas tecnologías y la austeridad. Una nueva generación rejuvenecida, multinacional, globalizada de capitalistas, creció en el occidente.
Fue durante este segundo período de ataques por el capital, reestructurado, contra los derechos del trabajador, que el bloque soviético entró en su gran crisis económica y social.
Integración del occidente y el este
Durante el período de crecimiento después de la segunda guerra mundial, los dos grandes poderes hicieron todo lo que podían para ganar al otro y de esa manera la competencia los unió.
Los dos bloques no solamente medían, el uno contra el otro, su propia capacidad militar, sino también su capacidad económica. Comparaban la eficiencia y capacidad de su producción de armamentos y también su capacidad de producción y productividad en nuevas industrias, en vivienda, maquinaria y producción de bienes de consumo. Medían también su capacidad de importar, exportar e integrar otros países en su entorno (es decir su imperio).
Las economías del bloque de los «socialismos reales» eran más atrasadas que las del occidente, por ende, debían concentrar la gran mayoría de sus inversiones en el sector industrial para hacer la competencia. La producción de bienes de consumo pasó de un 39% de la producción total en 1940, al 25,2% en 1985, colocando a las economías «socialistas» en la paradójica situación de que los ritmos acelerados de desarrollo y el crecimiento rápido de la renta nacional tenían muy poco impacto sobre el estándar de vida y parecía que la economía trabajaba cada vez más para sí misma, en vez de para el hombre.
Las economías de la URSS también se integraban directamente con el occidente. Una estimación para 1965 mostró que el comercio exterior per cápita era mayor para Hungría, Alemania del Este, Bulgaria y Checoslovaquia que para Italia, y un poco inferior a Francia.
Tal nivel de comercio exterior impactó enormemente en el funcionamiento interno de las economías. Significaba que los que controlaban el Estado y la industria tenían que preocuparse que sus costos de producción no fueran más altos que los costos promedios del resto del mundo. Es decir, tenían que mantener los salarios bajos, presionar a los trabajadores a ser productivos y fomentar niveles de inversión que permitieran a la economía nacional igualar al dinamismo de las economías del resto del mundo.
Y cuando, durante la década de los 1970′, el auge de los mercados mundiales y las bajas tasas de interés, fomentaron el aumento explosivo en los préstamos bancarios sindicados tanto a Europa del Este como al mundo del Sur, el endeudamiento neto de Alemania Oriental (por ejemplo) con la OECD, aumentó durante la segunda mitad de esa década en más de un 20% anual. «En el mundo actual sólo los tontos no piden préstamos», dijo el líder de Alemania Oriental, Eric Honecker.
Sin embargo, la integración financiera profundizó la vulnerabilidad de las economías del este ante las fluctuaciones de la demanda mundial y los tipos de interés. En fin, el aumento de los niveles de comercio y de la deuda les arrastró a los circuitos del capital mundial, sobre los que ejercían poco control.
En fin, durante la década de los 1980′, la mayoría de las sociedades de Europa del Este se relacionaban cada vez más estrechamente con el Occidente y por lo tanto con sus líderes empresariales y políticos. Fue el político archiconservador de Alemania de oeste, Franz-Josef Strauss, quien, al organizar un par de préstamos enormes, desempeñó el papel fundamental de blindar a Alemania Oriental contra la bancarrota nacional.
La búsqueda de divisas con el propósito de pagar estos y otros préstamos, fue el imperativo económico más importante de los años ochenta en la RDA. En fin, a mediados de esa década, las economías de mercado occidentales suministraban dos quintas partes de las importaciones de Alemania Oriental y recibían casi la mitad de sus exportaciones.
Neoliberalismo y Perestroika para enfrentar el fin del crecimiento
Ya conversamos sobre el largo período de austeridad que sufrían los y las trabajadores bajo el neoliberalismo, lo que fue a su vez, la respuesta de los capitalistas y sus estados al fin del crecimiento pos-guerra y la crisis de los sesenta. Durante ese período del neoliberalismo, el capital del occidente se modernizó bastante y creó problemas muy grandes para las economías del este cuyo creciente retraso tecnológico trajo importantes efectos en tres ámbitos.
En primer lugar, había deficiencias en cuanto a los medios de producción más avanzados. Los computadores y equipos de ingeniería cada vez más avanzados sólo podían obtenerse comprándolos en el Occidente.
En segundo lugar, era cada vez más difícil sostener la carga de la producción de armas avanzadas. La URSS consiguió, al menos hasta mediados de los años ochenta, igualar la tecnología militar occidental, pero solamente restando recursos de otros sectores de la economía.
Y por último, incluso cuando los países del este lograron satisfacer las necesidades materiales básicas de los trabajadores, es decir en países como Alemania Oriental y Checoslovaquia, producir los alimentos, la ropa, las bebidas alcohólicas y la vivienda, no pudieron evitar el creciente rechazo al costo y la mala calidad de muchos bienes de consumo.
La respuesta de Gorbachov: Glasnost y Perestroika
En 1981, elegir entre mantener una economía cerrada (y atrasada) o abrirse al resto del mundo, era muy difícil para los líderes de los «socialismos reales».
La primera opción traería un estancamiento cada vez mayor, la incapacidad de satisfacer las demandas de la población y el peligro de rebelión por parte la clase trabajadora.
La segunda opción significaba integrarse aún más al ritmo de una economía mundial y renunciar a los medios administrativos para controlar una recesión nacional.
Por eso la crisis polaca de “Solidarnosc” en 1980-81 fue tan traumática para todos los gobernantes de Europa del Este, porque demostró que no había una solución fácil para los problemas que acosaban a todos los Estados de los socialismos reales.
Enfrentado por problemas económicos y sociales difíciles de solucionar, el PC ruso bajo Gorbachov eligió una nueva estrategia y dejó atrás su proyecto de una economía nacional autónoma. Haciendo uso de la presión popular, iba a eliminar la mano negra de la burocracia.
Así, en el 27º congreso del partido, en 1986, Gorbachov lanzó la perestroika – reestructuración, y el glasnost – apertura.
El programa económico de la Perestroika implicaba tres cambios interconectados.
En primer lugar, la reestructuración de la producción, eliminando antiguas instalaciones y maquinarias y creando otras más modernas. Esto debía lograrse mediante el cierre de fábricas y 16 millones de despidos, por un lado, y la introducción del trabajo de tres turnos, por otro.
En segundo lugar, la reducción del tamaño del aparato burocrático que controlaba la industria y el reemplazo de los burócratas y directivos ineptos, ineficaces o corruptos. La mayor libertad de crítica en los medios de comunicación ayudaría en ese sentido.
Por último, el reemplazo de procesos burocráticos por los basados en las fuerzas del mercado. Los directivos de cada empresa iban a dar prioridad a la utilización eficaz de los recursos, a la rápida adopción de nuevas técnicas y a contratar directamente la producción de otras empresas sin pasar por el siempre presente control centralizado.
El paso del control central al mercado, revelaría cuáles eran las plantas más eficientes y daría a los directivos un incentivo para concentrar la producción en ellas. La reducción del control burocrático era una condición previa para el paso a las relaciones directas entre empresas, que a su vez daría indicaciones de su eficacia.
Pero las cosas no salieron como se esperaba y la eficiencia de las empresas no aumentó. El objetivo era reestructurar la economía de manera que se expandieran las secciones de la misma, capaces de ajustarse al actual nivel internacional de las fuerzas de producción mientras que otras se cierren. Pero este proceso fue rechazado por aquellos sectores de la misma burocracia que iban a ser reestructurados.
En fin, el asesor de Gorbachov, Abel Aganbegyan, dijo a principios de 1989, que
“La mayoría de las familias soviéticas parecen no haber percibido un cambio a mejor… El suministro de bienes al mercado de consumo comenzó ‘de repente’ a deteriorarse de forma brusca y notable ante nuestros ojos en la segunda mitad de 1987 y especialmente en 1988.”
Mientras tanto, Gorbachov prometía una «revolución pacífica» con el glasnost y los periodistas pudieron revelar, por primera vez desde mediados de la década de 1920, cómo era realmente la vida en la URSS. Aparecieron reportajes sobre la corrupción generalizada, el dominio de la mafia, la magnitud de la pobreza y la prostitución, el deterioro del servicio de salud, la espantosa contaminación y los inmensos problemas ecológicos, y, en el verano de 1988, sobre los enormes privilegios de los altos burócratas.
Luego, la «apertura» se extendió de los medios de comunicación a la vida cultural. Empezaron a aparecer novelas y pinturas prohibidas que sustituyeron a los inventos del realismo socialista en las galerías de arte. Los grupos de rock cuyas canciones expresaban la ira no dirigida, pero amarga contra el sistema, fueron invitados a tocar en sus conciertos por secciones de la organización juvenil oficial, el Komsomol.
Los economistas dejaron atrás los 60 años de mentiras sobre los resultados económicos y los historiadores empezaron a revelar, lentamente al principio, verdades sobre el periodo de Stalin. Una película sobre los juicios de Moscú, prohibida en enero de 1988, se proyectó en la televisión cuatro meses más tarde, y con publicidad previa.
A finales de 1988, todos los miembros del partido liquidados por Stalin en los años 30 habían sido «rehabilitados». Era como si la ideología que había intentado congelar la mente de la gente durante seis décadas, se hubiera derrumbado de la noche a la mañana.
Protestas Huelgas/derecho independencia/racismo
La apertura trajo tanto huelgas como movimientos por la independencia de minorías étnicas y también explosiones de racismo.
Las huelgas de los mineros, por ejemplo, desde Siberia hasta Ucrania a miles de kilómetros de distancia, del verano y el otoño de 1989, fueron una expresión del descontento contra los problemas económicos.
Pero durante la mayor parte de 1988 y 1989, también comenzó una erupción de nacionalismo dentro de los pueblos étnicos no rusos, que constituían la mitad de la población de la URSS. El verano de 1988 vio la repentina aparición de movimientos en las tres repúblicas bálticas anexionadas por Stalin tras el pacto Stalin-Hitler de 1939: Letonia, Estonia y Lituania. Formaron «movimientos para la reestructuración» -que luego se conocerían como Frentes Populares- cuyas concentraciones atrajeron a cientos de miles de personas a las calles de todas las ciudades importantes de la zona.
Pero el nacionalismo no sólo fue una expresión espontánea del descontento popular. También sirvió para que los sectores locales de la burocracia gobernante trataran de desviar las críticas hacia otros grupos étnicos y así fomentar el odio racista nacionalista.
En fin, se destapó la olla a presión y la explosión social que fue la consecuencia, integraba tanto el odio popular contra el régimen, como el racismo. Incluso huelgas racistas.
Un caso entre otros: la RDA (2)
Ya conversamos que, en 1988, el bloque soviético entraba en una gran crisis, cuyo curso no era previsible, como tampoco era inevitable su resultado final. El proyecto de Gorbachov estaba fuera de control.
Sin embargo, los burócratas de los países, y en especial los de la RDA, ya sabían, por su larga experiencia en sus negocios con las multinacionales occidentales, que el mercado no tenía por qué amenazar sus privilegios. También podían ver lo poco que las instituciones parlamentarias occidentales limitaban el poder real de quienes controlaban las grandes corporaciones industriales y financieras. Por lo tanto, tanto miedo de una transición de “este” a “oeste”, no tenían. Miedo de revueltas sociales desde abajo… ese fue otro tema.
Veremos que, en momentos centrales de la confrontación entre los movimientos populares en ascenso y las viejas instituciones políticas, los burócratas se deshicieron de ellas para negociar con las figuras más destacadas de la oposición, y ver la mejor forma de combinar elecciones parlamentarias con los mecanismos del mercado de un país reestructurado.
En 1989, atraída por las promesas de ayuda económica de Alemania Occidental, Hungría comenzó a desmantelar las fortificaciones de su frontera occidental. A lo largo de junio y julio, un número cada vez mayor de turistas de la RDA que se encontraban en Hungría, aprovecharon la oportunidad de cruzar la frontera austriaca hacia el oeste. La incapacidad del régimen de la RDA de impedir la emigración fue una muestra de su profunda crisis y debilidad.
En septiembre, las conversaciones en la oficina y en la fábrica, en la escuela y en la universidad, en la cocina o en el bar, giraban en torno a una serie de preguntas.
¿Volverían nuestros amigos o colegas de sus vacaciones en Hungría?
¿Seguiría aumentando el éxodo?
¿Se cerrarían todas las fronteras?
¿Deberíamos emigrar nosotros también?
¿Se produciría un cambio político y, en ese caso, qué implicaría?
Pero el gran cambio se produjo el 9 de octubre en Leipzig. Ese día, el ejército se puso en alerta y se trajeron unidades adicionales de fuera de Leipzig para sustituir a una unidad local que se había amotinado durante una manifestación la semana anterior. Decenas de miles de miembros de las fuerzas de seguridad, se desplegaron por el centro de la ciudad, muchos de ellos con municiones de guerra. El ministro del Interior ordenó a sus fuerzas que aplastaran las manifestaciones utilizando «cualquier medio necesario».
Aunque los habitantes de Leipzig eran conscientes de la situación, la asistencia a las manifestaciones fue cuatro veces mayor que la de la semana anterior. A medida que se acercaba la noche, las cuatro iglesias del centro de la ciudad se llenaron. A los diez a veinte mil que se encontraban en las iglesias y sus alrededores, se unieron entre cincuenta y noventa mil más para formar la mayor manifestación en la historia del país. Fue una presencia física tremenda. Actuaron de forma tranquila y pacífica: los presentes eran muy conscientes del peligro en provocar a las fuerzas de seguridad.
Tras un tenso enfrentamiento, las fuerzas de seguridad se retiraron y se evitó el disparo de municiones de guerra y un baño de sangre. Según se dice, el jefe de la Stasi, Eric Mielke, se lamentó ante Honecker: «Eric, no podemos golpear a cientos de miles de personas». Y según un dirigente de Alemania del Este, lo que más que les asustó fueron las amenazas de huelga en los centros de trabajo.
En medio del desconcierto, el gobierno anunció la decisión que simbolizaba a la vez la irrevocabilidad del cambio y el mayor triunfo del movimiento: la apertura de la frontera con el Occidente. Y luego la destrucción del muro de Berlín.
El poder popular
Mientras la censura se evaporaba, las películas prohibidas comenzaron a proyectarse en los cines, los libros prohibidos se publicaban y los antiguos disidentes hablaron y cantaron ante galerías llenas.
En una fábrica de Karl-Marx-Stadt, los trabajadores decidieron expulsar a los funcionarios del Estado de sus puestos. Uno de los presentes cuenta la historia:
El apparatchik se quedaba sentado en su despacho, escondido detrás de Neues Deutschland [un periódico]. Entonces dijimos: ¡Para el día X del mes tiene que haberse ido! Cuando llegó ese día, los colegas cortaron la corriente. Todas las máquinas estaban ahora en silencio y nosotros, el comité de empresa, junto con el resto de los trabajadores, dimos tres vueltas a las oficinas principales hasta que pudimos ver que había abandonado la fábrica.
Por otro lado, el 3 de diciembre, un mes después de caída del muro, los dirigentes de Nuevo Foro (una agrupación de la oposición a Honecker), entonces en una sesión de urgencia, se enteraron de una nueva convocatoria de huelga. «En la reunión había representantes de todo el país», recuerda uno de los presentes, y luego Jochen Tschiche, dirigente de Nuevo Foro…
“Llegó de Magdeburgo y dijo que la plaza estaba llena. Cien mil personas querían que les dijera lo que debía pasar ahora en Alemania del Este, y los trabajadores de SKET -una fábrica de ingeniería pesada de doce mil trabajadores, algo gigantesco- le habían dicho que estaban decididos a hacer una huelga y que si podía sugerir algunas reivindicaciones. Entonces, Tschiche peguntó: «¿Qué debo decirles, qué reivindicaciones hay que proponer?».
Podríamos imaginar que este era un escenario feliz para el Nuevo Foro porque un pueblo movilizado había tomado las calles. Sin embargo, frente a las instituciones del país que permanecían intactas, los dirigentes del Nuevo Foro comenzaron a sentir la presión de las tomas de los locales de la Stasi (policía secreta) y el hecho que el régimen podía ser derribado. Por eso la importancia del tema de la huelga: se movilizarían sectores más amplios y poner a prueba la capacidad del movimiento para dictar condiciones al gobierno. Los activistas informaron de una disposición generalizada a la acción industrial.
Cuando el Nuevo Foro de Karl-Marx-Stadt lanzó su llamado a una huelga general, la dirección del Nuevo Foro se reunió y se apresuraron a repudiar la convocatoria. Para justificar su respuesta negativa, los portavoces del Nuevo Foro argumentaron que la huelga era un «último recurso» en los conflictos políticos y que debe ejercerse «con mucha precaución». (palabras que bien conocemos en Chile). Además, el éxito de la huelga, en aquella coyuntura económica, amenazaba con «provocar un colapso económico y político, así como el peligro de una dinámica huelguística incontrolada y acelerada».
En aquella situación, debían utilizarse los medios «políticos» (con lo que querían decir «institucionales»). Fue una decisión que los medios de comunicación controlados por el Estado resumieron como «Nuevo Foro exige la Mesa Redonda en lugar de la huelga general».
Se había producido un vuelco extraordinario, porque antes de la revuelta de 1989, los disidentes habían participado valientemente en las protestas y tendían a despreciar a «las masas», a las que se consideraba acomodadas al «sistema». Ahora, con sectores cada vez más amplios de la población volviéndose contra el régimen, muchos de esos mismos disidentes, ahora líderes de los grupos cívicos, abogaban por la negociación.
Ese proceso terminó en enero de 1990, cuando aceptaron la invitación a formar parte de un gobierno nacional dirigido por los comunistas.
En cuanto al resto de la población, gran parte sentía poco o ningún compromiso con la RDA. A finales de noviembre de 1989, los llamamientos a la unificación empezaron a cobrar protagonismo en las protestas callejeras, y en poco tiempo las manifestaciones estaban inundadas del negro-rojo-oro de la República Federal, justamente cuando la opinión pública estaba enardecida por las revelaciones de los privilegios y corrupción de la burocracia.
En cierto sentido, la unificación era una formulación pragmática y nacionalista de una reivindicación revolucionaria, la de derrocar al Estado “comunista”. Más aún cuando, el 23 de octubre, el régimen en Hungría se negoció el fin de la «república socialista popular» en su país y se instaló, sin mayores «problemas», una república parlamentaria (3).
Enfrentado por una nueva oleada de huelgas en enero de 1990, el nuevo jefe del estado advirtió que «hay que evitar que se repita la situación que se produjo en Polonia con Solidaridad».
A partir de esta posición, se consideraba necesario algún tipo de unificación económica entre las dos Alemanias si se quería que la transición se llevara a cabo bajo el control de, al menos, sectores centrales de la élite existente. Entonces, en enero de 1990, el Kremlin dio luz verde a la unificación política, a cambio de las promesas (que pronto se incumplirían) de Alemania Occidental, Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia de que la OTAN no aprovecharía la oportunidad para expandirse hacia el este.
En febrero de 1990, las manifestaciones en las calles estaban disminuyendo y dando paso a los mítines de los partidos políticos, a medida que se acercaban las primeras elecciones generales en Alemania Oriental. Los resultados de las elecciones, celebradas en marzo, desafiaron todas las predicciones, porque la conservadora «Alianza por Alemania» de Helmut Kohl, liderada por los democristianos, obtuvo una victoria aplastante.
La realidad de clase de los socialismos reales
Como el marxista revolucionario italiano Antonio Gramsci señaló, una clase dominante en crisis puede recurrir a una estrategia de «revolución pasiva» para preservar su pellejo, reformando su gobierno para adaptarse a ciertas demandas de sus oponentes con el fin de negarles el éxito definitivo. Perder la batalla para ganar la guerra, por así decirlo.
Y así fue. Durante y después de las transiciones de 1989-91, los líderes comunistas trabajaron duro para proteger sus bases de poder o por crear otras nuevas. Sus maniobras eran diversas; algunos negociaron lugares para sí mismos en los regímenes postcomunistas a través de las «mesas redondas»; muchos se apropiaron de sectores importantes de las empresas industriales estatales; otros se confabularon en actividades «mafiosas», “aprovechándose del pánico”.
Reaccionaron contra varias tipos de crisis. EN Polonia y Hungría, tomaron la opción de aceptar más prestamos, integrarse más al occidente y así evitar una revuelta popular. Por otro lado, en Checoslovaquia, se vieron muchos de los elementos de una verdadera revolución; millones salieron a la calle y obligaron al viejo orden a ceder. La agitación en las calles era permanente; el centro de Praga, con sus colegios y teatros tomados, parecía París en mayo de 1968. Los comités del Foro Cívico y los comités de huelga surgieron en los centros de trabajo y los medios de comunicación, así como en las localidades. El régimen no tenía más opción que ceder.
¿Cómo fue posible esta transición entre el “socialismo real” y el “capitalismo occidental”?
Fue posible por dos razones centrales. Primero, los líderes “comunistas” ya conocían muy de cerca el capitalismo del oeste y les gustó porque no sufría de los mismos problemas económicos que sufrían las economías de los socialismos reales, es decir la terrible burocracia y el capital viejo y poco eficiente.
Y segundo, porque sabían que ellos no iban a perder sus privilegios.
Por ejemplo, los vacíos en el Tratado de Estado (que unificaba las monedas de las dos Alemanias) permitieron a los funcionarios convertir cantidades enormes de marcos de Alemania Oriental y «rublos de transferencia», en marcos alemanes a la par, mediante métodos ilícitos. Por ejemplo, mediante la «exportación» a la Unión Soviética de bienes que sólo existían en los libros de contabilidad. Se hicieron muy ricos.
En otras palabras, los de la clase dominante en los socialistas reales se integraban a las clases dominantes en los países ya no-comunistas.
Se cambiaron de sillas, por así decirlo.
Caso crecimiento china, la integración del capitalismo del estado y privado (4)
Hemos conversado sobre los intentos de la clase dominante en los socialismos reales de enfrentar la competencia con el capital occidente. Su base de capital envejecido y poco eficiente tuvo que hacer competencia con el capital reestructurado, rejuvenecido, durante el período neoliberal.
Sin embargo, para lograr el éxito, la perestroika o reestructuración rusa tendría que ir mucho más allá que recortar un sector de la burocracia; tendría que eliminar sectores importantes de la misma economía en un proceso de lo que los neoliberales llaman la “destrucción creativa”.
Este proceso no fue aceptado por los sectores de la burocracia que iban a perder sus privilegios. Ellos, enfrentados por las dos alternativas de enfrentamientos sociales provocados por el glasnost (apertura), y el fin de sus privilegios provocado por la perestroika (la reestructuración), eligieron una tercera vía… la transferencia de sectores del capital estatal que ellos administraban, a empresas privadas en sus propias manos. Y luego, declarar que el país era, por fin, «libre». Es decir, vendieron las empresas estatales a ellos mismos: podían hacerlo tan fácilmente porque eran, después de todo, la clase dominante.
La burocracia en China eligió una estrategia distinta para hacer competencia con el capital occidental… integraban el capital exitoso del oeste como parte de su propia economía.
El despegue de China, con uso intensivo de mano de obra barata, también coincidió con el período del neoliberalismo mundial desde 1980.
Desde principios de la década de 1990, una nueva ronda de acumulación basada en la libre competencia proporcionó aún más oportunidades para convertir nuevas empresas en propiedad privada y forjar vínculos con el capital extranjero. Altos funcionarios locales utilizaron su poder para acaparar el dinero (en forma de impuestos locales) y la tierra de los campesinos, para formar sus «fondos de inversión». Mientras, la «privatización interna» de las empresas estatales permitía cada vez más a la antigua clase dominante capitalista estatal reinventarse como clase capitalista privada.
En fin, se creó un sistema capitalista híbrido donde conviven dos sectores privados – el capital multinacional y los “fondos de inversiones” de los funcionarios locales -, con el sector estatal de industria pesada, la minería y infraestructura. Esta estrategia, obviamente, ha sido mucho más exitosa que la perestroika y glasnost.
La crisis de los tigres en 1998, la burbuja del .com y la crisis global de 2008 gatillaron aún más exportación del capital del occidente a China.
Dos modelos muy distintos han intentado a enfrentar la competencia con el oeste, entonces.
Por un lado, en la ex-URSS, un intento de reestructuración e integración con el mercado; por el otro, en China, la creación de un sector grande de capital privado moderno dentro de la economía.
En ambos casos, la clase dominante de antes se ha «cambiado de silla» y pudo hacerlo porque eran, y son, precisamente, los que mandan.
Teorizando la caída y el mercado
Tanto en el occidente como en el este, se creó una teoría para explicar el éxito del capitalismo eficiente neoliberal en su enfrentamiento con el capital estatal del este.
Las conclusiones en ambos lados eran similares: que el único camino posible para los humanos es el camino del mercado, más o menos libre.
En el oeste, dijeron que la historia había llegado a su fin y en el este, dijeron que el socialismo había servido como etapa de transición entre una época del capitalismo a otra.
Las teorías de ambos lados cometieron el mismo error: que lo vencido tenía algo que ver con el socialismo; que el capitalismo del estado ERA el socialismo.
Pero el socialismo es donde las organizaciones populares de base mandan, controlan, todo un país. Es la democracia directa escrita EN GRANDE. Y de esa democracia y control desde abajo, los socialismos reales y China no tenían NADA.
Los trabajadores y las trabajadoras, ni en los países del este ni en China, no controlaban ni controlan, en ningún sentido, sus lugares de trabajo y su país. Pero su trabajo asalariado SÍ era necesario, y SÍ es necesario, para la generación de los “superávit” que daba, y da, para vivir muy bien a los altos funcionarios del estado.
En otras palabras, el capitalismo burocrático de Estado ha sido sustituido por, o integrado con, el capitalismo moderno del mercado en su fase neoliberal.
Sin embargo, por otro lado, hay mucho que celebrar. La recuperación de los derechos de reunión y de organización sindical en Europa del Este representó una victoria histórica para los millones de personas que salieron a la calle. En Alemania Oriental, por ejemplo, se puso fin a un periodo de 40 años de represión sistemática de organización popular; el país fue sacudido por unas 2.600 manifestaciones públicas, más de 300 mítines, más de 200 huelgas, una docena de ocupaciones de fábricas y motines del ejército. De una población total de 17 millones de personas, al menos varios millones (y quizás hasta cinco millones) participaron en la revuelta.
Claro, las revueltas terminaron, se calmaron las aguas, el poder occidental creció y la derecha ha tomado control de Hungría, de Polonia…por ahora.
Pero el futuro no está en manos de un tipo u otro del capitalismo, sino en las organizaciones bases y el socialismo.
(1) Para ver más discusiones y detalles, ver https://www.marxists.org/archive/harman/1990/xx/stormbreaks.html
(2) Para ver más detalles, ver http://isj.org.uk/a-short-autumn-of-utopia-the-east-german-revolution-of-1989/
(3) Para ver más discusiones «desde dentro de la oposición», ver http://isj.org.uk/end-of-the-liberal-dream-hungary-since-1989/ y http://isj.org.uk/interview-hungary-where-we-went-wrong/
(4) Para ver más discusión, ver http://isj.org.uk/chinas-capitalism-and-the-crisis/