
«Defensa del ídolo» por Pablo Monroy Marambio
Defensa del ídolo
Pablo Monroy Marambio
Muchas cosas respecto del muy movido acontecer nacional han rondado mi cabeza desde el fin de semana hasta acá. Como a muchos de ustedes, pocas veces me ha sido tan difícil escribir un texto.
Es fácil, por supuesto, ofrendar la pluma cuando la finalidad es disparar hacia ese que se identifica como el enemigo, pero ahora, aun cuando no es uno el protagonista de los hechos, es difícil tomar la debida distancia para analizar los acontecimientos en su justa y objetiva medida. Porque admitámoslo, si nos duele tanto la “confesión” de Rodrigo “Pelao” Rojas Vade, hasta el viernes vicepresidente de la Convención Constituyente, tiene que ver justamente con el hecho que, en algún grado, muchos sentimos que esta “traición” la comete “uno de los nuestros”. Nos duele, porque estas cosas, que hoy lo tiran al suelo (y a parte de nosotros con él), nunca están bien, pero por algún motivo (sea desesperanza o esa distancia que nos separa), las sobrellevamos mejor cuando las cometen “esos otros”, los de “allá arriba”. Es decir, los enemigos esos que, incansables a la hora de cometer trampas y engaños, nos otorgan continuamente argumentos para manifestarnos, hacer paros, tomas, escribir en contra de ellos.
No tiene mucho que ver, tal vez, pero veo toda esta tormenta ético-moral transversal y a la vez pienso en cosas como lo sucedido el viernes recién pasado en que conocíamos la noticia de la forma que fue detenido el concejal RN de San Pedro de La Paz, Rodrigo Sutter, luego de haber protagonizado un accidente automovilístico por conducir en estado de ebriedad. Viendo las imágenes de esa detención, que fueron ampliamente difundidas, no dejé de reparar en el hecho que para reducirlo, carabineros procedió a contenerlo por atrás, cruzando el oficial su brazo por el cuello del detenido, lo que fácilmente podría distinguirse como una forma de ahorcamiento.
Pensaba en el impacto de esas mismas imágenes si el protagonista hubiese sido “uno de los nuestros”, alguno de los jóvenes manifestantes que aun siguen arriesgando la libertad, sabiendo que la cárcel y el aparato judicial se han transformado en un elemento de persecución política en este país. Si el protagonista de esa detención hubiese sido el mismo Pelao Vade. Por ejemplo.
Vale, la conducción en estado de ebriedad es un delito cométalo quien lo cometa, pero el abuso policial también lo es y ambas prácticas continúan en muy sano ejercicio. ¿Cómo hubiesen ardido las redes sociales si el detenido hubiese sido un manifestante el que hubiese sido reducido de esa manera, verdad? Pienso en esto precisamente por tanto empate que he visto y leído, hecho a propósito del tema que nos convoca, la confesión del constituyente.
A raíz y razón de esos empates, miserables como los hechos que hoy todos condenamos, es que esta exposición pretende trascender el mero escarnio. Pues, me parece, es otra cosa la que se juega tras toda esta actualidad.
Vivimos en un país en donde un conductor ebrio puede asesinar a una ciclista y puede evadir toda condena por el solo hecho de tratarse de un futbolista famoso. Este hecho, ocurrido no hace tanto, me parece del todo relevante a la hora de analizar el caso de Rodrigo Rojas. Como sociedad, y tal vez porque lo único que sí ha chorreado desde arriba han sido sus abyectos modos relacionales, constituimos una orgánica en donde la moral es bastante acomodaticia a quien sea que la esté esgrimiendo como razón, dependiendo el tema o el hecho que se esté discutiendo.
Hoy el cordero es el Pelao Vade, cuyo pecado, que es en lo absoluto superior al engaño del dictador Augusto Pinochet (que, como Lázaro, milagrosamente se levantó de su silla de ruedas apenas pisó suelo chileno a su vuelta de Londres; además de todo lo que robó bajo el alias de Daniel López), o a los constantes desfalcos tanto en las fuerzas armadas como en ciertos ministerios y empresas públicas y privadas, como ha dejado patente tanto meme que anda circulando. Es de todas formas un pecado cuya comisión nos condena, a todos nosotros el pueblo, al indefectible averno. Pecado que, verbigracia del sentir tan mariano de nuestra sociedad, como diría Sonia Montecinos, se inscribe finalmente en una suerte de traición al sacrificio del hijo del hombre (que se supone es nuestro hermano), y que es el gran hecho sobre el que algunos toman partido de manera fundamentalista, en la acepción más terrorista del término. La caza de brujas es constante por estos lares.
Digo, vivimos en un país en donde nuestra selección nacional masculina de futbol no sirve para nada cuando pierde (en el único deporte en el que no nos va tan bien, por lo demás, mientras acumulamos varios oros y records de logro propio en otros deportes, y la misma selección femenina ha sido muchas veces mejor que la otra), y por otro lado, es la mejor selección del mundo cuando gana. Apenas en marzo, por ejemplo, todos queríamos incendiar el Sename por los gritos del niño de la Residencia Familiar Carlos Antúnez (y luego los niños en los techos de la Residencia Catalina Kentenich, en Rancagua), para luego olvidarnos por completo de aquello hasta hoy, en que Ciper ha dado a conocer lo sufrido por los adolescentes presos del estallido social, en el Hogar Sename de Antofagasta.
Hechos todos que no hablan nada bien de nuestra sanidad mental como sociedad, porque es innegable este extremismo con que saltamos de una emoción a otra.
Llegamos aquí entonces, al verdadero problema que se hace oportuno abordar, dado el acontecer. La salud mental, del Pelao Vade, de todos nosotros.
Creo que, hasta el momento, el mejor análisis de la situación es el que ha hecho el académico y doctor en derecho Claudio Nash, quien diferencia los tres aspectos que no debemos perder de vista de la presente situación que hoy nos convoca; el personal, el social y el profesional.
Efectivamente, la situación personal de quien sea que padezca una dolencia tan terrible como el sida o el cáncer (mismas que han sufrido un vertiginoso aumento en los últimos años), es del todo comprensible y nada criticable. El acompañamiento y la empatía, ahí, son lo mejor que podemos hacer. En cuanto a lo social, es de una valentía que no se puede desconocer, aun cuando haya sido bajo la probable amenaza de dar a conocer de todas maneras su diagnóstico, delito además, que ya se investigará también, supongo. El hacer ese video para someterse con él, al escarnio público que hoy lo condena y que debe estar cobrándose no poco de la evidentemente ausente salud mental del personaje en cuestión, porque no puede estar completamente cuerdo alguien que es capaz de incurrir y de mantener tal engaño, aun cuando lo justifiquen los demonios internos más terribles.
En lo profesional, en tanto, es en donde reside el aspecto más complejo, a ojos de este expositor, pues es éste el que implica el desarrollo, o no, de ese proyecto social del que todos esperamos el mejor de los resultados. Y es que, es más que obvio que toda esta situación, a lo único que contribuirá, será a hacer más sólida y descarnada esa constante cruzada (el término no es para nada antojadizo) de parte del sector del rechazo en contra de la Convención y sus ya pocas posibilidades, quienes, desde el primer día, no han dejado de complotar en contra de la instancia.
Como señala el académico, el mayor riesgo aquí es el que guarda relación con la construcción de un nuevo relato, que era algo que no había podido conseguir la derecha y que los últimos acontecimientos le podrían abrir por fin esa posibilidad; el desmantelar el relato de urgencia de cambio que Chile necesita y que comenzó en octubre de 2019. Esto, independiente de cómo y quién entienda ese cambio. Sean los feligreses de los viernes en Plaza Dignidad o la persona que ya simplemente quiere “normalidad”, el hecho es que el argumento de la necesidad del cambio, estaba profundamente instalado.
Pareciera coincidencia, pero nada lo es, el que justamente por estos días, Ascanio Cavallo, en una entrevista que le hicieron en el programa Influyentes, de CNN, parece haber comenzado a contribuir a este “nublamiento” de lo que la mayoría tenemos tan claro de lo que fue el estallido. Según Cavallo, esos 30 años, que fueron la consigna más fuerte de las protestas, no fueron en realidad tales, o al menos, no fueron 30 años como una continuidad, sino que para el periodista y “operador comunicacional informal” de la Concertación, se puede hablar de esos 30 años pero como una cuestión episódica, haciendo el hincapié en que, durante los primeros años de la “democracia”, no tuvo lugar ninguna manifestación ni desorden social relevante, aludiendo con ello, al supuesto buen gobierno tanto de Aylwin como de Frei.
Lo que no menciona en ningún momento Cavallo, es que esa calma se debió en gran parte a la acción de “sus amigos” en La Oficina. Comportamiento nada nuevo, por cierto, de parte del académico de la Adolfo Ibáñez y amigo y socio de Eugenio Tironi, quien, con motivo de la muerte de Patricio Aylwin en 2016 y el debate que ello generó, dados los pocos avances logrados en materia de justicia, reparación y derechos humanos en su mandato, escribió en una columna en La Tercera, en abril de ese mismo año, titulada Debate imaginario sobre un Epitafio. En su columna, rebatía esa crítica al ex mandatario, señalando que, apenas terminado el gobierno de Aylwin, se había establecido el paradero de al menos mil detenidos desaparecidos, cuando, a la fecha de la muerte del ex presidente, el número de paraderos conocidos era de apenas 148.
Ascanio, como se ve, ya está aportando a la construcción de ese nuevo relato señalado por Nash. La nueva Concertación que traerá Provoste es algo más que mero simbolismo.
Toda esta consecución de hechos, aparentemente sin ligazón, suceden o son posibles justamente por lo abandonada que está toda nuestra salud mental. Que, ante la falta de alternativas reales y accesibles para hacerle frente, propendemos a salidas nada honorables, como mentir para llegar a ciertos puestos o decir que no se tiene ningún manejo sobre empresas que no dejan de crecer mientras el dueño está en el mandato. Prácticas que, puestas en evidencia, reciben como respuesta lo único que surge de una sociedad tan enferma como el mitómano a quien en este momento señalamos. Estos descargos de rabia, estas amenazas de incendio, que también se han proferido cuando lo que nos indigna es el Sename o la reserva ecológica amenazada, o la causa de las compañeras que así y todo seguimos matando nosotros los hombres. Esta discusión de hoy por Rojas Vade, me recuerda mucho a la discusión que se dio cuando ex uniformado Gary Valenzuela asesinó a su pareja carabinera, Norma Vásquez, en agosto del año pasado.
A este país le falta mucho cariño y la herida sigue muy abierta, por culpa precisamente de esos a quienes tanto les conviene que aún no podamos sanar, haciendo que nos queramos con desconfianza, con posibilidad de traición, sin compromiso con el otro. Esos, que aun vestidos de izquierda se siguen oponiendo a que se levante el secreto del informe Valech.
Si de algo debe servir todo este acontecer, es para revisarnos a nosotros mismos, pero sobre todo, para no perderlos de vista a ellos.
Diversos títulos he leído citados, para dar cuenta del acontecer: Su moral y la nuestra, de Trotsky; el Humano demasiado humano, de Nietszche, o su Ocaso de los ídolos; Borges y su Historia Universal de la Infamia (que ya debería haber citado yo). Yo he elegido citar la Defensa del ídolo, único libro que no editó ni publicó el poeta Luis Omar Cáceres, porque ese único volumen lo envió a la imprenta su hermano. Al enterarse, el vate tomó todas las copias y las quemó en una pira, salvándose de las llamas, de nuevo por su hermano, una única copia que hoy está en la Biblioteca Nacional y de la cual ha sido posible la impresión de nuevas ediciones. Pienso en ese libro, no por la validez que tiene el mismo en tanto literatura (uno de los más relevantes en mí obra poética, dicho sea de paso), sino que por ese gesto de purificación que quiso cometer su propio autor. Visto el video en donde Rodrigo Rojas reconoce su engaño, no puedo dejar de pensar en eso, en el acto de redención, aun cuando esa redención no sea otra que terminar consumido por las llamas, del mismo fuego, de la hoguera social que no repara en que la leña con la que seguimos haciendo brasas, es la de nuestro propio bosque, y que su calor, de hecho, esta abrigando a esos que nos mantienen con frío.