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«De Manual» por Pablo Monroy Marambio

De manual
Pablo Monroy Marambio; *Fotografía de “El Ladrillo”, gentileza de BNC.

“No proclaméis la libertad de volar, sino dad alas;
no la de pensar, sino dad pensamientos.
La libertad que hay que dar al pueblo es la cultura.
Sólo la imposición de la cultura lo hará dueño de sí mismo,
que es en lo que la democracia estriba”.

Miguel de Unamuno

Algo de los que los medios tradicionales dieron a conocer la semana pasada, respecto de la Convención Constitucional, fue lo relativo al constituyente del pacto Apruebo Dignidad. Nicolás Núñez, quien con guitarra en mano “cantó” su discurso inaugural, en el marco de la apertura de las 7 comisiones temáticas (algunas de las cuales, como la de Sistemas Políticos, ya están abriendo sus procesos de audiencias públicas, vale decir, que desde hoy, estarán recibiendo a las distintas organizaciones que deseen plasmar sus inquietudes en la discusión de nuestra nueva carta magna – inscripciones en https://www.chileconvencion.cl/solicitud-de-audiencia-publica/).
Tanto en la prensa como en redes sociales, se hizo mucho eco y cuestionamiento respecto de “la forma”, ese mantra ya usual con el que ponen un pero a todo, el pleno de ese sector que ha hecho, hace, y seguirá haciendo todos los esfuerzos que pueda, para que lo que esta cambiando, cambie lo menos posible, ojala nada.
“Es intolerable que se desperdicie así ese espacio”, se leyó de varias maneras y por diversos canales. He quedado pensando en la sentencia, porque tras ella lo que subsiste es ese carácter pacato, no de lo que somos como entramado popular, sino que de lo que se espera que seamos, subsumiendo nuestra expresividad a los límites de lo que ellos consideren apropiado.
“Es importante desformalizar los espacios donde se toman las decisiones del poder”, dijo el mismo constituyente en su presentación. Y si, tiene toda la razón. La eterna ausencia de carnaval que echaba en falta Lemebel, y el “chasconearse” del constituyente, apuntan aquí a la misma deuda, la misma exclusión.

La situación comentada, me hizo recordar inmediatamente la ocurrida, en 2018, al hoy vicepresidente de la misma Convención, Jaime Bassa, quien, en se calidad de asesor experto en Ley Orgánica Constitucional, para la Comisión de Defensa de la cámara de Diputados, en julio de ese año, concurrió a la exposición sin corbata ni chaqueta, cuestión que indignó a los legisladores, entre los que se encontraba José Pérez (diputado PRSD por el distrito 21, hasta 2022) y Osvaldo Urrutia (Diputado UDI por el distrito 7, hasta 2022), quienes no escatimaron en epítetos a la hora de criticar las vestimentas del profesional.
Si bien, no hay grandes cosas de las que acusar a Pérez, Urrutia, digno UDI, en más de una oportunidad ha hecho inaceptables declaraciones, como que los exiliados eran “terroristas” o que Salvador Allende fue “el cobarde que se suicidó en La Moneda”. A estas personas les molestaba la apariencia del catedrático Bassa, molestia que en sí misma es una ofensa, y que es parte de ese Chile que queremos cambiar.
Sin embargo el cambio es lento, por lo que es iluso pensar que nos desharemos del ”viejo Chile” de un día para otro, solo por desearlo. Es más, a la luz de antecedentes como éste y de lo criticado a la Convención la semana pasada, ya no se trata solamente de las formas que son adecuadas o no a un espacio determinado, sino que de esa expresividad que siempre resulta incómoda a un determinado grupo, en este caso una élite anquilosada, que tiene de su parte el poder suficiente para imponer lo que entiende por “orden”. Las palabras del constituyente, sobre “desformalizar” los espacios de decisión, cobra tanto más relevancia.

Si bien lo observado, podría no tener más asidero que el de seguir haciendo quedar mal a la Convención, que es la misión principal de los constituyentes del rechazo y la derecha en pleno; y que es cuestión que se inscribe en el comportamiento clásico de este mismo sector, que siempre, y sobre todo ahora, no escatimará en embustes de todo tipo, como queda expreso. Lo cierto es que el muñequeo político/pragmático por un fin específico no es lo único a lo que estamos asistiendo, hay tras este reproche, el despliegue de un carácter inquisidor profundo, cuyo objeto de persecución es siempre lo popular, lo “chascón”.
Ya lo señalaba la historiadora María Angélica Illanes, en su Chile Des-centrado, en donde da notable cuenta de cómo en la historia de la construcción de nuestro “ethos”, lo que prima es la imposición de lo que un determinado sector entiende por lo que debe ser ese ethos; por supuesto, el sector bajo cuyo manejo se encuentran las diversas manifestaciones del poder.

Esclarecedor al respecto, es el capítulo Censura, desacato y simulacro: expansión e implosión cultural en Chile Republicano 1800-1900, en el que se da cuenta de cómo la manifestación cívica actúa en oposición a la manifestación popular, y en donde el simulacro es el proceso mediante el cual se fuerza a la población a la “impostura” de “celebrar” de una manera específica y en condiciones determinadas, y, eventualmente, restringiéndola a ciertas fechas.
Las chinganas y su evolución, son la expresión con la cual la historiadora da fundamento a su propuesta, que al menos a este expositor no le resulta nada de difícil creer. Si hasta la celebración de los aniversarios de nuestra “independencia”, se llevan a cabo en una fecha distinta a cuando se consagró la misma, que fue en el mes de febrero, solo porque (para decirlo en términos “populares”) la elite prefirió una fecha en la que ellos no estuvieran de vacaciones fuera del país o descansando en sus balnearios privados, y, además, para no “perder” con los festejos, mano de obra elemental para poder llevar a cabo las diversas cosechas, que por entonces tenían su momento más álgido en ese punto del verano.
Otras explicaciones historiográficas, que quieren evadir este componente coercitivo y “castrador” en la decisión, aluden a que el cambio se debe a que, en febrero, se comenzaban a celebrar las cuaresmas, cuyo carácter religioso no era compatible con los festejos. Aun si esta última explicación fuera la única acertada, el hecho de que la misma consagre la relevancia de lo religioso por sobre lo popular (rasgo propio de toda cultura que invade a otra, por cierto), resulta finalmente, igual de inaceptable, en tanto no deja de ser excluyente y censurante.

Una de las herramientas más comunes, para lograr ese objetivo de “dirigir” y contener la espontaneidad “indeseada”, es el miedo, el terror de las penas posibles a sufrir, físicas y no, en caso de no respetar el código que otros decidieron que era el adecuado. Misión que ha alternando entre la iglesia al gobierno a lo largo de la historia de este país (cuando ambas instituciones no han sido lo mismo).
Hoy es uno de esos momentos, y su agente “accidental” no es nada menos que el candidato de ultraderecha, en quien confluye lo más inquisidor respecto de las dimensiones de lo que “debe” ser la civilidad y las manifestaciones de las mismas. Agente que, por cierto, cuenta cada vez con más apoyo, oportunista o no, de ciertos personeros de tiendas políticas cercanas, que no mediarán en consentir ciertos abusos, siempre y cuando ello les permita mantener el lugar y privilegios que hoy día tienen.
Gestos como la urgencia de pintar (y repintar) la plaza, llevada a cabo por el gobierno apenas si iniciada la pandemia; o la destrucción de murales o mosaicos, y el borrado de grafitis y afiches con pintura gris, por parte de comandos autónomos o de instituciones gubernamentales, no es otra cosa que el despliegue de un biopoder cuyo tránsito ha sido completo, desde el cuerpo hacia las conductas, castigando primero de manera física, a prácticas como las aquí revisadas, que aunque en apariencia tienen un componente anacrónico y obtuso sin muchas posibilidades de posicionarse, buscan de todas maneras, un efecto profundo e intangible sobre una parte de la población, idealmente esa que siempre tiene un “voto confuso”.

El candidato nazi es ducho en la persuasión, como todo líder carismático (Hitler, por ejemplo), y sabe que la repetición de ciertos conceptos, planteándolos como la dificultad a resolver (manifestantes, inmigrantes, y hasta mujeres y plantas), confundirán a buena parte del auditorio, de entre los cuales se pretende capturar una opción de voto, siempre desinformada, y que, usualmente por comodidad, ejecuta ese mantra que ha oído una y otra vez de gente “que sabe”, así que debe ser cierto. Tradición es una palabra que no en vano se yergue como valor y patrimonio que se debe defender sin importar los costos (pues en ella se significa prácticamente todo lo expuesto hasta el momento), tal como señalan Hobsbawm y Ranger, en La Invención de la Tradición.

Sin embargo, la introyección del mero terror al otro, no es suficiente para dirigir esa intención de voto hacia donde se espera. Ya hemos visto en el mundo, cómo mecanismos sumamente sofisticados son puestos en marcha por consultoras como Cambridge Analytica o como la empresa Instagis aquí en Chile, cuya acción se ejecutó para posibilitar este desgobierno que aun padecemos, de la misma manera que la otra manipuló información para favorecer la elección del ex presidente Trump. Mecanismos como estos con del todo oportunos para que los poderes fácticos tengan seguridad de que su plan llegará a puerto.
No hemos llegado nuevamente a ese punto, o al menos no del todo, pero ya de todas formas, consultoras serviles como Cadem, han desplegado sus tácticas para posicionar ilusoriamente a un candidato en particular, quien en realidad aun no cuenta con esa representatividad que se que nos quieren convencer que tiene.

Así, hablamos del “peligro” de Kast porque la Cadem lo instala; denostamos a la Convención porque lo que se sabe diariamente de ella, es lo que nos dice una prensa contratada justamente para agudizar ese desprecio. Los mismos constituyentes han puesto el énfasis, en más de una oportunidad, en que, de las largas jornadas de trabajo, de hasta 12 horas, de lo único que hace eco la televisión son apenas de un par de minutos de algún hecho «cuestionable». A cualquiera de nosotros seguro nos ha pasado, que más de alguno de nuestros pares, pudo haber señalado en más de una ocasión, que es una burla haber votado esta Convención; que se están comportando igual que el Congreso.
No señores, la Convención trabaja, y mucho. En tres meses lograron llevar adelante un reglamento común para desarrollar un documento fundacional inédito en nuestra historia, desde la colonia hasta acá; aun con Marinovic y Cubillos entorpeciendo el proceso cada vez que les ha sido posible. Y sobre eso, algunas comisiones ya están llamando a audiencias públicas, como quedo manifiesto al inicio de este texto. No es poca cosa.
Por si faltaran ejemplos para rechazar dicha comparación, baste señalar que una ley muy sensible y necesaria, como la de indulto a los presos de la revuelta, ha quedado fuera de tabla de manera indefinida, mientras que una reforma a la ley, para permitir la inscripción de recandidaturas tardías para que logren competir, en virtud de que ya deberían terminar su ejercicio, se aprueba en 12 minutos. Mientras que la Convención ha logrado las proezas señaladas, aun cuando la SEGPRES no ha pagado ni uno solo de los sueldos de los asesores de la instancia. No, la Convención no es como el Congreso.

Llegados a este punto, no puedo si no pensar en esa escena de la película Django sin cadenas, en donde el esclavo negro Stephen, que se cree blanco y como tal, odia a los negros, acusa ante su amo que otro negro tenía un caballo, cuestión restringida solo a “ellos” los blancos. Los votantes indecisos que el ultraderechista ansía capturar, son como Stephen, y muchos de ellos están dispuestos a acusar a sus pares por tomarse atribuciones, como manifestarse “informalmente” en un discurso en un espacio que debería ser “solemne, pues ese tipo de “quiebres de protocolo”, solo son permisibles a quienes tienen los atributos necesarios para ello, los amos.
La manifestación popular solo como fiesta o conmemoración, no como espacio de disputa del poder.

Desidia o desdén, mezclados con el vacío afán ganador que décadas de pésima educación nos han inculcado, convenciendo a muchos de nosotros de que la manera de “hacer las cosas bien”, es la que tiene que ver con el triunfo, no importa de qué, pero cuya concreción tiene que ser material, es lo que ha da pie a que, quienes no necesariamente son “voto confuso”, de todas formas titubeen frente a la única alternativa de izquierda real existente hoy en la papeleta, Eduardo Artés.
No es un panegírico, no se puede desconocer el hecho de que el programa del profe, aunque pleno de hermosas y encantadoras frases, obedece más a un izquierdismo romántico qué metódico. No se puede permitir no ser contundente y exacto en cuanto a los números, máxime si son ideas materialistas las qué se supone que basan el programa. Necesitamos, indefectiblemente, conocer nuestra realidad monetaria exacta al momento de presentar programas, porque es esa realidad la que limitará o posibilitara todo cuanto se prometa. No bastan declaraciones de buena fe, por más bonitas qué sean, tal como comentamos la semana pasada.
Pero no es esta deficiencia en la propuesta, la que parece hacer dudar de votarlo a los cercanos; la respuesta común, de hecho, es “votaría por él, pero no va salir, perdería el voto”. Perdería el voto? Y eso significa qué? Que mi “esfuerzo” por haber salido de mi casa a cumplir con mi deber cívico, debe verse replicado sí o sí en el triunfo de mi opción?
Lo que yo veo aquí, es un individualismo que se diferencia muy poco, de eso que señalamos como característica deleznable en quienes distinguimos como enemigo. La acción propia, cualquiera que esta sea, vista solo como una inversión ganadora sobre seguro, que no tiene otra opción que reportar ganancias. También somos pasto de cultivo al pensar así, no del triunfo, porque no será, pero sí de la acumulación de poder político del candidato nazi. Y eso es algo a lo que habrá que hacerle frente, todos nosotros.
Que pasaría, me pregunto, si todos quienes opinan de esa condicional manera, votaran por lo que dicen pensar, y no por ese fin que parecen tener tan asociado a la acción, como diría Weber?
Todo tan de manual, como quien dice.

Muchos se asombraron de cómo era esa clase obrera y qué le paso a la misma, luego de que vieron la batalla de Chile, pero yo alcancé a ver, recién llegado a Santiago en 1995, que en las tardes era común que en Paseo Ahumada o en Plaza de Armas (que en ese tiempo si era una plaza) a grupos de desconocidos que se reunían a discutir sobre diversos temas; filosofía, política, religión, economía. Debates apasionados en los que me inmiscuí siendo aun niño, porque me parecía fascinante esa gana de discutir con un otro, como queriendo recuperar de algún modo, todas las conversaciones qué nos habían prohibido durante tanto tiempo. No es cierto que la dictadura nos quitó del todo la discusión, pero esos viejos murieron en “democracia”, y con ellos su debate y su encuentro.
Lo que no hay que olvidar, es que esa discusión se pausó solo por la falta de los participantes, no porque la hubiese aplastado la bota rastrera, a pesar de sus sanguinarios intentos. No olvidar esto es reestablecer la posibilidad de su existencia; del encuentro, el diálogo y el sano disenso, todo eso que nos hace tanta falta, para terminar de una vez con este secuestro de las ideas propias y la manera en que decidimos expresarlas; con este miedo absurdo a pérdidas ilusorias, que se hace mediante encuestas tramposas que dicen que dijimos, sin preguntarnos a ninguno.

Comencé esta exposición con una cita literaria, y espero me disculpen la licencia de querer terminarlo, también sirviéndome de la literatura, convocando ahora a la poeta Mirka Arriagada Vladilo:
“Con el Acacio y un pájaro celebrando la luz de la mañana.
El triunfo de lo sencillo que veo en mi ventana pronto será visible para todos.
Hay que perder el miedo”.

Tengan todas y todos este abrazo, y la mejor semana que puedan.

 

Comentarios (2)

  • jorvi

    como siempre coincido con tu postura, viendo todos los intentos de los representantes del capital, por embolinarnos la perdiz con el cuento de Sichel y Kast, votos para alla o para aca, nos pasamos un par de semanas «ocupados» de sus peleas y lo mas importante, ganar un parlamento para lograr la instalacion de la nueva Constitucion se nos va quedando rezagado o mas descuidado del quehacer (politico) diario. Hay que tener presente la forma en que se instalara la Constitucion, quienes seran los que dictaran las leyes que la haran funcionar, basta de darle mas vueltas a los representantes del capital y centremonos en buscar los caminos para que el pueblo concurra a votar en forma mayoritaria, ahora si van informados mejor mejora mejoral… saludos y gracias Pablo por compartir

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    • Pablo Monroy

      Participar, aún con las restricciones institucionales, es lo que debemos. Después de conquistado aquello, podremos ir por lo demás.

      Muchas gracias a usted amigazo, por pasar y por sus palabras.

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