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«Cuando olvidas cómo se gobierna»  Por: Nicolás Acuña Rachet 

Por: Nicolás Acuña Rachet 

Cuando la confianza en el Presidente alcanza un 9% de acuerdo a la encuesta CEP de abril del 2021, no es ajeno preguntarse ¿acaso a alguien se le olvidó cómo se gobierna? En la  Moneda la tienen muy clara. Hoy, más que nunca, se gobierna para las agendas de Juan  Sutil, Alejandra Cox, Iris Fontbona, Antonio Errázuriz o el empresario Sebastián Piñera. Esto,  

es de perogrullo. Sí al frente de un Estado se mantiene un Gobierno dirigido por este  empresario que aumenta en cerca de 10% su patrimonio en plena pandemia de acuerdo a  Forbes, no es extraño que este vea al pueblo como clientes desechables, que con el fin de  mantener el barco y el de sus amigos a flote, no escatimará en vulnerar sus derechos  fundamentales. Más errático aún, es presenciar al Estado hegemonizar a la población sin  reconocer la vulnerabilidad y desigualdad que este ha reproducido, para finalizar con una  criminalización de la organización social que se alza en respuesta al abandono institucional. 

Por más de cuatro décadas este Estado que ha sido ciego, sordo y mudo, ha sido cómplice  de la precarización de la vida de las personas en cada territorio del país, de la mano de una  élite económica hipertrofiada, que lo transformó en una empresa al servicio de la oligarquía  y no de las personas. Sin embargo, los escritos dogmáticos de Friedrich Hayek en los cuales  se persigna todos los domingos esta élite económica, ya no son capaces de sostener este  modelo. Las políticas públicas cocinadas entre Teatinos y Morandé con el pasar de los años  han alcanzado niveles de asistencialismo obscenos. No resguardan derechos esenciales, ni  son capaces de resolver las problemáticas del pueblo, mientras el juicio popular es que no  satisfacen necesidades básicas ni producen valor alguno. Peor aún, las autoridades de  gobierno pasan su tiempo vanagloriándose del éxito de sus políticas, mientras que en la  realidad las evaluaciones de estas no le tienen nada que envidiar a un calendario de feriados. 

Y en el momento en que la desconexión entre los pseudo gobernantes y el pueblo se vuelve  evidente, el Estado refleja ser un colador que no es capaz de atajar ningún flanco. Las  demandas por cubrir necesidades básicas aumentan, y las instituciones públicas sin saber  coordinarse entre sí, terminan por ofertar programas sociales como una vitrina comercial con  múltiples barreras de acceso. No obstante, no todo está perdido. La historia ha evidenciado  que los cambios más profundos derivan de fracturas en donde el rol del pueblo ha sido la  punta de lanza que permite construir los cimientos de un nuevo futuro. Es por esto que en  vista que algunos olvidan cómo se gobierna, será el pueblo organizado el cual escribirá las  agendas, ya que quienes viven los problemas y necesidades, cuentan con la verdadera  legitimidad de articular las acciones y soluciones que se necesitan, y no las estrellas que  habitan las dependencias de Av. Pedro Montt, Teatinos 120 o Catedral 1575. 

Es por que, mientras el proceso constituyente si bien es una ventana de oportunidad para  iniciar cualquier cambio estructural, nada de esto se podrá materializar si es que el pueblo  no ocupa un espacio vinculante en la toma de decisiones y la construcción de sus territorios.  No olvidemos que el aparato Estatal debe estar al servicio de las personas. Hacer oídos  sordos a los saberes comunitarios, involucrará continuar la reproducción de práctica  clientelares, asistencialistas, colonizadoras, y políticas focalizadas y centralizadas que se  vuelven insuficientes o inaplicables, producto de la desconexión territorial y el excesivo  positivismo de quienes las formulan. Finalmente, cuando olvidas cómo se gobierna, es  momento de dar un paso al lado, y permitir que sea el pueblo que desde sus particularidades  construyan las respuestas a sus necesidades, y sin pepegrillos de apellidos pomposos de  una vez por todas.

 

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