
Cuando el mercado administra las crisis, consecuencias para la Educación Superior.
Por Patricio Soto Caramori
Toda crisis afecta de manera desigual a las sociedades que sufren sus consecuencias, incluso a distintos grupos dentro de la misma sociedad si se considera, por ejemplo, los países como unidad de análisis. El covid-19 no será la excepción, las contradicciones aparecen y aparecerán entre los distintos niveles de desarrollo de las naciones y entre la estratificación socio-económica de sus ciudadanos. La globalización e interconexión acelera la velocidad de contagio y su cobertura, desde la noticia del primer contagio en Wuhan, China en diciembre de 2019 a inicios de abril de 2020, la mancha roja de la pandemia cubre los continentes y a estas alturas ya se pueden observar, con objetividad, algunas consecuencias sociales del comportamiento pandémico.
Un sistema mundo hegemonizado por una forma de concebir la vida desde el consumo y la acumulación queda extraordinariamente expuesto ante crisis biológicas de esta naturaleza, el Estado lleva 4 décadas arrinconado en la esquina de lo subsidiario, replegado no sólo de roles activos en la producción y planificación económica, sino descargado de la protección y derechos sociales, transformados en mercancía y asumidos por el mercado en términos de su generación y asignación, con el precio como condición de acceso.
La educación superior vive esta contradicción intensamente, ya segmentada desde su fase previa, con alumnos y alumnas provenientes de sistemas educativos con relación profundamente desigual desde el punto de vista de los recursos, contextos educativos de carencia de condiciones mínimas versus disponibilidad escasamente limitada, arriban, en general a instituciones diversas, más que desde sus proyectos educativos, otra vez desde los recursos. A mi juicio en el grupo de las privadas post 1981 existen 3 grupos de distintos entre sí, a saber:
(1) Las universidades que responden a grupos de interés, principalmente confesionales o doctrinarias
(2) el grupo de universidades cuyos operadores buscan maximizar la rentabilidad privada.
(3) universidades que entienden la educación como bien público, del cual se tiene que apropiar la sociedad en su conjunto. Los tres grupos, más allá de lo anterior, participan con las mismas reglas liberales: subsidio a la demanda, carreras concebidas como producto/servicio, sistemas de calidad que refuerzan la competitividad por sobre la colaboración, incentivo a la masividad (economías de escala), bancarización de las relaciones económicas con las familias, etc., pero son las del grupo (1) y (2) las beneficiadas por el modelo. Sin importar mucho las “externalidades negativas” realizan ingentes esfuerzos de marketing para lograr matriculas abultadas sin que importe mucho el endeudamiento de las familias, el rol social de los profesionales que forman o el de la propia institución.
El grupo (3), con un reducido número de instituciones en él (la verdad es que hoy sólo visualizo a una digna sobreviviente), funcionan a contrapelo del mercado, buscan viabilizar proyectos institucionales desde el compromiso con la sociedad y sus necesarias transformaciones, por cierto, no sólo tecnológicas. Los jóvenes son alumnos y no clientes, los profesores son formadores y no fuerza de trabajo, los administrativos miembros de la comunidad y no personal de servicios o externos.
En efecto es el grupo (2) el que ha liderado las tasas de crecimiento en alumnos y con ello ha llevado la cobertura bruta en educación superior a cifras sobre el 50%. La mano invisible del mercado, persiguiendo su propio beneficio genera uno para la sociedad, este ha sido el argumento mientras en el camino quedan estudiantes y familias endeudados de por vida y se aceita una maquinaria que produce profesionales para la toma de decisiones y un ejército de reserva para obedecerlas.
Bachelet 2 corrió el cerco sin generar daño sistémico, los dueños del negocio y su bancada entregaron lo entregable para resguardar el negocio. Un gobierno con equipos técnicos que pasaron de la marcha en plaza Italia a la elaboración de políticas públicas, enfrentaron a oponentes sofisticados, conocedores del sector y sus engranajes, mal que mal, es su creación. Crearon entelequias como la del interventor provisional y de cierre, una ultra simplificación de la realidad que sólo puede agravar los problemas, no se atrevieron a entrar en el ADN del modelo, el subsidio a la demanda como mecanismo central de financiamiento, un modelo de acreditación liberal que no se propone vincular universidad y sociedad, sino más allá del eufemismo de la “vinculación con el medio”, entre otras condiciones que quedaron intactas.
Este es el modelo de educación superior que tenemos, sesgado, excluyente, donde todo es mercado, incluida la investigación (aquí patentes y negocio es la doctrina).
¿Cómo golpeará la crisis?, mismo virus, distintas consecuencias.
Si es por la doctrina del ejecutivo, estarán pensando en que el ajuste será Schumpeteriano, la destrucción creativa, sobrevivirán los que tengan que sobrevivir y eso dará lugar a un sector fortalecido post crisis. Sin duda, Joseph Schumpeter no se reconocería en la interpretación de los neoliberales, ya que son las asimetrías previas y los salvatajes no visibles lo que dirá quienes sobreviven y cómo. Sólo un ejemplo de lo anterior, habrá universidades que contarán con el sistema financiero para cubrir sus déficit de capital de trabajo, claro dirán algunos y algunas, eso es porque reúnen las condiciones financieras para ser sujetos de crédito y de seguro es así, pero reúnen esas condiciones a propósito de haber asumido sin complejos el modelo industrial de universidad.
Por otra parte las universidades que forman a la élite (aquellos que hoy 1 de abril de 2020 son parte de familias cuyos domicilios están en comunas donde rige la cuarentena) no se verán afectados por la desprotección social, quienes si lo serán son aquellos estudiantes de los 8 deciles de menores ingresos (si, de los 8), que generan ingresos por cuenta propia o sus padres y/o madres o ellos mismos han perdido el empleo, se les ha ajustado a la baja o simplemente suspendido el salario, todo amparado por un ejecutivo que lo ve como necesario para salvar la economía y que los mantiene como fuerza de trabajo activa mientras avanza la pandemia. Las universidades que en su mayor proporción acogen a estudiantes con este perfil, lo pasarán mal, ahí no estará el Estado ni el sistema financiero. Si estará Larroulet re-leyendo a Schumpeter.
Cambiar el modelo de desarrollo es la tarea post crisis covid-19, esta pasará y la crisis del sistema mundo creado por el neoliberalismo se dejará ver con mayor nitidez.
Fuente: cacerola.org