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Crónica de un chileno en Cataluña: “De la sentencia a la organización de la resistencia”

Por: Fortunato Morales Ávila

Semanas previas a la sentencia del “judici del procés” (juicio del proceso independentista),  que castigó duramente a los líderes catalanes que participaron de la organización de referéndum del 1 de octubre del año 2017, se respiraba un ambiente de tensa calma por las calles de Barcelona.

En medio de las interminables fiestas barriales durante los meses de agosto y septiembre, era inevitable no abordar cuál iba a ser la respuesta del pueblo catalán ante lo que se presumía sería un duro castigo. Un castigo, por cierto, que no afectaba solamente a aquellos que hoy se encuentran injustamente tras las rejas sino que lo que extrapolaba a todas quienes, muchas veces de forma anónima y cooperativa, experimentaron en carne y hueso la organización de un referéndum desde abajo, desde el pueblo. Inédito en tiempos donde prima el pragmatismo de los estudios de opinión y la tecnocracia para atender los asuntos que nos convocan como ciudadanos. Los jóvenes, adultos y ancianos ya no eran los mismos luego de esa experiencia, y el momento político los obligaba a ponerse nuevamente al frente con tal de resguardar los valores de una nueva república.

Luego de un segundo aniversario del referéndum sin mayores movimientos, llegó el esperado día. El 14 de octubre Cataluña despertó con esa amarga sensación de injusticia, de un castigo que no solamente tuvo como propósito destruir cualquier posibilidad de diálogo entre el pueblo catalán y el reino de España sino que dejó un amplio margen para que cualquier tipo de resistencia -sea esta identitaria, social o política- fuera brutalmente criminalizada.

Cataluña está herida, y con esto no se trata de empatizar con algún líder en particular o ser portavoz de una ideología, Cataluña está herida por apelar a la democracia como vía de resolución de los conflictos políticos (algo obvio, ¿no?). Y cuando es la democracia la que se ve amenazada, no queda más que esperar la resistencia, y en eso Cataluña tiene historia que contar.

En las jornadas previas habían algunos antecedentes que  hacían pensar, pese a las dudas iniciales, en la existencia de una resistencia, y en ese punto la plataforma #TsunamiDemocratic jugó un rol clave. Días antes anunció que la respuesta sería inmediata y contundente, todavía no se sabía cómo y dónde, había mucha ansiedad y suspicacia sobre el alcance que podía tener una articulación que nuevamente ponía como protagonistas a la gente de a pie, a los líderes anónimos del referéndum del 1 de octubre. La rabia, claro está,  podía ser la catalizadora de dicha respuesta, una rabia acumulada que nos rememoraba la violencia con la que actuó el reino de España el 20 de septiembre del 2017, cuando allanó las oficinas de las instituciones públicas catalanas. Y qué decir de lo ocurrido el mismo día del referéndum, cuando las cargas policiales intentaron evitar que se desarrollara con normalidad el proceso democrático.

A la misma hora en que Pedro Sánchez, Presidente de Gobierno español, emitía sus primeras declaraciones justificando la sentencia,  fue convocada la primera manifestación en la emblemática Plaza Cataluña. En pocos minutos quedó completamente llena y una hora después comenzaron a circular entre los manifestantes carteles que llamaban a movilizarse hacia el Aeropuerto de Barcelona, intentando con esto interrumpir el espacio más paradojal de esta trama, aquel lugar donde muchos comienzan la visita de una Barcelona atractiva turísticamente pero que esconde entre sus muros un épico historial de acción política. No es por nada que dentro de la terminología de la resistencia Barcelona haya sido bautizada como la “rosa de foc” (rosa de fuego) y que autores como Engels y Hobsbawm retrataron su carácter combativo y revolucionario.

Y sí, utilizando todos los medios, incluso muchos de los manifestantes lo hicieron caminando, el aeropuerto se vio colmado por unas tres mil personas, entre canticos y consignas se intentaba mostrar al mundo lo antidemocrático de la sentencia. Acción de propaganda sumamente efectiva y que provocó que el aeropuerto cancelara al menos cien vuelos. Como podía presumirse, la policía actuó y los manifestantes no dudaron en responder. Las imágenes son perturbadoras, hubo muchos heridos e incluso uno de los manifestantes perdió un ojo en medio de la revuelta. Todo finalizó a eso de la medianoche. Sin embargo, se había cumplido el primer objetivo y este no era otro que expresar que Cataluña no se arrodillará tan fácilmente.

El martes 15 octubre fue otro día de movilizaciones, gran parte de las carreteras que conectan las distintas ciudades de Cataluña con Barcelona amanecieron cortadas. Para la tarde había programada una manifestación en el Passeig de Gracia, avenida emblemática pues en ella marchaban hacia los campos de batalla las milicias republicanas durante la guerra civil. Hoy es parte de los atractivos comerciales que intentan reducir a Barcelona en una especie de “marca”. Fue el lugar perfecto para la aparición de los Comités de Defensa de la República (CDR’s), grupos formados desde la sociedad civil para resguardar el desarrollo del referéndum y que posteriormente han estado muy activos al momento de cuestionar, desde la acción, la legitimidad democrática del estado español.

La calma por la cual se llevó a cabo la manifestación se vio interrumpida cuando los CDR’s comenzaron a actuar, enfrentándose cuerpo a cuerpo con la policía. Comenzaron las barricadas, las estampidas. En vez de retroceder los manifestantes iban ocupando más y más espacios en el centro de la ciudad. El fuego fue el protagonista de la jornada y las barricadas siguieron encendidas hasta bien avanzada la medianoche. Barcelona paso de la incertidumbre a la rabia, a ese sentimiento que tiene la capacidad de modificar la normalidad, de aquel sentimiento que es capaz de generar nuevos lenguajes y nuevas prácticas políticas.

Aquella ciudad que se pensaba dormida, que se creía que su historia era parte de los anales de los movimientos sociales, hoy nuevamente se levanta. Lo hizo en el pasado, cuando los trabajadores de la Candenca, por medio de su lucha, lograron instaurar por primera vez la jornada laboral de ocho horas en Europa. Lo hicieron también cuando las mujeres catalanas se movilizaron para evitar que sus compañeros fueran enviados a luchar contra Marruecos en una guerra injusta, en lo que se llamó “la semana trágica”. Y lo hacen nuevamente hoy, tejiendo un capítulo más de su resistencia, que pese a las dificultades y continuos fracasos para modificar la sensación de injusticia que permanentemente rodea a la ciudad, no cesará hasta  que la “rosa de foc” pueda gritar nuevamente libertad.

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