
Contribución para entender las relaciones entre los pueblos
Por Gonzalo Silva
Tanto en su relación con Latinoamérica como en las relaciones entre occidente y los países de oriente medio y el norte de África, la matriz de interpretación hegemónica y oficial dentro de las izquierdas ha estado dominada por un binarismo que es legado de la guerra fría.
Esta matriz de interpretación parte de la creencia que aún existen dos proyectos claramente diferenciados y antagónicos a nivel global donde el imperialismo queda reducido a un único Estado, EEUU y unos pocos estados occidentales aliados (la lógica del Imperio de Negri), y el antiimperialismo, entonces, tendría también su polo hegemónico, China y Rusia, en torno al cual se articulan otros Estados: Cuba, Venezuela, Siria, Nicaragua, entre otros.
Este tipo de interpretaciones carece de matices y no reconoce las complejidades de cada una de las formaciones sociales y, a propósito de este vicio, no es capaz de ver que muchos de los Estados, a los que reconoce como aliados, son hoy represivos y neoliberales.
El problema de la matriz de interpretación hegemónica de la izquierda en materia internacional, que reduce al imperialismo en un solo actor, es que ignora los siguientes elementos:
– Que en la fase del capitalismo neoliberal, global y financiero las relaciones de poder entre los Estados se articulan en torno al cambio de los polos productivos de las empresas trasnacionales y su desarrollo.
– Que China es hoy el mayor Estado industrial y comercial del mundo y Rusia, por su parte, es un país de economía neoliberal controlado por un grupo de empresarios cercanos a Putin.
– Que de seguir esta lógica implica que la izquierda debe oponerse a todo lo que se oponga a los gobiernos de retórica progresista, cuestión que no permite ningún tipo de critica razonable.
– La brecha sustantiva que existe entre la retórica progresista del Estado y lo que los Estados hacen de hecho.
Un ejemplo de esta matriz de interpretación
Este tipo de análisis de los levantamientos en los países árabes no está exento de una mirada orientalista y esencialista de sus pueblos. Una parte de la izquierda nunca logró salir de una lógica colonial con respecto a oriente medio y norafrica, de acuerdo a la cual el pueblo es simplemente incapaz de construir una alternativa a, por un lado, la dictadura religiosa y por el otro, la dictadura laica. En su imaginario se trata de un pueblo bárbaro, inherentemente propenso al sectarismo religioso, que sólo sabe recurrir a la violencia y carece de la facultad creativa para una alternativa que desborde los límites de las divisiones religiosas, por lo que más vale mantenerlos contenidos con un dictador que se les parezca: moderno, presuntamente laico y progresista (Assad por ejemplo, aún sigue siendo un “protector de las minorías cristianas”).
En realidad, lo que se llamó la revolución árabe fue, en su conjunto, una serie de revueltas que brotaron a través de la región tras la crisis económica del año 2008 (incluso antes) contra las políticas neoliberales aplicadas gradualmente en dichas sociedades y que han ido empobreciendo a la población. También se trató de un movimiento en contra del sectarismo religioso, que justamente aunaba a personas de todos los credos y, precisamente, no de una lucha entre sectas como lo presentaron desde un principio tanto los medios estatales de todas aquellas dictaduras, como también los medios occidentales.
Es necesario entender que el objetivo principal de Estados Unidos en Oriente Medio nunca ha sido ni la propagación de la democracia (retórica oficial de la derecha) ni tampoco derrocar a dictaduras antiimperialistas para “desestabilizar” a oriente medio, (retórica oficial del progresismo), sino conseguir que la estructura de los regímenes queden intactas, y al mismo tiempo, idealmente, ganar la confianza, cooptar y luego quebrar la mano de todo movimiento cuyo objetivo sea la democracia de base, la autodeterminación y el control popular de los bienes comunes.
Para lograr ese objetivo, la retórica estadounidense puede ser muy “pro democracy”, muy anti-masacres al pueblo y muy anti-dictadura, al mismo tiempo de efectivamente hacer todo lo contrario y, como de hecho es el caso, no apoyar material y efectivamente a la oposición (hace mucho que el Ejército Libre junto a la población bombardeada lleva pidiendo armas antiaéreas, que serían lo único efectivo contra las bombas diarias y que le daría un respiro a la población y reanudaría su auto organización). Lo que le interesa a EE.UU. es la permanencia de los regímenes autoritarios que, en algunos casos como el egipcio, pueden ser salvados “huyendo hacia adelante”, es decir, reemplazando al líder por otro que parezca más democrático (Mubarak -> Sissi), logrando así mantener intacta la estructura socioeconómica.
En el caso de Siria, en cambio, la dictadura se constituye en torno a la figura y la familia de Assad, razón por la cual el famoso “régimen change” es tan lejano a la realidad. Lo que Estados Unidos pretende en los países árabes que presenciaron un levantamiento de masas es resguardar los intereses de ambos ejes geopolíticos. Lo único a lo que temen es a la posible consolidación de un movimiento que pudiera ser capaz de armar un Estado democrático con participación popular.
Lo mismo pasa con los poderes orientales, a lo que temen y contra lo que luchan no es la intervención occidental, sino a que un día el pueblo árabe cree una alternativa tanto a la dicotomía dictadura religiosa-dictadura laicacomo a la dominación e intervención de los poderes occidentales y orientales ligados a la implantación del régimen económico neoliberal.
¿Qué hacer entonces?: una perspectiva de clase de la política internacional
Primero incluir a un tercer actor que este tipo análisis centrado en las retoricas de los gobiernos deja completamente fuera: la clase explotada. Una parte de la izquierda ha sacado la conclusión que es necesario oponerse por principios y sin reflexión a los movimientos que se resisten y sublevan contra los gobiernos que utiliza retórica antiimperialista, creyendo que basta con analizar su propaganda, es decir, lo que dicen de sí mismos para sacar conclusiones sobre la realidad.
La alternativa a un análisis “desde arriba”, basado en la real o imaginada política exterior de los Estados, es hacer un análisis “desde abajo”, priorizando la pregunta de cuál es la relación del respectivo Estado con las clases populares. Desde la izquierda la prioridad debiese ser siempre analizar la realidad con independencia a la retórica de los gobiernos. Entre otras cosas, porque si empezamos a actuar solo en base a lo que nuestros enemigos declaran como objetivos, vale decir, operamos a favor o en contra de una retórica y no de la realidad material, existen altas probabilidades, por un lado, de ser fácilmente administrables y, por otro, terminar levantando banderas en contra de los pueblos y a favor de los gobiernos.
Para salir del binarismo, necesitamos idear una posición propia, independiente de las respectivas retóricas, entendiendo en principio que las formaciones sociales son siempre complejas y que los gobiernos no son más que un aspecto de ellas y no su totalidad. El ejercicio de ponerse en el respectivo contexto es difícil, pero sin duda no a tal punto que lo mejor sea no opinar y no operar de un modo crítico, entendiendo que el principio de no creerle a CNN en un mundo de capitales globales, de mercados abiertos de circulación mundial del capital es necesario, pero en ningún caso suficiente.
La tarea de las izquierdas, en cuanto a la política internacional, no es elegir entre dos bandos imperialistas que compiten por la hegemonía mundial y la explotación de los pueblos y sus recursos, sino, más bien, que la solidaridad entendida como interacción – y no mera intersección – no esté mediada y filtrada por los medios de comunicación de masas, sean estos de derecha o de izquierda. Todo esto con el objetivo de crear apoyo mutuo entre los trabajadores y los oprimidos del mundo.