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Contra las dictaduras de derecha

Por R.*

Trabajador.

 

Está súper de moda de que todos tienen que andar defendiendo todos los derechos y la vida y la libertad de todos, y que de todos lados hay que salir a andar diciendo cosas como “nosotros somos mejores porque creemos en los derechos humanos de todos sin distinción”, eso de sin importar el color político. El fondo es desmarcarse y decir que son una izquierda bonita y más renovada, que no creen en las cosas añejas y un montón de hueás que al final no le importan a nadie.

 

¿Sabís qué es lo que me pasa con toda esta ola neojipi? Aparte de que es un cálculo político -porque está claro que es para acarrear un par de votitos útiles, los suficientes para llevar diputados que sacan un uno por ciento y poder así usufructuar del parlamento sin ser un mayor aporte-, lo que veo es que defiende una idea que no han pensado bien (en el mejor de los casos; en el peor, son unos fachos culiaos) y que, además, está muy equivocada y promueve una violencia que de tan sistemática ya es invisible. Me explico.

 

Vivimos hoy en una sociedad y bajo un sistema que no solo normaliza, sino que fomenta la explotación del trabajador por el capitalista, apropiándose del valor del trabajo y reduciendo al trabajador a una mercancía cualquiera. Una forma de sociedad que fomenta la creación y acumulación de riqueza y que asume que, de alguna manera y contra toda experiencia reciente, llegará a buen puerto para todos. Prosperidad. Estas seudobases no debieran ser una novedad para nadie, es simplemente el día a día en el que nos desenvolvemos. En un mundo de recursos escasos (una obviedad también, nada es infinito), la acumulación significa desigualdad, pues no hay manera de que todos podamos llegar a los mismos niveles de riqueza y acumulación. Esto a veces alcanza el extremo de la destrucción de bienes no comprados, pues puede que la evaluación económica del proyecto indique que esto es más rentable, y así hay gente sin casa mientras otras quedan vacías, o gente con hambre mientras se botan miles de toneladas de comida diarias.

 

No hay posibilidad de que todos emprendamos y cumplamos el sueño que tienen los fachos de ser todos empresarios y millonarios, porque, además, ya hay otros empresarios más grandes que te van a cagar; no hay cincuenta almacenes de barrio, hay tres cadenas de supermercados. Y si pudiera llegar a suceder, si todos fueran empresarios, nadie sería trabajador (obvio), serían puras empresas de un puro hueón: CEO y junior todo en uno, todos vendiendo súper ocho en las esquinas. Entonces, los empresarios, para ser empresarios, necesitan al trabajador y en el mundo en el que estamos viviendo, los más ricos no solo explotan la pobreza, la necesitan para poder mantener sus grandes empresas a flote y acumulando. No hay posibilidad de que ellos existan al nivel que lo hacen hoy sin que esté la masa trabajadora pobre y explotada debajo, y, dado que la necesitan, hacen todo lo posible por mantenerla: comprando negocios, pagando influencias, financiando golpes de estado.

 

Acá, entonces, estamos hablando de que el concepto de libertad que tenemos que defender, según estos movimientos políticos neojipis, es aquel en el que queremos que la gente sea libre incluso para explotar a los más desfavorecidos. Y que si alguien nace un día diciendo “oh, perro, sabís que se me ocurrió que voy a meter unos millones de dólares en Namibia para sacar diamantes y hacer pico ese país porque, bueno, a los capitalistas de allá les conviene, zorro, ¿te animai?”, tenemos que decirle que es una buena idea porque es un emprendedor. Ya, es un ejemplo bien extremo, pero se aterriza un poco cuando se piensa en comprar acciones de una planta de combustibles en Quintero. Es la misma hueá, donde el perjudicado siempre es el trabajador porque su poder de negociación es mucho menor. Todavía peor si se considera que en Quintero -o Chile, hablando más en general- es mal visto pertenecer a un sindicato. Mal visto por los patrones, claro está, pero esa visión patronal es lo único que chorrea.

 

Peguemos un salto a un hueón que la tenía bien clara y que lo dejó escrito hace como ciento cincuenta años. ¿Se acuerdan del concepto de la dictadura del proletariado? Más o menos (más menos que más, aclaro), lo que significa es que el trabajador tenía que eliminar por la fuerza al burgués porque la burguesía era intrínsecamente explotadora de una mayoría -la mayoría trabajadora- y su esencia era apoderarse de todo, acumular y fomentar la pobreza y miseria, haciendo uso solo de su capital y no de la fuerza de su trabajo. Esto no se hacía con buenas intenciones ni amor, se hacía suprimiéndolos con violencia, porque -y es algo que he visto a muchos de ustedes repitiendo en otros casos- la violencia puede y debe ser justificable para combatir abominaciones, como los nazis culiaos en villa Grimaldi. Lo encontramos de lo más rosadito-chori-erredé (1) cuando se hace viral un video de un negro dejando inconsciente de un combo a un nazi, pero ahora, cuando hablamos de defender los derechos de todos los trabajadores de la amenaza burguesa, ya no lo es tanto, porque esa amenaza es invisible. Está tan incrustada en Chile, que eso de dar trabajo lo vemos casi como si nos estuvieran haciendo un favor. El favor de que nos paguen por apropiarse de nuestro esfuerzo para que se la quede un culiao cuyo único mérito es tener el capital (y que muchas veces adquirió ese capital de cuea, como la herencia del papito o matando Selk’nam en Tierra del Fuego). No tenemos derecho a rebelarnos porque aceptamos este contrato social bajo condiciones en las que nunca pudimos negociar nada. Y cuando este proceso de invisibilización y apropiación termine, acuérdense que hasta van a andar negando el derecho a rebelión de los pueblos. Porque el capitalismo se lo apropia todo, como lo que pasa un poco con parte de la lucha de género: buscar cuotas de género en altos mandos empresariales, lo que consigue al final crear una clase dominante más light y amorosa, fortaleciendo y validando al sistema.

 

Las dictaduras de derecha no solo se hacen cargo de administrar un estado que fue creado y se mantiene funcionando para conservar la explotación del trabajador en todas sus aristas (política, económica, social), sino que, además, se apoderan del monopolio de la violencia -a través del ejército o policías armadas- para defender ese “derecho”: su derecho a someternos y apoderarse de lo que producimos. La dictadura del proletariado tiene como fin -nunca lo olviden- la eliminación del Estado, pues lo reconoce como otra pieza de la maquinaria dominante (donde se incluye todo: democracia actual, puestos del aparataje público que crean seudoclases, todo) y que, una vez eliminadas sus bases, decaerá con el tiempo. Esta eliminación inicial, lo digo de nuevo porque es importante que quede claro, no sucede con buenas intenciones, sucede con acción.

 

Ahí me dice usted si lo que quiere es apoyar esa libertad irrestricta en la que se termina explotando y subyugando a las masas trabajadoras. Yo sé que no quiero ni tolero ese tipo de libertad, pero allá usted, total, sabemos que no se puede hacer cambiar de opinión a los fachos.

 

(1) N. del E: erredé: RD (Revolución Democrática).

*El autor de esta columna prefirió mantener su anonimato. 

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