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Comprender el Octubre chileno desde el 2013 brasileño

Por: Rejane Carolina Hoeveler

Traducción: Diego Ferrari

“Quien madruga Dios lo ayuda» señaló el (ex-) Ministro de Economía de Chile, Juan Andrés Fontaine, cuando le preguntaron sobre el aumento de 30 pesos en las tarifas del metro. “Cuando sube el pan no hacen ninguna protesta”, señaló Enrique Coeyma, director de la AFP Modelo y miembro de la comisión de “expertos” que decidió el aumento de las tarifas. Andrónico Luksic, uno de los hombres más ricos de Chile y del mundo, twitteó contra el “vandalismo” – como parte de lo que fue el discurso oficial de todas las esferas del gobierno, junto a los grandes medios de comunicación, en los primeros días de protestas y que culminó en la infeliz declaración del presidente Sebastián Piñera afirmando que «Chile estaba en guerra”.
Los grandes empresarios y la derecha chilena, al responder de esta forma a las protestas, practicaban todo su cinismo y sadismo de siempre. Lo que no esperaban era que, esta vez, no saldrían impunes. Sobretodo tratándose de sujetos que personifican tan explícitamente las continuidades históricas actualmente en jaque.
Como se sabe, el (ex-)ministro del Interior Andrés Chadwick, casualmente primo del presidente, es un hombre con las manos sucias.Chadwick (UDI) fue de la juventud pinochetista (Frente Juvenil de Unidad Nacional), miembro de la comisión de la Junta Militar de Gobierno del general Pinochet. En julio de 2005, se descubrió que fue uno de los políticos de derecha que tenían acceso libre a la tristemente famosa Colonia Dignidad (campo de concentración erigido por el nazi Paul Schafer durante la dictadura de 1973).
A su vez, Javier Iturriaga, el general que declaró el Estado de Emergencia, también tiene un pasado de sombras: hijo y sobrino de torturador.Ya era oficial de Pinochet durante la dictadura, en los años 1980; estuvo a cargo de la represión a los mapuches en Temuco y Cautin (sur de Chile) en los años 2000. En 2014  «visitó» Brasil en una misión militar.
La transición democrática chilena, así como la brasileña, mantuvo intactos los grandes beneficiarios del régimen sanguinario de Pinochet, igual con los viejos manuales de la tortura en las Fuerzas Armadas – continuidad coronada con el mantenimiento de la propia Constitución de la dictadura y todos sus mandamientos neoliberales.
La orientación anti-neoliberal del movimiento de Octubre es innegable, porque todas las reivindicaciones presentes de las manifestaciones (salud, transporte, educación, derechos laborales, seguridad social, servicios públicos) se chocan, necesaria y objetivamente, con el modelo económico, social y subjetivo implementado por la dictadura y continuado por los gobiernos de la Concertación.
Si bien es cierto que la derecha más perspicaz, tanto en el gobierno como en los medios empresariales, algunos días después del estallido de la revuelta, ya empezó a intentar disputar la narrativa sobre el motivo del malestar social (intentando, de esta forma, pautar las respuestas al estallido), tampoco hay dudas de que será muy difícil secuestrar el carácter anti-privatista de las reivindicaciones o apropiarse de las protestas cambiando su pauta, como sucedió en Brasil durante 2013.

¿Cuánto del Junio de 2013 brasileño hay en el Octubre chileno?

Para los brasileños que vivieron Junio de 2013 resulta imposible no trazar un paralelo con lo que está sucediendo en Chile. En ambos casos, los grandes medios no solamente omiten la gravedad de la represión deliberadamente, al no reportar gravísimas denuncias de secuestros, torturas, y de tantos flagrantes casos de terrorismo de Estado; sino también disputan el contenido y la validación/invalidación de las formas de protesta.
En particular, la dicotomía entre “vándalos” y “pacíficos”, muy conocida por los testigos de junio de 2013, es muy semejante. Es posible percibir un cambio en la postura de los medios a lo largo de los días de las jornadas en Chile análoga a la que vimos acá en Brasil, en un plazo de pocos días. Del bautismo “Jornadas de Violencia”, entre el viernes 19 y el sábado 20, la TVN chilena, por ejemplo, pasó a exaltar las marchas familiares, pacíficas y ordenadas – las que respetan las reglas del «estado de emergencia»; relegando a un espacio criminal las escenas de barricadas y la desobediencia civil (masiva) al toque de queda.
De todas formas, el apoyo de la población a las acciones radicalizadas siguió siendo considerable, recordándonos una escena muy emblemática de 2013 en Brasil, cuando el presentador de un programa televisivo policial de derecha hizo una encuesta en vivo sobre el “vandalismo” en las protestas y la mayoría de su propio público afirmó estar a favor.
Las diferencias entre esas protestas son mucho mayores. Comenzando por la magnitud y radicalidad, tanto del movimiento popular como de la truculencia de la represión – ambas cualitativamente mayores en Chile. Mientras que la represión a 2013 en Brasil incluyó un fuerte terrorismo de estado, lo que vemos en Chile es de otro orden: son decenas de muertos; miles de heridos; centenas de desaparecidos; líderes estudiantiles y populares siendo secuestrados por la policía dentro de sus casas, jóvenes siendo “crucificados” en antenas, denuncias de tortura sexual. Escenas de barbarie que no se veían desde los peores años de la década de 1970.
Con la reivindicación de una Asamblea Constituyente que finalmente entierre la constitución heredada de Pinochet, así como todo su legado social, lo que se puede desatar en Chile es también una especie de proceso de justicia de transición a posteriori. Las variadas escenas en que se derrumban monumentos de generales y conquistadores no dejan duda al respecto.
La extrema-derecha ciertamente tiene recursos para poner en funcionamiento su máquina política, utilizando los mismos sórdidos mecanismos practicados en Brasil desde 2015, como la propagación de fake news. Como se sabe, fue en el período que va de 2013 a 2015 que se forjaran, en Brasil, los movimientos como el Movimiento Brasil Libre (MBL) y “Vem pra Rua” (Vení para las calles),  que lograran canalizar gran parte de la indignación popular legítima expresa en las “Jornadas de Junio” para un slogan “Mi partido es Brasil”, lo que abrió camino para Bolsonaro.
El episodio de la portada de La Tercera, culpando a venezolanos y cubanos por los incendios en el Metro, es el mismo tipo de campaña desinformativa que vivimos en Brasil. Y la conexión entre las derechas es tal que, en el mismo día de esa portada, salía en Brasil, difundido por el “Movimiento Brasil 200” (empresarial). Pero el terreno para la extrema-derecha, parece ser, en Chile, mucho más limitado: la propia memoria popular de la represión de la dictadura, y la clarísima tónica contra la desigualdad social y contra el modelo económico privatizador del movimiento, constituyen obstáculos enormes para eso.
Así, aunque el pinochetismo haya ganado nuevo aliento en el último período, con el fortalecimiento de la extrema-derecha en todo el continente, la probabilidad de que un movimiento a la Bolsonaro se fortalezca en Chile parece ser mucho menor. Cabe destacar que la izquierda organizada, por ejemplo, en las coordinadoras, en el movimiento obrero y estudiantil, en alianzas como el Frente Amplio o el Partido Comunista, tiene muchas más posibilidades, en comparación a las que teníamos en Brasil, de presionar por una salida radical por la izquierda.
Más importante que eso, la convocatoria de Juntas Vecinales y Cabildos es una muestra de que a pesar de su falta de organicidad inicial, el movimiento chileno tiene el potencial de construir espacios reales de organización y quizás de poder popular – algo que estuvo muy lejos de concretizarse en junio de 2013 en Brasil.

¿Ni a la derecha, no a la izquierda? ¿Para dónde va Chile?

Quien aprendió las lecciones de junio brasileño de 2013 sabe muy bien donde llevó la fórmula de rechazo a los partidos y la política. La frase “Ni derecha, ni izquierda, los de abajo luchando contra los de arriba”, a pesar de su contorno anti-capitalista implícito, produce un efecto colateral perverso al separar la izquierda de los “de abajo” y al concebir izquierda y derecha como separados de las clases sociales (“los de arriba” y “los de abajo”). Ese discurso, que está presente en varias partes del mundo (España, Argentina, Brasil, Chile) es sintomático de una derrota ideológica profunda, celada por las dictaduras y diariamente reconstruida por la despolitización de la política típica del neoliberalismo, que niega la política. Es particularmente triste, para aquellos activistas pertenecientes a organizaciones de izquierda que nunca participaron de los espurios pactos conciliatorios de las transiciones, escucharlo.
Esa frase causa una enorme confusión en el movimiento, porque retira las luchas populares, feministas, estudiantiles, obreras, juveniles, culturales, etc, de la esfera de la “izquierda” (entendida como visión del mundo igualitaria y libertaria); y consolida el discurso hegemónico que equivale “izquierda” a los partidos institucionales que fueron cómplices de los sucesivos pactos. En Chile esa “izquierda” es representada por figuras como Michelle Bachelet, cuya política progresista no llegó a atacar las bases profundas do modelo económico e político neoliberal.
El posicionamiento de Bachelet en ese momento es bastante emblemático de esa “izquierda” institucional: después de una larga demora en pronunciarse, cuando lo hizo, llamó para la “conciliación”– todo lo que el pueblo chileno quiere romper en este momento. En resumen, si es verdad que las masas no solo de derecha ni de izquierda, también es un hecho que quien las ataca es la derecha, y quien las defiende es la izquierda.
No es casual que cuando más se repite esa idea es justamente cuando más crece la extrema derecha, cuyo cinismo permite presentarse, con base en xenofobia y despolitización, como una salida supuestamente por afuera del stablisment. La deslegitimación de esas organizaciones de izquierda que siempre estuvieron orgánicamente ligadas a las luchas populares sirve como un guante al propósito de los enemigo de estas luchas.
Un buen ejemplo está en Karla Rubilar, la intendente de Santiago (actual integrante destacada del nuevo gabinete Piñera), la cual, en el viernes 18 de octubre, repetía el discurso Chadwick sobre los “actos vandálicos”; y siete días después, no se cansaba de repetir que los actos “no tienen líderes”; “no hay partidos”; y que quien está en las calles no es “ni de derecha, ni de izquierda”… convenientemente borrando la segunda parte de aquella frase – como se espera de quien está, sin dudas, con los de arriba.
El gobierno, con o sin Piñera, parece que intentará retomar el control principalmente a través de medidas que no afecten el bolsillo de los grandes empresarios – lo que no resolverá las reivindicaciones populares. El conjunto de derechos sociales, servicios públicos y también por la estatización en diversos sectores, como el agua y los transportes, contenido en las protestas, se choca con la libertad para el capital en el “éden neoliberal”. Los partidos y los líderes políticos que estén alineados con el gobierno van a apostar el disfraz de “derecha para lo social”, atendiendo parcialmente las demandas populares sin romper los pilares del neoliberalismo, no podrán alcanzar una tregua de este movimiento tan fácilmente. La izquierda chilena tiene un desafío histórico en frente: si su postura fuera la de “conciliación nacional”, estará condenada a la derrota; pero, si se propone doblar la apuesta en la fuerza del pueblo organizado, podrá estar al frente del entierro del neoliberalismo, en el país que fue su cuna.
Desde Brasil la izquierda ve con gran inspiración en la insurrección de Chile, pero en un contexto ampliamente desfavorable en la correlación de fuerzas, bajo constantes amenazas de cambios autoritarios dentro del régimen político. Pocos días después del estallido en Chile, un de los hijos políticos del presidente, diputado federal y virtual canciller de Brasil, Eduardo Bolsonaro, declaró que “si importan a Brasil lo que están haciendo en Chile, podemos pensar en promulgar algo como un AI-5” – refiriéndose al Acto Institucional número 5 de 1968, el que permitió, ja después del golpe militar, el peor período de torturas, ejecuciones y exílios de la dictadura.
El ministro de Economía de Brasil, Paulo Guedes, un Chicago Boy de tercera categoría que anuncia “privatizar todo”, logrando recientemente aprobar un modelo muy similar al modelo chileno de pensiones, actúa con el mismo cinismo que mencionamos al principio, declarando que la desigualdad existe porque “mientras el rico ahorra el pobre gasta”. No nos olvidamos que en un contexto de miedo y pavor de los movimiento sociales en Brasil, luego después que Bolsonaro asume la Presidencia, la primera gran protesta de solidaridad a los brasileños se dio en las calles de Chile, el marzo de 2019, en ocasión de la Cumbre Presidencial y la fundación de la Prosur. Ojalá los vientos chilenos lleguen con fuerza, y el peso de un Brasil en lucha pueda reforzar el destino del pueblo chileno. Es hora de construir una profunda solidaridad, única arma capaz de derrotar la derecha y el neoliberalismo en toda Latinoamérica.

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