
“Columna Ni futbolero ni futbolista… la revolución necesaria” por Pablo Monroy
Por: Pablo Monroy, Poeta, músico, sociólogo.
¿Es necesaria una revolución?
Sin querer, me encontré con la pregunta, que, ciertamente, me pareció de perogrullo dados los antecedentes inmediatos de nuestra cotidianeidad nacional. Sin embargo, se me quedó dando vueltas, y aunque siento que tengo argumentos prácticamente infinitos para responder, a riesgo de la petulancia incluso, caigo en cuenta de que, si me planteo responderla seriamente, con responsabilidad de lo que se dice, y no como un mero descarte con aires de intelectualidad omnisciente, me sorprende la perplejidad al comprobar que, justamente por poder responder esa pregunta con tantos argumentos, vale decir, desde tantas aristas, la respuesta misma ya deja de ser tan simplona como se le supone. Menudo lío.
No soy ni futbolero ni futbolista, ni tampoco terrorista ni primera línea, pero aun así, trataré de responder esta pregunta.
Si uno pone la frase en el buscador: Es necesaria una revolución; así, sola, o con signo de interrogación, o de exclamación, o entre comillas, lo primero que aparece son publicaciones de diversa índole, desde el 2011 hasta acá (por lo menos en la primera página).
Por supuesto, preguntarnos por la necesidad de una revolución hoy, es volver a revivir la eterna imposibilidad de las ciencias sociales, el nunca llegar a tiempo a los análisis. Nuestro hacer es ex-post. Siempre.
La revolución ya está sucediendo y no se detuvo a preguntarnos si era necesaria o no. Cómo va a suceder sin preguntarnos, si su posibilidad depende de nosotros? Dirá usted. Pues bien, el lenguaje no cambia por el uso, sin embargo, en el uso, cambia; decía Ferdinand de Saussure.
Si me preguntan a mí, una revolución siempre es necesaria.
El vehículo llegará a su destino de todas formas, sin necesidad de exceder el límite de velocidad, no obstante, en algunas partes del camino será necesario, o inevitable incluso, el acelerar más con la finalidad de sortear algún obstáculo o para evitar algún peligro. Esa aceleración no será posible sin las revoluciones del motor que lo impulsa. Símil pasa con la vida, la que podemos vivir con cierta candidez incluso durante gran parte de la misma, pero, de todas formas, en algún momento, ya sea para sobreponerse a alguna crisis, ya para ponerse en condición de asumir un nuevo desafío, ya hasta para decidir casarse o no, se nos hará inevitable no imprimirle una dosis extra de vértigo al ritmo habitual con el que llevamos nuestra existencia, la que, sin ese impulso, difícilmente sortearía el desafío que propone el momento.
A diferencia del vehículo, las revoluciones de la vida son un poco más complejas, pues generalmente implican un poco más que la simple velocidad. Es más, muchas revoluciones, las más trascendentes, pueden demorar años en terminar de sucederse, justamente porque lo que ese impulso extra está moviendo, no es nada más ni nada menos que una biografía.
Llegado hasta acá, y planteado este “marco conceptual”, debemos aclarar que “el momento” recién referido, en tanto esa instancia que requiere de nosotros el esfuerzo extra, el estrés, el apuro del ritmo que haga posible superarla, tampoco hace referencia a lo que se entiende por instante específicamente. Como ya hemos dicho, en nuestras vidas la revolución que posibilite ese cambio que por fin nos prodigue la paz necesaria, o las herramientas cognoscitivas o afectivas para poder realmente ser dueños de nuestro ser y sus posibilidades, es un proceso que puede abarcar décadas, y no falta, de hecho, quien agota su vida sin haber conquistado nunca esta cima (personalmente, creo que ahí el problema es otro, pues esas almas que exhalan su último respiro sin haber jamás dado ese paso, sabían exactamente qué era lo que tenían que hacer, pero decidieron o no pudieron hacerlo, nadie sabe cuánto pesa la cruz del vecino; en fin, es materia de otra exposición).
En estas lides, la filosofía es la herramienta crucial, a ojos de este expositor, para que la revolución personal sea posible. Tanto Platón como Descartes trazaron la carta para poder mejor navegar a través de la tormenta que todos traemos dentro, pues somos la única especie que tiene la capacidad de abandonar la res extensa y devenir en res cogita, posibilidad que no es tal sino que por la existencia de la cuestionante inicial; para qué venimos a este mundo. A saber, tenemos la conciencia, aun si es vaga, de que carecemos de esa sabiduría genésica, y a la vez, vivimos la vida en pos de tratar de responder esa cuestionante, es decir, movidos por la búsqueda de esa sabiduría que no se tiene.
La fe es una variante importante de todo este tema, pero falta aún para que la espiritualidad, en tanto revelación de la verdad individual, supere a la religiosidad, que no es más que la institucionalidad que sigue buscando convencer a los particulares de verdades que no les son propias.
Al igual que el protagonista de la película Matrix, debemos entender que el ejercicio de la revolución es necesariamente un enfrentamiento que no será amoroso. Hay dolores que es inevitable enfrentar si lo que uno busca es la trascendencia de uno mismo, para, al igual que Neo, terminar entendiendo que lo personal es también colectivo. La revolución que estamos viviendo ahora es justamente esa, la de salir del uno, pero no se puede hacer por otro camino que no sea el de hundirse en uno mismo, para de allí emerger absolutamente dispuesto a los demás, porque en los otros somos, diría Hegel. El colectivismo es la salida. Esa es la revolución en curso.
En fin, para quien desee profundizar estos temas, en la localía tenemos la fortuna de contar con el legado de Lola Hoffmann y toda la escuela que desde ella se desprendió, que tiene la virtud de unir la creencia y la ciencia con tal nivel de rotundidad, que Varela, Maturana, Flores en algún momento, Claudio Naranjo, no pudieron más que sucumbir a sus postulados y contribuir a seguir expandiéndolos. La verdad se puede evitar, pero no mentir, una vez que ha sido develada.
La otra cara de la misma moneda, es la que más comúnmente se entiende por revolución, que es el enfrentamiento que tiene lugar en la sociedad, entre un grupo y otro, usualmente los más desposeídos contra los pocos que siempre lo tienen todo. Y vaya si hemos tenido ejemplos de esto desde hace un par de años a la fecha.
Por supuesto, no es un fenómeno exclusivo de nuestra patria, y así hemos visto como Perú, Bolivia, Colombia muy tristemente, Argentina, y Brasil ahora mismo, se han ido manifestando ante sus autoridades, cansados ya abusos e inequidades, que más allá de las particularidades de uno u otro país, son ciertamente similares, de la misma forma que son impresentablemente similares las maneras de reprimir dichas manifestaciones; la Escuela de Las Américas sigue viva en la memoria y en las prácticas de los distintos alumnos que egresaron de sus aulas.
Los pueblos dicen ya no más, y con ello se da pie a una revolución que siempre tiene todo en contra, por lo mismo, nunca será posible hablar de enfrentamientos entre las fuerzas en pugna, por más que los representantes del poder insistan en ponerlo en esos términos. Las violaciones a los derechos humanos se suceden de manera tan brutal como impune, y con ello, lo único que terminan haciendo es que la parte que más aporta víctimas, nosotros, no quiera sino justicia (o venganza) de todos quienes han dejado de existir en manos de las fuerzas de orden, solo por haber pedido lo que era justo. De nuevo aquí como en la revolución individual, terminamos entendiendo que sin los demás, nuestras posibilidades de éxito, que ya son malas, se reducen a cero.
Los mismos que no dudan en hacer uso de la fuerza de que disponen para hacernos “entender” que no será posible, en algún momento salen a pedir que se detenga la revuelta, porque no se puede aceptar el que se “sigan perdiendo” vidas. “Perdiendo”, así, de manera accidental, como quien algo extravía y no por causa de órdenes directas que ellos mismos emanan.
Por supuesto que la vía violenta para el cambio no es la que uno prefiere, y al menos una vez, se agradecería que los postulados de Antonio Gramsci se hicieran realidad. Pero ni los dueños del capital jamás han querido compartirlo (y por lo mismo están dispuesto a defenderlo de manera tan feroz), ni las izquierdas han conseguido reconstruir un metarrelato lo suficientemente sólido como para aspirar a un bloque hegemónico que en verdad llegue a significar una equivalencia al poder que tiene la actual clase dirigente políticoempresarial.
Muchas vidas se pierden o se cercenan, y lo más triste es que los responsables difícilmente paguen sus culpas, pero la vía del diálogo no ha sido más que un engaño que bien ha sabido acabar, de maneras tanto más crueles e indiferentes, y “en tiempos de paz”, con otras vidas que un día simplemente ya no dieron más de golpear y golpear puertas que nunca nadie abrió; bien lo supo Eduardo Miño.
Si, la revolución vuelve a hacerse necesaria.
No fui Primera Línea y mucho menos terrorista, jamás he sido futbolero y de ningún modo futbolista, como ya dije, aun cuando crecí en los mismos barrios en donde usualmente se forjan las estrellas que en algún momento terminan dándoles tantas alegrías a “su” pueblo. Ni fanático ni protagonista fue mi impronta, antes y ahora. Es más, mis aficiones y hábitos correspondían más a los de los habitantes de otros escenarios, esos en donde las necesidades básicas están del todo cubiertas, por lo mismo es fácil darse al cultivo de cuestiones “suntuarias”. Y claro, pude haber tenido hábitos similares, pero no por eso las necesidades habían desaparecido.
Quizá es por eso que, aun con el total desinterés que me despierta el futbol, de todas formas, en 2016, en esa final de la Copa América Centenario, cuando Chile le arrebató nuevamente el triunfo a Argentina, en el infartante duelo a penales de esa calurosa noche de New Yersey, en la que todo este país contuvo el aliento por 7 minutos exactos, para poder por fin volver a respirar cuando el talento del Gato Silva iluminó de nuevo a una nación que ya se había acostumbrado mucho a andar en penumbras. Yo también terminé llorando. Y si, estaba muy sorprendido.
Ese triunfo y el anterior, sin ninguna duda marcó a toda una generación que ya se venía cansando de triunfos morales y de discursos llenos de promesas que en el fondo nunca querían cumplirse. Llegados los dos miles, tanto los estudiantes secundarios como los universitarios no dejaron de correr los límites de lo que algunos entendían por progreso y desarrollo, porque hasta ese momento esos nunca habían sido para todos.
De igual manera pasaba estando en Plaza Dignidad, en donde lo que se jugaba ahí no era solamente la democracia o la justicia, eran décadas de abandono, de olvido, de desesperanza, de miseria.
Por qué lloré ante al triunfo de una actividad que jamás me había conmovido? Porque en el fondo, y como casi todos, también lloraba por todo eso que solo entendemos quienes hemos sufrido mucho, y que me hermana con el fanático o con el primera línea sin nunca haber estado ahí, y nos hace dispuestos a perder los ojos o la vida por la sola esperanza de un mejor mañana, y nos permite entender que una revolución, más que necesaria, es posible, porque nos ayuda a encontrar todo aquello que habíamos perdido, y que aquí nombramos Dignidad.
Natacha
Me encanto el contenido y la forma de presentarlo ,me identifiques ,!!!
pablo monroy marambio
Muchas gracias por sus palabras y por su tiempo.
Es un humilde aporte a la discusión y a la difusión de ideas, tan necesario por estos tiempos.
Esperamos hacerlo siempre mejor.
Abrazos.
Víctor
Que sentimiento mas profundo es sentirse iluminado y contenido por el uso de tus palabras, por poner en manifiesto eso que apreta el pecho, un abrazo para ti!
Pablo Monroy
Y otro más grande para ti. Muchas gracias por pasar.
Paulina
Me gustó que señales lo de la espiritualidad, y refieras a matrix para darte a explicar. Me gustó la columna! Gracias por la expresión en letras y el buen uso de la pluma.
Pablo Monroy
Muchas gracias por sus palabras. Para eso doy las mías.