
«Clase y movilidad social. Análisis de PARASITE (II).» Por: Felipe Lagos
Por: Felipe Oscar Lagos Díaz
Continuación de «Análisis espacial de PARASITE, de BONG JOON-HA», en: http://revistadefrente.cl/analisis-espacial-de-parasite-de-bong-joon-ha-por-felipe-lagos/
En Parasite el olor de la pobreza es una “metáfora” de las clases sociales y la división de clases; será asimismo el desencadenante que llevará a la trama a desembocar, precipitadamente, en lo que puede ser entendido para algunos como un thriller de horror: la lucha de clases.
El concepto de “metáfora” es utilizado irónicamente, una y otra vez, casi sin sentido, puesto que viene a poner de cabeza los términos del conflicto, es decir, nos los muestra en su forma de ficción. O en otras palabras, Parasite pone de cabeza, a modo de ficción, a las clases sociales, como si fuesen una esencia y como si éstas pudieran preexistir a la lucha de clases.
Aquello que ha sido criticado por demasiado evidente en el film, el conflicto de clases (de ahí la insistente repetición de la “metáfora”), no tiene sino una enorme opacidad, un hermetismo duro como la piedra “suseok”, que pasa de ser un elemento tradicional y decorativo a convertirse en un arma mortal.
La “metáfora” recorre el camino que va desde la ficción a la verdad…
El olor de la pobreza y la luz del sol, la suciedad y la pulcritud, el desorden y el orden, el hacinamiento y la holgura, son elementos importantísimos en el film, que subrayan, por un lado, la precariedad de la vida de la familia Kim, entre el desorden de cajas, muebles improvisados e insectos, el olor a orina de los borrachos de la calle, mientras ellos comen y se dedican a mirar desde el subsuelo el desgobierno del precario barrio de Seúl, y por otro, los privilegios de la familia Park.
Al final del film, tras el fracaso del plan maestro y debido a la inesperada tormenta, la vivienda o trinchera de los Kim, se inunda de agua de lluvia y de desagües, barro, basura y excremento.
A pesar de que, instintivamente, los Kim saben “cómo hacerse aceptable para los ricos –cómo vestirse, peinarse, hablar, caminar, moverse–, siempre en silencio, con suavidad, con limpieza”, tienen un olor distintivo, que los pone en riesgo de ser descubiertos.
Da-song, el niño, es el primero, si no en advertirlo, sí en decirlo abiertamente, probablemente debido a su inocencia: “¡Todos huelen igual!”. Se trata de ese olor “que cruza la línea” de lo aceptable.
El olor de la pobreza, ¿qué sería más sustancial? ¿No es sino una esencia? Sin importar lo elegantes que se vistan, los excelentes modales, los conocimientos bastos, el monumental ingenio, el temor de no pasar “la prueba del olor” encuentra su sustento y se enraíza “en las creencias de las clases altas que hay algo intrínseca, físicamente inferior en las clases bajas que justifica la estratificación de clases”.
La metáfora del olor de la pobreza como esencia de la clase subalterna es parte de las ficciones o mitos de las clases dominantes. La misma lógica de ficción que lleva a los capitalistas a considerar, no al trabajo, sino a la maquina “como creadora del producto”, percibiendo así al propietario de la maquina “como origen de la creación del producto” y que, incluso, lo lleva “a considerar al dinero como productivo”. Así, el Capital sería “el primer factor de producción”.
Del mismo modo, en la ficción de la ideología burguesa, la clase es una esencia.
No obstante, aunque fuera en vano intentar cambiar el olor con perfumes y jabones, su origen no es sino que comparten una vida, una vivienda (el semisótano), una alimentación, etc. Por lo tanto, desde esta perspectiva, la clase social no es una esencia, sino una relación.
En el mismo sentido, antes de la clase social y la división de clases, existe la lucha de clases, de ahí su estatuto de “motor de la historia”.
En esa relación entre clase dirigente y dominada, los de abajo deben robar señal wifi, desafiar y a la vez aprovechar la fumigación de insectos, recurrir a astucias, trucos y trampas y acceder a un trabajo precaria y flexible “para mantener un débil hilo de subsistencia”.
Las ficciones de la “esencia” y de la “prexistencia” de la clase social se van desmontando.
En el retrato de las clases y divisiones de clases que realiza Bong Joon-Ha en su film, es capaz de mostrar un mundo de explotados astutos y explotadores cándidos, de clases bajas que incorporan la tecnología a su cotidianidad y ricos que buscan lo sensible, el arte, el aire libre. Y, sin distinción entre las clases, la entrega al placer, al hedonismo, en los matrimonios Park y Kim y entre el hijo Kim y la hija Park, está igualmente presente.
Se retrata así, magníficamente, la complejidad de las clases sociales, que vuelve demasiado general la división entre dos clases, la de explotados y explotadores, y que requiere una profundización de los estratos, las fracciones y las alianzas; así como los imaginarios sociales a través de los cuales los distintos actores, individuales y colectivos, se perciben e interpretan, se experimentan y valoran sus condiciones.
Esta misma problemática y su manera de abordarla plantea otro aspecto, sumamente controversial: la disputa al interior mismo de la clase trabajadora. En Parasite no existe la solidaridad entre la clase trabajadora. Por el contrario, hay una constante competencia. La percepción entre clase dominante y dominada sólo se presenta al final del film, cuando Ki-taek, el padre de la familia Kim, se ve representado a sí mismo en el desprecio del señor Park por el olor, el olor de la pobreza, de Geun-se, el hombre del sótano. Pero ya de antes, la contienda interclasista es protagónica, no sólo entre la familia Kim y los antiguos empleados de los Park, sino incluso al comienzo del film, cuando Ki-woo, el hijo de los Kim, le propone a la empleada de la pizzería que les lleva las cajas para doblar, que despida a su inepto empleado y lo contrate a él, que es más astuto.
La lucha entre los empleados y desempleados, es la primera que debe enfrentar la clase trabajadora en la precariedad y flexibilización del sistema laboral neoliberal.
La ausencia de solidaridad de clase se explica también por el paso de un sistema fordista o industrial de producción a un capitalismo financiero. Los trabajos en Parasite son siempre de servicios: doblar cajas, conducir, ser ama de llaves, educar informalmente, etc.
En ese proceso se constituye la opacidad de la división de clase, puesto que deja de ser evidente la división entre fuerza de trabajo y capital. Existencialmente, más inmediata es la división en las mismas fuerzas de la clase trabajadora, entre quienes tienen empleos estables y quienes están sometidos a la precariedad.
Esta división entre empleo estable y precariedad, hace que el “trabajo organizado” no hable en nombre de la sociedad en su conjunto. E incluso, como dice Nancy Fraser, en opinión de algunos, el trabajo organizado “defiende los privilegios de una minoría que disfruta de una módica seguridad social frente al número mucho mayor de quienes no disponen de ella”.
De este modo, Parasite no sólo habla de las clases sociales, sino de la sociedad capitalista en su etapa neoliberal, donde no solamente están los explotados, sino también los dominados y los excluidos, y no siempre están del mismo lado de la lucha. De ahí que no sólo sea un retrato de la división de clases, sino también de la familia, que, por un lado, permite expresar complejas relaciones de poder, sumisión y rebeldía, en una sociedad posfordista, y por otro, plantear conflictos generacionales y a la vez una construcción de identidad colectiva deteriorada pero sobreviviente (la familia), en medio de un capitalismo desarticulador de solidaridades.
Otra problemática cardinal planteada en el film es la cuestión de la “movilidad social”, que se expresa por medio de la especialidad, primordialmente respecto a la estructura vertical del film, los ascensos y descensos, la geografía de la ciudad, los distintos espacios, expresando “el carácter inestable y movedizo de las relaciones sociales, así como los elementos que pretenden mantener ocultos pero terminan saliendo a la superficie de forma desagradable”.
La ficción de la “movilidad social” hace que antes de asumir uno de los polos de la división social de clases, las clases explotadas, dominadas y excluidas, quieran ser como las clases dominantes, esa que vive en colinas urbanizadas, con árboles y soleadas, como los Park.
El contraste entre los Kim y los Park es radical. El barrio que sirvió para filmar los exteriores de la casa de los Park es Seogbuk, ubicado en una loma urbanizada y exclusiva de Seúl. Restaurantes, galerías de arte, autos lujosos y amplios estacionamientos, embajadas, áreas verdes y cantos de aves, con un tráfico esporádico, lo caracterizan.
Todo esto añoran los Kim. Pero la historia nos muestra que escalar socialmente es imposible. Hasta el mismísimo final del film, es tan sólo una fantasía del joven Ki-woo… a la que se sigue aferrando, a pesar del desastre. Si al comienzo la fantasía tenía un aire de ingenuidad y hasta comicidad, después del desastre, la nueva fantasía (volverse rico y comprar la casa de los Park) es, no sólo insostenible, sino repudiable. La movilidad social fracasó… y seguirá fracasando.
Arribar a ese lugar de privilegios, donde ni siquiera existe la preocupación por el dinero, donde incluso hay una inquietud mayor por el espíritu (las artes) que por sobre lo material (la tecnología), está prohibido para los Kim, que en cuanto acceden a los privilegios, los llenan de desorden y suciedad, y al segundo después, llega el desastre… No pueden triunfar, son incapaces de deslizarse sobre el refinamiento.
Una de las características de la sociedad surcoreana es que se encuentra “sobreeducada”. El mérito pierde sentido. Por mucho que te exijas, no puedes llegar a ser como los verdaderamente privilegiados. Por muy inteligente y talentoso que seas, como los hijos Kim, sin duda, aun así estarás excluido. Ni movilidad social ni meritocracia.
Stefania Gozzer nos cuenta que “En la encuesta publicada por The Hankyoreh, el 85% de los jóvenes estaba de acuerdo con la siguiente afirmación: La gente que nació pobre nunca podrá competir con la gente que nació rica”. O eres ganador desde el comienzo o simplemente serás un fracasado.
Ni siquiera el nivel educacional y las inversiones estatales y públicas logran aminorar la desigualdad. Sólo hay más competencia, hasta el colapso. Y aunque la educación sea un bien público, la riqueza familiar es más determinante: “Si bien la mayoría va a escuelas públicas, todos reciben educación externa al sistema escolar, casi sin excepción. Se trata de cuánta educación extra le puedes dar a tus hijos. Si eres de una familia pobre, podrás darles algo, pero no será suficiente para que estén al mismo nivel que el hijo de una familia de clase media o rica”.
Corea del Sur es uno de los miembros de la OCDE con mayor desigualdad de ingresos y según Naciones Unidas el 1% más privilegiado acumula el 12,2% de la riqueza: “Una cifra cercana a la de Reino Unido y Dinamarca y que, en cambio en Chile se dispara al 23,7% y en EE.UU., al 20,2%”.
A pesar de tener una tasa de desempleo de apenas el 3,6%, con un eficiente sistema sanitario y acompañado de un estilo de vida saludable y una economía industrializada y líder en innovación tecnológica, “los surcoreanos no parecen estar muy contentos con su situación actual: tres de cada cuatro jóvenes de entre 19 y 34 años quiere irse del país”; 8 de cada 10 “ven a Corea del Sur como un infierno”.
¿Cómo es esto posible? Porque la crisis se expresa en las clases, sí, pero no sólo en ellas. Eso nos comunica Parasite. Se trata de una crisis social e, incluso, civilizatoria.
¿Es demasiado obvia la “metáfora”? No, la opacidad de la clase es enorme. La conciencia de clase viene determinada por las relaciones de producción; no puede haber conciencia de clase si las relaciones de producción no lo permiten. Ahí la eficiente monstruosidad del neoliberalismo, del posfordismo. Lo que restringe y dificulta la lucha de clases para los sectores oprimidos.
No obstante, la lucha de clases, la de los explotados, dominados y excluidos, puede ser reabsorbida por la lucha social, en medio de una crisis civilizatoria. Es la sociedad (y la naturaleza) contra el mercado.
BIBLIOGRAFÍA
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Polanyi, Karl. El cristianismo y la vida económica. En: Los límites del mercado. Editorial Capitán Swing.
García Serrano, Federico. Parásitos: thriller tragicómico y “muy” familiar. En: https://www.elpuenterojo.es/wp-content/uploads/2019/11/Par%C3%A1sitos.pdf
Fraser, Nancy. Triple movimiento. En: New Left Review. Julio-agosto, 2013..
Ardila, Andrés. Parasite y las tensiones entre clases sociales, culturas y géneros cinematográficos. En: https://razonpublica.com/parasite-las-tensiones-clases-sociales-culturas-generos-cinematograficos/
Sánchez, Andrés. Deconstruyendo los escenarios, reales e imaginados, de «Parasite» en Seúl. En: https://www.efe.com/efe/america/destacada/deconstruyendo-los-escenarios-reales-e-imaginados-de-parasite-en-seul/20000065-4171400
Gozzer, Stefania. “Parasite” gana el Oscar: ¿es Corea del Sur tan desigual como retrata la película? En: https://www.bbc.com/mundo/noticias-51445921