
Chilean Brave New World
Por Marcos Muñoz
#DeFrente
Al fin del mundo existe un pequeño país indiferente al colapso medioambiental, la reedición de la Guerra Fría y la emergencia del neofascismo en la era de terrorismo. Un mundo que cree en la libertad y el freemarket, en el consumo, las redes sociales y la inmediatez. En Chile, la copia feliz del edén, existe un chilean dream, calco del american dream de la posguerra, que movilizó a las sociedades occidentales bajo los preceptos de la libertad individual, la meritocracia y el goce consumista.
Representado en “Sanhattan”, imagina un cuerpo fitness para posar en Instagram mientras escucha Spotify; atrás quedaron los cañonazos, los cuerpos torturados y las desapariciones del Sujeto popular, muy lejos de los Cyber monday, de la vista panorámica de Santiago desde el Sky Costanera y del Costanera Center, el rascacielos más grande del patio trasero de los Estados Unidos.
Chile se ha inventado Un mundo feliz, a la manera huxleriana, como sonrisa forzada por la píldora para despertarse y dormir, para levantarse temprano y llegar a la hora a la escuela o el trabajo, actualizando el mito del esfuerzo y logro personal. Un mundo feliz clasemediero, que descree tanto de las elites como de los sindicatos, la tierra de un fervoroso individuo tacheriano-pinochetista, átomo de la sociedad, sujeto de a pie descolectivizado y autoritario.
Micro-acontecimientos de protesta por Facebook y Twitter en cada semana e ironías en un meme día a día. A veces el átomo simpatiza con un movimiento social que irrumpe con sus banderas y se desvanece, como una multitud tras un concierto de Paul McCartney o de K-Pop. Y permanentemente vive a corto plazo, a 12 cuotas precio contado, siempre sin Historia (con Mayúscula), vacío de proyectos y memoria, atrapado por la distopía del like, y la alegría credicard, puesto que entre “La alegría ya viene” y “Los tiempos mejores” hay solo un segundo.