
Bárbara Brito: «La clase trabajadora y los movimientos no están derrotados y será probado en las calles» (parte 2)
Bárbara fue vicepresidenta de la Fech y hoy es dirigenta de la organización feminista internacional Pan y Rosas y del Partido de Trabajadores Revolucionarios (PTR). En esta segunda parte de la entrevista que le dio a #DeFrente, habla sobre la relación entre feminismo y marxismo, cuestionando algunas posiciones de Silvia Federici, además de hacer referencia al imperialismo en Latinoamérica.
Por Nicolás Romero
Pincha aquí para leer la primera parte de esta entrevista.
Feminismo Socialista
-¿Qué relación existió entre feminismo y el marxismo clásico?
Desde Marx y Engels hasta Trotsky, Lenin, Clara Zetkin, Rosa Luxemburgo y otros más reflexionan sobre la opresión de la mujer en la sociedad capitalista y, en el caso de los revolucionarios rusos, llevaron adelante un programa que incluyó demandas tan importantes como el derecho al aborto, al divorcio, guarderías públicas, comedores populares. Digamos que el marxismo unificó la cuestión de la opresión de género con el problema de la explotación y entendió que es imposible la liberación de la mujer si es que su lucha no se une al conjunto de los explotados y oprimidos para terminar con esta sociedad capitalista, patriarcal y su Estado. El feminismo marxista o socialista está inscrito en esta tradición revolucionaria de la lucha de los explotados y oprimidos. Este es el feminismo que reivindicamos desde Pan y Rosas.
Ahora hay un debate teórico muy importante en el seno del feminismo y entre diferentes corrientes sobre el legado del marxismo. El marxismo buscó desarrollar una teoría revolucionaria que, partiendo de negar que las instituciones son producto de la naturaleza y sí relaciones sociales históricas creadas y condicionadas por la propia historia de hombres y mujeres (y sus luchas), buscó desentrañar el núcleo material de la explotación y opresión social, en particular en la sociedad capitalista bajo la dominación de clase de los capitalistas sobre la clase trabajadora, de una pequeña minoría propietaria que vive a costa del trabajo de la gran mayoría, y desde allí buscó integrar el problema de la opresión sobre las mujeres con el desarrollo del patriarcado. Luego los bolcheviques buscaron avanzar sobre otros terrenos, como el problema de la socialización del trabajo doméstico para poner en el terreno “público” la tarea “privada” que esclaviza y condena principalmente a las mujeres, buscando la unidad en la lucha contra la explotación y la opresión. Sin embargo, en el marxismo hay una falta de desarrollo alrededor de la cuestión del trabajo doméstico no pago aún que está planteada, y varias discusiones nuevas como la participación de la mujer en el trabajo, que hoy ya casi en todos los países constituye la mitad de la clase trabajadora, y en general, que gana el peor salario, sufre mayor precariedad y abuso, que plantea los términos de la lucha contra el capitalismo y el patriarcado en un nuevo marco. Es una discusión interesante. Thitty Bhattacharya, que no habla de socialismo, de todas maneras plantea que el marxismo sigue siendo la mejor herramienta para comprender el problema de la opresión bajo el capitalismo, incluso aceptando que Marx no desarrolló mayormente el problema de la reproducción de la fuerza de trabajo.
-Y en ese sentido, el análisis de Silvia Federici es coincidente. En “El Patriarcado y Salario”, en el primer ensayo, ella intenta hacer una crítica junto a Marx, e insiste en eso. Marx entrega muchas herramientas para pensar el problema de las mujeres y el capital. Hay muchas razones historiográficas de la trayectoria personal y de género de Marx de por qué no lo hizo. Pero, yo diría que en Federici no hay una crítica del tipo “Marx oscureció e invisibilizó”.
En Federici hay un debate importante con el marxismo. Federici toma todas las teorías del operaísmo italiano representadas en Mario Tronti y en el concepto de la fábrica social. Lo que hace es trasladar el centro de la fábrica al conjunto de la sociedad. Federici plantea que hay un nuevo centro o un nuevo punto cero, que es el trabajo doméstico y el hogar. Dice que durante mucho tiempo el trabajo doméstico fue desvalorizado porque las mujeres tuvieron que salir a trabajar después de la posguerra y el valor se trasladó nuevamente a la fábrica. Entonces, ahora de lo que se trataría es de revalorizar ese trabajo doméstico, porque aquí es donde nosotras podemos transformar, y aquí es el punto cero del capitalismo, porque es el lugar en que parte todo, es desde donde se genera la reproducción de la fuerza de trabajo, desde donde nace el trabajador. Quién lo alimenta, quién lo viste, quién le limpia su casa, su ropa. Entonces, ahí hay una distancia estratégica con el marxismo. O sea, más autonomismo. Si bien Federici reconoce los aportes que las lecturas de Marx han hecho al feminismo y la lucha de las mujeres, el centro de su preocupación se encuentra en el reconocimiento del trabajo reproductivo de las mujeres, lo que es profundamente valorable, pero lo sitúa como el sostén del capitalismo.
Esto a diferencia de Bhattacharya que, aun siendo una teórica del feminismo del 99% y que, por tanto, no termina de poner a los trabajadores como sujeto o como el centro de las transformaciones sociales en un sentido estratégico, sí plantea que su primera búsqueda teórica o académica parte por la reivindicación del marxismo y dista de la lectura de Federici sobre el trabajo doméstico no remunerado. Bueno, ahí el debate es importante. Es un problema muy complejo el debate del valor del trabajo doméstico. La gran diferencia es que Thiti Bhattacharya identifica un primer circuito, el de la explotación capitalista y un segundo circuito, el de la reproducción de la fuerza del trabajo. Dice que el segundo circuito, donde está el trabajo doméstico, no genera valor de cambio, sino que solamente es un valor de uso. Es decir, para ella sólo tiene sentido en función de la explotación y la extracción directa de plusvalía en la fábrica, lo que revitaliza la idea de la centralidad de la clase obrera como sujeto revolucionario.
Para nosotras las marxistas de Pan y Rosas, se trata de unir ambas cuestiones, otorgando un nuevo peso a la centralidad de la clase trabajadora al hoy casi la mitad de ella estar integrada por mujeres, que incluso sufren las peores condiciones y abusos, y son las mujeres quienes garantizamos la reproducción de una fuerza de trabajo que es explotada por los capitalistas y por su Estado, que se ahorran ese “costo” que nos mantiene relegadas a seguir sometidas a tareas del “hogar” o naturalización de esas relaciones de opresión y sus secuelas de violencia. Hoy la clase trabajadora también tiene rostro de mujer, y de unir la lucha contra la explotación y opresión sería una fuerza poderosa. Por eso para nosotras es central unir estas luchas, y organizar a las mujeres trabajadoras en pos de esta batalla, contra los capitalistas y el Estado capitalista-patriarcal.
Esto sin considerar que desde ya incluso dentro de la familia obrera hay mujeres que son parte de la clase trabajadora, pero para nosotras la clave estratégica para derrocar al capitalismo no está en el hogar. Incluso en estrategias para luchar, por ejemplo una huelga el 8 de marzo ¿qué pasa si paralizas el Metro de Santiago? ¿O el escándalo que provocó la última movilización portuaria? Ni hablar de la minería, los transportes, los centros comerciales y tiendas de servicios, los aeropuertos. Hoy las mujeres estamos trabajando en todos esos lados. Pero para que sea una gran huelga, ¿acaso podemos paralizar todo el país y que la tierra tiemble como decían en Argentina, si no es un gran paro de toda la clase trabajadora, junto a estudiantes, y demás sectores? ¿Acaso si todas las centrales, sindicatos, federaciones tomaran esta lucha en sus manos, mujeres y hombres, no estaríamos en muchas mejores condiciones para luchar por nuestros derechos? Esta idea se re actualiza, sobre todo hoy cuando la feminización del trabajo asalariado es cada vez mayor y, en proporción, nos volvemos cada vez más peligrosas para los empresarios.
Volviendo a Federici, ella tiene algunos puntos en común con el marxismo –y otras teorías–, como el considerar que los enemigos no son los hombres sino el Estado, los empresarios, la Iglesia, el sistema capitalista. Eso lo dijo en las charlas que convocaron a miles de mujeres en Valparaíso y en la USACH aunque no lo desarrolle del todo en sus textos (pues es un debate que sobre todo el último año ha cobrado mayor relevancia). Y lo dijo criticando a las mujeres empresarias, criticando la sororidad como un valor universal en el sentido de que no existe una hermandad universal entre mujeres.
Lo que la distancia del marxismo es que considera como patriarcal a los partidos, sin diferenciar de qué clase son y qué objetivos defienden y, también, rechaza la idea de que el centro de gravedad del capitalismo y, por tanto, de la revolución, sigue estando en las y los trabajadores asalariados y en las ramas centrales de la economía. Para nosotras, las feministas socialistas y marxistas, quien ejerce el trabajo doméstico está dentro de la clase trabajadora, las mujeres que son dueñas de casa son mujeres trabajadoras. Ahora, el problema es estratégico, no es de orden moral. ¿Desde dónde podemos causar más daño a los empresarios para conquistar nuestras demandas, para conquistar nuestra emancipación? Esa es para mí la gran discusión con Silvia Federici, que es sobre el valor, de cómo entendemos el valor del trabajo doméstico, que para el marxismo parte de un análisis objetivo.
Ahora, objetivamente, la feminización del trabajo es un fenómeno creciente, y nos lleva a repensar categorías marxistas no para negarlas, sino para volver a argumentar su vigencia. Hoy la clase obrera tiene rostro de mujer, eso nos obliga a repensar el diálogo, las tácticas políticas, las vías para enfrentar el problema de la subjetividad de la clase trabajadora.
Imperialismo
-¿Qué explica el triunfo aplastante en primera vuelta de Bolsonaro? ¿Cómo lees eso? ¿Qué explica el avance de los conservadurismos y del fascismo en la situación regional?
El marco es la decadencia del capitalismo neoliberal que se extiende desde la crisis del 2008 y que dio paso a una nueva configuración política donde lo que hemos visto es el agotamiento progresivo de los partidos de la socialdemocracia y conservadores para dar paso a mayores tendencias a la polarización que es donde estamos ahora. Hay rabia y descontento producto de la degradación de condiciones sociales, que está dando paso a crisis de los regímenes democráticos, y que se está expresando en nuevos fenómenos políticos por izquierda y por derecha, ascenso de los nacionalismos también y de tensiones geopolíticas globales. Eso se ha expresado en la emergencia de Trump en Estados Unidos y crecientes fenómenos de derecha autoritarios. Eso también se empieza a desarrollar en América Latina, cuyo principal fenómeno es Bolsonaro.
En el continente, no solo estamos atravesando un período de crisis económica en países como Brasil o Argentina, sino que también hay un punto que es común y que tiene que ver con la debacle o las derrotas de los proyectos posneoliberales, o de los gobiernos llamados “progresistas” como el kirchnerismo y el PT que tras entregar concesiones a las masas en momentos de auge económico excepcional amparado en las materias primas, al calor de la crisis aplicaron ajustes neoliberales tan rechazados por amplios sectores de masas, además de asimilar los métodos de corrupción de los capitalistas en sus lazos con la burguesía nacional. Las protestas que comenzaron en 2013 frente a Dilma y que era progresivas enfrentando los ajustes como el aumento del pasaje del transporte, fueron en los años sucesivos canalizadas por la derecha para imponer un golpe institucional destituyendo a Dilma, y luego encarcelando a Lula y proscribiendo su candidatura, negando el derecho democrático a millones de electores a elegir al candidato que quisieran. Sin embargo, el PT y la CUT de Lula y Dilma no hicieron nada para enfrentar esta situación, aumentando la desmoralización de masas que ya habían iniciado con sus ajustes.
Pero hay que tener en cuenta, sin embargo, que el ascenso electoral de la derecha y la extrema derecha en América Latina y varios países del mundo no están asentados, no han logrado imponer su programa y no tienen una base social fuerte en las que apoyarse para desplegar sus ataques más neoliberales. Basta ver al neoliberal Macron, que quería refundar una Francia neoliberal frente a los “populismos” y ha desatado la ira de los “chalecos amarillos” que han vuelto a poner en escena procesos de lucha de clases en un país tan importante y con una gran tradición como Francia, que de desarrollarse en Europa puede hacer girar la brújula. La clase trabajadora y los movimientos no están derrotados, y estos gobiernos serán probados en las calles, lo que plantea la necesidad de unificar la fuerza de los trabajadores, mujeres y estudiantes y sus luchas, en una perspectiva de resistencia y anticapitalista. Hoy hay crecientes sectores que empiezan a buscar una salida por izquierda, aunque son canalizados por ahora por corrientes reformistas o neorreformistas, que sin embargo, no ofrecen una alternativa para enfrentar a los capitalistas y sus ataques.
-Curiosamente, la mayoría de latinos o migrantes en Miami votaron por Trump, ¿por qué crees que lo hicieron?
En Miami el peso de los “gusanos” transforma esa votación en una excepción. En todo Estados Unidos los votos de Trump fueron bajísimos entre quienes ganan menos de 50mil dólares por año, es decir, entre los más pobres. Y ellos son más de la mitad de la población aún cuando sea un número menor en los padrones electorales. Y las elecciones de medio término mostraron también otra tendencia, donde fueron electas candidatas latinas como Alexandria Ocasio Cortez, mujeres, diversidad sexual, indigenas.
-El proyecto de Trump es un proyecto de los estadounidenses. Algunos migrantes dicen “yo soy estadounidense, he venido a construir acá”. Por tanto, hay una concepción de lo que es el pueblo que ya no se entiende necesaria o estrictamente en términos raciales, independiente de que haya un componente de misoginia y racial en todo esto. Se entiende que en el caso de Estados Unidos es un discurso conservador hacia la clase obrera.
Parte de la clase trabajadora blanca votó por trump y alrededor de ese problema se generó una discusión. Porque no es generalizable, si volvemos al ejemplo anterior y vemos que la mayoría de la población más pobre no votó por Trump, entonces nos damos cuenta que la mayoría de la clase obrera tampoco votó por Trump (aunque un sector sí lo haya hecho).
Como decíamos que la crisis del 2008 marcó el agotamiento del proyecto neoliberal y abrió un escenario en el que la clase obrera y los “perdedores de la globalización”, sectores que fueron golpeados estas últimas décadas y hoy ven empobrecer más sus niveles de vida que buscan salidas más radicales. En ese marco no solo está Trump, vimos tendencias por izquierda en las elecciones de medio término como decía antes, incluso con diputadas jóvenes mujeres, afroamericanas, gays, que sin embargo, son canalizados dentro del Partido Demócrata, de partidos que administran el capitalismo. U otras nuevas formaciones que van expresando por izquierda ese descontento, pero que no buscan salidas de fondo y terminan subordinados a la lógica de la democracia liberal y la gestión del sistema como Syriza, que llegaron al poder luego de una serie de huelgas generales contra la troika y la crisis pero que terminaron ellos mismos imponiendo el ajuste que buscaba la unión Europea. Esta práctica política abre las puertas a que la demagogia de la derecha cale en la clase obrera y en los sectores populares.
-Trump y Bolsonaro son más bien actores que vienen desde fuera del sistema político.
Lo que decimos es que una de las principales responsabilidades de la votación en Brasil recae en el PT. Son elecciones muy fraudulentas en un escenario de una gran crisis económica, política, social. Donde el Poder Judicial está, si no controlado, al menos vinculado con los poderes de los militares. O sea, militares salieron a hacer campaña pública por Bolsonaro. Hay una situación muy compleja en Brasil, donde le hicieron brutales golpes al PT, que no solamente eran golpes del PT, eran golpes antidemocráticos que, en un sentido pueden ser utilizados contra el PT, pero también contra cualquiera, y que no obtuvieron respuesta. Por ejemplo, hubo importantes paros nacionales que detuvieron la reforma jubilatoria, pero el PT y las centrales sindicales que ellos mismos dirigen prefirieron llevar esa fuerza al terreno electoral, con maniobras judiciales y más. Hay una responsabilidad muy importante que pasa desde los ajustes que empezó a implementar Dilma en su gobierno hasta las no respuestas que tuvo el golpe institucional. También está la proscripción de Lula, que fue una especie de segunda etapa del golpe blando que se venía. Esa nula respuesta hace que hasta hoy se mantengan esas disputas políticas, en las que insiste el régimen y todos los fenómenos políticos en las alturas sin movilizaciones en las calles. Entonces, la política del PT, en vez de responder a los golpistas, fue conciliando con ellos, poniendo a Haddad, que es de los sectores más de derecha del PT, y que saludó la presidencia de Macri. Hay una responsabilidad grande también del PT.
-El debate de la izquierda regional y de Chile, ha estado marcado por la posición a tomar frente a la arremetida del imperialismo estadounidense en la región, y también frente a la crítica de organismos de Derechos Humanos sobre procesos regionales, particularmente en Venezuela y en Nicaragua. ¿Sigue siendo el imperialismo una categoría válida para comprender la situación chilena y regional? ¿Qué claves de lectura política aporta el imperialismo, como concepción histórico-política, para comprender la situación regional?
Es fundamental. Y creo que hay varios ejemplos en realidad. El primero, La Haya-Bolivia-Chile. Lo que cruza a ese debate es el rol del imperialismo que quieren hacer pasar por un debate entre naciones oprimidas. Ahí hay un primer punto. Hay una historia que es la Guerra del Pacífico, que fue un factor fundamental para la penetración del capital imperialista inglés en la región. Hoy la Ex Concertación junto con la derecha ha profundizado este camino abriendo las puertas amplias para el saqueo y la explotación de nuestros recursos naturales por parte de capitales transnacionales a la vez que alimentan el chovinismo y falsas disputas entre pueblos. Nosotros desde el PTR planteamos que la salida al mar es una aspecto democrático esencial de soberanía, pero que ha quedado demostrado que las burguesías nacionales no pueden dar una respuesta, por el contrario, han sido serviles al imperialismo. Por ejemplo Evo, que prefirió impulsar un acuerdo de unidad nacional con viejos representantes neoliberales para litigar en la Haya. El imperialismo no sólo es un problema de la Guerra del Pacífico, sino que es actual. Quién está a cargo, y quiénes son los principales dueños de los puertos, y los dueños del mar. En ese sentido, en Chile están las siete familias. Es utópica cualquier unidad latinoamericana y liberación del imperialismo, en el marco del sistema capitalista y gobiernos nacionales que defiendan intereses de la clase capitalista nacional.
En el caso de Chile el gobierno de Piñera representa el capital financiero y los grandes grupos económicos nacionales, todos conocemos a las Luksic, los Matte, Angelini. Gobiernan de la mano con el imperialismo de Trump que busca fortalecer su posición en la región en el marco de la disputa con China. Es también el caso de Argentina, que tiene una enorme deuda pública, que denunciamos fraudulenta, ilegal e ilegítima. Entonces el imperialismo, más allá de una discusión teórica si es que es o no una categoría vigente para poder analizar los actuales movimientos de la región, es un problema vigente, un factor determinante en la política de la región. Ahí nosotros planteamos un programa transicional, por ejemplo ante el problema de mar para Bolivia, nosotros creemos que debe haber una salida soberana al mar, pero que tiene que ir de la mano con el control obrero de los puertos. La burguesía nacional en Bolivia es incapaz de resolver este problema porque sabe que para hacerlo tiene que enfrentarse al imperialismo. Para nosotros la única forma de conquistar esta demanda tan sentida por el pueblo boliviano es con movilización obrera y popular, por eso también peleamos por una federación socialista de Latinoamérica.
-¿Cómo se expresa el imperialismo en Chile? ¿Cómo se configura el neoliberalismo chileno en relación con el imperialismo?
Que es un problema actual, o sea, partiendo por la minería. Las ganancias del cobre o del litio podrían ser muy superiores si no estuviera en manos de capitales trasnacionales que con una muy alta evasión de impuestos saquean el país. Históricamente, las telecomunicaciones han sido empresas españolas que mantienen a los trabajadores bajo el subcontrato. En distintas áreas, son empresas trasnacionales las que manejan áreas de la economía. Y los capitales nacionales, como decíamos anteriormente, que están representados en el gobierno de Piñera, gobiernan en alianza con el imperialismo de Trump.